Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.
El dolor es un profundo misterio para el ser humano. "¿Por qué?" -nos preguntamos con insistencia ante el acoso del dolor. Los científicos van descubriendo poco a poco el origen y la evolución de las enfermedades humanas y achacan el dolor a un mal funcionamiento de algún órgano del cuerpo o a un mal estado de ánimo de la persona. Pues, no podemos olvidar la existencia de dos clases de dolores, aunque vayan unidos entre sí. Existe el dolor físico -que también lo sienten los animales- y el dolor psíquico -propio de la persona y mucho más difícil de controlar que el anterior-. Pero... la contestación que puede dar la medicina referente al dolor, personalmente no nos resuelve ningún interrogante. De cara a resolverme el porqué, ¿a mí, de qué puede servirme un informe médico donde diga que mi hígado (por ejemplo) es defectuoso...? A pesar de esa contestación, seguiría preguntándome: "¿por qué?". Si acaso, cambiaría el sentido de la pregunta. Me preguntaría: ¿Y por qué mi hígado es defectuoso...? Y, suponiendo que también la medicina tuviera respuesta a esa pregunta, siempre existiría otro "por qué" ...y otro, ...y otro: ¿Y por qué precisamente el mío y no el de otro...?.
El mundo está poco preparado para el dolor. Esa es la verdad. El dolor personal siempre nos pilla desprevenidos, y para el ser humano es muy difícil -¿imposible?- aceptarlo en su totalidad. Por otra parte, vivimos -salvo excepciones- despreocupados ante el sufrimiento ajeno. Tal vez dolor y ser humano sean dos cosas incompatibles condenadas a convivir. Nos dirán en referencia al dolor que la vida es un valle de lágrimas. Y eso es cierto. Sólo lo ignoran los necios. También nos dirán que cada uno tiene su cruz. Y, con alguna discrepancia en cuanto al tamaño, también es verdad. Aunque esa es una expresión de creyentes, nadie -crea o no crea- puede negar el fondo del significado. Podría decirse lo mismo con distintas palabras. Pero... ¿ambas cosas no nos suenan a chino...?.
Lo cierto es que el dolor lleva a preguntarse ¿por qué?, ¿por qué? y ¿por qué? hasta la saciedad. No hay contestaciones para esos interrogantes. Sólo las respuestas que podemos encontrar más allá de las estrellas -sin satisfacer nuestros deseos de hallar una razón- pueden calmar nuestra necesidad de hacer preguntas. De todas formas, esa clase de contestaciones, como el dolor mismo, son difíciles de asumir por el ser humano. Nuestra propia condición requiere respuestas palpables. Y, esas contestaciones basadas en la confianza en un Ser Supremo, se pueden creer... pero ¿razonar...? Sólo desde la fe, el dolor tiene una explicación basada más en las creencias que en la razón. Sin fe, el dolor es inadmisible para el ser humano.
Hasta el momento de la historia reflejada en esta narración, Teresa había juzgado que felicidad -concepto erróneo y pensamiento muy común en la actualidad- era hacer en cada momento lo que le diera la gana. Y por tanto, ella opinaba como muchas personas: que no es posible ser feliz cuando en la vida los acontecimientos no salen bien.
Un día del mes de octubre, una buena amiga del colegio, Rosa, tuvo la ocurrencia de proponerle asistir a una reunión en la Asociación de Visitadores Sociales. Su amiga pertenecía a este grupo desinteresado desde hacía más de medio año. Desde luego, Teresa, por sus conceptos de la vida, no acogió el proyecto insinuado por Rosa con un mínimo de entusiasmo.
"¡Vaya lata!" -pensó ante la propuesta.
Pero, Teresa le debía algunos favores a su amiga. No podía negarse. Por este motivo -aunque interiormente no respondiera de muy buena gana- no tuvo más remedio que adaptarse a la petición y, en honor a la buena educación, se vio obligada a dar una respuesta afirmativa a la proposición.
