902- "Y AL ECHAR LA VISTA ATRÁS, SE VE LA SENDA QUE NUNCA SE HA DE VOLVER A PISAR", (II parte). Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich, de la provincia de Burgos.

(Anterior).

Poco a poco me fui integrando con los compañeros. Las novatadas, tipo mili, con coacción y mala leche, no existían. Eso hubiera sido una falta de desconsideración con el prójimo y motivo de expulsión en un centro cristiano para alumnos de presunta vocación sacerdotal. Sí existía alguna novatada blanda, casi infantil. Recuerdo un día que me dijeron que tenía que ir a tal sitio a que me probaran la voz para ingresar en el coro, que ellos ya habían estado. Fui, y estaban ensayando una canción en torno a un piano. Así que me calle hasta que acabaron. Entonces el cura director del coro me preguntó: "¿Y tú qué quieres?". Respondí que había ido a que me probara la voz para el coro. Me mandó entonar la escala musical. Puso la cara agria ante tamaño desafine, y me dijo: ¡Hala, vete a jugar". Cuando salí, vi cómo los compañeros se estaban meando de risas por la trastada que acababan de hacerme.

Por el contrario, sí aguante las risitas y comentarios, soto voce, por mi escaso desarrollo físico y mi nula aptitud para el deporte. Pero tales deficiencias pasan a carecer de importancia entre quienes te van conociendo y queriendo. Te respetan por una globalidad de aptitudes, no te juzgan por una sola cosa, o defecto físico en este caso. Tal comprensión no la tuve con bastantes alumnos de cursos superiores e inferiores, donde sí era objeto de miradas, risitas, y comentarios... y más al saberme familiar de un profesor y colocarme, sin ton ni son, el sambenito de enchufado. Entre los compañeros cercanos se puede demostrar que, bien, vale, se posee unas deficiencias, pero también se tiene cualidades que hacen indescalificable el valor global de una persona.

Con los libros de texto nos daban a todos los alumnos una especie de cuadernillo, llamado "la lista". En él venían los responsables del Centro, los profesores con su dirección y titulación, y nosotros, por cursos y orden alfabético de apellidos, constando también nombre y población de origen. Además servía como calendario, con festividades, y fechas programadas para vacaciones... y espacios en blanco para apuntar notas. Se podía utilizar como diario... siempre me cansé antes de cumplimentar los 20 días ;-) . En general, aquello de la lista, todo un año en manos de unos adolescentes, acababa siendo un borrón con dibujitos a bolígrafo en cada una de sus hojas. Era como nuestro espacio particular para grafitti ;-) .

Los patios eran dos: uno para primero, segundo y tercero, y otro para cuarto y quinto. En sí eran amplios, pero la gran saturación de alumnos en el centro (éramos cerca de 500 donde hoy no llegan a 50, incluyendo los del antes seminario Mayor de San Jerónimo) hacía estar un poco como sardinas en lata. Pero dejo los patios para comentar las cifras recién dadas. Utilizar tales cifras para hacer reflexiones sobre la actual crisis vocacional es totalmente anacrónico y queda fuera de lugar. Se ha explicado unos motivos socio-económicos para en aquellos tiempos intentar recibir una educación secundaria que eran los auténticos responsables de la anterior saturación, los cuales hoy no existen. Para explicarse la crisis vocacional podemos mirar la tendencia hedonista y laicista de la sociedad española. Sí, sin duda habríamos dado en uno de los clavos al seguir tal pista, pero cerrarse solamente en eso por parte del clero no es si no echar balones fuera. Las cosas hoy en día son como son y están como están. La Iglesia necesita adaptarse a los nuevos tiempos.... ya no puede pretender que la sociedad pase por su aro... eso son cosas del pasado... ya no vale sólo con amenazar con el infierno o prometer vida eterna. Debe bajarse a aquí y ahora. Lo único irrenunciable de la doctrina cristiana es el amor o respeto al prójimo... lo demás es hojarasca acumulada a lo largo de los siglos.

