Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.
Vivimos en plena fiebre del consumismo. En esta sociedad de hoy, "vales cuanto tengas para gastar, si nada tienes, no importa quién seas, nada vales". Por desgracia, esto no es un dicho, es una realidad que se vive. Por cualquiera de los medios de comunicación, de imagen, sonido o letra impresa, no nos libramos de multitud de anuncios publicitarios destinados a vendernos lo necesario y lo innecesario. Lo segundo, más que lo primero. Pues para vender lo imprescindible, no hacen falta promociones.
En el arte de vender, aparte de machacarnos a todas horas con la publicidad, hay trucos de todos los estilos. Lo importante es atraer al cliente. Se utiliza la oferta de determinados artículos a un precio inferior al real para recuperar esa pérdida en otros productos. Se aprovecha el sistema de rebajas de prendas de inferior calidad con el pretexto de estar fuera de temporada. Se inventan liquidaciones. Se emplea el dar un regalo por el volumen de ventas. Se sirven hasta el chantaje, eso sí, legal: "Le devolveremos "X" en la compra del próximo producto".
En este afán de ventas, hay fiestas en el calendario que parecen salidas de una operación de marketing. Incluso, las fiestas más tradicionales, como la Navidad, se están convirtiendo en una excusa para decirnos indirectamente "compre". Así, entre las fiestas inventadas o aprovechadas para vendernos un regalo para un ser querido, tenemos: el día de la madre, el día del padre, el día de los enamorados, los regalos de Navidad para pequeños y mayores, o los propios Reyes Magos cargados de juguetes para los niños, además de fechas móviles como bodas, comuniones y bautizos. Cualquier ocasión es buena para vender. Ya, parecen más fiestas salidas de las ideas de los propietarios de unos grandes almacenes para promocionar el volumen de sus ventas que de la necesidad del corazón humano de expresar sus sentimientos.
Al final, quienes se oponen, o nos oponemos, a este sistema consumista, porque nos parece degradante para la dignidad del hombre, nos vemos ante un verdadero dilema. Por un lado, quisiéramos rebelarnos y decir "¡basta ya!". Por otra parte, no podemos arriesgarnos a que nuestras personas amadas se sientan menos que los demás. No tenemos elección. No podemos ir en contra de la corriente. La reflexión es así de sencilla: "Si todos los amigos de mi chiquillo tienen una video-consola, ¿cómo el mío va a ser diferente? ¿Será esa diferencia buena para él...?".
El valor de cualquier regalo no está en la calidad del mismo, ni siquiera está en servicio que pueda prestar a la persona obsequiada. La auténtica valía del regalo, está en algo que ni se compra ni se vende, en el amor con que se haga. Todo lo demás... son pormenores sin ninguna clase de importancia.
"Estimado Melchor:
Un saludo.
Estaba revisando, calculando y anotando en mi libro particular, las peticiones de regalos que los niños en sus cartas me han solicitado para la cercana Navidad, y me ha entrado el mal humor. He pensado quitármelo de encima cambiando de actividad y dirigiendo unas líneas por correo hacia ti. Perdona la expresión mal humor. Sé muy bien que los niños no podrían imaginarnos a ninguno de nosotros con gesto sombrío, pero aunque no se refleje en el rostro, sentimos una pequeña indignación interior.
Todos los años, al iniciar la lectura de las cartas me pasa lo mismo: me entristezco un poco porque las cartas no son tan humanas como yo quisiera. Sin embargo, acabo mi labor de temporada satisfecho por el deber cumplido y por la alegría que se siente al dar. En mi caso / nuestro caso, es muy fácil sentirse dichoso: me contento simplemente con las sonrisas -siempre bellas- de los niños. Mi problema -y también el de todos los pequeños- es que cada año las peticiones recibidas por Navidad son un poco más egoístas. El consumismo, que satura la sociedad actual, también se pega a los niños.
Con demasiada frecuencia, pienso que no debiera atender algunas demandas o, por lo menos, substituir por otros los regalos pedidos en ellas. Pero a mí -como a vosotros- hacer cambios no me es del todo posible, pues sería manipular la ilusión. Y atender las peticiones como son, es nuestra obligación, pues sin ninguna duda nos debemos a los anhelo infantiles.
Nosotros no envejecemos para achacar a ello la apreciación de la diferencia entre como son las peticiones y nuestro deseo de la forma en que debieran ser. Sin embargo, se puede afirmar que con el tiempo, sí ha cambiado el signo de algunos pedidos que los niños expresan en esta época del año. Antes, los niños eran menos egoístas.
Cuando concluye mi trabajo y pasa la Navidad, hago limpieza y quemo casi todas las cartas: siempre archivo las mejores. Todos los años las hay muy buenas. Pero cada vez son menos los mensajes llenos de bondad que merece la pena guardar. Hay peticiones repletas de ternura, que por su actitud desprendida serían dignas de multiplicar sus deseos por mil. Algo que, en ocasiones, tampoco nos es posible hacer, pues somos limitados y no podemos olvidarnos que hay más peticiones y existen otros niños esperando nuestros regalos y no debemos defraudarles. Otras demandas -menos acertadas en sus deseos- lo mejor es atenderlas simplemente por obligación, y después de cumplido nuestro deber, olvidar que existieron.
Lo grave de todo este afán consumista del mundo, es que la sociedad, con su forma de actuar egoísta, está influyendo negativamente en el comportamiento sencillo de los niños. Y los mayores rompen sin querer la inocencia habitual de los pequeños con su visión de consumo de la vida. Es muy triste comprobar que hasta los anhelos de los niños se conviertan en ocasiones en tan poca cosa: en algo que se usa brevemente y se tira. Transformándose con esta brevedad en el uso, en lo contrario de lo esperado a la hora de regalar, en un capricho cuyo final es la desilusión.
Nosotros vemos la vida desde arriba, de forma global y de un modo distinto al de la sociedad actual. Nuestros niños son todos los pequeños del mundo, sin excepción. Es lamentable que, mientras unos no tienen alimentos para comer, otros derrochen tanto en regalos. He pensado que los pequeños podrían dar con su inocencia una lección a los mayores. Tengo la intención de proponer -cuento para ello con vuestro apoyo- que se destine un tanto por ciento de lo gastado en juguetes para ayudar a otros niños más necesitados.
Aunque... -ya lo sé- difícilmente alguien escuchará mis sugerencias. No me hago ilusiones. Pues la propuesta iría en contra de las costumbres de los tiempos actuales. De todas formas, la mía, no pasará de ser una insinuación para llamar la atención: a los niños les conceden poca voz en esto. Pasará Navidad, y nadie se acordará de mis propuestas.
No te olvides de dar recuerdos a los Reyes, Gaspar y Baltasar.
Cuando pase el exceso de trabajo del tiempo de Navidad, nos reuniremos para tratar de nuestros temas comunes, problemas y satisfacciones. Y después, con más tiempo libre, echaremos los cuatro unas partidas de cartas. ¡Adiós!" . (Papá Noel).