Como ambas habían convenido, el domingo después de comer se dirigieron juntas a los locales donde habitualmente se reunían los asociados. La conversación del camino giró en torno a la actividad de la Asociación. Teresa no estaba convencida de que la tarde no fuera una pérdida de tiempo, pero se cuido de dar a entender sus negativas impresiones. Llegaron. La puerta del local estaba abierta. Se sucedieron los saludos por parte de desconocidos para ella. La nueva visitante se convirtió por unos momentos en la estrella de la reunión. Unas sillas de madera de tipo plegable eran los únicos muebles allí existentes. Las paredes del salón donde se congregó el grupo estaban desnudas de cuadros. Dos simples carteles de color blanco con letras negras -sin ninguna clase de dibujo- adornaban la sala. El primero de ellos decía con letra de estilo gótico: "Los seres humanos pasamos la vida buscando cariño". El otro letrero era de signos más sencillos, pero no por ello menos grandes, y se podía leer en él: "Las peores enfermedades se llaman soledad y desamor".
En aquel lugar de la cita -extraño para ella- Teresa descubrió algo bien lejos de cuanto había imaginado hallar cuando recibió la invitación de su amiga Rosa: No había curas, ni monjas -como había pensado encontrar- sólo halló jóvenes de ambos sexos y, más o menos, de su misma edad. Tampoco encontró sermones -esa era su idea- todos hablaban en el más completo compañerismo de sus experiencias en las visitas. Ni siquiera halló exigencias -había pensado en compromisos- el lema de la Asociación era bien sencillo: "Escucha y sonríe". Hasta no había ordenes -a todos nos fastidia que nos manden- todas las decisiones se tomaban de común acuerdo. Y al instante, Teresa se sintió sumamente atraída por una actividad que -sin conocerla en absoluto- había juzgado poco tiempo antes demasiado a la ligera, y no positivamente.
Pasaron una hora aproximadamente en aquella agradable reunión intercambiando ideas. Después -según el fin de la Asociación- todos se fueron por parejas a hacer una visita social. Teresa y Rosa, fueron a pasar la tarde con los ancianos de una Residencia. En aquel lugar de su destino, todas las personas mayores allí residentes le referían su nombre y, a la vez, le preguntaban por el suyo.
"¡Son la mar de simpáticas!" -se dijo muy contenta de estar allí con ellas.
Todos los hombres tienen un nombre propio. ¡Qué cosas más raras dice esta última frase! Ya lo sabemos. Pero no es una tontería recordarlo: En la vida y con demasiada frecuencia, a los hombres se les/nos confunde con simples números. Dos... tres... muchos ceros detrás. ¡Qué más da!, si ya son cifras... ¡números, sólo números! Al contrario, cada ser humano es irrepetible. Y cada persona tiene unos sentimientos propios y una historia diferente. A todos los ancianos les encanta contar su vida. Y sólo con escuchar sus palabras se puede hacer que las personas mayores sean felices.
En ningún momento, Teresa se sintió rechazada por los ancianos. Muy al contrario. El único reproche que encontró a propósito de su visita, venía de su parte. Se reprochaba haber ignorado durante tanto tiempo a aquellas personas. En la vida, vivimos tanto nuestro yo, que nos olvidamos de la existencia de los demás.
Las horas se hicieron fáciles en la Residencia de ancianos. Pasó la tarde casi sin enterarse. Llegó la noche, y hubo que despedirse. Ya de regreso en el autobús, Rosa -que había estado más veces allí- preguntó a su amiga:
- ¿Qué tal? ¿Qué te parece?
- Lo he pasado fenomenal -respondió Teresa muy animada.
- Ya verás, cuando les conozcas más, serán como tus abuelos. El único problema es que vas a tener muchos. Demasiados para poder atender a todos con la amabilidad que quisieras.
A Teresa le agrado enormemente la nueva experiencia vivida. Esperaba impaciente la llegada del domingo siguiente para poder repetirla. Era una diversión haciendo el bien. Nunca habría imaginado que se pudieran hacer ambas cosas a la vez.
Llegó el día esperado. Como el domingo pasado, las dos amigas acudieron juntas al local de la reunión. Una pérdida del autobús fue el motivo para llegar con cierto retraso. La asamblea ya había comenzado. Tras un "¡hola!" y una petición de disculpa por la tardanza, se sentaron. Todos los acontecimientos en los locales de la Asociación transcurrieron de forma parecida a la vez anterior. Teresa ya no era una novata y entró un poquito más en los diálogos. Pero aquel día, había algo nuevo. Se proyectaba una visita más. El lugar elegido para el fin social, era un Centro de Parapléjicos.
