UN DESEO BLANCO

Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

El suceso de Belén -grandioso para unos, insignificante para otros- fue capaz de dividir la historia del mundo con una doctrina de amor. Es una doctrina hermosa que nos iguala a todos los hombres declarándonos hijos de un mismo Padre Dios. Aquel hecho histórico, que ha alcanzado tanta fuerza hasta poderse contar los cristianos de todos los tiempos por miles de millones, sirve de hito en la historia del hombre. Los tiempos cuentan a partir de aquel acontecimiento, dividiéndose en antes de Cristo y después de Cristo. Para unos, aquel pequeño Niño de Belén es Dios, para otros, un niño más, pero nadie puede ignorar su existencia y su doctrina.

Voy a comentar unos versos aparecidos en la pared de un refugio judío de Varsovia durante la represión sufrida por ese pueblo en la segunda guerra mundial: "Creo en el sol, aunque no brille. / Creo en el amor, aunque no lo sienta. / Creo en Dios, aunque no pueda verlo".

Efectivamente. Necesitamos creer en la existencia del amor y de Dios. Lo uno, lleva a lo otro. No importa que no podamos verle. Es un Dios para necesitados. Sólo desde la autosuficiencia provocada por la soberbia, se puede prescindir de la creencia en el amor. Sólo los soberbios no necesitan el amor de los demás. Y sólo quienes no necesitan del amor de los demás, tampoco necesitan creer en Dios. A ellos, esa credulidad no les hace ninguna falta:

¡Qué salvación! Si yo ya estoy salvado -piensan quienes no sienten necesidad del amor ni de Dios.

Afirma S. Pablo en una de sus cartas, (1ª a los Corintios, 1, 2). "...si no tengo amor, no soy nada". Esa frase citada, viniendo de la persona de S. Pablo, puede parecer una afirmación estrictamente religiosa. Sin embargo, en teoría, el contenido de la frase es algo universalmente aceptado. A lo sumo, cambian ligeramente los matices. Si bien, en la práctica, nos dejamos invadir por un materialismo que, aparte de ser finito, jamás nos puede llenar.

En esa misma dirección de las palabras antes aludidas de S. Pablo -en una frase digna de meditarse muy despacio- lo reconoce Win Wenders. Win Wenders, no es contemporáneo de S. Pablo, ni tampoco está dedicado a la difusión de la religión, es un moderno director de cine: "El mal es la ausencia del amor y el triunfo del egoísmo". La frase de este cineásta, no es necesariamente una expresión religiosa. No obstante, para hacerse mi siguiente pregunta no tiene importancia declararse creyente, o no hacerlo. Podría variar el resultado de la respuesta, pero la increencia no es ningún obstáculo para preguntarse:

¿Alguna vez se nos ha ocurrido pensar lo maravilloso que sería el mundo si todos los hombres viviéramos de verdad y de una forma completa el mensaje evangélico?.



Anoche, arrebujado entre las sábanas de mi cama soñé que: Un extenso manto de nieve cubría toda la corteza terrestre. Todo en la tierra tenía un aspecto completamente níveo. ¡Qué bonita era tanta blancura! Estaban blancos los montes, los valles, los desiertos, también las ciudades y hasta el mar, donde nunca se había visto una nevada. ¡Qué gracioso era ver a los barquitos navegando por una superficie blanca!.

A pesar de la blancura, no estoy seguro de que la capa existente en mi sueño sobre la tierra fuera de nieve. Creo que sí lo era, porque los niños jugaban a hacer muñecos y se divertían lanzándose bolas amistosamente. Además, me resultaba fácil imaginar que era nieve, porque nunca he visto otra cosa con más blancura. Y el color blanco de la capa terrestre simbolizaba la paz reinante en aquel momento sobre toda la tierra. Pero por contra a esta pequeña duda reconocida, sí tengo completa seguridad de que no era una nieve fría, sino cálida. Porque, el color de la nieve representaba al amor, y no hay en la vida nada más cálido ni dulce de sentir que el amor.

"¡Me gusta soñar!, y más aún cuando los sueños son tan bonitos como el color blanco" -pensé o soñé que pensaba de dormido.

Soñé que se habían acabado -de una vez y para siempre- todas las guerras de la tierra y todos los odios y egoísmos. Porque, no nos engañemos, el odio y el egoísmo son las simientes de la guerra. Y la discordia crece aquí y allá, en cualquier terreno donde existan esas malas semillas, aunque no truenen las armas. La paz -fruto de la justicia y del amor- era tan grande en mi sueño como extensa la capa de nieve del planeta. Hasta las fabricas de armamento -al haber quedado sin sentido la producción de armas- se dedicaban a producir herramientas de trabajo y bienes de servicio.

