Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.
En nuestra idea común, sin pasar por la ciencia, las estrellas aparecen como algo fantástico y muy poético. No vemos a las estrellas como son: objetos inanimados. En nuestro interior, hemos convertido a las estrellas en algo mítico que representa una idea de la belleza y de la perfección. Pero en realidad, no creo que una estrella sea más bella ni más perfecta que nuestro sistema solar, o cualquiera de sus planetas, incluida la tierra. ¿Dónde está esa belleza especial...?.
¡He ahí la pregunta! ¿Dónde está la belleza de las estrellas...? ¿Dónde estaba la belleza de la luna? ¿En la luna en sí? ¿O en la llegada del hombre a la luna? ¿Qué había en la luna? Si el hombre -no lo sé- dio un paso de gigante en el campo de la ciencia al poner sus pies en la luna, estuvo a punto de acabar con un mito al enviarnos las imágenes lunares. La luna, de luz plateada vista desde la tierra, era en realidad punto menos que un desierto sin atmósfera lleno de cráteres.
Como en el caso de la luna, la belleza y perfección de las estrellas radica en que, sin poderlas palpar, hemos de verlas a distancia sin poder percibir con nuestra vista sus pequeñeces. Y mientras adivinamos por estudios de los astrónomos que son un conjunto de polvo cósmico, nos deslumbran con su luz y soñamos con ellas. Es decir: vemos la luz, pero no el polvo. Lo cierto del caso, es que las estrellas, para nosotros quienes no nos preocupamos de la astronomía, significan mucho de una idea de la belleza y de la perfección y muy poco de cuerpos celestes.
Dicho todo esto, que pudiera tener múltiples aplicaciones, incluso a nivel de enjuiciamiento humano, no sé muy bien qué pinta una estrella en Belén. Jesús, Dios, pudo nacer a lo grande, en el mejor de los castillos, pero no quiso. Tampoco tal grandeza hubiera sido acorde con su doctrina. Jesús, Dios, hubiera podido manifestarse a gente importante en la escala humana, pero lo hizo a unos humildes pastores. Tampoco hubiera sido conforme a sus enseñanzas rodearse de grandes.
Como consecuencia de esa humildad de Dios en su Nacimiento, me pregunto: ¿y los Reyes Magos...? Está claro que Reyes no eran, y a "magos" habría de buscársele una apreciación distinta a la idea expresada por nuestro diccionario. Y sigo con las preguntas: ¿Y la estrella...? Eso es lo que no me cabe en la cabeza, porque, allí -como los reyes si fueran tal y como entendemos la palabra- tampoco me encaja una estrella con la idea que nosotros tenemos de las mismas: ¿grandeza?, ¿perfección?, ¿luz? ¡Si todo eso lo era el mismo Dios y nunca quiso manifestarlo! ¿Fue la estrella una forma poética de decirnos "ven"...?
Ambos eran amigos de la infancia. Pero, ahora vivían en ciudades distantes uno de otro. Por ello, se carteaban para cultivar su amistad. Con bastante frecuencia, intercambiaban correspondencia. Entre otros asuntos -y como tema para comunicarse- en sus líneas trataban temas sobre los astros.
Alberto escribía a su amigo Pablo en vísperas de la Navidad. En su carta -entre otras- estaban impresas las siguientes palabras:
"He estado esta noche observando las estrellas. Y, mientras las contemplaba detenidamente, fluía de mi cabeza un pensamiento en forma de pregunta: ¿Cuál de todas ellas será la que bajará en Nochebuena sobre el portal de Belén para anunciar el Nacimiento de Dios?. Seguramente, entre todas las estrellas, la designada será "Alhen". Como sabes, pertenece a la constelación "Géminis". Ahora, brilla más que ningún otro lucero del firmamento y tiene una luz blanca plateada como no he visto jamás. ¡Cuánta belleza hay en ella! Sin duda esa estrella tiene algo especial". (Alberto).
Pocos días después de recibir esa misiva de Alberto, Pablo le respondía. Y, contestando al tema expuesto por su amigo, se podía leer lo siguiente en su escrito a propósito de la estrella de Navidad:
"¡Qué va!, ¡qué va!, si piensas así, te equivocas. Yo calculo que la elegida será "Zosuma" de la constelación "Leo". La he visto nerviosa como si ya estuviera informada de su designación. Según mi impresión, esta estrella está un poquito más centelleante que de costumbre. Hasta me parece que lleva estos días una aureola especial alrededor de su figura. Incluso, me atrevería a decir que se ha desviado un poquito de su órbita habitual. En mi opinión no puede ser otra la seleccionada para tan gran fin". (Pablo).
Llegó la esperada Nochebuena. En casa de Alberto seguían esa noche una bonita conducta heredada de sus padres. Alberto no sabía quién de sus antepasados inició la costumbre. Él la había visto siempre en casa del abuelo. Su padre no la perdió, y él estaba obligado en conciencia a seguir con esa buena práctica. El bello gesto de Nochebuena ejercido por esta familia consistía en invitar a la mesa a alguna persona que en esa fecha navideña estuviera solitaria. No hace falta irse lejos, ni remover el mundo, para hallarla. Para ver es imprescindible mirar. ¡Qué cosas más tontas dice esta última frase! ¡Pues sí, mirar! Sólo es necesario abrir los ojos del corazón, porque los necesitados también están a nuestro lado. Y si nos vamos lejos a buscarlos, corremos el riesgo de no encontrarlos.
