129- EL CAMBIO CLIMÁTICO. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich, de la provincia de Burgos.

En estas zonas agrícolas, cerealistas de secano, se vive mirando al cielo, esperando las lluvias oportunas, deplorando las sequías y temiendo a los excesos de humedad. Aquí, cual si fuera una obsesión, aunque con total normalidad, el tiempo atmosférico es objeto de saludos cotidianos. Incluso, esta práctica del saludo alusivo al clima puede parecer ridícula si no se toma simplemente como es: una simple muletilla como inicio de conversación. Lo dicho en esas expresiones saludatorias resulta evidentísimo. "Llueve"... y está lloviendo en ese preciso momento. "No quiere llover"... y hay sol radiante y ni siquiera se ve una sola nube en el cielo para poder pronosticar lo contrario. "¡Qué frío hace!"... y el individuo en cuestión lleva pasamontañas para evitar la salida de sabañones en las orejas. "¡No termina de desaparecer la nieve!"... y es algo claramente visible. "¡Qué viento hace!".... tanto que lleva las palabras como si fueran hojas secas caídas de los árboles en otoño.

Como anécdota al respecto, cuento en este escrito que, tras una larga sequía de primavera, cuando el cereal necesita más de la humedad y después de haber suspirado por la lluvia durante un mes, un día amaneció lloviendo, y saludé a un vecino así:

- Por fin llueve.

- Sí -me respondió en alusión a la previsible mejoría de cosecha del cereal-. Hoy nos caen del cielo pan, vino y chuletas.

Además de estos saludos de muletilla alusivos al clima, en boca de la población rural existe un comentario generalizado, exento de expresiones técnicas, en torno al polémico cambio climático: "Ya no hace como antes". Aunque no es tanto como se dice, resultan evidente la existencia de ciertos cambios en el clima y en el medio ambiente. Sin embargo, carezco de los conocimientos oportunos para debatir en profundidad este asunto y, además, tampoco me interesa aburrir a nadie hablando de contaminaciones, poluciones, agujeros en la capa de ozono, utilización indebida de CFCs, o de distintas secuencias en el clima. Por contra, aunque tengan mucho menos peso que los argumentos a favor de la existencia de cambio climático, sí expondré argumentos en su contra. Pero, desde ya, advierto de mi desinterés por argumentar en favor o en contra: No trato de inclinar la balanza hacia ningún lado. Eso no es asunto a reflejar aquí. Con total independencia de si el cambio climático sí o si el cambio climático no, solamente es mi pretensión la de hacer un texto entretenido que no haga bostezar a los lectores.

La existencia del tal cambio climático, personalmente, me parece indudable. No obstante, este fenómeno no es tan grande como puede parecer a primera instancia. Sucede que los seres humanos también cambiamos y vemos la vida con mayores y menores dosis de optimismo e ilusión. Es decir, sin darnos cuenta, ha cambiado el punto de mira. Ya no valen comparaciones exactamente superpuestas, sino solamente relativas. Y para más concreción y para que sirva de pauta, salvo los baches temporales de cada persona, el camino normal, excepciones aparte, es un decremento de optimismo e ilusión conforme al paso de los años. Es decir, si el punto de mira cambia, no es viable querer hacer una comparación directa en cuanto a clima entre lo que vive una persona a lo 60 años y lo que vivió a sus 20.

Al hilo de este punto, recuerdo los bellos, y plagados de contenido, versos de las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre: "... avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando. // Cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor, / cómo, a nuestro parecer, / cualquier tiempo pasado / fue mejor". Esa de "a nuestro parecer" es una de las claves de todas las comparaciones relativas a lo sucedido en distintas épocas de la vida... no sólo en aspectos más o memos palpables y, hasta mesurables (termómetro, barómetro, pluviómetro) como el clima, sino también en aspectos, menos tangibles, como el comportamiento humano. Aquí, en este último, podría afirmarse que los pasados y los futuros perfectos sólo existen en los verbos de la gramática. Una parte de los llamados conflictos generacionales radica en considerar fijo el punto de vista sin admitir que tal punto es cambiante con el paso de la edad.

