Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.
Personalmente, me parece una tontería querer extraer interpretaciones del contenido del desarrollo de los sueños en forma de premoniciones sobre el futuro. Tampoco niego la existencia de poderse realizar esa extracción con algún acierto. Sin embargo, la dejo reducida para casos aislados y para soñadores con cualidades especiales de videncia o de profecía. No obstante, los sueños sí tienen una relación muy estrecha con los acontecimientos, esperanzas y deseos de la vida diaria de cada individuo. En esta faceta aludida, es donde se pueden buscar interpretaciones a los sueños para encontrar anhelos ocultos o una forma existente de vivir en el individuo que sólo admite su propio subconsciente.
Ahí, en ese análisis del subconsciente, está el servicio de esta interpretación de los sueños en la psiquiatría. De todas formas -salvo casos de enfermedad mental- los sueños de dormidos no tienen grandes diferencias con los sueños de despiertos. En ambos casos, se sueña con las cosas y deseos del entorno. Así lo expresa Calderón de la Barca en un trozo de una de sus obras literarias: "Sueña el rico en su riqueza, / que más cuidados le ofrece. / Sueña el pobre que padece / su miseria y su pobreza; / sueña que a medrar empieza. / Sueña el que afana y pretende. / Sueña el que agravia y ofende. / Y en el mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que son, / aunque ninguno lo entiende".
Soñar despierto es algo importante y también es una actividad necesaria para vivir. Sueño y deseo, son casi sinónimos y nadie podría vivir sin sueños ni deseos. "Somos de la materia que se hacen los sueños, y nuestra pequeña vida de sueños está rodeada". (Willian Shakespeare ). Si no hay sueños en la vida del hombre, no existen metas. Si no hay metas, la vida es menos vida, no hay una razón clara para vivir. Imaginar despierto es imprescindible para marcarse metas y poder descubrir nuevos horizontes.
¿Sueñan los animales? Sí, claro, de dormidos y también de despiertos. Quienes hemos convivido durante mucho tiempo con los animales y hemos observado en silencio sus formas de actuar, nos hemos dado perfecta cuenta de lo afirmado. Los animales, de dormidos, en ocasiones, hacen gestos e, incluso, pueden cambiar el semblante. Y, si se observan de despiertos, sin saber ellos que son observados, se puede apreciar en ellos actitudes que nada tienen que ver con la realidad de su momento. En cualquier caso, el sueño de los animales es limitado por la capacidad de su mente. Es un sueño reducido, que no puede pasar del presente, y sin comparación con la grandeza del sueño del hombre.
Y volviendo al sueño humano, hay una única regla del todo indispensable en este juego de los sueños para no sentirse nunca fracasado al darse cuenta que todo es simplemente una ilusión: Saber que cuanto se puede soñar no puede pasar de ser un sueño, y los sueños no siempre se cumplen. Por esta razón aludida y para evitar el fracaso, es bueno conocer nuestras limitaciones. Sin embargo, el reconocimiento de nuestras pequeñas posibilidades no ha de servir para hacernos desistir de soñar. No consiste en tener presentes nuestras pequeñeces para asustarnos ante nuestras propias debilidades. Sino, se trata de saber de su existencia para, cuando sea necesario, admitir con facilidad nuestras decepciones al comprobar que las ilusiones no siempre van por el mismo camino de la realidad de cada día. Porque, ya se sabe: "Los sueños, sueños son". Así lo dijo también el aludido anteriormente Calderón de la Barca.
En la misma dirección de Calderón al comparar la vida con los sueños, están unos bellísimos versos del mayor poeta español del romanticismo, Bécquer: "Al brillar un relámpago nacemos / y aún dura el fulgor cuando morimos. / La gloria y el amor tras que corremos / sombras de un sueño son que perseguimos. / ¡Despertar es morir!". Pero... ¿qué es morir...? ¿Despertar de un sueño para meterse en otro sueño eterno también, como los sueños, relacionado con la propia vida? ¿Una prolongación de la vida sin el escollo del tiempo? ¿O encontrar ese fin que en vida andábamos buscando en la tierra, una paz en Dios?.
Soñar de dormido -aunque de forma inconsciente- también suele ser muy bonito. Produce, casi siempre, bellos sueños relacionados con los anhelos de la propia vida. Si tuviésemos autoridad sobre nosotros mismos en esos momentos hermosos del sueño, nos negaríamos a despertar.
Otras veces -ciertamente son las menos- los sueños son oscuros y tenebrosos, o cambian repentinamente de sentido para convertirse en horribles pesadillas. Cuando este cambio ocurre, deseamos salir del sueño a toda velocidad. En estos casos de sueños desagradables, nos despertamos con un sobresalto y así concluye nuestra angustia.