¡Ah, sí!, sigo, en los patios predominaban el fútbol y el baloncesto, aunque, en menor medida, también balonmano y balón-volea (boleybol... o como se escriba), y hasta había una piscina. Aunque, como se dice despectivamente, aquí dicho con certeza, eran juegos de "patio de colegio" donde cada cual se dedicaba más a "rechupetear" (disfrutar) la tenencia del balón que al juego de equipo. No haría falta decir que yo, por mis circunstancias físicas, pintaba muy poco allí en el patio. El baloncesto ya era todo un caso para mí. Por falta de fuerza, no esa capaz de llegar con aquel enorme balón hasta la cesta desde el punto de personales. Y si alguna vez, haciendo pruebas desde debajo de la canasta mis tiros entraba por el aro, era de pura casualidad. A veces los compañeros se mofaban de mis lances deportivos, pero me daba igual, no les achacaba mala intención en sus dichos.

Sábados y domingos en varios deportes y categorías (alevines, infantiles, y juveniles) había competiciones ligueras con otros colegios burgaleses de la ciudad. Entrenados por un cura, los equipos selecciones del Seminario tenían gran potencial deportivo en cada categoría y modalidad de deporte... aunque, por supuesto, no fuera por aportación mía ;-) .

Tampoco pintaba demasiado en las salas de juego. Los juegos más apetecidos eran el tenis de mesa (pingpong para nosotros) y el futbolín. Para poder jugar era necesario pedir vez. El sistema era que quien ganaba continuaba jugando con el siguiente rival, y el vencido había de retirarse. Evidentemente, por mi nula agilidad y deficiente coordinación manual, yo duraba allí, lo que el adversario tardaba en completar el tanteo de la partida. En ajedrez aprendí a mover las fichas, pero nunca a jugar. Es un juego que exige gran concentración para resolver con previsión tus propios movimientos de fichas y preveer los del contrario. Nunca pude reunir la suficiente atención requerida en este juego para ir más allá de aprender a mover las fichas correctamente, pero sin ton ni son.

Lo comida no era demasiado buena (eso es innegable), pero afirmarlo no es ningún reproche, sino al contrario: Tras haber hablado anteriormente del insignificante importe de la matrícula, a pesar de sus deficiencias, el tema alimenticio es meritorio de reconocimiento para el Centro y para la diócesis. Los ex-seminaristas podemos caer en cierto anticlericalismo tras ser sometidos a una férrea disciplina, pero en ningún momento se debe prescindir de un análisis sincero... y en este punto la sinceridad pasa por reconocer el esfuerzo de la diócesis por mantener esa actividad educativa en régimen de internado... altamente ruinosa si es mirada desde el punto de vista económico. Teníamos pan y legumbres o patatas hasta repetir y sobrar, pero el segundo plato era deficiente. El pescado brillaba por su ausencia, la carne era poca, y los huevos, uno por persona. La leche del desayuno era de polvos. Los miércoles y domingos desayunábamos con chocolate. La condimentación no era tan buena como la elogiada en un pasado escrito sobre mi estancia en los frailes. Corría a cargo de unas monjas de un convento contiguo. Pero, para ser justos, es necesario entender mis palabras en un contexto real: No puede conllevar el mismo esmero preparar comida para 30 personas que perolas para 450. La deficiente alimentación era complementada con alimentos enviados desde casa. La mayoría,. por ejemplo, a la hora de la merienda con pan del Centro y chorizo a salchichón recibido de casa se preparaba su bocata en el comedor y se lo sacaba al recreo.

A casi todos nos lavaban la ropa en casa. Algunos (muy pocos) utilizaban el sistema de recurrir a lavanderas (por contrato convenido) o a lavanderías de la ciudad. Había una sala con colgaderos numerados. Yo dejaba colgada del clavo marcado con mi número la bolsa de la ropa sucia el domingo, y recogía la de la ropa lavada el lunes (la otra, claro, la ropa lavada de la semana anterior). El cambio lo efectuaba el conductor de autobuses de la línea que pasaba por el pueblo previo pago convenido con mi madre. En la bolsa, a más de la ropa lavada, mi madre siempre me escribía unas líneas de texto y me enviaba algo de comer: galletas, chocolate, chorizo, queso, salchichón, etc.

