801- REFLEXIONES DE UN FIN DE VERANO. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Era principios del mes de septiembre. Nuestro verano (el de la recolección) había tocado a su fin: En el campo solamente quedaban algunas pacas de paja de cereal y los girasoles ya perdiendo su amarillo intenso. Entonces, la muerte (que no para) llamó en fechas casi contiguas a dos mujeres de muy distinto signo: Una, en plena juventud, a los 36 años, y grande entre los grandes. La otra, arrugadita como una pasa, a los 87 años de edad, y tan pequeñita como los pobres de sus amores. Eran (nunca mejor dicho) la princesa y la mendigo. Eran Diana de Gales y la Madre Teresa de Calcuta.

No sé bien de qué murió la Princesa Diana: Tal vez fue víctima de su propia popularidad. Tampoco sé de qué murió la Madre Teresa: Porque quienes dan la vida por los demás nos hacen falta en el mundo y nunca debieran morir aunque tengan delicado el corazón.

Siempre he pensado que cada ser humano era un montoncito de circunstancias, y la vida nos hace así, o de la otra manera, con un margen de libertad bastante pequeño. Así fue Diana, ni una mala persona, ni una santa: Sólo era alguien con las mismas debilidades de cualquiera de los comunes de los mortales. ¡Ah!, pero la Madre Teresa era otra cosa: ella sí había puesto en marcha su libertad para elegir un camino de entrega. A la persona de la Madre Teresa le caían bien los versos de Rabindranath Tagore: "Soñé que la vida era ilusión. / Desperté, y vi que la vida era servir. / Serví, y vi que la vida era alegría...". Ella había elegido el camino de servir.

Y nosotros... (tontos de nosotros) seguíamos engañados con el mismo cuento: que si los "paparazis", que si el chofer estaba bebido, que si los 190 kilómetros por hora, que si el cigüeñal de un mercedes es irrompible, que si la Princesa estaba embarazada, que si la sortija de la petición de mano valía 30 millones, que si el Gobierno las vísperas le había ofrecido ser Embajadora Especial, que si... que si... No sé si tanto rollo era verdad o mentira... o se nos seguía vendiendo algo. Sí sé que las cadenas de radio y televisión alimentaban nuestro morbo con sus noticias. Sí sé que las flores valían miles de millones y las lágrimas corrían a raudales.

Y mientras... se nos iba una verdadera santa... sin lágrimas y sin flores... sin la cercanía de sus pobres... secuestrada por el ejército, porque era Premio Nóbel de la Paz: Un día la sociedad quiso lavar su conciencia de no hacer nada por los pobres dando un premio a esta sencilla mujer. Pero todo esto no tiene importancia: La Madre Teresa no hubiera querido flores, ni lágrimas, ni ruidos en su funeral... Sin embargo, estas comparaciones son paradojas de la vida...

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