Pero toda mi ilusión puesta en el sueño de la Navidad se convirtió poco a poco en angustiosa pesadilla. ¿La causa del cambio del signo de mi sueño...? Pues, fue comprobar que José y María, tras larga y afanosa búsqueda, no encontraban un corazón disponible para el Nacimiento de Dios en toda la tierra. ¿Es tan difícil encontrarlo...?. Y, como consecuencia del resultado negativo de la búsqueda de José y María, temí lo peor, que Dios no pudiera nacer entre nosotros. Me desperté muy alterado.
Entonces, ya despierto, me calmé y me dije: ¡Si no le damos posada, Él buscará algún portal!...
De pronto, todo el gozo de mi sueño se transformó en una enorme preocupación. Fue un cambio repentino, como si las tinieblas con una rapidez inaudita se hubiesen extendido cubriendo mi alma. Unos vecinos me dieron una noticia desagradable para mi ilusión. Tenía bastante fundamento -de buena tinta, decían mis informantes-. Me dijeron que Dios no quería nacer. Existían tales rumores en la tierra. ¿El porqué de tal negativa de Dios...? Los hombres nos habíamos olvidado de Él y de su amor y ya no nos sentíamos hermanos. Sobresaltado me desperté.
Ya despierto, pensé de este modo: ¡Dios tanto nos ama a los hombres, que El nacerá otra vez!.
Me encontré por el camino con unos pastorcillos que iban cantando alegremente al portal a ofrecer sus obsequios al Niño-Dios. Y, amigo de fiestas, me uní muy gustoso a su compañía. También yo estaba muy contento. Como ellos, llevaba algunos presentes, pero no me di cuenta de que los regalos de las manos han de ser avalados por el corazón, si no... de nada sirven. Regalos que ofrecer al Niño no me faltaban, pero me faltaba amor. Me dirigí hasta el establo sin estar convencido de lo que suponía mi visita. La verdad, con tanta fiesta y tanto cántico, ni siquiera me lo había preguntado.
¿Qué vi en aquel lugar...?. El Niño era precioso de verdad, cautivaba los ojos y el corazón de los presentes. El Recién Nacido tenía algo especial. No sé qué, pero lo tenía. No sabría explicarlo. Mi disposición a la fe era escasa, pero, a pesar de ello, en un primer momento, no pude negar su Divinidad.
El contraste llegó de repente, y como por un mal hechizo mi bonito sueño varió hasta convertirse en pesadilla. ¿Qué ocurrió para tal cambio...? La causa de la transformación de mi ánimo fue darme cuenta de que el Niño estaba casi desnudo, lloraba y tiritaba de frío sobre unas pajas. ¡Tan pequeño y pobre me pareció!, tanto, que pude comprenderlo todo menos su pobreza.
Posiblemente había en mí una razón muy simple para aquella incomprensión mía: no llevaba suficiente fe. Estaba empapado de materialismo. Me había dejado deslumbrar por las luces de colores que adornan en Navidad las calles de mi ciudad. Me había dejado conquistar por los anuncios publicitarios especiales para las fiestas navideñas en busca de clientes para las ventas. Me había atiborrado de mazapanes, polvorones, turrones y demás dulces propios de esas fechas. Y... me negué a reconocer a aquel niño tan hermoso por Dios: porque... no cabía en mi cabeza de hombre empapado de materialismo esa pequeñez de una criatura indefensa que llora para un Ser tan grande como Dios. Y me fui de allí decepcionado. Creía al hombre tan grande, que no pude admitir que los ojos humanos son limitados.
Me alejaba lentamente, muy entristecido. Porque -así es- siempre que se decepciona uno, se entristece. Y, lleno de pena, me desperté. Ya despierto reflexioné de esta manera: ¡Si Dios se hubiera manifestado tan grande como es, nos habríamos asustado los hombres! ¿No es mejor así...?.
Ya dentro del portal, todo mi anhelo por ver a Niño-Dios se convirtió en una tremenda desilusión. ¿Motivo del cambio de mi pensamiento...? Porque el Niño era un pequeño de color...
¿Pensaba que hasta Dios tenía que ser a mi medida? Muchos hombres se equivocan creyendo que debe ser así. Y por ello, se decepcionan/nos decepcionamos cuando ven/vemos la realidad. ¡Cómo va a ser Dios a la medida de un solo hombre! ¿Y los demás qué...? ¿No se resume la doctrina de los cristianos en la palabra amor...? Ahí, en lo principal, estaba la clave de mi tropiezo: Yo no había entendido absolutamente nada del amor. No quise comprender que el amor no se puede manipular. Hay que reconocerlo en su integridad o no se acepta nada. Es inútil y absurdo quedarse únicamente con la parte que a uno le convenga en cada momento.
Y, como muchos otros hombres con prejuicios racistas, no quise entrar a adorar al Niño.
¡Si al menos Dios hubiera tenido mi color...! -pensé.