Las cartas que escribíamos habían de ser entregadas al superior en sobre abierto y con sello puesto. En teoría habían de pasar por una revisión con su correspondiente posible censura. En la práctica, nunca oí que se hubiera censurado ninguna misiva, ni siquiera, si he de se sincero, creo que se molestaran en leer nuestras cartas manuscritas que, aunque mi caligrafía era buena, la escritura de algunos otros era medianamente legible.

Los profesores eran la mitad sacerdotes, y la otra mitad, seglares. Eran buenos. Cierto, buscando cinco pies al gato, siempre podrían hallarse deficiencias de enseñanza suyas, por un lado, o malos rollos de situaciones personales, por otro. Uno en una ocasión hasta me puso un cero por soltar una impertinencia no premeditada. Fue en una clase de religión la víspera de unas vacaciones navideñas. Nos mandaba de tarea para casa hacer un trabajo de cinco folios sobre no se qué. "A la vuelta", dijo, "os sentáis aquí (señaló la mesa del profesor) y leéis vuestros trabajos". "¡Sí, con un vaso de agua1. ¡No te fastidia!", salté yo. Inmediatamente, preguntó: "¿Quién ha sido?". Me responsabilicé... Me puso un cero, pero se olvidó de la tarea vacacional de los cinco folios ;-) . ¡Algo salimos ganando! :-) . No obstante, en esta clase de acontecimientos no vale la pena mirar hacia atrás con el lastre de un mal recuerdo y del rencor. Es mejor dejarlo en una graciosa anécdota. Es necesario olvidar donde sea preciso olvidar y recordar donde sea necesario recordar para ver la vida con armonía. Para nosotros todos los profesores tenían su apodo. ¡Hasta teníamos zoológico con nombrecitos de animales!... que resultaría gracioso, pero estaría demás anotar aquí ;-) . Cuando hablábamos entre nosotros no utilizábamos sus nombres o apellidos, sino sus sobrenombres. Y hasta les caricaturizábamos imitando con sarcasmo sus gestos y modalidad de voz. Creo que, con independencia de llevarnos aprobados o suspensos y/o de las regañinas de los profesores, todos los alumnos, aunque las circunstancias nos hayan llevado por lugares más o menos brillantes o lúgubres, aprendimos a tener un sitio en la vida. Eso ya es la único importante, y debemos estar agradecidos, echando lo negativo a un saco roto.

Los exámenes y calificaciones eran mensuales. Aún recuerdo que estando en segundo curso (por última vez, la costumbre se suspendió en futuros años) había exámenes orales finales, en junio. El profesor de cada asignatura y otros dos más (superiores o el mismo rector, a veces) hacían de jurado. ¡Que tontería!: Tres días de nervios para nada. Todos tirados por el anden comiendonos los libros contagiándonos el nerviosismo. Y resulta que cuando entrabas allí, se dedicaban a bromear contigo y a tomarte el pelo... y si, por casualidad, te preguntaban algo referente a la materia examinada, te cortaban con un: "¡Vale, vale, no hace falta que sigas!". Se supone que la cosa fuera en serio con quienes se balanceaban entre el suspenso y el aprobado.

No aprobar el curso no siempre era para la dirección del Centro motivo de rechazo. Si en el suspendido observaban buen comportamiento y que su fracaso escolar no era a causa de falta de aplicación, le proponían repetir el curso al año siguiente. No obstante, cada año, al comenzar el nuevo curso eran bastantes los alumnos que no volvían. Nadie sabía a ciencia cierta si habían sido rechazados por la dirección del Centro, o su ausencia se debía a voluntad propia.

Por sistema, "los superiores" (padre superior, vigilante de cada curso: D. Licinio, D. Andrés, D. Ángel, D. Clementino, y D. Procopio) no pegaban, salvo si llamamos pegar a un tirón de orejas (lo cual era una simple llamada de atención un tanto jocosa). Sí, es cierto, vi algunas bofetadas aisladas, pero estos hechos punitivos extraordinarios puedo comprenderlos más en el nerviosismo y la crispación momentánea del ejecutor, que como medida de castigo. Ellos se turnaban en la vigilancia. Pero es de reconocer la dificultad de controlar a 450 jovencitos por dos personas por turno. Sí, es cierto, existía una dura disciplina, pero resulta comprensible... sin ella, casi medio millar de chavales con edades entre 11 y 17 años nos hubiéramos subido a las barbas del mismísimo Fidel Castro. Y en el Centro, no pensemos en dictaduras, debe aquí constar, la puerta siempre estaba abierta para quien quisiera irse. Si estábamos allí era por convicción o por conveniencia. Era frecuente que se nos abroncara. Conllevar algún complejo de inferioridad, como era mi caso, por motivo físicos o de cualquier otra índole, te hace sumamente dócil. Me bastaba una mirada para sentir la bronca y que ésta surtiera efecto en mí. No siempre sucedía lo mismo entre mis compañeros... a veces una regañina les duraba lo que el superior tardaba en darse la vuelta.


