920- LOS CHINOS. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Darío escribió: "Solo los chinos son más sexistas que el mus. ¡Tres con las que saques!. B&A de Darío [[diez y siete veces campeón mundial de chinos y medalla de oro olímpica en la Olimpiada de la calle de la Ballesta, donde toreaba el maestro Tip con el conde de Mayalde, alcalde de Madrid]]". (Darío).

Yo aprendí a jugar a los chinos a los 18 años, estando en la autoescuela para la obtención del permiso de conducir. Por entonces, mi ataxia era evidente, aunque mi diagnóstico era de crisis nerviosa. Tal hipotética crisis nerviosa no había disminuido, pero una vez abandonados los estudios, me decidí por hacer algo práctico que me permitiera conducir legalmente los vehículos de la explotación agrícola de mi familia. No me resultó fácil la obtención del permiso de conducir, pues, haciendo honor a la ataxia llevada en mis genes, era sumamente nervioso. Una de las prácticas a realizar, requisito indispensable en el examen, era una curva marcha atrás. En mis prácticas en la autoescuela la realizaba correctamente el cien por cien de las veces, pero, sin embargo, en el examen me costó tres suspensos :-).

Ocurría, aunque resulte anecdótico, simplemente que, como yo era muy bajito de estatura, para ver mejor por el cristal trasero del SEAT-600 el trazado de la curva impresa con pintura blanca en el suelo de la calzada, metía el pie derecho debajo del culo... y, con mejor visión, a medio embrague realizaba la operación. La dificultad estaba en que, según el reglamento de la prueba, había que parar a menos de medio metro de una varilla señaladora... Y como el lugar donde tenía lugar el examen estaba inclinado hacia abajo, para pisar el freno, mientras bajaba el pie puesto debajo del culo, la varilla se iba al carajo impactada por el parachoques del 600. Porque, claro, si me movía, con la incipiente descoordinación de movimientos de mi ataxia, para iniciar mi descenso del pie derecho antes de tiempo, podían ocurrir dos cosas: que oprimiera el embrague entero dejando al coche en punto muerto, con lo cual corría hacia abajo como un demonio... o que le desoprimiera entero, con lo cual también corría... y si iba deprisa, o la varilla se iba al carajo, o paraba a más distancia del reglamentario medio metro. Pasaba lo que tenía que pasar, daba como resultado el consabido: "¡vuelva usted otro día!".

¡Ah, sí, los chinos!. En aquellos tiempos para la obtención del permiso de conducción no exigían examen de circulación por ciudad, sino solamente por carretera. Cada mañana salíamos cuatro compañeros con el profesor y, a relevo, practicábamos por la carreteras cercanas a Burgos. Frecuentemente nos deteníamos en los bares de las poblaciones por donde pasábamos. La primera reacción normal de nosotros los alumnos era intentar adelantarnos a pagar la cuenta para evitar que el profesor tomara esa iniciativa. Él, muy educado en ese aspecto, se negaba a disfrutar de ese privilegio y proponía jugarlo a los chinos. Me temo que seguía gozando de privilegios, porque los demás no teníamos ni puñetera idea del "tres con las tuyas".

Me he acordado numerosas veces de este profesor por cuestiones ajenas a los chinos. Y es que a las 9 de la mañana, cuando los alumnos pedíamos un vaso de leche o un café con leche, él abría su gira de bares con un copa de Magno que se metía de una vez como si tal cosa. Aunque supongo que, por su oronda barriga, antes de salir de casa ya se había desayunado media docena de chuletas. Y el suma y sigue de la ronda de bares llegaba a cuatro o cinco copas antes de comer. Y todo sin que perdiera la serenidad con sus dobles mandos del coche ante nuestra impericia de aprendices. "¿Ves, si no freno yo, ya te hubieras tragado ese coche?" -decía.

Esto del alcohol para mí siempre fue un enigma, porque yo a la segunda cerveza ya estaba "grogui" y mi equilibrio se ponía incontrolable. Cuando iba con mis amigos hacía como si bebía, pero no bebía. Uno de mis trucos era pedir un vaso y, para despistar, dejar la mitad de la cerveza en el vaso y la otra mitad en la botella. Y más aún, desde los 26 años hasta ahora, durante19 años he tenido problemas gástricos, y me resulta anecdótico que aquella persona, en ayunas, se metiera en el estómago lo que era para mí era como dinamita con la mecha encendida. Realmente es como para pensar en lo de "unos nacen con estrella, y otros nacemos estrellados".

Por aquellos tiempos en mi pueblo había tres bares. Los domingos, sin mala intención, pues nadie sabía de mi ataxia aunque yo supiera que algo raro me pasaba, cuando hacíamos las rondas de chateo, muchas veces a unos 100 metros antes de la llegada a los bares, los compañeros antes de echar a correr decían: "El ultimo que llegue, que pague", o: "el último que llegue, maricón". Yo ya no corría. ¿Para qué?. Si por mucho que me esforzara, igual "me iba a tocar pagar, o ser maricón". Así es que hube de enseñarles a jugar a los chinos. ¡Vaya venganza!. A partir de ese momento fuí yo quien gozó de privilegios. No voy a caer en el error de definirme como más inteligente que mis compañeros, pero... ¿podría ser que las dificultades físicas nos agudicen el ingenio...?.

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