Y -no sabiendo qué hacer- los militares -antes guardianes de la paz y ejecutores de nuestras guerras visibles- servían en los hospitales. Porque, la enfermedad era la única dolencia subsistente sobre la tierra. Pero el dolor no es un mal. No es una jugarreta del destino, ni tampoco es un producto de la mala suerte. ¿Qué es el dolor? ¡Y yo qué sé...! Es un misterio... Y los misterios no los puede comprender el ser humano. Entenderlos está fuera de su alcance. El dolor es algo que ennoblece al hombre y va unido a su existencia sin poderse separar. A nadie nos gusta el sufrimiento. No cabe en nuestra mente humana. ¿Es una muerte pequeña para salvar la vida?.

Puedo asegurar que en mi sueño, no se podía encontrar un solo enfermo insatisfecho de su cuidado en los sanatorios.

En el mundo de mis sueños, el alimento pertenecía a todos los hombres, sin excepción. Soñé que de la tierra había desaparecido el hambre. El hambre es el termómetro del egoísmo, injusticia de las injusticias y vergüenza de la humanidad.

El color de la piel en el planeta no tenía ninguna importancia. La explicación de este hecho era muy sencilla: los humanos éramos hermanos de verdad. Y como consecuencia de esa hermandad, las fronteras marcadas anteriormente por los hombres carecían de sentido en los momentos de mi sueño.

El amor, en el mundo blanco de mis sueños, era la unidad monetaria oficial utilizada en toda la tierra. Otras variantes de esta única moneda de curso legal en el mundo eran, la paz, la esperanza, la verdad, la justicia, la amistad, la tolerancia, el respeto, la libertad, la responsabilidad, la solidaridad, la comprensión y la generosidad. No existía norte ni sur para discriminar a los pueblos. Y los hombres no se podían dividir en pobres o ricos. Ni a los mundos hacía falta colocarles ningún número de orden para calificar su nivel de vida.

Las cárceles en mi sueño estaban vacías por completo. Había una razón del todo sencilla para estar desocupadas: estaban deshabitadas porque ninguna persona tenía interés en dañar a nadie ni tampoco necesitaba robar para vivir, pues de los bienes participaban todos los seres humanos.

Hasta la policía se quedó sin trabajo. Se vieron en desempleo porque en un mundo sin delincuencia no tenía sentido el oficio. ¡Cómo iba a tenerlo... si nadie infringía las leyes! Por darles una ocupación, a los policías les mandaron a cuidar a los pocos ancianos que había en las residencias destinadas a acoger personas de esa edad. Eran pocos, pues la mayoría eran acogidos en sus familias. Es que el hombre, es eso, un ser humano. No es ninguna máquina que cuando no sirve se la echa a la chatarra.

La vejez y la muerte sí existían en mi sueño. Sin defunción, tal vez no podría haber vida o, por lo menos, ésta sería aburrida. La muerte forma parte de la vida. Desde luego, la muerte es necesaria para recordar al hombre que su grandeza no es material. ¿El hombre no se creería Dios si se sintiera aquí en esta vida eterno?. ¿Cuánto duraría el mundo en manos del hombre si se creyera tan poderoso como Dios? Tampoco es en absoluto terrible este final para la vida si se entiende como paso a una eternidad en la paz de Dios y liberado de las limitaciones y debilidades del ser humano.

También estoy seguro de que en mi sueño no tenía razón de ser la eutanasia. Porque, la eutanasia -para qué engañarnos- es el fracaso de una sociedad que admite la soledad y el desamor como auténticas causas de la muerte. Porque la eutanasia es una respuesta mentirosa cuando no se sabe ni se quiere responder con el amor. Si el amor es la razón de la vida, ha de serlo hasta la muerte. Porque, la eutanasia es todo lo opuesto a libertad, pues no se ofrece elección, se niega el amor... y sólo queda una salida, la eutanasia. Es muy fácil dejar a un enfermo en el camino de la eutanasia. La privación del afecto es una condena de muerte. Para esa sentencia de muerte provocada, bastan unas frases ásperas o un silencio cuando el enfermo necesita palabras de ánimo. Para ese veredicto de muerte llamado eutanasia, son suficientes unos malos gestos o, lo contrario por defecto, negarle al enfermo unas sonrisas cuando son necesarias.

Legalizar la eutanasia es aferrarse a una mentira interesada. Es poner puertas al amor. Es cometer la cobardía de Pilatos: lavarse las manos para justificar ante la propia conciencia el desamor. Esta forma de morir, carecía de sentido en el mundo de mi sueño, porque todos los moribundos se sentían perfectamente amados y atendidos.

Soñé que no existía la droga. La droga es una muerte disfrazada. Es una tragedia social de proporciones inmensas y poco valorada por esta sociedad egoísta.

"¡Ese no es mi problema!" -se piensa.

La droga no tenía cabida en mi sueño. No tenía sentido, porque nadie quería comerciar con la salud ajena, ni destruir la vida de los demás. Soñé que los posibles drogodependientes tenían solución a sus problemas en el amor de sus semejantes sin acudir al infierno de la droga.