En aquel momento, lleno de tristeza por dar a Dios la espalda, me desperté sobresaltado.
Y reflexioné así: ¿Por qué Dios no puede ser un Niño negro? Si Dios tiene todos los colores de la piel, y todos somos hermanos...
"...Anoche cuando dormía soñé, ¡bendita ilusión!", que: Me decidí a ir a Belén hasta el establo para adorar al Niño Dios. Viajaba al volante de mi flamante y veloz coche rojo. Antes de partir, llené su maletero de objetos inútiles para la naturaleza de la visita a realizar. Ni siquiera llevaba acompañantes para la marcha, el automóvil era mío y para mí solo.
Posiblemente confundí el viaje con unas vacaciones turísticas. Iba a Belén como quien se va a la playa a tomar el sol, o a la montaña a esquiar, a pasar unos días de descanso y diversión. Salí conduciendo muy despacio, respetando los semáforos y cediendo el paso a la gente. Tocaba el claxon a menudo y saludaba con cortesía a los viandantes. En realidad, lo mío no era un respeto a los demás, quería que prestasen atención al estreno de mi descapotable rojo.
El bello y gozoso sueño se transformó en poco tiempo en tremenda pesadilla. ¿La razón del cambio...? Un contratiempo en el viaje. Como si la carretera estuviera llena de clavos, mi vehículo se pinchaba una y otra vez. De nada servía mi habilidad para colocar la rueda de repuesto, ni la reparación de los pinchazos en los talleres mecánicos. Siempre había otro pinchazo más. Ante estos repetidos incidentes, pensé en retroceder, me angustié mucho y me desperté rápidamente.
Recapacité un momento y me dije: Para llegar ante Dios debo dejar mi coche y muchas cosas más, porque sólo es Navidad para quien sabe compartir.
Tuve la oportunidad de recordar en sueños el suceso maravilloso de Belén.
Como en la relación evangélica, lo envolvieron en pañales y lo acostaron en un pesebre. Como en la narración sagrada, no faltaban en las alturas coros de ángeles pidiendo gloria en el cielo y deseando paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
También, como en el relato aludido , aquella noche había en las cercanías del establo humildes pastores vigilando sus ovejas. Avisados por un ángel, los zagales se dirigieron hasta el portal para adorar al Niño.
De la misma manera, en mi sueño, como cuenta el evangelio, había una estrella fulgurante que cautivó la atención de tres Magos extranjeros y les sirvió de guía hasta Belén para preguntar al rey Herodes por viejas profecías. Luego, como en aquella misma descripción, acudieron al establo para adorar al Niño-Dios. Los Magos le entregaron ofrendas de oro, incienso y mirra.
La historia que recordé de dormido era tan bella, ¡tan bella!, tanto, que parecía realmente sólo un sueño, o una historia de hadas, o un cuento encantado>>
¡Tan bonito!, tan bonito fue el sueño, que no habría querido despertar, pero me despabiló el sonido de mi reloj a la hora habitual de levantarme. Mientras me vestía, evoqué el bello sueño. Pensé que algo tan hermoso no podía ser real. Sería una fantasía de dormido. Me dije que de despierto nadie podría soñar algo tan grande.
Apenas había dejado de pensar en mi sueño, o mejor dicho, él sueño había dejado de ser el tema central de mi pensamiento, cuando me pareció haber hallado una razón a esta historia soñada y, sin embargo, real. Recordé que los seres humanos necesitamos un Dios para hallar una respuesta al porqué de nuestras vidas. Precisamos de algo en qué creer. Y si no creemos en Dios, creeremos, en la ciencia, en la política, en la técnica, en la sociedad... Ya tenía la solución. Pero no, no del todo: Dios es mucho más grande que todo eso -me dije- y todas estas cosas por sí solas están completamente vacías.
Sólo Dios da sentido a todo... también a nosotros mismos... Y, tras muchas y largas meditaciones, llegué a una conclusión: No era sólo un sueño. El suceso era totalmente cierto. La mente complicada de los hombres no puede inventar una historia tan sencilla y, a la vez, tan bonita y tan grande...
Tampoco tenía razón de ser la justicia: simplemente porque no existía la injusticia>>.
El sueño fue tan hermoso, que de haber estado en mi mano me habría resistido con todas mis fuerzas a despertar. Habría preferido quedarme en el bello mundo de mis sueños a volver a la dura realidad. En la belleza de mi sueño no habría sentido ningún deseo de volver a esta vida de despierto. Pero el sonido de mi despertador hoy fue infinitamente más cruel que cuando no me deja dormir lo suficiente según mis deseos. Sonó el timbre del reloj y puso fin a tanta felicidad soñada. Y me desperté a una difícil realidad y pensé: Esta vida es bien distinta de la apreciada en mi sueño, pero precisamente por ese motivo nace Dios. Viene para ayudarnos a transformar el mundo dándonos su Amor.