Volviendo al cambio climático, uno de los primeros recuerdos de mi niñez es la bajada a lavar la ropa al arroyo (entonces no había lavadoras y tampoco teníamos agua corriente en el interior de las casas, al menos en esta población rural). Iba con mi tía, ya difunta, que era 10 años mayor que mi madre... como estaba casada y no tenía hijos, nos quería con locura. Yo, a esa edad, era capaz de escuchar el murmullo de arroyo, observar su agua clara, ver las flores entre las ovas aguantando las corrientes, y todas las bellezas cantadas y de por cantar por los poetas. Arriba había un césped donde se tendía al sol las sábanas blancas (entonces siempre eran de color blanco), las echaban azulete y las regaban frecuentemente para que el sol no las tornase amarillentas ni abrasara la textura del tejido [cosas de la época y del escaso poder adquisitivo... las sábanas habían de ser casi eternas... y cuando se deterioraban por el roce de los talones o del culo se le echaba un remiendo y a seguir adelante... tantos remiendos que la superficie remendada podía ser superior al original... :-) . ¡Así era la vida!]. El campillo de tender la ropa entre el verdor de la hierba, y motivado por el frescor de los frecuentes riegos, estaba tapizado de diminutas margaritas blancas.

- ¡Hala, niño -decía mi tía-, coge margaritas, y cuando vayamos a casa, con hilo y una aguja, te hago un collar!.

Y efectivamente, me hacía un collar. Con aquel adorno al cuello, yo quedaba más satisfecho que un turista en Hawai.

Miles de veces he evocado este recuerdo en mi mente. Y me he dicho que el mundo era ya feo, que el clima había cambiado, y que ya ni siquiera había margaritas para alegrar la vida de los hombre. Ignoraba mi cambio, o viví tratando de ignorar... que estoy viejo y cansado... mi enfermedad progresiva... mi silla de ruedas... mis miedos al mañana... mi falta de optimismo e ilusión. Ya bien entrada la primavera subía diariamente a la era al leer el periódico, siempre en el mismo sitio. Cierto día, tras un rato de lectura, levanté mi cabeza y vi que estaba rodeado de margaritas. ¿Pero cómo era posible...? ¿Si yo había estado allí ayer y anteayer... y ni siquiera las había visto a mi llegada? No, no había sucedido ningún milagro. La explicación es tan sencilla como que los ojos de mi mente y de mi alma ya no eran capaces de fijarse en margaritas.

Y, sin poner en duda la existencia del cambio climático, y esta es otra, en determinadas ocasiones queremos comparar la actualidad con casos guardados en nuestra mente. Recuerdo nítidamente que estando interno en el Seminario, un año durante la época vacacional de la Navidad fueron constantes la heladas. La helada de un día incrementaba los efectos de la del día anterior. A nuestro regreso al vacío edificio, el hielo había reventado en varios puntos las tuberías de la calefacción que había permanecido inactiva durante las vacaciones. Al lado del campo de fútbol, separada por un seto, había una piscina que aún en pleno invierno siempre estaba llena de agua -?- (supongo que se trata de normas de conservación). De vuelta de vacaciones, la piscina tenía tal capa de hielo que simulaba una bonita pista de patinaje artístico y aguantaba a 10 o 15 adolescentes haciendo piruetas sobre el hielo. Evidentemente, por mi incipiente ataxia, yo no era de la partida de valientes acróbatas que intentaba mantener el equilibrio sobre el hielo :-) . Me limitaba a ser espectador, y solamente ocasional, puesto que a mis extremidades les afectaban negativamente las frías temperaturas ambientales :-) . Por fin, se enteraron los curas de las danzas montadas sobre la piscina y quedó totalmente prohibido. Y es que aquello podía resultar catastrófico de haber una ruptura de la capa de hielo. Lo peligroso del caso no era que alguien se hundiera y cogiera un resfriado por el chapuzón invernal, sino que se hundiera y no acertara a sacar la cabeza al exterior para poder respirar a tiempo.

Ante recuerdos de la especie del narrado, es muy fácil decirse: "¡ya no hiela como antes!"... "¡ya no nieva como antes!"... "¡ya no llueve como antes!". Sin embargo, tales recuerdos están en las antípodas de ser una regla que pudiera utilizarse como comparación: Si permanecen en nuestra mente es precisamente por su carácter de acontecimientos extraordinarios.

En fin, que lo de cambio climático sí, o no, hay que consultarlo con termómetros, barómetros, anemómetros, y plubiómetros. Otro cuento distinto son la contaminación y el deterioro de los ecosistemas: El hombre en los últimos 50 años ha deteriorado el planeta Tierra más que en los 50 siglos anteriores.

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