INTRODUCCIÓN Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich

Cuando era un adolescente, creía que la vida era algo así como una ciencia exacta. Entonces, para mí, la vida era como las matemáticas, más o menos. El resultado de la operación dependía directamente de los factores. Por tanto, según mis teorías, era absurdo obsesionarse con la búsqueda del desenlace, porque, lo importante era hallar los agentes determinantes para tal fin. La operación no podía fallar. Ser un hombre de provecho, consistía en adquirir una buena formación educativa. Para poder disfrutar de salud en el futuro, lo principal era mantener el cuidado del cuerpo. Para adquirir amistades para el día de mañana, bastaba con no buscarse enemigos y tratar a los demás con amabilidad y respeto. Para mí, la felicidad era un poquito de aquí y otro poquito de allá, de todas partes. Para ser feliz, el secreto -si existía- estaba en encontrar las proporciones adecuadas en los factores determinantes del producto.

Y no eran malas mis reflexiones, pero estaban incompletas, pues ignoraba o trataba de ignorar el peso de las circunstancias. Las circunstancias no sólo son algo -bueno o malo- grande que sucede una vez en la vida, sino también algo de todos los días: una familia o una ausencia de ella, un cariño o una bronca, un encuentro o un desencuentro, una palabra o un silencio, una sonrisa o un mal gesto, una amistad o una soledad, un amor o un desamor, etc. Nada funciona a piñón fijo. En las circunstancias todo tiene infinidad de posiciones.

Donde sí hubo, por mi parte, una equivocación completa fue cuando alguna vez llegué a pensar que en esta tarea de buscar los factores determinantes, incluso eran válidas las trampas.

De pronto... la vida me enseñó sus uñas, a través del padecimiento de una enfermedad degenerativa, Ataxia de Friedreich. Las circunstancias encontradas fueron difíciles. Contra lo pensado, constaté que dos más dos, lo mismo podía ser cero, uno, o seis. Con el tiempo, todos mis esquemas de juventud se vinieron abajo, y me llené de preguntas.

Hoy -con muchísimos reparos- sé la respuesta a mis interrogantes. Esas contestaciones nada tienen que ver con las propiedades de exactitud de las matemáticas. Depende de quien se haga las preguntas y hasta del momento de hacérselas. Hoy se piensa de un modo, ¿mañana? Quién sabe... Nadie puede saber su comportamiento de mañana. Podemos errar porque somos humanos y colocarnos de espaldas a la verdad, o modificar la verdad a nuestro antojo hasta el punto de creernos nuestras modificaciones. Y aún hay más para desconocer nuestra actitud futura: En ocasiones, todos los esquemas preestablecidos se resquebrajan. Nada se entiende ni se puede entender en algunos casos. Hay mañanas bajo el sol de todos los colores. Los colores oscuros no son buenos para la mente humana. Es como un círculo vicioso donde una pregunta no lleva a una respuesta, sino a más preguntas. En este difícil punto, lo blanco puede resultar negro, y lo negro, blanco. Las teorías en esta situación no son infalibles para nadie. Pero, mejor dicho, quien puede fallar no son siquiera las ideas, sino el sujeto humano.

Al final, ante tanta pregunta desconcertante podemos optar por distintas rutas. Sin embargo -si somos sinceros y tenemos medianamente clara nuestra mente- sólo hay dos caminos viables: la humildad, esto es reconocer la ignorancia sin más, u optar por la confianza. El primero, es exclamar como Sócrates : "¡sólo sé que no sé nada!". El segundo camino consiste en la aceptación de la existencia de una razón Suprema que no cabe en la mente humana.

Es difícil, pero posible -si el sujeto lo estima suficiente- quedarse únicamente en la primera de las vías descrita. Pero en realidad no es una ruta en sí, sino un prólogo de la segunda de las rutas. Lo cierto es que al camino de la confianza, sólo se llega pasando, consciente o inconscientemente, por el de la humildad.



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