Negros nubarrones en el horizonte.



Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Sumario: 26- La farsa de El Cairo. 27- "¡A votar...!". 28- Carnaval. 29- Carthago debe ser destruida. 30- Hacer la pascua.



26- LA FARSA DEL CAIRO

Generalmente, cuando escribo un artículo me cuesta encontrarle un título. Sin embargo, en esta ocasión los titulares me sobran: "Crítica a el Cairo". "El barco de la humanidad". "Un problema al revés". "Ciegos por interés". "Las mentiras que nos cuentan". Finalmente, y por alusión a la ciudad donde se celebra la Conferencia, lo titularé: "La farsa de El Cairo".

La Conferencia sobre Población y Desarrollo que se celebra en El Cairo a partir del 5 de septiembre de 1994 es una auténtica farsa, porque no se debate el problema por la cara real. Es como si en lugar de hacer todos juntos un examen de conciencia, nos fuera más fácil culpar al más inocente. Evidentemente el tema de la superpoblación de la tierra es preocupante. No nos exime de preocupación el fracaso en las predicciones al respecto de un tal Mathus que ya hace dos siglos veía negra la relación entre el número de habitantes de la tierra y la posible capacidad de producir alimentos.

Aún estando ahí ese fracaso en la predicción de Mathus y siendo visible la aptitud de las modernas técnicas de producción alimenticia, el problema está vivo. En la solución no podemos ni debemos contar con hambres, guerras y pestes para reducir en número la humanidad. Nuestra obligación de humanos está en combatir estas catástrofes. Es de obligación intentar evitarlas. Ahora bien, hay diferencia en combatirlas para el total de seres humanos que pueblan la tierra, y sólo rechazarlas, egoístamente, para el Mundo Desarrollado. No sería ético usar diferente rasero para la medida. No valdría ver esas catástrofes como un sí, pero no, o un no, pero sí cuando se trata del Tercer Mundo. No digo ninguna tontería, esta situación de contraposición de peros se da en la actualidad. Habríamos de cerrar los ojos para no verlo. Por ejemplo, por una parte enviamos ayuda humanitaria, y por otra, armas para que continúe el follón. O, por una parte les enviamos esos alimentos que tenemos a punto de caducar para paliar el hambre, y por otra, les negamos nuestra tecnología para poder autoabastecerse. O, por un lado, les vendemos productos manufacturados a precio de oro, y por otro, nos llevamos las materias primas origen de esos mismos productos a precio de saldo.

Aún siendo real la preocupación de superpoblación, la Conferencia de El Cairo es una farsa porque no enfoca el problema con visión de la realidad, ni en un clima de respeto a la dignidad del hombre, para todos la misma, desarrollados o sin desarrollar.

Tenía razón un astronauta cuando allá por 1969, olvidando la desigualdad en la Tierra, soñábamos con conquistar la luna, comparaba al Planeta Tierra con un barco donde estábamos embarcados todos los seres humanos. Pero puntualicemos: es un barco donde unos viajan en camarotes de lujo, comiendo a la carta, y otros, los más, en las oscuridades de la bodega, y a pan y agua, y escasos. Debido a una sobrecarga se prevé un naufragio. Pues bien, a la ONU, como capitán del barco, no se le ocurre lo normal de las películas de cine en estos difíciles casos, gritar: "¡Sálvense primero las mujeres y los niños!". No, a la ONU se le ocurre algo inhumano: echar mano de los pasajeros de la bodega: "¡Tiremos unos cuantos del Tercer Mundo por la borda y todo arreglado!.

En primer lugar, no es lo mismo control de natalidad que planificación familiar. Lo primero es una imposición, lo segundo es bueno, es una libertad para elegir libremente el número de hijos de acuerdo con la moralidad y economía de los padres. Y ahí está el quid de la cuestión. Occidente no puede decir: esta moralidad es la mía y todos han de pasar por ella, yo poseo el dinero y por tanto, aquí quien posee la pasta tiene la razón. Entérense bien los llamados progresistas y dejen de cometer tonterías en nombre del progreso. Esto no es libertad, sino imposición. Esto no es ejercer la solidaridad, sino ir por la vida avasallando.

De todas formas, no hay ni la más mínima relación directa entre población y subdesarrollo. Paradójicamente, resulta que, Europa, el continente más rico de los cinco, es el más poblado de todos. Y veanse en los siguientes ejemplos particulares: Japón (superpoblado) tiene una densidad de población de 326 habitantes por Km. y 21.914 dólares de PNB por habitante. En el mismo caso estaría Alemania con una densidad de 217 habitantes por Km. y un PNB de 17.659 dólares cada uno. Idéntico proceso es el de Holanda con 356 habitantes por Km. y un PNB por persona de 19.080 dólares. En una zona menos poblada y menos rica, estaría Argentina con sólo 12 habitantes por Km. y un PNB (bastante inferior a los anteriores países) de 2.654 dólares por persona. O México con 44 habitantes por Km. y PNB de 1.789 dólares cada uno. Y hay países muy poco poblados y extremadamente pobres como Angola con sólo 7 habitantes por Km. y PNB de 531 dólares. O Zaire con 15 habitantes por Km. y solamente 172 dólares por persona de PNB. O Etiopía con 41 habitantes por Km. y 120 dolares de PNB por habitante. Otro ejemplo, bien claro, estaría en la comparación de las dos Coreas.

