921- EL SCOOTER. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Cristina escribió: "Éste es el scooter de Luis y mío. Les hay de cuatro ruedas, de mayor potencia (para subir cuestas), y de mayor velocidad y autonomía. No sé cuánto paga la Seguridad Social, pues fue un regalo familiar, y no quieren "tirar de la manta" y darme datos ;-)". (Cristina).

El vehículo me parece de auténtica fábula: casi de ciencia ficción. No sé si la Seguridad Social lo subvencionará o lo considerará un instrumento deportivo para trasladarse por los campos de golf. Desde este perdido lugar en el mundo rural, no me entero de la existencia de estos instrumentos técnicos que alivian nuestras limitaciones de atáxicos. No obstante, hace quince años hubiera pagado por tal móvil hasta tres veces su valor en el mercado. Hoy, no creo que ni siquiera pudiera mantenerme erguido sobre su asiento.

Cúentoles que allá por los año1983 o 84, por mi Ataxia de Friedreich, pensé en utilizar una (entiéndase) bicicleta de tres ruedas. Pregunté por tal vehículo en varios concesionarios de ciclos de la ciudad de Burgos, y me miraron como un bicho raro que no sabía lo que estaba diciendo. Entonces, aunque ya me tambaleaba, aún podía viajar solo. Y yo apreciaba cómo los dependientes se quedaban cortados sin capacidad de respuesta, y mi suspicacia me hacia ver por el rabillo del ojo cómo, mientras salía, se quedaban mirándome como diciendo: "¡Como no dejes la botella, vas a necesitar una de bici de seis ruedas".

Por aquel momento, yo creía que solamente existía, aproximadamente, una docena de personas con ataxia por todo el mundo. Y por supuesto tampoco sabía de la existencia de Parkinson ni de Alzehimer. Por tanto, ni siquiera sospechaba que hubiera el menor interés por fabricar tales triciclos motorizados o sin motorizar. Al ver que no hallaba lo buscado, decidí diseñarlo y fabricarlo yo mismo.

Comencé por buscar un eje idóneo para tal fin y soldarle a los extremos tornos de acero provistos de tuerca para sujetar las ruedas. Utilicé los mismos tornos que lleva el fusible del embrague de la empacadora de paja de cereal, pueden romper, pero jamás torcerse. Los tornos eran del grosor exacto del agujero de una rueda de bici, y cada uno de ellos llevaba en el empalme de la soldadura con el eje un suplemento cilíndrico ajustadísimo de una cuarta de longitud cada uno. Estos suplementos garantizaban la rectitud de los empalmes de eje y la irrompibilidad del invento. El eje llevaba dos cajitas con pequeños rodamientos de los utilizados en el sistema de tragado de la cosechadora de cereal y un piñón para la cadena del sistema de pedales.

Cuando ya sólo me faltaba comprar la bicicleta para soldarla a las cajas portadoras de los rodamientos y, lógicamente, adquirir una rueda adicional, fui a Villadiego a comprar el material para rematar el engendro. El vendedor me dijo que él había visto una cosa de esas de tres ruedas en un catálogo y, si me interesaba, la pedía para mí.

La compré y me costó, ya no lo recuerdo con exactitud, aproximadamente 25.000 pesetas. La una rueda trasera llevaba la tracción de los pedales trasmitida a través de la cadena conectada con el piñón, y la otra rueda iba girando suelta en el eje, es decir sin tracción.

Para mí, que no era capaz de sujetar el manillar con firmeza, aquello no funcionaba... era un peligro constante, porque aquel vehículo tenía tendencia a dirigirse hacia el lado de la rueda sin tracción cada vez que la rueda suelta pillaba un mínimo obstáculo como un bache o una pequeña piedrecita, y ambas cosas son abundantes en los caminos rurales de la zona donde vivo. Lo peor era que, por mi condición de atáxico, me mantenía sobre el sillín agarrado al manillar, y, cuando la rueda sin tracción pillaba un obstáculo grande mientras yo forzaba a la otra con el pedaleo, el manillar pegaba un giro repentino de noventa grados. No hace falta explicar que yo quedaba sobre el sillín con el susto en el cuerpo, la cara pálida, y trabajando más por equilibrarme que un equilibrista en la cuerda floja. Por si todo aquello fuera poco, para mantener la posición de contacto de mis imprecisos pies de atáxico con los pedales debía llevar una especie de pedaleras de bastante sujeción. Por lo cual, si se hubiese dado el caso, mi posición de caída hubiera sido bastante traumática.

Después de un mes probando con aquel vehículo, se lo cambié al concesionario por una bicicleta de las normales que costaba la mitad. Era para mi familia, pero, por lo menos, yo no perdía todo el importe.

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