Vi en mi sueño un mundo sin aborto. Porque, el aborto, primo carnal de la eutanasia, es como ella: el colmo del egoísmo. Es "primero yo, después yo y sólo yo". Es el producto de una sociedad que no hace distinción entre amor y sexo. Es el mal fruto de un mundo que no se le enseña a comprender que la maravilla del sexo sólo cabe en el amor.

"¿Qué fue del espíritu romántico?" -me pregunto.

"¿Qué es poesía? -me preguntas / clavando en mi pupila tu pupila azul. / ¿Y tú me lo preguntas? -te respondo-. / Poesía eres tú /". (Bécquer). ¿Para qué...?.

"Por una mirada, un mundo, / por una sonrisa, un cielo; / por un beso..., ¡yo no sé / qué te diera por un beso! /". (Bécquer). Eso ya no se lleva. Ahora se empieza por el final.

El aborto es una falsa libertad que no tiene en cuenta a los demás. Es una mentira de los que dicen progresar.

"¿Pero hacia dónde...?" -pregunto yo.

El aborto -ésta es la verdad- es el resultado de un mundo egoísta donde sobra todo aquel a quien se le considere una molestia, niño, anciano, enfermo, minusválido físico o psíquico..., los más débiles: Se libraran de nosotros, pero no se librarán de su conciencia: "Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera". (Pablo Neruda ).

Y siguiendo con el tema de quitar de en medio a los molestos, ¿quién sabe...? mañana -si desgraciadamente no nos son incómodos ya- nos sobrarán los hambrientos, porque nos recuerdan que nos comemos su parte. Y nos engañaremos a nosotros mismos hasta con razones compasivas: "¡Pobrecillos!" -nos diremos-, "con lo que sufren, ¡si les hacemos un favor privándoles de vivir!". Y ya puestos, en la misma dirección, pasado mañana, hasta podría sobrarnos en este mundo cualquiera que nos incomode individual o colectivamente, por ejemplo: los agentes de tráfico.

"¡Qué ganas de fastidiar!" -pensaremos-, "ponen multas, ¡a quién se le ocurre en estos tiempos de libertad!".

¿Quién es el hombre para quitar la vida? ¿Acaso, pidió permiso para nacer quien ahora se cree autorizado para decidir? ¿Acaso, puede el hombre decretar quién debe nacer y quién no?

Y también pude contemplar que no existía el paro. No lo había, porque en mi fabuloso sueño todo era de todos, hasta el trabajo.

El soñado era un mundo admirable. Pero, por desgracia, no era ayer cuando me acosté nuestro planeta de ese modo. Busqué de dormido la razón del enorme cambio. Entre inconsciente y despierto -con esa preocupación propia de los sueños- miré y remiré, y sólo hallé una respuesta medianamente satisfactoria: Era Navidad, y los hombres nos habíamos dejado invadir por el amor de Belén.

A mi sueño maravilloso había sucedido otro, fue tan bello y tan blanco como la capa de nieve que en el anterior cubría la tierra. Pero -aunque me he esforzado- no puedo recordarlo con precisión.

Al despertar, como siempre, me estiré y restregué mis ojos. Después, me acordé del primero de mis sueños. Entonces dudé: ¿Era una fantasía de dormido o una realidad? Cuando vivo cosas tan bonitas, suelo darme un tirón del pelo para saber que estoy despierto y son reales. Y anoche, no tengo conciencia de haberlo hecho.

Entonces, empecé a sospechar que aquello tan maravilloso solamente era un sueño, eso sí, muy bello: un sueño relacionado con el misterio de Belén. Me asomé por la ventana y ni siquiera vi los tejados blancos. No hallé por ninguna parte restos de la nieve. El sol brillaba en un cielo despejado de nubes para decirme que mi sueño no era realidad. La atmósfera serena me decía que la pretendida nevada de esa noche nunca existió. Me miré a mí mismo, ¡y me vi tan imperfecto! Porque yo también soy hombre, y por tanto, como ellos. Y sentí que mi corazón ni de lejos habría tenido cabida en el mundo de mis sueños. ¡Ni pensarlo!.

Entonces, convencido de que el sueño no era una realidad, quise convertirlo en un deseo. Lo elevé como petición al cielo para luego lanzarlo con todas mis fuerzas sobre la tierra:

- ¡Ojalá los hombres tengan Navidades blancas, y el color blanco, no sólo dependa de la nieve, sean blancas por el amor y por la paz, y todos se sientan a gusto en este belén viviente de tamaño enorme llamado tierra!

Ahora, los hombres debemos poner en práctica nuestros buenos pensamientos y toda la bondad que lleva dentro el ser humano para luchar por hacer un mundo mejor. No lo conseguiremos en un día, pero debemos intentarlo. Y poquito a poquito... Podemos tener la completa seguridad de que Dios está con nosotros. Pero, no olvidemos un refrán que dice: "Dios ayuda a quienes se ayudan". Manos a la obra...



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