Es evidente que la relación positiva, aunque no directa, también existe. Hay países superpoblados con PNB muy bajo: La India con 254 habitantes por Km. y PNB de 330 dólares por persona. O Pakistán con 137 habitantes por Km. y PNB de 353 dólares por persona. O, cambiando de continente, Haití con 228 habitantes por Km. y 356 dólares de PNB por cada uno. Pero, no nos equivoquemos, la población no es la causa de la pobreza, sino el efecto. Hay superpoblación precisamente por ser pobres, no se es pobre por estar superpoblado. Primero está la causa y después viene el efecto. Hay que luchar contra la causa, no contra el efecto. Es decir, luchemos contra la pobreza y la reducción de natalidad vendrá por si sola. Lo normal es luchar contra la infección para reducir la fiebre. Es inútil intentar calmar la fiebre dejando la infección a que se solucione ella sola. Invertir los términos, o es de ciegos interesados o no es de humanos. ¿Habremos perdido el rumbo?.

Resulta evidente cuanto se dice en el párrafo anterior. Aquí mismo en España tendríamos ejemplos concretos con algunos colectivos. Si hubiera estadística podríamos comparar los datos renta percápita con el número de hijos de la media nacional con respecto a un colectivo marginado, como los gitanos. Advierto no ser racista a pesar de haberme fijado en los gitanos. Es un colectivo injustamente marginado y cuyos valores respecto a la familia, admiro. En esta comparación veríamos como a mayor pobreza se tiene mayor número de hijos. Es completamente absurdo decir lo contrario invirtiendo los términos. Conozco muchas familias numerosas a quienes no afecta la pobreza.

En mi vida he conocido dos personas apodadas "manquillos". Al primero, una maquina le cortó una mano (causa), por eso le llamaban "manquillo" (efecto). El segundo así apodado, por el contrario, tenía tantas manos como los demás. Es decir, el llamarle "manquillo" (efecto) no determinaba que le faltara una mano (causa).

¿Qué es la pobreza? La pobreza es una falta de industrialización por desinterés o motivos políticos, o simplemente porque ha faltado una iniciativa o una posibilidad económica. La mano de obra nunca ha significado pobreza. Aquí en España tenemos ejemplos palpables de cuanto se dice en este párrafo: Cataluña es rica, y Andalucía pobre. Desde luego, no es pobre por el número de hijos. ¿Por qué es más pobre Andalucía que Cataluña? Alguno sabrá los motivos por los que la industrialización de España se concentró en Cataluña y a Andalucía la sangraron llevándose la mano de obra. Por ejemplo: ¿por qué en vez de llevar obreros andaluces a Barcelona, no hicieron la SEAT en Granada, o en Jaén?.

Ni siquiera pobreza equivale a una falta de recursos en forma de materias primas. De Brasil dice textualmente mi atlas: "es, potencialmente, la nación más rica del mundo". Pues bien, sin ser cuestiones de superpoblación, en Europa, solamente Albania posee un PNB por persona más bajo que Brasil. Más aún, por ejemplo: Alemania, PNB 17.659 dólares, o Japón 21.914, con relación a Argentina 2.654, o Angola 531. ¿tiene más recursos para explotar en forma de materias primas Alemania y Japón que Argentina y Angola? Yo afirmaría que no. Según mis datos, no.

Pero no, en la Conferencia de El Cairo no repararan en todo esto. Irán directos a aminorar la carga del barco en perjuicio de los pobres. Nadie hablará del famoso, harta miseria, 0,7 por ciento del PIB prometido en 1972 (hace 22 años) y jamás cumplido. Nadie hablará de injusticias comparativas. Nadie hablará de restringir el superconsumo del Mundo Desarrollado para que haya alimentos para todos. Nadie hablará de dar salida solidaria a los excedentes que se pudren o se prohíbe producir, como en la Comunidad Europea, ¡que vergüenza!. Nadie hablará de la situación económica del Tercer Mundo. Nadie hablará de aliviar los intereses de la deuda a los países pobres. Nadie hablará de condonar una parte de las deudas. Nadie hablará de quitar fronteras a las tecnologías. Nadie hablará del problema de los refugiados. Nadie hablará de inmigración. A nadie le importará el tráfico de armas ni la minas-trampa terrestres que empobrecen y matan a los habitantes del Tercer Mundo. Y si alguien habla de estas cosas, no será por interés por el problema en sí, será para reforzar las tesis de control de población.

Nadie pondrá un duro para colaborar, en justicia, al desarrollo del Tercer Mundo. Pondrán su dinero, eso sí, para el control de la natalidad. No nos engañemos ni nos dejemos engañar. Esto es como decir: el desarrollo del Tercer Mundo a algunos de los participantes en la Conferencia no les importa un pito, les mueve salvar su pellejo de Mundo Desarrollado, porque en el barco "Planeta Tierra" también van ellos embarcados. ¿Es esa la tan cacareada solidaridad?.

Es curioso omitir la realidad "morir de hambre" para hablar de "salud reproductiva". Resultaría un juego de palabras gracioso si el tema estuviera para reír: "¡Muérase de hambre, pero eso sí, muérase con salud reproductiva!". ¿Qué será eso de salud reproductiva? ¿Será alguna medida para proteger la salud de los trabajadores que producen? ¡A las cosas llámenlas por su nombre!