(Estas 10 fotos de ex-compañeros, que yo guardaba en mi álbum, fueron hechas en la máquina instantánea (fotomatón) que había a la entrada
del puente del Arco Santamaría, la cual sacaba cuatro fotos por persona, introduciendo tres monedas de cinco pesetas).

Un castigo muy empleado entonces, y tan ridículo que hoy causa risa, era el de "hoy te, u os (todo un grupito), quedas, quedáis sin postre". Si alguna vez me castigaron así, pues dejé la manzana (o lo que fuera), y punto... pero no estoy seguro de que los demás hicieran lo mismo. ¿Podía un superior en un comedor de 300 alumnos controlar que los castigados, tal vez por otro cura distinto, dejaban la mazana sin comer? ¿Puede un jovencito de 12-14 años abstenerse de hablar con el compañero (por ejemplo), en una fila de 300, por temor a que el único vigilante le pille y le quite la manzana de la comida? A propósito, no sé qué se cuenta de la desnudez de unos tales Adán y Eva por comer una manzana ;-) .

Tal vez podríamos entender a profesores y superiores por aquel tiempo como si hubieran ejercido de entrenadores de nuestro "equipo deportivo" (formación educativa). Sus broncas y dejadas en el banquillo fueron como un estimulante para que subiéramos en la tabla. Por encima de sus aciertos o desaciertos, veo en ellos grandes seres humanos. ¿Pero quién soy yo para apedrear a nadie? Si les apedrease, más vale que no hubiera piedras donde a mí me juzguen... si alguna vez se me juzga. No hace falta comulgar con las ideas de una persona para apreciarla y respetarla.

Por razones bastante comprensibles, solamente he estado (en 1981) en una reunión de ex-compañeros de curso del Seminario. Me pareció decepcionante la resolución negativa a la propuesta de invitar a profesores y superiores a la próxima reunión. Quizás un enfermedad degenerativa y progresiva, como es mi caso a fuerza de palos nos enseñe de repente demasiadas cosas. Cosas que normalmente se aprenden a lo largo de la vida de forma paulatina: "golpe a golpe, verso a verso" [no sé de que me suena eso ;-) ]. Lo jodido del caso, es que siempre las aprendemos tarde. Creo que en la última reunión de ex-compañeros, más de 20 años después de la citada, se ha invitado a profesores y superiores. "Nunca es tarde si la dicha es buena", suele decirse. Sin embargo, algunos de ellos ya han traspasado la frontera de la vida. Algunos, como D. Justino (el rector), D. Nazario, D. Bonifacio, D. Damián (del fallecimiento de esos cuatro tengo noticias, pero además hay otros que hoy sumarían tal edad que parece ya imposible su estancia en la vida: D. Julio, D. Fructuoso, D. Luis Belzunegui), etc... ya no siguen entre nosotros. "Con el tiempo aprenderás que intentar perdonar o pedir perdón, decir que amas, decir que extrañas, decir que necesitas, decir que quieres ser amigo, ante una tumba, ya no tiene ningún sentido" (José Luis Borges).

