EL SUEÑO DE LOS REYES MAGOS

Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

A primera vista, yo diría que un niño sin ilusión no es niño. Sin embargo, no puedo, ni tampoco es posible para nadie, afirmar textualmente esa frase inicial, porque, por desgracia -y debiéramos sentir vergüenza por ello- sí existen en el mundo muchos niños que carecen de ilusiones de ninguna clase.

Tan perjudicial es insistir con esta bonita historia de los Reyes Magos a un niño que ya no cree en ella, como privarle de esa ilusión. Lo primero es absurdo. Lo segundo -además de poco adecuado- me parece una crueldad: Es matar en los pequeños la fantasía, el ensueño y la ilusión. Y -como las hojas caídas- "las ilusiones perdidas son ¡ays! desprendidos del árbol del corazón". (Espronceda ). Quitar a un niño la posibilidad de soñar, es como despertarlo de un sueño fantástico. Y lo más grave del caso, es hacerlo molestos porque nosotros, los mayores, hemos perdido la capacidad de imaginar ilusiones. La realidad o la irrealidad de un sueño, no depende de lo soñado, sino de la aptitud de quien sueña. Por eso, para los niños los sueños siempre son reales...

La verdad del tema de los Reyes Magos es... ¿Qué verdad? ¿Acaso la inocencia no es verdad...? De todas formas, afirma el dicho: "nada es verdad ni mentira, todo depende del color del cristal con que se mire". Y... el color del cristal con que miran los niños siempre es rosa. Es la edad de la inocencia. Todo es verdad para ellos, pues no necesitan hacer distinción entre sueños y realidad.



Los niños de nuestra historia relacionada con los Reyes Magos eran hijos del matrimonio Martínez. Eran como cinco angelitos, revoltosos, pero angelitos. Todos estaban entre uno y ocho años de edad. Hoy es poco habitual hallar familias tan numerosas. ¿Por qué...?

Por fin, en el colegio, llegaron para los niños mayores las esperadas vacaciones de Navidad. La Navidad es esperada por todos, pero la esperanza es un patrimonio especial de los niños. También, para los menores cerró sus puertas la guardería. Navidad es para estar juntos en familia. En casa, ¡vaya lío! Cuando no chillaba el uno, gritaba otro, o lloraba un tercero. Y si no, todos alborotaban a la vez.

- ¡Harta, me tenéis harta! -gritaba desesperada la Sra. Martínez.

Ya no sabía qué hacer para calmar a los niños. Tenía un largo repertorio de exclamaciones para estos momentos: -¡Estaros quietos!. -¡Esto es una casa de locos!. -¡Nos van a echar los vecinos!. -¡Vaya escándalo!. -¡No puede ser!. -¡Parece la guerra!.

Pero luego, tras esta última exclamación, siempre pensaba arrepentida: "¡Ojalá todas las guerras fueran tan inocentes como ésta!"

Llegó, como todos los años, la hora de escribir a los Reyes Magos. Como en Navidades anteriores, el encargado de expresar los deseos de los niños fue el mayor de los hermanos, Manolín. Y -con la recomendación de no poner faltas de ortografía-, actuaba en su encargo bajo la tutela y sugerencias de mamá. La carta -escrita en el papel adecuado que venden para tal fin- decía así:

"Queridos Reyes Magos:
Os escribo por todos mis hermanos. Ellos son más pequeños que yo y algunos no saben ni siquiera escribir. Mi madre dice que pedir no cuesta nada. Pero, también dice que no pida mucho, porque podéis enfadaros y no traer nada.
Queríamos un balón de fútbol y otro de goma. También mis hermanas quieren dos muñecas. Dice mi madre que a los Reyes no hace falta encargarles ninguna marca, porque los Reyes lo sabéis todo. Y Serafín pide una bicicleta pequeña. Como mi hermano es "un trasto", la dejó en medio de la calle y se la pilló un coche. Ahora tiene las ruedas "como un ocho", y dice mi padre que no es posible arreglarla. Dice mi madre que no hable mal de Serafín. Y también dice que traigáis las cosas, ya se encargará ella de repartirlas. Bueno, si sois generosos, podéis traernos también un tren de juguete.
Dice mi madre que no me olvide de poner ¡Feliz Navidad!". (Manolín).

La noche de Reyes es mágica para todos los niños. ¿Quién no tiene alguna noche de Reyes grabada en el recuerdo? Por lo menos, ¿quién no ha sido niño? ¿Quién no ha soñado alguna vez con esa noche...?. Los pequeños Martínez estaban más nerviosos que de costumbre. Apenas cenaron y no tenían ninguna prisa por acostarse. Era como si el sueño de todos los días -el mismo que siempre pesaba en los niños hasta dejar alguno dormido antes de ir a la cama- aquella noche no existiera.

Ya en la habitación de los niños, estaban sobre una alfombra preparados los zapatos. Aquella noche el calzado brillaban más que nunca. Eso les pareció a los pequeños. Sacaron esa impresión, porque, aquella noche, los zapatos fueron el objetivo principal de sus miradas. De todas formas, eran algo ciertas las impresiones de los niños. Los zapatos siempre habían estado brillantes, pero, para esta ocasión, la Sra. Martínez había puesto en ellos un toque muy especial. Sin embargo, en tan buena disposición, la mamá, con el ajetreo del día, había olvidado de colocar junto a los demás zapatos el calzado del niño más pequeño. Él no podía darse cuenta de esta ausencia, pues todavía no comprendía aquella situación. Los demás niños estaban tan fuera de sí con la ilusión, que tampoco advirtieron la falta.

Los niños se empeñaron -con insistencia y todos a la vez- en dejar la ventana abierta.

