918- TAL Y COMO MIRAS AL CRUZARNOS EN LA CALLE O PLAZA. Por Vicente Sáez Vallés, y Miguel-A. Cibrián, ambos pacientes de Ataxia de Friedreich.

No sé si es mejor saberse o no preguntarse la lección sobre sí mismo. Cansancio de muchas cosas, extenuado de otras, muerto, borrado, desaparecido en combate.. Pero lo divertido es que no hay guerra.

Señor, ¿por qué me mira así...? Cree que es importante lo que piensa de mí. ¿Es eso...? El desatino, yo tengo en la cabeza lo mismo que usted: mierda. ¿Soy un niño, un tullido, un amorfo, una calamidad, un objeto demasiado dependiente....?

¿Señor, por qué me mira así? ¿Cree que no puedo follar? Pues presénteme a su mujer o mejor a su madre.... La sombra de sus desdichas no es nada despreciable: usted tiene problemas, tal vez más que yo. Sí, soy un enfermo, ayude o no ayude, pero no mire así. ¿Sabe? La mirada penetra y penetra, y jamás se olvida. Sostener las miradas que repelen aisla la comunicación. ¿Cómo devuelvo la mirada?, ¿qué cosa devuelvo? Semen. Semen, sí, envuelto su miseria sexual, en su mascarada de turno y en pan bimbo con ajolio.

¿Por qué me mira así? Sé que soy hermoso, sé que destaco, sé que brillo más porque mi piel es de metal de sostener tu mirar. Sí soy de metal, ¿qué quiere que les dé a los que amo, sino metal duro y frío que deben frotar para calentar y tocarme? Necesito devolver la mirada, pero no sé mirar así como usted.... Miro como me miran, con mis miedos, con mi amor, con mi compromiso, para darte todo, lo que tengo y lo que no tengo.

Pero... ¿Por qué me miras así? ¡Tócame! Me dejo tocar. ¡Háblame! Me dejo conversar... ¡Pídeme! Quiero saber que te puedo amar. Bueno, eres como miras y no quiero que me mires así, te odio lo mismo que te necesito. Te odio caminante porque no te paras junto a mí. Te odio porque no me amas, sólo miras. Miras mi impotencia, mi inseguridad, mi pequeñez, mi insignificancia, mi estupidez, pero no ves tu pequeñez, tu impotencia, tu insignificancia, tu inseguridad, tu estupidez.

Quisiera poseer el capazo más grande que permitiera albergar todas las miradas de todos los "tús" que me miran como si fuera un bicho raro, para devolverlas una a una en un horizonte de rabia que, como un océano de incomprensión, tiene la tempestad que alimenta un odio inconmensurable cuando me miran así. Pero las miradas pesan como un muerto, y me hundo, me estoy hundiendo...

¿Sabe? No, señora, no, no me la voy a tirar, usted no es mi tipo, pero... ¡no me mire así! ¿Por qué me mira así? No, definitivamente no somos hermanos. Mis hermanos se han acostumbrado a verme como uno más, como un caminante más aunque se deslice por el suelo.

Ese es el sol, el viento, el mar, el árbol, la leche hidratante... los amantes en su intimidad, las nubes... Y hay miradas extrañas, miradas que lo intentan, y miradas que acogen mi mundo, aunque no quepa.

¿Por qué me miras así? Si los dos somos caminantes, aunque sea yo el que va en una silla de ruedas.



Miguel-A. escribió:

Hablar de cómo nos sentimos dentro de una enfermedad como la ataxia es muy relativo: probablemente el proceso sea casi tan cambiante como la progresión de la propia ataxia. Difícilmente coincidiríamos Ana y yo (por la edad y el grado de degeneración) en una descripción de nuestro momento actual, pero ambos podríamos vernos reflejados, en pasado o en futuro, en cualquiera de las dos descripciones. Todo cambia, como cambian nuestras dificultades.

Por ejemplo, yo me sentía como el auténtico bicho raro de cual estaban pendientes todas las miradas en cuanto salía a la calle. Las miradas me eran hirientes, como dice Vicente. Tanto, que durante un tiempo traté de esconderme y hacía hasta lo inimaginable por no ser visto. Con el paso del tiempo, se admiten las limitaciones. Uno se dice: "Yo soy así... y así he de ser visto". Y dejan de importarle las miradas o lo que la gente piense o deje de pensar. En este mundo, "el/la que no es manco/a es cojo/a", y el que presume de "guapo/a" es que tiene serrín en la cabeza, porque eso es efímero e inseguro.

Y con tal cambio de ideas respecto al que te miren o te dejen de mirar, se comprueba que esas mentalidades son susceptibilidades y no realidades. La gente te acepta. Sí, se sigue observando la existencia de la mirada fija. Pero el problema no está en quien mira, sino en nuestra cabeza susceptible que califica la mirada de extraña e intensa. Podemos calificar la mirada de hiriente, cuando en realidad es solamente una normalidad ante lo diferente, lo nuevo, lo desconocido. Nada que se salga de la normalidad.

Por ejemplo, yo vi por primera vez una persona de raza negra a mis 20 años. Estaba en Burgos en la estación del tren haciendo crucigramas al lado de una cabina telefónica cuando me pidió:

- Por fa-vor ¿me de-jas el bo-lí-gra-fo?.

Claro que se lo dejé. Fue a la cabina, anotó, y siguió hablando hasta que colgó.

Le miré y remiré de una forma tan intensa que su susceptibilidad podría haber calificado mi mirada de hiriente.

- Gra-cias -me dijo cuando me devolvió el bolígrafo.

En realidad, calificando mi mirada, bien pudo haberme dicho: ¿pen-sa-bas que no te lo iba a de-vol-ver?.

Y es que tales miradas, en un 90 por ciento, no pasan de la normalidad de la curiosidad humana de hallarnos ante lo diferente y lo desconocido: no hay nada de hiriente ni nada que, como cualquier ser humano, no hubiéramos hecho nosotros.

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