Ya es hipocresía condicionar ayudas del Mundo Desarrollado a la disminución de población en el Tercer Mundo. ¿Eso es solidaridad? No lo creo. A mí me parece un mercado donde se compra y se vende. Te doy, a condición de que... Es decir: te cambio.

Yo me hago de cruces si me pongo a pensar en países como Sudan, Tanzania o Ruanda con una media de vida en 51 años para hombres y 53 para mujeres, 49 para hombres y 54 para mujeres, 49 para hombres y 53 para mujeres, respectivamente, y una tasa de mortalidad infantil de 98 por mil, 109 por mil, y 117 por mil, también respectivamente, si algún día tuvieran unos índices de natalidad similares los de España, Italia o Alemania, 13, 11, y 11 por mil, respectivamente. ¿Cuánto tardarían en desaparecer? ¿Qué sería de ellos dentro de 50 años? Dejarían de ser países pobres para convertirse en estados todo dependientes de la beneficencia del Mundo Desarrollado. ¿Será esta la forma correcta de salvar a los acomodados pasajeros de los camarotes de lujo del barco "Planeta Tierra"?.

Yo digo que las relaciones humanas están por encima de la supervivencia del individuo. No por ser pobre, o extremadamente pobre, se ha de renunciar a lo único que se posee el sentimiento amor. Parece una barbaridad cuanto digo: someter la supervivencia de la humanidad a la supervivencia del individuo. Pero es así de irrefutable: sin individuo no hay especie. La verdad es que en el amor a los hijos, por ejemplo, ellos podrían darnos lecciones al Mundo Desarrollado. Se puede morir de hambre con un hijo en brazos, pero no se morirá de hambre por el hijo, que es probablemente lo que les da fuerza para mantenerse vivos, sino por la injusticia del Mundo Desarrollado.

Siendo positiva una planificación familiar, es inaceptable un control de la natalidad. Además sólo ha triunfado en países totalitarios y bajo amenaza, como en China. Fue un fracaso la llamada a la esterilización en la India. Del aborto no quiero ni acordarme. Resulta que es un disparate en el Primer Mundo, en el Segundo y en el Tercero. Es un triunfo del egoísmo sobre el amor. Es desembarazarse de alguien para mantener una comodidad. Al fin y al cabo, es la viva imagen de cuanto se pretende la Conferencia de El Cairo: tirar por la borda a los pasajeros de la bodega para preservar la integridad y comodidad de los viajeros de camarotes.

La esterilización es la mayor tontería que he oído en mi vida en materia de consejos. Antes de continuar, contaré una anécdota:

Las personas mayores cuentan repetidas veces la misma historia. Nuestro deber es escucharlos sin advertirles de la repetición. Un anciano me ha contado, varias veces, una historia a propósito de una persona muy longeva de la época de su juventud. Utilizaré sus expresiones muy peculiares:

"- El señor "X" tenía una dentambre de caballo y tragaba como una mula. Esas son las mejores medicinas. Tenía una perlesía exagerada, pero cuando lograba embocar el peto de la botella, ayudado por el movimiento de la perlesía que facilitaba la salida del líquido, se metía al cinto un cuartillo de vino cada vez. Cuando, tras dos años de ausencia del pueblo, volví de con los moros de Africa (la mili), me dirigí a la era de mi padre y me lo encontré por el camino. Le hice un saludo informal, de esos saludos que salen espontáneamente sin llevar ninguna mala intención.

- ¡Hombre, Sr. "X"!, ¿aún está por aquí? ¡Cómo!, ¿todavía no se ha muerto?

- No le gustó mi saludo, y me contestó:

- ¡Muérete tú, "jodío"!".

Esa misma respuesta se merece quien aconseje la esterilización: "¡Esterilízate tú, "jodío"!". De todas formas, según se mire, la esterilización es un medio eficaz para resolver todos los problemas del mundo. Esterilicémonos todos sin excepción, y de aquí a cien años, habremos solucionado la superpoblación, la guerra, el hambre, el paro, la droga, el terrorismo, el SIDA, y hasta los dolores de muelas. Como afirma el dicho: "muerto el perro, se acabó la rabia". Y, otro más informal: "dentro de cien años, todos calvos. ¡Qué barbaridad!

Respecto a los preservativos y anticonceptivos se puede dar una triste paradoja: que alguien se muera de hambre por falta de alimentos, y, a la vez, facilitados por el Mundo Desarrollado, tenga un botiquín repleto de preservativos y anticonceptivos. Con eso no se come. Aunque, yo me pregunto, ¿se los van a regalar, o se frotan las manos con los horizontes de abrir nuevos mercados?. Es fácil deducir que no van a regalar, sino a vender.

La opción de educar a las mujeres del Tercer Mundo en materia sexual puede parecer buena. Pero, tiene peros. No se pueden hacer cursos rápidos, aun en contra de la cultura del país. Estas instrucciones habrían de insertarse en una cultura general a todos los niveles. Aún así, no es posible hacer a todo el Tercer Mundo ingenieros sin antes hacer un plan de desarrollo a gran escala. Sería un sinsentido. ¿Para que se mueran de hambre con un título universitario en el bolsillo?.