Y Rosa -con más experiencia en las visitas y siempre generosa y disponible para el servicio- se ofreció voluntaria para el nuevo fin. Por esta circunstancia, el trabajo con los ancianos quedó para otra pareja nueva.
Teresa -aunque no dijo nada por la decisión unilateral de su amiga- se vio contrariada en su interior. Había una causa muy sencilla de explicar para su pequeña decepción: Había pasado toda la semana tratando de adivinar las preguntas que le iban a dirigir aquellos simpáticos abuelos. Y -cómo no- también había estado estudiando las respuestas convenientes a dar a tales cuestiones.
En su nueva visita, Teresa y Rosa hallaron un comportamiento muy diferente al esperado. En sus previsiones no habían contado con el estado anímico de quienes hallarían en el Centro. Allí en aquel sitio, todos los residentes eran relativamente jóvenes y estaban postrados en sillas de ruedas.
La forma de comportarse de los jóvenes residentes ante su visita, era totalmente opuesta a la de las personas mayores del domingo pasado: apenas querían hablar. Con los ancianos era facilísimo entablar un diálogo. Allí, en aquel Centro, aquella circunstancia de trabar un coloquio era una labor bastante difícil. Por este motivo, la experiencia no resultó tan positiva como la vivida la tarde citada. Recibieron la impresión de que aquellos jóvenes no querían hablar. Había que sacarles las palabras. Hasta tenían la sensación de que se negaban a contar su propia historia a unas extrañas. Ante la aparentemente ocultación de su vida, tampoco ellas se atrevían a preguntar. Un cierto aire de misterio se podía palpar en el ambiente. Solamente quienes llevaban más tiempo en el Centro, parecían tener algún interés hasta por lo más elemental, vivir.
El camino de regreso a casa -motivado por el pesimismo extraído de la experiencia y ayudado por el influjo negativo de la noche- se parecía a un vacío rodeado de misterio. Afectadas por lo ocurrido, caminaban en un absoluto silencio. Sin duda, su cabeza estaba desconcertada. Y sus pensamientos rayaban con lo tenebroso e impedían la emisión de las palabras. Hasta el exterior -como borrado por arte de magia- había desaparecido de su mente. El ruido de los motores de los coches, sus luces, los letreros eléctricos, los escaparates publicitarios, los demás viandantes... nada existía para ellas. Su pensamiento era la única realidad. Por fin, Teresa se atrevió a romper aquel vacío silencioso con una lacónica pregunta:
- ¿Qué?
- Me da tanta pena -respondió Rosa con voz afligida-. Siento que yo no puedo hacer nada por estas personas.
Y siguió otra vez el silencio, porque en momentos así de complicados, sobran las palabras. Bien podría decirse que el pensamiento había ganado la batalla a las expresiones. Y en esos casos, las reflexiones surgen en tropel impidiendo cualquier conclusión. Porque, es fácil sacar ideas de un pensamiento, pero es del todo imposible sacarlas con la cabeza llena de ellos y pidiendo reflexiones todos juntos a la vez.
Pero... hay una realidad humana que no conviene olvidar: el cariño y las sonrisas hacen milagros. ¡Vaya si los hacen! Y, domingo tras domingo, vieron que ellas con su visita sí podían hacer allí, y mucho además. Por los residentes, y también, también por ellas mismas.
Allí, en aquel Centro, Teresa conoció a Aurelio. El nuevo conocido era una persona que casi tenía el doble de la edad de ella. Tampoco era tanto, porque ella tenía solamente veinticuatro años. Este hombre, al principio sólo contestaba con monosílabos. Era como si no se atreviera a hablar. Pero... el cariño parecía haberle desatado la lengua. Ya no se sabía bien si era el animado, o el animador.
Aurelio hablaba de una forma poco común: pausadamente. Su hablar era como si meditara cada una de sus palabras inmediatamente antes de expresarlas. Parecía no dejar en su lenguaje ni una sola letra, ni una coma, a la improvisación. Esta manera de hablar, unida al amplio vocabulario utilizado, daba a su forma de expresarse un aire de elegancia. Además, hacía reflexiones extrañas, poco corrientes.
