Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.
Los seres humanos casi siempre tendemos a sobresalir entre nuestros semejantes. Son cuestiones irreales sólo existentes en nuestra cabeza -aunque nos las repetimos tantas veces que las tenemos creídas- y, por tanto, acaban siendo verdades para nosotros. Ya no se trata solamente de apariencias, ese es otro cuento, sino de realidades para nuestro propio yo.
En esta línea descrita, cada uno de nosotros nos creemos los más... los más guapos... los más listos... los mejores... Generalmente, para esta excesiva autovaloración elegimos aspectos positivos. No es buena esta práctica. Porque, si no nos vamos recordando a cada paso nuestra importancia, sí actuamos como si realmente la tuviéramos. Como consecuencia, infravaloramos a los demás. Y, sin hacerlo abiertamente, sin darnos cuenta, nos comportamos de una manera autoritaria y hasta de desprecio con otros semejantes.
En otras ocasiones -ciertamente las menos- nos damos por vencidos, como si todo lo tuviéramos perdido y ya todo nos diera igual en esta vida. Seguimos con la misma manía humana de creernos los más... Pero, en este caso, nos apuntamos aspectos negativos: somos los más tontos... los más inútiles... los más desgraciados... Esta segunda actitud negativa conlleva una disposición de humildad contraria a la prepotencia propia de quienes eligen su "más..." positivo. A pesar de que esta segunda actitud conlleva un grado de humildad, este desaliento marcado por esa postura de autovaloración negativa, no es bueno. Es tan malo, o peor que lo anterior. Pues, para caminar por la vida es necesaria e imprescindible una buena dosis de autoestima. Como afirma el dicho, en la medida estaría la virtud.
Lo evidente de la relación apuntada aquí, es que ambas posiciones pecan de lo mismo, de un fijar la vista excesiva y exclusivamente en sí mismo, prescindiendo de los demás. Ese excesivo contemplarnos a nosotros mismos nos impide mirar a otros semejantes.Y por ello vivimos de una forma egoísta. Ese es el auténtico mal de la sociedad. ¿Y los demás seres humanos...?. "Son peones de este juego de ajedrez donde nosotros somos el rey" -equivocadamente pensamos o, de cualquier forma, lo vivimos sin pensarlo.
Las demás personas son exactamente iguales a nosotros mismos: también tienen valía y, por supuesto, dificultades.
Los trapecistas -llenos de valor- hacen volar sus cuerpos en el trapecio sobre el escenario acabando su actuación en:
- ¡El más difícil todavía, un triple salto mortal! -eso dice la voz del comentarista ante un redoble de tambor.
Sobre la pista, los malabaristas muestran con toda precisión sus habilidades conjugando a la perfección la destreza de sus manos con la agilidad mental de su cerebro.
Los equilibristas llevan a cabo sus arriesgados ejercicios de equilibrio sobre un simple y tenso alambre.
"¡Imposible para nosotros!" -ese es el pensamiento unánime de todos los espectadores.
Los maravillosos ilusionistas sacan conejos de las chisteras y palomas de sus propias orejas, adivinan cartas de la baraja y ejecutan otros juegos de magia y de prestidigitación.
Con su actuación, cautivan la atención de los mayores y motivan la ilusión de los niños. Y, como final, arrancan a los pequeños una interjección de sorpresa: "¡Huy!".
Allí en la pista, un montón de simpáticos e inofensivos animales -grandes y pequeños- guiados por sus dueños, causan por su destreza el asombro de todos los concurrentes.
Por último, en el circo, los valientes domadores de fieras con su riesgo en la jaula de los leones producen un silencio sepulcral. En su valiente actuación hacen saltar a las fieras entre aros de fuego. Con su dominio de los fieros animales, los domadores originan la admiración silenciosa del público asistente. El espectador sólo se atreve a romper el silencio mantenido durante la representación con un estruendoso aplauso cuando los peligrosos animales desaparecen de la pista.
¡Ah!, olvidábamos en nuestra relación de los artistas del circo al simpático payaso. Él, con sus palabras tontas, muecas casi ridículas y bromas graciosas, provoca el tedio de los mayores. Sin embargo, con esos mismos gestos citados anteriormente, suscita la sonrisa espontanea y el aplauso sincero de los niños. Hay una razón para una reacción tan contraria entre pequeños y adultos: Payaso, en cierta forma, es un sinónimo de niño.
Pero, el circo no es sólo algo que se sale de la monotonía diaria para los asistentes a la diversión. No es sólo lo que se ve tras pagar la entrada a la función en la taquilla: Música penetrante, luces artificiales, gritos de presentación que anuncian a bombo y platillo las distintas actuaciones, trajes de colores chillones con adornos dorados y, resumiendo, alegría. Los artistas del circo también son personas como tú y como yo. Ni son los más... ni son los menos... Y tienen en su vida las mismas dificultades que cualquier ser humano. Pero, esos problemas de los artistas no se puede ver en el escenario.