¡Claro que hay soluciones! Lo malo es que no se quieren ver. La auténtica solución pasa por repartir riqueza y los medios para conseguirla. Educar puede ser una buena medida, pero no basta educar al Tercer Mundo en materia sexual. El "Planeta Tierra" no puede, ni debe, ser un barco donde existan hombres de primera y hombres de tercera. Todos somos iguales en derechos. Y, en este sentido nosotros estamos mucho más necesitados de cierta clase de educación. Los ciudadanos del Mundo Desarrollado necesitamos una verdadera formación solidaria, pues somos quienes no queremos compartir. El Tercer Mundo son los más inocentes de la nave. Si el barco se hunde, admitamos nuestra responsabilidad. La superpoblación es un problema, pero no todo el problema, ni el origen del problema. El problema es la distribución de la riqueza y el mal la insolidaridad. ¡Hagamos un mundo más justo!.

Esta mañana, 3 de setiembre de 1994, mientras desayunaba, escuchaba por la radio un sumario de las noticias del día. Como es innecesario repetirlas, sólo cito las dos finales: "Indurain ha culminado con éxito el récord de la hora". ¡Bien vale! Y, "en el zoo de Madrid ha nacido un chimpancé". ¿Saben qué he pensado ante esta última?: "¡Quién fuera chimpancé! ¿Qué tendrán los chimpancés para que su nacimiento sea noticia, mientras todos se empeñan en que los hombres no nazcan?".



27- "¡A VOTAR...!"

Cuentan que dos amigos, de buena cartera y escasa cultura, fueron a Egipto a pasar las vacaciones. Ya en el país de los faraones, decidieron visitar una de las famosas pirámides egipcias. En el exterior del monumento, sumamente deteriorada por las inclemencias del tiempo, había una enorme inscripción en forma de jeroglíficos que nadie había sabido interpretar con exactitud. Para unos arqueólogos aquellos signos significaban una cosa, y para otros, otra distinta. Ante esta talla en piedra, el guía turístico, sin más explicación, les dijo solamente lo siguiente:

- Es admirable contemplar cómo hace 3.000 años los hombres ya eran capaces de realizar este tipo de escritura.

El uno de los dos turistas miraba aquel epitafio fijamente, como si estuviera admirado del significado de la leyenda de la lápida, y, de vez en cuando, asentía con la cabeza. El otro visitante miraba desde todos los ángulos la piedra tallada y aquello le parecía tan sin sentido como los palotes y figurines de su hija de cinco años. Inquieto por no encontrarlo ningún valor, miro de reojo a su amigo. Y al ver su actitud complaciente y sus gestos afirmativos hechos la cabeza y creyéndose que su compañero sí entendía aquellos signos tan raros, se atrevió a preguntarle:

- Pero, oye, ¿esto qué dice?

- ¡Y yo qué sé! -le respondió-. ¡Si yo supiera lo que dice, no creo que fuera gran cosa!.

Cosas similares a la contada, aunque sea en apariencia tan tonta, nos pasan muchísimas veces en la vida. Me explico: Nos quedamos boquiabiertos ante la palabrería de cualquiera y precisamente por eso mismo del chascarrillo: porque como no entendemos y creemos a pies juntillas en la grandilocuencia de sus palabras. Y no. No debiera ser así. Escuchar siempre es positivo. Y si de quien habla sin alardear de su instrucción (sólo el necio hace alardes) podemos aprender algo de cultura, bien vale la pena escucharle como a un maestro. ¡Pero, atención, cuidado! En esto de la dialéctica se da mucho gato por liebre. Hay mucho cantamañanas suelto que se aprovecha de la escasez de cultura de los demás para sentar cátedra. Esta clase de individuos no son inteligentes, sino aprovechados. ¡Tienen una labia que se la pisan! Son expertos en tirar palabras para no decir nada y embaucar con su oratoria. Sus discursos están del todo vacíos, ahora bien, por palabras que no quede. Parecen una máquina tirando expresiones huecas. Sus alocuciones lo mismo valen para un roto que para un descosido. ¡Ojo a algunos de los políticos!.

Y sigo con mis cuentos:

Cuentan que un político engañabobos estaba haciendo campaña electoral. Lo de engañabobos, aclaro, no es ningún insulto al público, sino al político en cuestión. Tener escasa instrucción no es ningún delito. La falta está en aprovecharse de la escasez de cultura de los demás. En su gira, este embaucador visitaba un municipio de esos pequeños que hay dispersos por nuestra geografía española. Lanzaba muy orgulloso su discurso a los cuatro vientos ante la mirada atónita del público que asentía a cada una de sus palabras. Todo hay que decirlo, los asistentes a la conferencia no entendían nada de lo dicho por el orador. El político se aprovechaba de esta circunstancia. No se preocupaba lo más mínimo por expresar algo y, mucho menos, de dejarlo claro. Al revés. Envolvía la velocidad con el tocino y el culo con la cuatro témporas con el ánimo de que los oyentes no entendieran nada de nada de sus ideas.