En segundo, ignoro muy bien la causa (supuestamente que nos desconcentraban), nos requisaron los cromos de futbolistas. Suena muy raro ese hecho, pues en otra ocasión a un pequeña grupito, nos dieron cromos de futbolistas, que seguramente habían sido requisados en un curso anterior. Sea como sea y por lo que fuere, yo por aquel entonces tenía en una pequeña agenda (de esas que distribuyen como anuncio las casas comerciales... librería de un compañero de Aranda de Duero... Bayo) pegada la alineación completa del Real Madrid de aquellos tiempos. Aún la recuerdo de memoria 35 años después. El Real Madrid "ye-ye": Betancout, Calpe, De Felipe, Sanchís, Pirri, Zoco, Miguel Pérez, Amancio, Groso, Velázquez, y Gento. ¡Qué cosas! Hoy el fútbol ni fu ni fa :-) . Me parecen unos imbéciles y aprovechados negociantes aireando fichas astronómicas y pagando a veces salarios faltos de ética (mil y dos mil veces el salario mínimo profesional) y acogiéndose al beneficio de unas normas de sociedades deportivas, como un simple club de barrio, cuando sus presupuestos son de cifras impensables que nada tienen que ver con el deporte modesto (que es quien realmente necesita ayuda) no sólo por sí, sino también por su labor social. Los clubs de fútbol de élite sólo crean fanáticos .

Una de las cosas que más nos molestaba eran las obligatorias y periódicas rapaduras de pelo. Probablemente hubiera motivos higiénicos para tal práctica. Nunca existieron piojos entre nosotros, eso es verdad... cuando, 25 años después, en esta España de hipotético superavance, mis sobrinos sí los traían de los colegios. El corte de pelo nos era un fastidio, porque por entonces la melenita era moda a semejanza de los Beattles o de no sé quién... que de esas cosas nunca he entendido un carajo ;-) . En fin, aquello del corte de pelo iba por riguroso orden alfabético. Nadie se escapaba... ni siquiera por enfermedad. El peluquero hacía sus marcas en la lista, y, si alguien no estaba cuando le correspondía el turno, ya le llamaría al día siguiente o a los dos días. Por ello, teníamos a gala no cortarnos el pelo durante las vacaciones veraniegas para comenzar el curso con la pelambrera un poco a la moda. ¡Total, sabíamos que en la primera semana nos iban a pelar por sólo tres duros (quince pesetas)!. Eso nos cobraba el peluquero "per cápita pelada" ;-) . Le era posible, a pesar de tan bajo costo, juntar un buen salario adecuado a aquellos tiempos, pues rapar el pelo casi al cero con una maquinilla eléctrica era cosa de cuatro minutos, contados, por persona.

Y si en el párrafo anterior hablábamos de higiene, ahora hablaremos de enfermedad. No eran muchos males afectantes a unos adolescentes en plenitud de facultades. Cuando la cosa era seria, el enfermo era hospitalizado o enviado a su casa. De nuestro curso recuerdo al fallecido Delgado (de Castrojeriz), tras penosa enfermedad... tras tres años en casa. A veces había alumnos escayolados (brazos y piernas), que hacían vida normal. Lo más latoso eran las gripes. Había una enfermería con 15 o 20 camas en tres salas contiguas, regida por una monjita menuda, cuyo nombre no recuerdo. El tratamiento para la gripe era drástico. Tres inyecciones de antibióticos en días consecutivos solían bastar para darte el alta al cuarto. El termómetro iba a mandar. También había un Dr. para consultas, contratado por el Centro (o tal vez de aportación voluntaria -?-). Se trataba del Dr. Francés, cuya consulta estaba en la plaza Vega. A nosotros nos pasaban a una sala de espera sumamente reducida. No hacía falta ser muy avispado para darse cuenta de que los clientes particulares o de otros seguros eran pasados a otra sala de espera principal, y atendidos por el Dr. con carácter prioritario en el tiempo sobre nosotros.