Leía muchísimo. Sus ojos preferían estar distanciados de las letras para leer. Un día a Aurelio se le cayó el libro de lectura que sujetaba con sus manos poco más arriba de la altura de sus rodillas. Teresa -en un gesto de ayuda, para eso estaba allí- se acercó de inmediato para recogérselo.
Y Aurelio le respondió a su amable acto de esta manera:
- Deje, déjelo usted, ya lo recogerá este pobre loco.
Mientras recogía el libro del suelo le contestó:
- De tú, de tú. ¿Loco? ¡Qué barbaridad!, ¿loco? ¿A quién se le ocurre loco?
La conversación siguió:
- Entre tú y yo -contestó Aurelio- hay una diferencia de apreciación en esa palabra. Porque, tú la ves como un adjetivo peyorativo. Para mí, es todo lo contrario. Busca la palabra loco en el diccionario y verás que entre otras definiciones, pone: "Poco razonable". Así es la vida misma. La vida no se puede razonar. Anda, pregunta, pregúntate a ti misma: ¿Por qué estás aquí...? Pero no me contestes.
Teresa tenía la mano sobre el hombro de su interlocutor. Esta era una forma de hablar sin palabras.
- No me respondas -siguió otra vez Aurelio- porque puedes hallar con suma facilidad una respuesta. Pero esa contestación que hallarías, sería solamente superficial sin llegar al fondo de la cuestión. Hazte otra pregunta más comprometida que la anterior: ¿Por qué tú no estás en esta silla de ruedas, y yo a tu lado de pie escuchándote?.
¿Cómo iba a responder a la pregunta?, si estaba realmente sorprendida por el interrogante. No hubiera sabido dar una respuesta. Pero, la verdad, ¿podría responder alguien...?.
- ¿Tiene sentido hablar de buena o mala suerte? -preguntó Aurelio-. ¿No pensarás en el absurdo y ridículo "te ha tocado"? La vida no puede ser un juego donde siempre perdemos los mismos. Sólo hay una respuesta convincente a mi anterior pregunta. Llegarás a esa contestación tanto si eres creyente como si necesitas creer: Es Dios. El sabrá... Si prescindimos de Dios, no hay ninguna contestación a los principales interrogantes del género humano. Sólo podemos prescindir de Dios si no creemos estar necesitados de plantearnos esa clase de preguntas. Dios es la única respuesta que sirve para contestar a todas las preguntas que ronden nuestra cabeza sobre el sentido del hombre. Pero... esa misma contestación deja de ser razón para convertirse en confianza. Por falta de respuestas, la vida misma es locura, está llena de sinrazones.
Escucha... Claro que escuchaba.
- Todos los hombres estamos en cierta manera locos -continuó diciendo Aurelio-. Sólo los animales no se hacen preguntas. Pueden vivir tranquilamente sin hacérselas. Hay que estar en cierta manera loco para vivir, pues no se puede razonar la vida, ni cuanto sucede en ella. Pero, hay locos de dos clases, quienes lo admitimos y quienes no. Los primeros tenemos solución: amor, comprensión, una sonrisa, una mirada, un gesto, una palabra... Los otros, locos con etiqueta de cuerdos, difícilmente van a admitir ayuda. Porque, para aceptar un remedio médico, primero es necesario sentirse enfermo.
Hubo una pequeña interrupción. Luego, Aurelio siguió con otra pregunta:
- ¿Es un loco quien siente la necesidad de endulzar con sueños la realidad...? Si fuese así, no haría falta dividir a los hombres en locos y cuerdos, ya estarían divididos en necesitados y no necesitados.
Entonces, se hizo un corto silencio... Teresa no supo contestar a unas ideas que no había oído jamás. Es más, si las hubiera escuchado unos meses antes, habría dicho que esos planteamientos eran imbéciles, propios de alguien que no estaba en sus cabales. Había cambiado. Ahora era diferente en la recepción de esas ideas, no sólo las escuchaba, también las vivía. Su mano -antes apoyada en el hombro de Aurelio- ahora estaba apretándolo. Era una forma de responder. Equivalía a decirle: sigue. Tampoco podía articular palabras. Sus ojos estaban llorosos. Y con la voz, aunque hubiera querido expresar sonidos, no habrían salido.