Pero para redondear la faena y (dicho en símil taurino) poder cortar la oreja, ya que la plaza de toros era el escenario del mitin, era necesario prometer algo. Ni corto ni perezoso, el político de nuestra historia, se lanzó al "puedo prometer y prometo", y prometió la construcción de un puente.

Y llegaron los males. La promesa del puente la entendieron todos los presentes. Se quedaron perplejos. Se miraron unos a otros. Al instante, dejaron de asentir y se llenaron de dudas. Pero lo hicieron en silencio por aquello de respetar a quien más sabe. Sólo el alguacil, que no tenía ningún complejo por tener el último puesto en el escalafón de autoridades y era el único decidido a ponerse el mundo por montera, se atrevió a parar los pies al "ilustre" orador:

- ¡Eh, chist! Pare usted el carro. ¿Cómo dice que nos construirá un puente, si aquí en este pueblo no tenemos río?

- Es igual. Les construiremos también el río -contestó el locuaz conferenciante.

¿Ya saben de que va, no? ¿Después de ponerlo semejante título...? Pero no se confundan con las apariencias, he dicho ¡a votar!, no aquel "¡a jugar!" que inmortalizara en la tele el inefable Joaquín Prat. Cuando este número de la revista "Regañón" salga a la luz, tendremos a la vista unas elecciones generales. Y el circo de los mítines con sus megáfonos, pegada de carteles, e invasión de propaganda, ya estará en marcha. Estas dos historias no están perdidas. Tienen un sentido. La primera pretende ponerles en guardia contra tanto orador parlanchín como pulula por estas fechas. Por favor, no nos escondamos tras nuestra ignorancia para dejarles el camino libre a tanto charlatán de feria cuyo único arte es la retórica hueca. Exijámosles que hablen en cristiano. La segunda, viene a cuento de que en campaña electoral los políticos se creen con derecho a prometer de todo. Nos prometerán todas nuestras necesidades y nuestros sueños. ¡Agua de borrajas! No se ponen colorados cuando poco tiempo después todo sucede al contrario de sus ofertas. Sabían muy bien que sus promesas eran mentira. Pero en campaña electoral se sienten con derecho a engañar.

Cuentan de Fray Luis de León que tras una larga temporada en la cárcel, volvió a las aulas donde impartía clases. Lo hizo con una frase muy célebre: "Decíamos ayer". De eso, de lo que dijeron ayer, debieran de acordarse los políticos. Pero ayer eran tiempos de elecciones y en ese tiempo los políticos sufren de amnesia. Para eso estamos los electores para recordarles las promesas.

¡Qué quieren que les diga!, a mí tanto mitin y tanta pegada de carteles como habremos de soportar, me parece absurdo y, hasta una falta de sensibilidad hacia las clases más desfavorecidas del país. Vamos, tanto invento es un gasto innecesario. Y, tras este despilfarro, volveremos al "¡apriétese el cinturón!". Los mismos, ¡claro! Es un dispendio que, además, raya con la locura. Es totalmente inútil, este tipo de campañas ni informan ni definen el voto de nadie. Quien más quien menos tiene su ideología, tiene meditado su voto, y no lo cambia porque el Fulanito venga a soltarnos su retórica hueca y cuatro chorradas contra el partido de enfrente. Porque eso sí se les da bien a todos los políticos: Son maestros en hablar mal del adversario, y además, para que se entienda, eso sí lo hacen bien claro. Y si nadie cambia el sentido de su voto por un discurso, ¿para qué sirven los mítines? Para nada: Circo, puro circo. ¡Hay que ver cómo se lo pasan los incondicionales jadeando las paridas que suelta el político de turno sobre el contrincante! ¿Y de informar? De eso nada, monada. Si vas a la charla política para enterarte, pierdes el tiempo: Quédate en casa. Visto lo visto, para informarnos, sobraría con que los principales líderes políticos salieran por televisión y en vez de soltarnos su rollo, nos explicaran su programa con palabras sencillas. Una explicación al alcance de todos los públicos. Aunque les rogaría que no se hicieran machacones y cojan la tele como si fuera cosa suya. Porque, como dice el refrán, "lo poco agrada y lo mucho enfada".

No crean que hablar de política es cosa fácil. En estas aficiones a la escritura, pasa lo mismo que en las profesiones de cara al público: el cliente siempre tiene razón. Y si no la tiene, es lo mismo, porque se ha de dársela. De lo contrario, se perdería la clientela, y adiós negocio. Por otra parte, esto de la política es como la pasión por el fútbol. Vemos los penaltys en el área contraria, pero las faltas del equipo de nuestros amores nos pasan desapercibidas. Por eso, he procurado mantenerme imparcial sin dejar entrever ninguna clase de partidismo. ¿Que no lo he conseguido? ¿Dónde está el fallo? Lo he intentado. No he querido arriesgarme a que los lectores me forren de tacos como a cualquier arbitro de fútbol en el ejercicio de su cargo.

"Alea jacta est" (la suerte está echada) que dijera en su latín Julio Cesar ante el comienzo inminente de la batalla. En símiles futbolísticos: ¡que gane el mejor! Aunque pensándolo bien, me he equivocado en la forma de expresar mis deseos. Porque dicho así, se podría malinterpretar si malintencionadamente, se añaden dos palabras: "¡que gane el mejor diciendo mentiras!". Rectifico: ¡que gane el bien común de todos los españoles! Eso está mejor.