Por ejemplo Antonio -el payaso del circo- que por exigencia del empresario tenía que llamarse Toni. Porque, ese era un nombre más corto y atrayente. Antonio no habría quedado bien en los carteles anunciadores del espectáculo destinados a captar espectadores. Y con el tiempo Antonio se acostumbró a su nuevo nombre. Ya era para siempre Toni, en la pista y fuera de la pista. Entre los artistas del circo él era el más modesto de todos. Pero desde el punto de vista de los niños, Toni era el más grande.
Toni era una persona feliz con su trabajo. Sabía y aplicaba a su vida la sentencia que dice: "Hay más alegría en dar que en recibir". El dicho es muy cierto, pero... esa frase está incompleta. Le falta un final: siempre que se da se recibe. Aunque -eso no hace falta decirlo- no se da por recibir. Si alguien da para recibir, estaría comprando o vendiendo.
Toni daba a los niños en sus actuaciones de payaso su cariño y cuanto tenía de artista. A cambio de su generosidad, recibía las sonrisas abiertas y los aplausos llenos de entusiasmo de los pequeños.
Un día, Toni conoció por el médico de la empresa que estaba gravemente enfermo. Como buen amante de su trabajo, hubiera preferido seguir actuando en la pista. Sin embargo, no pudo cumplir sus deseos: las normas de la compañía no estaban de acuerdo con su decisión de continuar. Por este motivo, tuvo que dejar su trabajo de payaso del circo. Ni siquiera se despidió de los niños en su última función. Habría llorado...
"¿Puede un payaso llorar de verdad en la pista?". -se preguntó con insistencia.
Si hubiese llorado ante el público, los niños habrían creído que fingía. Sin duda, se habrían reído de algo muy triste. Sin mala intención -los niños siempre son sinceros- habrían confundido sus lágrimas con los gestos y las bromas graciosas con las que todos los días animaba la función.
"¿Por qué hacer la despedida más difícil?" -reflexionó-. "Harto tristes son todas las separaciones".
Tampoco volvió más veces por el circo. Prefirió evitar en su pensamiento el recuerdo derivado de un contacto directo. Era mejor que la separación fuera del todo completa. ¡El mundo del circo sigue! Pase lo que pase, el circo tiene que seguir divirtiendo y produciendo sonrisas a niños y mayores como una máquina de hacer ilusión.
"¡Para eso es el circo!" -se decía-. "Habrán contratado a otro payaso, tal vez mejor".
Y... como cuando cayó un trozo de la carpa sobre el carpintero de la compañía mientras adaptaba un escenario... tras un momento de desconcierto, le llevaron a la clínica, se reparó momentáneamente la rotura de inmediato, y siguió la función como si nada hubiera pasado. Porque, ¡el circo no se puede ni se debe parar!.
Ahora Toni -ya jubilado- va todos los días a sentarse tranquilamente en un banco del parque de su ciudad. En algunas ocasiones, hasta pinta una sonrisa blanca alrededor de su boca y colorea unos círculos rojos en sus mofletes, como cuando salía a escena. También, se coloca su ropa de colores a cuadros y su gorro de cucurucho. Estas eran las mismas prendas con la que tantas veces se presentó como payaso ante sus queridos niños del público. Y allí, sentado en un banco de piedra, a la sombra de los árboles y bajo la carpa del cielo azul, confundiendo la vida con su trabajo, sigue dando cuanto tiene: Da unos granos de trigo a los pájaros. De ellos no recibe aplausos, pero las pequeñas aves le premian con sus trinos y su compañía.
Muchas personas -que se dicen a sí mismas sensatas- que presumen ante los demás de cuerdas, le miran de reojo y piensan que Toni no está en sus cabales. Pero, ellos tienen la mente demasiado complicada para entender la actitud de Toni. No pueden comprender que para ser payaso y poder alternar todos los días con los niños hay que estar un poquito loco: Porque... "la niñez es el sueño de la razón". (J. J. Rousseau ). Es la época de la vida del hombre cuando apenas se siente necesidad de hacerse preguntas. En la niñez no existe razón ni sinrazón, pues nada se cuestiona.
Cuando se vaya Antonio -o Toni como ahora prefiere que le llamen- subirá al cielo. Yo no sé si allí arriba -más allá de las estrellas- tienen un puesto de trabajo para payaso de circo. Pero, si en la gloria no existe ese oficio -estoy seguro- lo crearán para él...