803- CARNAVAL. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.
Estamos en plena semana carnavalesca. Carnaval siempre suscita emociones en todos nosotros con independencia de la edad: ilusión para los que van por la vida... y recuerdo para los que estamos de vuelta. Y recuerdo... recuerdo, porque yo ya estoy de vuelta y media:
Aquí, en este pueblecito Castellano, nunca estuvo prohibido nuestro inocente carnaval. Se ve claramente que a este recóndito lugar ni siquiera llegaba el eco de las leyes de la dictadura. Nuestro carnaval siempre fue alegre y divertido, pero, a la vez, exento totalmente de malicia. La celebración de la fiesta carnavalesca coincidía con los tres días anteriores al miércoles de ceniza. Los chavales (edad escolar) se "vestían" (entrecomillado) el domingo y los mozos hacían la mascarada el martes de carnaval por la tarde después del Rosario. Disfrazarse de alguien o de algo en concreto no existía. Vestirse de mascarito, como aquí se decía, consistía en cubrirse con ropa vieja, lo más llamativa posible y con añadidos ruidosos, como esquilas y cencerros. La máscara (careta) era de cartón de imprenta sujeto con una goma a la parte posterior de la cabeza. Aunque el enmascarado iba bien cubierto, siempre se acababa sabiendo quien era, por la estatura, el andar o los gestos. En estos pueblos pequeños éramos capaces de conocernos unos a otros a pesar de los disfraces de ropajes hallados en algún viejo desván. Toda nuestra inocente juerga era correr a los chavales/as, hacer muecas a las mujeres y asustar a sus niños.
A continuación, se pedía un donativo de casa en casa con el mismo ropaje de la mascarada, pero a cara descubierta, acompañándose de un cesto y con la canción siguiente: "Señora María, / eche mano al arca, / eche mano al arca, / y saque los huevos / de la polla blanca, / de la polla blanca". Efectivamente, el donativo, poco o mucho, siempre era huevos: parte de ellos se cambiaba por vino y escabeche para celebrar esa misma noche una cena. Se invitaba a ella a las mozas, y se alegraba con canciones y chistes la velada. Y después, "cada mochuelo a su olivo".
La psicología y la sociología ha estado permanentemente dando tumbos, haciendo retórica y llenando papel para explicar lo que cabe en dos frases: El ser humano necesita fiestas y, si no existieran, se las inventaría. El origen de la fiesta pudo ser la historieta de D. Carnal y Doña Cuaresma y darse un respiro antes del clásico apretón del cinturón de los cuarenta días recomendado desde el punto de vista religioso, pero eso no tiene nada que ver con su evolución aunque queden restos de tradiciones. El drástico cambio de mentalidades traído por el devenir de los tiempos viene a darme la razón. En mi pueblo, años atrás, aludiendo a pasarlas caninas, se estilaba el dicho "pasar más hambre que las putas en cuaresma". Pues bien, habríamos de reconocer que en la actualidad la cuaresma no hace la menor mella en los ingresos por trabajo de las prostitutas.
Pocos años después de reinstaurada la democracia en España, desde La coruña, me escribía un amigo de colegio que estaba en el Servicio de Vigilancia Aduanera patrullando por las costas Gallegas. En su carta me contaba lo bien que lo había pasado en los carnavales. Achacaba la fuerza de tales fiestas a que estuvieron prohibidas durante el franquismo y a que todos necesitamos por un día disfrazarnos de lo que no somos. Entonces no discrepé de sus ideas, aún no estando en concordancia con ellas, pero hoy sí lo haría. El paso del tiempo ha venido a quitar fuerza a sus argumentaciones en favor de las mías ya expuestas en el párrafo anterior. De haber sido la fuerza del carnaval una consecuencia de la prohibición, habría tomado carácter de novedad para ir apagándose paulatinamente después. Sin embargo, la fiesta del carnaval sigue en progresión ascendente.
Párrafo aparte merece el segundo de sus argumentos. Éste no está sujeto al tiempo, porque cada época y civilización trae sus propias matizaciones, aunque en el fondo subyace la forma de ser del hombre y solamente cambian matices, pero no esencias. Echando mano al refranero ya se dice: "Dime de que presumes... y te diré lo que te falta". En fin, que todos nos pasamos la vida disfrazados, aunque no intervengan los ropajes, intentando aparentar lo que no somos: ricos, buenos, guapos, amables, etc. Posiblemente, el mejor cambio por un día que podríamos hacer sería mostrarnos tal y como somos sin tapujos... ni caretas... ni coloridos plumajes... que enmascaren nuestros defectos, debilidades, miserias, y dependencias de los demás.
El carnaval existe y seguirá existiendo, pero sólo porque el ser humano necesita fiesta: Ésa es la esencia que no cambia sea cual sea nuestra civilización, cultura, ideología, o modo de vida. Todo lo demás para explicar el porqué del carnaval es retórica hueca. Bailaremos, lanza en mano, al rededor de una hoguera, o iremos a un sofisticada discoteca con chupa de cuero al estilo "fiebre del sábado noche"... haremos meriendas a lo caníbal, o jalaremos caviar Ruso... nos trasladaremos a caballo, o en automóvil de lujo... pero habrá fiesta mientras y donde exista el ser humano. Permanecerá lo esencial: habrá amor y odio... pereza y diligencia... etc... seguirá habiendo atracción mutua entre hombres y mujeres... y, adaptados a la época, también habrá Sanchos y Quijotes. Esto me recuerda con fondo musical la canción de Julio Iglesias: "Unos que vienen / y otros que se van: / La vida sigue igual".