28- CARNAVAL

(Publicado en la revista Regañón).

Estamos en plena semana carnavalesca. Carnaval siempre suscita emociones en todos nosotros con independencia de la edad: ilusión para los que van por la vida... y recuerdo para los que estamos de vuelta. Y recuerdo... recuerdo, porque yo ya estoy de vuelta y media:

Aquí, en este pueblecito Castellano, nunca estuvo prohibido nuestro inocente carnaval. Se ve claramente que a este recóndito lugar ni siquiera llegaba el eco de las leyes de la dictadura. Nuestro carnaval siempre fue alegre y divertido, pero, a la vez, exento totalmente de malicia. La celebración de la fiesta carnavalesca coincidía con los tres días anteriores al miércoles de ceniza. Los chavales (edad escolar) se "vestían" (entrecomillado) el domingo y los mozos hacían la mascarada el martes de carnaval por la tarde después del Rosario. Disfrazarse de alguien o de algo en concreto no existía. Vestirse de mascarito, como aquí se decía, consistía en cubrirse con ropa vieja, lo más llamativa posible y con añadidos ruidosos, como esquilas y cencerros. La máscara (careta) era de cartón de imprenta sujeto con una goma a la parte posterior de la cabeza. Aunque el enmascarado iba bien cubierto, siempre se acababa sabiendo quien era, por la estatura, el andar o los gestos. En estos pueblos pequeños éramos capaces de conocernos unos a otros a pesar de los disfraces de ropajes hallados en algún viejo desván. Toda nuestra inocente juerga era correr a los chavales/as, hacer muecas a las mujeres y asustar a sus niños.

A continuación, se pedía un donativo de casa en casa con el mismo ropaje de la mascarada, pero a cara descubierta, acompañándose de un cesto y con la canción siguiente: "Señora María, / eche mano al arca, / eche mano al arca, / y saque los huevos / de la polla blanca, / de la polla blanca". Efectivamente, el donativo, poco o mucho, siempre era huevos: parte de ellos se cambiaba por vino y escabeche para celebrar esa misma noche una cena. Se invitaba a ella a las mozas, y se alegraba con canciones y chistes la velada. Y después, cada mochuelo a su olivo.

La psicología y la sociología ha estado permanentemente dando tumbos, haciendo retórica y llenando papel para explicar lo que cabe en dos frases: El ser humano necesita fiestas y, si no existieran, se las inventaría. El origen de la fiesta pudo ser la historieta de D. Carnal y Doña Cuaresma y darse un respiro antes del clásico apretón del cinturón de los cuarenta días recomendado desde el punto de vista religioso, pero eso no tiene nada que ver con su evolución aunque queden restos de tradiciones. El drástico cambio de mentalidades traído por el devenir de los tiempos viene a darme la razón. En mi pueblo, años atrás, aludiendo a pasarlas caninas, se estilaba el dicho "pasar más hambre que las putas en cuaresma". Pues bien, habríamos de reconocer que en la actualidad la cuaresma no hace la menor mella en los ingresos por trabajo de las prostitutas.

Pocos años después de reinstaurada la democracia en España, desde La Coruña, me escribía un amigo de colegio que estaba en el Servicio de Vigilancia Aduanera patrullando por las costas Gallegas. En su carta me contaba lo bien que lo había pasado en los carnavales. Achacaba la fuerza de tales fiestas a que estuvieron prohibidas durante el franquismo y a que todos necesitamos por un día disfrazarnos de lo que no somos. Entonces no discrepé de sus ideas, aún no estando en concordancia con ellas, pero hoy sí lo haría. El paso del tiempo ha venido a quitar fuerza a sus argumentaciones en favor de las mías ya expuestas en el párrafo anterior. De haber sido la fuerza del carnaval una consecuencia de la prohibición, habría tomado carácter de novedad para ir apagándose paulatinamente después. Sin embargo, la fiesta del carnaval sigue en progresión ascendente.

Párrafo aparte merece el segundo de sus argumentos. Éste no está sujeto al tiempo, porque cada época y civilización trae sus propias matizaciones, aunque en el fondo subyace la forma de ser del hombre y solamente cambian matices, pero no esencias. Echando mano al refranero ya se dice: "Dime de que presumes... y te diré lo que te falta". En fin, que todos nos pasamos la vida disfrazados, aunque no intervengan los ropajes, intentando aparentar lo que no somos: ricos, buenos, guapos, amables, etc. Posiblemente, el mejor cambio por un día que podríamos hacer sería mostrarnos tal y como somos sin tapujos... ni caretas... ni coloridos plumajes... que enmascaren nuestros defectos, debilidades, miserias, y dependencias de los demás.

El carnaval existe y seguirá existiendo, pero sólo porque el ser humano necesita fiesta: Ésa es la esencia que no cambia sea cual sea nuestra civilización, cultura, ideología, o modo de vida. Todo lo demás para explicar el porqué del carnaval es retórica hueca. Bailaremos, lanza en mano, al rededor de una hoguera, o iremos a un sofisticada discoteca con chupa de cuero al estilo de la película "fiebre del sábado noche"... haremos meriendas a lo caníbal, o jalaremos caviar Ruso... nos trasladaremos a caballo, o en automóvil de lujo... pero habrá fiesta mientras y donde exista el ser humano. Permanecerá lo esencial: habrá amor y odio... pereza y diligencia... etc... seguirá habiendo atracción mutua entre hombres y mujeres... y, adaptados a la época, también habrá Sanchos y Quijotes. Esto me recuerda con fondo musical la canción de Julio Iglesias: "Unos que vienen / y otros que se van: / La vida sigue igual".