- Por favor Teresa -añadió Aurelio-, si mañana te dicen: ¡Quién no esté loco que levante el dedo! Por favor, no lo levantes: quien no admite su pequeña locura de vivir sin entender, tampoco aceptará ayudas.
Se hizo un corta pausa en la conversación... el pequeño silencio fue como si nadie supiera qué decir. Después, Aurelio siguió otra vez hablando:
- No se te ocurra tomar mis palabras muy en serio. Sobre todo no te hagas demasiadas preguntas. No es bueno llenarse la cabeza de cuestiones. Los pensamientos han de tratarse de uno en uno. Si piensas demasiado te sentirás desconcertada. Pero tampoco creas que he querido gastarte una broma con mis reflexiones. Tal vez decir loco te siga sonando fuerte. Pero en el fondo, la idea que he intentado trasmitirte es una realidad: nadie puede razonar los acontecimientos de la vida. Esa verdad de mi última frase no la ve quien no la necesita ni le interesa verla.
¡Qué distinto se ve el mundo en algunas circunstancias!
Con esta conversación mantenida con Aurelio, Teresa se sintió ayudada enormemente en su visión de la vida. Tanto, que se dio cuenta del valor real de su trabajo en el Centro. Desde aquel día, supo lo que de verdad es la felicidad: Ser hombre con los hombres, hasta si hiciera falta loco con los locos. Un poquito de amor. Escuchar. Abrir los ojos para ver, los oídos para escuchar y el corazón para dar. Comprender, que no es sino un intento con respeto y tolerancia. Tener una actitud de servicio. Sonreír sinceramente con el alma, no sólo enseñar los dientes. Decir una palabra a tiempo, o simplemente intentarlo. Darse con generosidad a los más necesitados: Porque... "la felicidad es un perfume que no se puede derramar en el prójimo sin que caigan algunas gotas sobre uno mismo". (Ralph Waldo Emerson ).
Felicidad es en una palabra amar. Un gran escritor ruso lo dejó escrito así de claro: "No hay más que una manera de ser felices: vivir para los demás". (León Tolstoi ).
"No está hecha la miel para la boca del asno" afirma un dicho, y el tema de la pintura no me atrae lo más mínimo. Me explicaré: De un cuadro puede sorprenderme la perfección de líneas, la claridad de imágenes, o el colorido del mismo, pero no veo lo principal, la expresión de una idea por parte del pintor. Incluso, un porcentaje de los cuadros allí expuestos, si hubiese sido yo el creador, les habría escondido avergonzado. Sin embargo, figuran entre las mejores obras de pintura de todos los tiempos.
Yo nunca hubiera comprado tal libro. Sin embargo, en atención a la buena voluntad de quien me lo prestó, lo leí detenidamente reparando a la vez en sus ilustraciones.
En aquel libro sobre la pintura, hallé -entre muchos otros- un cuadro de El Bosco , titulado "La nave de los locos" (año 1500 aproximadamente). A mí, que no entiendo nada de lienzos, me pareció un cuadro como otro cualquiera, no hallaba en él nada extraordinario para fijarme en ello. Si sólo me hubiera fijado en la imagen habría pasado página de inmediato. Pero, en el texto, el autor del libro hacía, más o menos, el siguiente comentario:
"La nave de los locos" nos cuenta un mundo de necios que navegan por el mar de la vida como si hicieran un viaje de placer. Mientras viven su jolgorio, voracidad, peleas entre sí y embriaguez, la nave va la deriva, adivinándose que el viaje no acabará bien. A pesar de sus juergas, contemplándolos, no parecen ser felices.
Era verdad el comentario, no parecían felices. El cuadro representa una nave con tripulantes en varias actitudes de placer, pero ni una sola sonrisa en ellos.
Ante el encuentro con este cuadro de El Bosco, a la vista del comentario del mismo, en contraste con el lienzo y en enlace con mi final de la historia de Teresa, me he hecho una pregunta que para mí tiene contestación clara. No obstante, dejo el interrogante en el aire para que cada cual dé su propia opinión:
¿Por qué a las misioneras destinadas en Ruanda -que salen fugazmente por la televisión- se les ve un rostro que irradia felicidad...?.