46- ¿QUÉ PODÍA IDEAR PARA SALVARSE?. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Mohamed Tarik era un valeroso y noble caudillo del ejercito del sultanato de Benasaran. A la vez, era íntimo amigo del sultán y pasaba en palacio gran parte del tiempo que le permitían sus ocupaciones militares. Un día, a la vuelta de una de sus campañas bélicas, fue arrestado y encerrado en una mazmorra donde permaneció incomunicado durante una semana sin obtener respuesta a la pregunta sobre el motivo de su prisión. Al octavo día de encierro recibió la visita del cadí. Después del típico saludo según las costumbres del sultanato, le preguntó:

- Quisiera saber por qué me han encerrado en esta mazmorra.

- Se te acusa -contestó el cadí- del asesinato del sultán.

- ¡Cómo! ¡Que el sultán ha sido asesinado! Pero... pero -titubeo embargado por la fuerte impresión de la noticia-, ¡si era mi mejor amigo!.

- Así es: el sultán ha sido asesinado. Hay al menos seis personas dispuestas a testificar al respecto de tu participación en el malvado acto. ¡Los amigos a veces también disputan!.

Enseguida Mohamed Tarik pensó en una conspiración de la cual iba a ser víctima. Afianzo sus ideas cuando supo por boca de su vistante que ahora el hermano del difunto sultán estaba al frente del sultanato. No obstante, jamás hubiera sospechado que el propio cadí formara parte del complot.

- ¿Y usted también me cree culpable? -le preguntó.

- Yo no puedo guiarme por presentimientos. Tengo que juzgar teniendo en cuenta los testimonios, y te aseguro que los presentados hasta ahora ya te han condenado.

Se hizo un silencio...

- No obstante -añadió el cadí-, intentare salvarte pidiendo un juicio divino. Escribiré dos papeletas: "soy culpable" y "soy inocente". Habrás de elegir una de ellas. Que sea Alá quien dirija tu mano y decida sobre tu culpabilidad o tu inocencia.

- Acepto -dijo Mohamed viendo que no tenía otra salida.

Al anochecer de la víspera del juicio, el guardián entró en la mazmorra y, después de entrecerrar la puerta, dijo:

- Mohamed, me han dado severas órdenes de mantenerte incomunicado. Tengo una carta de tu hermano. Quisiera leertela para no dejar rastros, pero no puedo: No sé qué dice porque no he aprendido a leer. Solamente puedo darte la misiva a condición de que la leas y seguidamente, en mi presencia, la destruyas en la llama de la vela.

Tras los oportunos saludos, la nota decía: "Hoy he estado en el palacio del sultán a implorarle por ti en honor a tu amistad con su difunto hermano. Estaba el cadí y supe que hablaban de ti. Apliqué el oído a la puerta. Lo que oí fue terrible. No habrá tal juicio divino. Es un montaje rápido para evitar que alguno de tus compañeros presente una coartada. Ambas papeletas dirán lo mismo "soy culpable". Elijas la que elijas, dirán que Alá ha dictaminado tu culpabilidad". La carta terminaba con una emotiva despedida.

Mohamed leyó la carta en voz baja una sola vez. Después, como había prometido al carcelero, quemó la nota en la llama de la vela. Tras el cierre de la puerta por parte del guardián de la mazmorra, se acostó. Tenía toda la noche para pensar. ¿Qué podía idear para salvarse?.

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