140- "LUNES DE AGUAS". Por Miguel-A. Cibrian, FA Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich, de la provincia de Burgos.
Recién salidos del fiestas pascuales, y sin entrar en cuestiones religiosas, Pepi-G. nos contaba en el foro HispAtaxia sus vivencias en una tradición de su ciudad: Salamanca. Ella y su familia, en una celebración típica del lugar y muy curiosa respecto a los hechos originarios de la misma, habían pasado el día en el campo comiendo hornazo. Se trata del llamado "Lunes de Aguas". El origen se remonta al siglo XVI. Por aquellos tiempos, el rey Felipe II puso una ordenanza prohibiendo que las prostitutas estuvieran en la ciudad durante la cuaresma. Los estudiantes de su famosa Universidad y "el padre putas", juntaban a todas y se las llevaban fuera. Al acabar la semana santa, volvían a buscarlas, y toda la ciudad las esperaba en la orilla del río comiendo y bebiendo para festejarlo.
Darío insinuó una relación entre ese hecho concreto y el dicho popular de "pasar más hambre que las putas en cuaresma". Personalmente, defendí la teoría de que tal dicho no guardaba relación con el origen de la costumbre salmantina. Simplemente, la explicación a esa expresión popular me parecía encontrarla en lo de la penitencia, sacrificio, y arrepentimiento que en la moral católica tocaba al sexo. Evidentemente, por tales circunstancias, las putas tenía menos curro asalariado en cuaresma... y si la profesión de puta, de 50 años para atrás, normalmente, en España, no era boyante económicamente, el paro, o relativo paro, de los 40 días de cuaresma sin apenas percibir salarios se traducía en pasar hambre.
Darío me contestó que también había putas caras que vivían bien. No dudo de su razón desde una visión puntual, pero ajeno al asunto aquí tratado. Sucede que los dichos son populares y no se refieren a las putas de altos vuelos a quienes la gente corriente ni siquiera conocía. La clásica puta de los pueblos de antaño ni por asomo había hecho elección de su oficio: eran más bien de familias sumamente pobres a quienes metía en ese asunto la necesidad familiar y cuyo comienzo era prostituirse por un favor para ir tirando. Otra base de la cantera eran las mujeres que quedaban embarazadas y, si no se llegaba al matrimonio, el niño se lo llevaba la llamada "inclusa". Con la fama de madres solteras, ya no conseguían casarse y tenían que sobrevivir. Algunas, llamadas putas en los pueblos, ni siquiera tenían nada de putas: Simplemente era un accidente que corría de boca. Y recuerdo una canción rumbera: "El cristal cuando se empaña, / se limpia y vuelve a brillar. / La honra de una mocita / se mancha... y no brilla ya".
Al respecto, recuerdo que en mi pueblo hubo una mujer con tal fama entre nuestros comentarios poco afortunados de adolescentes que acaban de descubrir el mundo de la picardía. Vivía con su madre. Hoy no dudaría en afirmar que aquella mujer es inocente de todo lo expuesto en nuestras pueriles teorías que, al más puro estilo bola de nieve, iban añadiendo invenciones a medida que rodaban. Ni siquiera, haciéndolo imposible, de físico descuidado y maltratada por una pequeña minusvalía, tenía un aspecto hermoso para atraer a posibles clientes. Una sola cosa parece medianamente cierta: había tenido un hijo de soltera... y ya se sabe, lo llevaban a la "inclusa" y el niño desaparecía como por arte de encanto. Y he dicho medianamente cierta, porque me baso en rumores, pues jamás oí tal afirmación a una persona mayor... y, al fin al cabo, no sé si es realidad o son solamente comentarios inventados de adolescentes inmaduros.