29- CARTAGO DEBE SER DESTRUIDA

(Publicado en la revista Regañón).

En teoría, y más aún en la práctica, es muy difícil comprender el odio y la guerra, simplemente porque para enjuiciar ambas cosas miramos en exclusiva a los demás sin analizarnos a nosotros mismos. No sería tan arduo de entenderlas si echásemos una mirada a nuestro interior para darnos cuenta de que tales procederes forman parte de la naturaleza humana, como "el pez grande se come al chico" es pauta universal: tierra, mar, y aire. Tal vez esta forma de proceder esté escrita en el código genético de la conducta del hombre. Comportamiento humano que pretende desentrañar el programa de TV5 "el gran hermano" en una casa de la sierra madrileña. ¡Embrollada papeleta!. Más bien, creo que el rollo televisivo se trata de un bobo emboba a ciento si le dan lugar y tiempo. Pero volviendo a la cuestión inicial del odio y de la guerra, siglo tras siglo, el género de los mortales es tan necio que, aun sabiendo que en su vano intento puede suceder todo lo contrario, consiente en quedarse tuerto con tal de dejar ciego al enemigo. ¡Entre invidentes anda el juego!. ¿Cómo entenderlo sin mirarse las propia miserias?.

La historia no siempre dice la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad, parodiando las serie americanas de televisión, pues la forma de contarla está ligada al ojo del relatante y al color del cristal de sus gafas. Si cometer errores, se puede decir en los relatos históricos que el año tantos (docena arriba, docena abajo, ni va ni viene) hubo una refriega entre indios y caballos. ¿Pero quién atacó primero?. ¿Los indios porque los caballos entraron en huelga indefinida?. ¿O los caballos por estar hasta no sé dónde de que los indios se les subiesen a las barbas, digo a los lomos?. El historiador peca de partidismo cuando decide pronunciarse al respecto, pues cada cual contará la feria a su manera... y sabido es que las mentiras se convierten en verdades a fuerza de repetirlas.

Se nos dirá por parte de los historiadores que las guerras púnicas fueron las que sostuvieron durante más de un siglo los romanos y los cartagineses. No es cierto. Por entonces el Imperio Romano era tan mandamás como los herederos del tío Sam lo son hoy en día. El siglo de guerras púnicas se reduce a tres guerras en desiguales circunstancias y a cierta envidia de Roma por el resurgimiento económico de los cartagineses. Salvo la famosa hazaña de Aníbal que cruzó la Hispania, la Galia, y los Alpes, con sus escuadrones en elefantes para poner contra las cuerdas a la ciudad de Roma, todo fueron victorias del todopoderoso Imperio. Y se presupone que los romanos imponían sus condiciones a los vencidos y, conscientes de su poderío mercantil, les obligaban a pagar anualmente suculentos impuestos para reforzar las arcas imperiales.

Sucedió en el año 146 antes de Cristo: Las legiones romanas al mando de su mejor general, Publio Cornelio Escipión Emiliano, se situaron ante las puertas de Cartago en posición claramente amenazante. El general cartaginés, Aníbal Ca-níbal, tuvo el valor de acercarse a las huestes romanas con inteligentes propuestas de paz. Los soldados romanos que eran unos caballeros, cuando eran unos caballeros, escoltaron al general enemigo ante su jefe:

- Caro Públio, he venido a pedir la paz para nuestros pueblos.

- Bien, Ca-níbal. No tenías otra alternativa -respondió orgullosamente el general romano-. Nuestro ejército multiplica por cinco al tuyo. De todas formas "alea jacta est" (la suerte está echada). El Senado me ha ordenado arrasar tu ciudad y ni tu ejercito ni tu petición de paz harán que se quede sin hacer aquello para lo que hemos sido enviados.

- Caro Publio -imploró el cartaginés-, te ruego que reconsideres la situación. Tú por tu profesión militar sabes de sobra lo que es la guerra. En ellas has perdido a tus mejores amigos. Tus triunfos jamás podrán compensar semejantes pérdidas. Además en Cartago hay millares de personas civiles, honrados comerciantes, sin ninguna conexión con el ejercicio militar.

- ¿Qué pretendes? -preguntó cínicamente el general romano-. ¿No estarás pesando en solucionar esta guerra con una partida de dados entre tú y yo?. Ya te he dicho que tenemos una orden de arrasar Cartago y un ejercito cinco veces superior al vuestro dispuesto a hacerlo. No es posible negociar en igualdad de condiciones. Tampoco sería yo un interlocutor válido para poder negociar.

- No pretendo negociar en igualdad de condiciones -añadió Aníbal Ca-níbal-. Soy consciente de las razones aducidas y de la fuerza de tu poderoso ejército. Solamente quiero evitar muertes innecesarias.