La tarde de miércoles, sábados, y domingos era de "paseo" (así llamábamos a la actividad, aunque la denominación no fuera exacta). Íbamos a varios sitios, pero en un 90 % de las veces el tal paseo se centraba en torno a una zona de campos de fútbol donde jugábamos competiciones ligueras. Era por la parte oeste de la ciudad, carretera de Valladolid: El Parral (que, aunque sé de la existencia de un albergue de peregrinos del Camino de Santiago, visto desde fuera, no ha cambiado nada por culpa de un falsa ecología que no distingue una piedra de un peñasco ni un árbol de un esqueleto, las tapias siguen siendo, como las de las huertas de los pueblos, de piedras sueltas y desordenadas, y a los viejos chopos les rapan las ramas a ras del tronco esperando echen una sabia nueva que no llega)... Los Parralillos (en cuyo campo de fútbol construyeron bloques de pisos hacia 1973)... los campos del Ferial (cuadrado entre la carretera Valladolid, la vía, el río Arlanzón, y el antes ferial de ganados... donde hoy está construida la Facultad de Ciencias)... la actual Universidad de Burgos queda allí, al otro lado de la vía, (por aquel tiempo en ese lugar había una fábrica de quesos)... y La Milanera (que posteriormente ha sido ferial de ganado, y hoy se instalan allí las barracas que, por entonces, se ponían en el Paseo de la Quinta). Por lo demás poco ha cambiado en la zona: Aquel cuartel militar, son hoy piscinas municipales... el antiguo Ferial, no sé qué es, parecen pistas deportivas... el edificio bancario de ferial hoy es una residencia universitaria... y el espacio entre la tapia de El Parral y la carretera, donde antes exponían madera y nos resultaba un placer pisar a finales otoño las grandes hojas secas y crujientes de los castaños, es hoy un paseo enlosado plagado de farolas con espacios de césped verde a ambos lados... pero con "el adorno" de la arcaica y tosca tapia de El Parral como fondo.

También en menor medida íbamos al Seminario Mayor de San Jerónimo a ver cine y teatro (hoy convertido en hotel ABBA)... al parque de El Castillo... a Fuentes Blancas... al Paseo de la Quinta [que por estar tan modificado, ya no lo reconoce ni la madre que lo parió ;-) ]... a Villagonzalo... al cementerio... a Las Mijaradas (granja del Arzobispado entonces, hoy creo que son campos de golf)... al Plantío (a veces se nos dio libertad para ir a ver el fútbol cuando el Burgos estuvo en primera división, recuerdo al menos haber asistido a dos partidos)... y a la plaza de toros (no a ver espectáculos taurinos, sino deportivos)... a la Catedral... a ver algunas exposiciones en diferentes lugares... a ver la vuelta ciclista a su paso por Burgos (todos los años)... y en una ocasión fuimos a ver a D. Juan Carlos en su visita a la ciudad (cuando todavía no era Rey, sino Príncipe de Asturias).

Al ir de paseo salíamos sin ninguna clase de orden... de forma escalonada, nada de filas, silencios, ni uniformes, como antaño. Tampoco nos sentíamos vigilados. Es posible que fueran con nosotros dos superiores, pero iban juntos y en cabeza. Íbamos en grupitos charlando de nuestras cosas. Era normal, por afinidad, tener más amistad con determinados compañeros. Sí, a veces tenía mucho que ver tal relación de intimidad con la cercanía en el orden alfabético, pero era precisamente con quienes compartíamos las clases y todo lo relacionado con los estudios. La vuelta de los paseos era aún más escalonada que la ida: Entre los primeros en regresar y los últimos, podía variar casi una hora.

Era obligatorio formar parte en un equipo de fútbol, por cursos, que, días sí días no, participara en la competición liguera. Al inicio de cada curso, en operación donde participaban los mejores jugadores a título de capitanes nos asignaban equipo, promediando la calidad. Recuerdo una vez habernos reunido recién creado el equipo a debatir la estrategia. Dijo el capitán: "¿Quién quiere ponerse de portero? Vale, tú portero. Vosotros de laterales. Tú que eres alto y fuerte, de defensa central. Vosotros por lo extremos centrando al área...". Ya llevábamos 15 minutos, y de mí, sin acordarse. Así que pregunté: "¿Y yo dónde me pongo?". La respuesta, acompañada de un risa franca, parecía tan sincera que provocó mi risa también: "Tú ponte dónde quieras, pero no estorbes" ;-) . Es de suponer la existencia de diversos motivos, pero en todos los equipos había alguien tan malo jugando como yo.

Todos disponíamos de dinero, no sólo para comprar material escolar en una tienda abierta a cierta hora dentro del Centro, sino también, si no nos tocaba jugar, para comprar chucherías en un bar en San Amaro. ¡Pero ah, la pipas y el chicle... eso no nos atrevíamos a meterlo dentro del Seminario!.

(Continuar).