Sobre este asunto se cernían todos los tabúes habidos y de por haber para que ningún adulto comentara nada en presencia de un niño, y nosotros no nos atreviéramos a preguntar. Al tema relativo al clásico tabú del sexo, podría unirse que el presunto padre podría ser el hijo de una familia bien vista en el pueblo. Pero aún existía otro enigma añadido e indescifrable del cual jamás habló nadie por miedo a los gobernantes de la dictadura entonces reinante en España, hasta 1975. ¡Demasiados años transcurridos en silencio!. La gente se habitúa a sus temores y ya no distingue entre dictaduras y democracias y termina prefiriendo el olvido cuando el asunto no le toca de cerca. ¿Para qué buscarse líos? Y otra vez he de hablar de rumores porque, aunque esto si lo he preguntado varias veces, nadie me ha dado una respuesta aclaratoria. Hoy, ya han fallecido quienes podrían dar explicaciones.
Parece ser que en este pueblo aparentemente pacífico y en plena zona nacional hubo un chivato, o chivatos, que denunciaron a cinco personas durante la guerra 1936-39. Vino el ejército nacional, o quizás quien vino fue un comando paramilitar, y los fusiló por rojos -?-, sin ninguna clase de juicio. Ni siquiera me cabe en la cabeza que en este pacífico y diminuto pueblecito hubiera personas interesadas y medianamente conocedoras por/de los tejemanejes políticos de la época española. Es decir: ni siquiera murieron en defensa de unas ideas, sino por caprichos de no sé quién. Entre los fusilados había un matrimonio joven... dejaba una niña de dos años. En la torre de la iglesia aún hay una lápida de mármol blanco donde constan los fallecidos en combate: "¡Caídos por Dios y por la Patria!". Estos cinco nombres jamás han figurado en ningún sitio como no sea en la mente de viudas y/o huérfanos.
Y, sí, estoy hablando de una mujer que en su más tierna infancia se quedó sin padre por un misterioso fusilamiento. Vivía con su madre, viuda en flor de juventud por un deplorable crimen de borrón y cuenta nueva. Nunca les conocí a ambas oficio ni beneficio. Vivían una extremada pobreza, e iban vendiendo paulatinamente las fincas agrícolas de su patrimonio. Observé en ellas cierta soledad, tal vez más por voluntad propia que por marginación vecinal.
En fin, la única puta es la vida que unos sitios vierte dicha a manos llenas y en otros descarga toda clase de desgracias. Y, al fin al cabo, los chulos de putas somos todos nosotros cuando pretendemos juzgar a todo quisque por el mismo rasero ignorando las distribuciones caprichosas de la vida. Así, anotamos triunfos a payasos cuyo único mérito es haberles sonreído la fortuna, e ignoramos, despreciamos, y vilipendiamos a héroes cuyo sobrevivir es una completa hazaña.
Al inicio de la década de 1970, aunque en este punto geográfico del mundo rural estábamos inmersos en el proceso de emigración a las ciudades, aún quedaba juventud. Mucho mayor era el ambiente juvenil en épocas navideñas cuando los emigrados venían a visitar a sus familias. Para ser sincero, la situación no me gustaba ni un pelo: yo podía sentirme a gusto, e incluso me permitía el lujo de llevar a veces la batuta, entre los compañeros habituales, pero un proceso degenerativo, como la ataxia, te reduce psicológicamente a la nada ante semidesconocidos. Otro aspecto de mis disgustos era su ostentación del dinero y que los juegos de baraja, que durante el año nos servían de diversión, ellos los convertían en un casino donde las mil pesetas (del valor adquisitivo de aquella época) habían de estar permanentemente sobre la mesa. Yo disponía de mucho más que mil pesetas, pero no me daba la gana jugarlas una cartada: Me faltaba la sangre fría que ellos tenían o trataban de aparentar. Cosas de adrenalina. Lo peor es que me metía en tales juegos por no sentirme desplazado o por miedo al qué dirán.