"¡Cómo se puede quedar de par en par la ventana una noche de enero! ¡Imposible!" -pensó la mamá temiendo que sus hijos cogieran un resfriado.

- ¡Cogeríais catarro! Vale con que se quede abierta la persiana -exclamó la mamá.

A causa de esta petición de los pequeños y, para tranquilizarlos, la Señora Martínez contó a sus hijos que los Reyes pueden traspasar paredes. Entonces Serafín -el más despierto de todos los hermanos- se acordó de una escalera para subir hasta la habitación (pues vivían en un tercer piso) y expuso la cuestión. Y la mamá -con la paciencia que sólo tienen las madres- les relató una historia de camellos que vuelan.

- ¡Jo!, yo creía que los camellos tenían joroba, pero no tienen alas para volar -replicó Serafín al instante.

- Bueno, vuelan sin alas -improvisó una contestación la mamá muy sorprendida, porque cuando refirió lo de los camellos voladores no había contado con la difícil cuestión que le iban a plantear sus hijos.

Pero siguieron las preguntas. ¿Y...? ¿Y...? ¿Y...?

- Son Magos y se acabó, lo pueden todo. Y ahora a dormir, que para eso es la noche, y hasta el sol se acuesta -dijo la mamá con la cara más seria. De no haberse mostrado así de severa, sus hijos se habrían pasado la noche preguntando.

Los niños estaban nerviosos. Sobre todo, a los hermanos mayores que se daban más cuenta de la situación, se les notaba una excitación especial. Aquella noche, tardaron en dormirse más de lo habitual. ¡Qué recuerdos!. Estoy seguro que esto mismo nos ha pasado a todos. Los niños querían ver, despiertos, a los Reyes. En esa ilusión consistía la ausencia de sueño. Pero, rendidos por el cansancio acumulado durante el día, se cerraron sus párpados a pesar de la resistencia y se durmieron. Entonces comenzó el bello sueño:

Entraron los tres Reyes Magos. Nadie sabe cómo ni por dónde penetraron en el dormitorio. Simplemente aparecieron. Eran los mismos del año pasado. Por ellos no pasa el tiempo. Los Reyes no cambian. Traían las mismas vestiduras de sedas de colores con adornos de piel de armiño en sus capas. En sus cabezas lucían relucientes coronas de oro llenas de piedras preciosas incrustadas. Dos de ellos tenían barba blanca. El otro Rey era negro y parecía mucho más joven que sus compañeros. ¿Tal vez era la ausencia de barba quien le daba apariencia de juventud? Todos los Reyes son simpáticos, pero de los tres, el negrito -como a todos los niños- también a ellos les inspiraba más simpatía. Hasta -recordando las palabras de la mamá-, a través de los cristales de la ventana y con las estrellas de fondo, vieron la silueta de la cabeza de un camello volador.

Sólo el Rey Gaspar llevaba bolsa para distribuir los regalos y sacaba de ella cajas y más cajas. Parecía un saco mágico que nunca se vaciaba. Sacó muchos más paquetes que regalos habían pedido los niños.

Baltasar -el simpático negrito- pareció olvidarse de que era Rey Mago. ¿La razón de la apariencia del olvido?: Contaba por los dedos, como lo hace un niño que no entiende de cuentas. Lo hacía repetidamente. Sumaba una y otra vez, cual si no supiera contar o hubiera hallado un problema superior a su mente. Después, se llevó el índice a la boca para pedir de esta forma silencio al Rey Melchor. Y seguidamente, susurró unas palabras al oído de su compañero.

Tampoco Melchor supo resolver aquella cuestión expuesta por Baltasar en la que ni siquiera había reparado. Gaspar, mientras tanto, seguía muy activo extrayendo cajas de su saco mágico.

Los dos desconcertados Reyes le llamaron inmediatamente por señas para consultar con él la dificultad.

Como si hubieran descubierto algo grave, se pusieron a deliberar. Hablaban los tres Reyes muy juntos. Conversaban en voz baja y con las cabezas casi pegadas. Guardaron muy bien la quietud del dormitorio. Adoptaron las debidas precauciones para no despertar a los pequeños con su conversación. Por fin, hallaron una solución al problema. Pero... ¿qué pasaba...?: Simplemente ocurría que el Rey Baltasar había descubierto la existencia de un niño más que pares de zapatos.

Los Reyes siempre tienen soluciones para todo. "Para eso son Magos" -les había dicho la mamá a la hora de acostarse-. Buscaron en su saco mágico una caja de zapatos nuevos, de por estrenar. Seguidamente, la dejaron con sumo cuidado en la alfombra junto a los otros calzados. Y después, desaparecieron misteriosamente. Nadie supo cómo se marcharon. Se fueron de la habitación de la misma forma que llegaron.

Los pequeños durmieron de un tirón hasta el amanecer. Así lo hacen todos los niños. ¡Qué suerte tienen! ¡Cuánto me agradaría a mí dormir así!. Despabilaron su adormecimiento a la mañana siguiente. Se despertaron un poquito antes de la hora de costumbre. Se ve claramente que aquella noche durmieron con una preocupación, con un deseo y con una esperanza... Y, cuando despertaron, poco después del amanecer, -llenos de ilusión e intensa emoción- dirigieron inmediatamente sus ojos hacia los regalos. Allí, sobre la alfombra, estaban todos los juguetes metidos en sus cajas envueltas en papel de regalo y adornadas con lazos de colores. Y también, también estaban los zapatos nuevos para atestiguar todo lo sucedido esa noche.

Los niños nunca olvidarán su sueño. Porque, soñar es tan bonito y necesario que, a veces, nadie querría despertarse, o, por lo menos, cualquiera desearía que sueños tan bellos como éste de los Reyes Magos tuvieran lugar todos los días...



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