Este año de la historia que contamos, el invitado era el Sr. José. Era una persona muy cercana a la familia de Alberto. Tan próxima, como que era un vecino de escalera. Su mujer había fallecido hace dos años. Y su hijo -mejor no hablar de él- sólo volvía a casa de su padre cuando necesitaba dinero. ¡Maldito culto al dinero! El Sr. José no quería hablar de él, y, por supuesto, era preciso respetar sus sentimientos.
Aquella Nochebuena era distinta de la de años anteriores. Es cierto, cada Nochebuena es diferente. No se trata de esa comparación. Había una razón muy simple para afirmarlo. Ayudado por los consejos de su esposa, Alberto tuvo que ejercer de cocinero. Era la primera vez que sucedía esto en esa fecha desde que estaba casado. Ella, Irene, tenía un fuerte resfriado propio del frío invernal. Y el médico -en vista de tener ante sí una festividad para vivirla en familia- le había dado permiso solamente para levantarse a cenar.
La cena fue extraordinaria y variada, pero a la vez sencilla. Así debe ser una cena de Nochebuena para quienes saben de verdad lo que celebran. No creo que se pueda conmemorar esta fiesta con un significado auténtico de otra manera. A no ser que... separemos el acontecimiento de Navidad del banquete. Pero... ¿esto es posible hacerlo? ¿Se puede hacer un convite sin saber por qué se hace? Pues sí, se hacen esa clase de fiestas. Pero, ¿tienen sentido...?
Acabada la cena, Irene -siguiendo el consejo del médico- se acostó. Este pequeño contratiempo les impidió acudir -como acostumbraban en años anteriores- todos juntos a la Misa del Gallo. Ante este pequeño inconveniente, por no dejar a Irene sola en casa, decidieron acabar la velada con una partida de cartas. El Sr. José era todo un as jugando al tute. Los niños desconocían aquel juego, y hubieron de entretenerse con algo más fácil: la brisca. Alberto y su invitado jugaron de compañeros contra los dos hijos del primero.
- Los "viejos" contra los jóvenes -eso decían los niños, aunque no es del todo correcto llamar "vieja" a una persona. Pero, no había intención de herir.
¡Había que jugarse algo para dar más emoción al juego! ¡Cómo no! Las apuestas fueron unas entradas de cine para la tarde del próximo domingo. Ganaron los más jóvenes. En la vida siempre ganan los jóvenes.
Concluida la fiesta, entre todos recogieron y limpiaron el salón y la cocina. En la casa la costumbre de participar todos en las faenas de servicio era algo corriente. Alberto para animar a los niños a participar de las tareas del hogar solía citar unas frases de S. Pablo: "...el que no quiera trabajar, que no coma".
Finalmente, muy agradecido por la invitación, se despidió el Sr. José. Los niños se acostaron. Alberto -antes de acostarse- se dejó llevar por su afición por las estrellas y se acercó a su telescopio. Fue imposible ver desde su ventana el alto cielo estrellado. Una espesa niebla impedía la visión. Era como si las estrellas aquella noche se hubieran ocultado tras una leve cortina de humo.
Así siguió el clima los días posteriores. El sol permaneció escondido. Los automóviles circulaban todo el día con las luces encendidas. El "hombre del tiempo" de la tele pronosticaba un día tras otro nieblas intensas en las cuencas de los grandes ríos. Este desagradable fenómeno atmosférico cubrió toda la región de día y de noche durante toda una semana.
A los seis días de Navidad -pocos más de los que tardaba en llegar la correspondencia de uno a otro punto- Alberto recibió carta de su amigo. Esta prontitud en recibir noticias, indicaba que Pablo había escrito uno o dos días después de Nochebuena. En sus líneas, en lo referente a la última conversación mantenida por carta, decía así:
"¡Felices Pascuas!. Anoche, hallándome impaciente por saber cuál era la estrella que había bajado sobre el portal, antes de acostarme, me detuve a observarlas. De momento no descubrí que faltara ninguna en el firmamento. ¿Podrá ser posible un Belén sin estrella? -me he preguntado sorprendido. Después de descansar un poquito mis ojos, volví otra vez al telescopio y comencé a contarlas una a una. Entonces, por fin, me di cuenta de la ausencia: faltaba en el firmamento aquella estrella paliducha que brilla menos que las otras por estar a más años luz de la tierra que las demás. Tan poco resplandor tenía a nuestros ojos de aficionados a la astronomía que nunca le dimos importancia. Era tan insignificante para nosotros, que ni siquiera los hombres le hemos concedido un nombre. Me estoy refiriendo a la "307". Ella ha sido la estrella elegida este año para alumbrar el portal de Belén.
Cuando cruzábamos nuestras opiniones, olvidamos que Dios contempla las cosas desde otro ángulo distinto al nuestro. Las ve desde mucho más arriba. Ahora ya comprendo porque Jesús para su Nacimiento, en vez de a personas a nuestro juicio importantes, avisó a unos humildes pastores: "El Señor ve el fondo del corazón". (Libro 1º de los Reyes, XVI-7)". (Pablo)..