Las veladas de cartas por Navidad se prolongaban desde después de cenar hasta horas de madrugada sin límite de horario por cierre. Yo me iba pronto, pues tenía que madrugar a ordeñar las vacas. Hubiera ordeñado mi familia, pero, para mi desgracia porque me paso, siempre he tenido un enorme sentido del deber posiblemente en una huida de la putataxia por no permanecer nunca en blanco. Ello es "... mi vida y mi muerte. / Te lo juro, compañero: / no debiera ... / y sin embargo ...". Pues hete aquí que, tras la velada de cartas, casi en horas de amanecer, a estos aprendices de gilipollas de aparente sangre fría se les ocurre ir a aporrear las puertas y ventanas de la señora anteriormente citada y de su anciana madre gritando: "Puta, abrenos" y demás lindezas soeces metiendo el miedo en el cuerpo a las dos desvalidas mujeres.
Pocos días después, enero de 1973, un vecino de mí edad y yo habíamos decido ir juntos a una autoescuela para intentar obtener el permiso de conducir. Por aquellos tiempos para poder presentarse a examen se exigía un documento llamado de antecedentes penales. Esto lo expedían en el cuartel de la guardia civil más próximo al lugar de residencia. Allá nos fuimos ambos a buscarlo a cuartel de la comarca acompañados de un tío mío.
El tal cuartel, hoy ya desaparecido, trasladado el cuerpo a otra población, era un edificio antiguo. El encargado de vigilar la puerta nos condujo a presencia del sargento, o capitán, nunca los he distinguido, que estaba revisando unos papeles. La sala era muy amplia con el único mueble al fondo del despacho. El piso era de tarima yo no sé si iba crujiendo a nuestros pies o lo que crujía era el eco en nuestra mente del miedo a "los tricornios".
Mi tío le explicó el motivo de nuestra visita. Al momento, buscó los impresos y se dispuso a rellenarlos con los datos sobre nombre, fechas, domicilio, etc, que nos iba preguntando. Tal vez nos vio la cara de buenos y ni siquiera se molestó en consultar sus archivos sobre nuestros posibles antecedentes penales. Ya firmados los documentos, toco la esquila y pidió el sello al ordenanza. Mientras, en ese intervalo de espera, comenzó una charla distendida con mi tío, pero... de repente, recordó algo: La señora, antes citada, había estado hacía unos días en el cuartel de la guaria civil a denunciar los hechos aquí referidos.
- Oye -nos preguntó- ¿pero me habéis dicho ser de "X" de "Y"?.
Ante nuestra respuesta afirmativa, nos contó la denuncia.
- ¿Habéis sido vosotros?.
- No, no. Habrán sido otros chicos mayores -contestó mi tío, viendo nuestro mutismo de jovenzuelos pillados en fuera de juego.
- ¡¡A una mujer, aunque sea puta, no se le puede llamar puta, porque ... y porque ...!! -sermoneaba.
Levantaba el sello con ademán de estamparlo, pero lo dejaba otra vez sobre la mesa y volvía a sus sermones:
- ¡¡A una mujer, aunque sea puta, no se le puede llamar puta!!.
Yo miraba a mi compañero, que sí estuvo presente en este feo acto, y estaba tan rojo que si le hubieran acercado un fosforo al rostro se habría encendido. Y yo en mi mente me decía: " ¡vaya!, nos quedamos sin certificado de antecedentes penales". Pero por fin estampó el sello, y volvimos a ver el horizonte abierto de jóvenes recién salidos del cascarón soñando con carnets de conducir y quizás con poseer tal o cual marca de turismo o al menos con presumir de tractores de gran caballaje. Atrás quedaba una pobre mujer que, por no tener, no tenía ni sueños, eso sí, tenía una mala fama impuesta por una sociedad injusta y explotada por nuestra adolescencia de gilipollas en ciernes. Ni siquiera la guardia civil había hecho caso a sus denuncias. Probamente le dijeron que aquello eran cosas de críos y ellos tenían asuntos más importante en que ocuparse. Eso, lo más seguro parece ser que nunca llegó a escribirse la tal queja porque "los tricornios" le convencieron de que era inútil interponer una denuncia por ese motivo "tan nimio".
¡Qué puta es la vida!.