- Ca-níbal, eres un ingenuo. Mis legionarios, reclutados en las provincias del imperio, llevan un año fuera de su hogar entrenándose para cualquier batalla y no querrán retirarse sin saborear las mieles del triunfo.

- Está bien -dijo el cartaginés-, pues les daremos de nuestras arcas de comerciantes diez onzas de oro a cada uno y entrarán de forma triunfal en la ciudad. Allí tendrán vino y cuantas mujeres deseen, pero sin crueldad.

- Ja, ja -rió el general romano-. Mis hombres tienen sed de sangre.

- Muy bien, Publio, démosles también sangre. Organicemos una pelea de perros.

- ¿Pelea de perros?. ¡Ah, maldito, tú ya sabías que las peleas de perros son mi pasión!. Está bien, pero mi ejército es cinco veces mayor que el tuyo y tengo derecho a imponer todas las condiciones. La pelea de perros se celebrará dentro de un mes en mi propio campamento, nada de campo neutral. Yo mismo diseñaré las normas y designaré a los árbitros. Si perdemos deberás proporcionar a mis hombres 10 onzas de oro a cada uno, dejarles entrar triunfalmente en la ciudad y poner a su disposición vino y cuantas mujeres deseen, y nos iremos de forma incruenta. Pero si ganamos la pelea, arrasaremos tu ciudad sin resistencia por parte de tu ejército.

- Acepto todas tus condiciones -respondió el general Cartaginés-. No me queda otra salida. Con nuestro número de fuerzas sería inútil plantear batalla.

En la fecha y hora prevista, comenzaron los preparativos de la pelea canina sobre un improvisado ring. El público, compuesto exclusivamente por legionarios romanos, vociferaba impacientemente dispuestos a animar a su perro. El representante de Roma era un enorme dóberman con cara de mala bestia y actitud de destrozar los barrotes de la jaula si no comenzaba pronto la pelea. Cartago presentó a un perro salchicha de gran tamaño y enormes mandíbulas, pero con unos ojos semicerrados que ni siquiera pestañeaban. Daba la impresión de estar dormido. Los legionarios romanos, cual si fuera una baza psicológica bien estudiada, irrumpieron en risas y burlas hacia el adversario.

Comenzó la pelea. El dóberman salió enrabietado dispuesto a deshacerse de su adversario antes de tres minutos y lanzó media docena de dentelladas a su contrincante al tiempo que giraba en torno a él huyendo de quedarse en posición estática. El perro salchicha parecía no inmutarse, no se movía ni rugía de odio o de dolor. Ni siquiera abría sus semicerrados ojos. Sin embargo, en un despiste del dóberman, el perro de Cartago abrió su enorme boca y agarró la cabeza de rival entre sus mandíbulas. En medio de un silencio sepulcral, se oyó un crisk, como el de una galleta crujiente entre los dientes, y el cuerpo del dóberman quedó inerte tendido sobre la lona. Estaba muy claro quién había ganado la pelea.

- ¡Pobre bicho! -se lamentó el preparador del dóberman-. Con lo que nos ha costado entrenar a esta bestia y... ¡ya ves!.

- Si tú vieras lo que hemos sufrido nosotros para hacerle la cirugía estética al cocodrilo -comentó indiscretamente el encargado del perro de los cartagineses.

Aquella noche, Públio Cornelio Escipión Emiliano no pudo conciliar el sueño. Incluso paso por su mente hacerse el arakiri: entre los romanos era abrirse las venas en un baño de agua caliente. ¿Cómo iba a decir ante el Senado Romano que no había arrasado Cartago por haber perdido una apuesta en una pelea de perros?. Cuando el político Catón el Viejo repetía y machacaba a diario con malévola intención "delenda est Carthago" (Carthago debe ser destruida), ¿cómo iba a justificar la marcha atrás de las legiones romanas llegadas a África precisamente para destruir la ciudad. ¿Faltar a su palabra?. Jamás. Un Escipión Emiliano nunca faltaría a su palabra sin perder la dignidad. Toda la noche se debatió entre la duda. Las primeras luces del alba disiparon las tinieblas de la noche. Se levantó, y toda su depresión se desvaneció al oír lo que ya era "vox populi" (voz del pueblo) en el campamento porque el preparador del dóberman se había encargado de propagar: el presunto perro cartaginés no era un perro, sino un cocodrilo.

Inmediatamente, Públio Cornelio Escipión Emiliano tomó una decisión: dio orden a las legiones romanas de marchar contra Cartago y arrasarla, por tramposos. La ciudad fue completamente destruida a pesar de la defensa heroica del reducido ejército cartaginés. Los pocos ciudadanos de Cartago supervivientes al asalto fueron llevados a Roma para servir como esclavos.

Ésta es la verdadera historia de la destrucción de Cartago. Ya sé que nadie me va a creer y que no tengo documentos fidedignos para demostrar mis tesis. Pero, al fin y al cabo, tampoco es creíble el cuento de Troya y de su caballo de madera y, sin embargo, la analogía ya se emplea en cuestiones de virus tanto en la informática como en la terapia génica.



30- HACER LA PASCUA

Escribo estas líneas hoy es domingo de Resurrección. Antes esta fiesta era una de la tres pascuas: la de Navidad, ésta de Resurrección y la de Pentecostés (pasados cincuenta días) conocida como pascua florida. Todo ha cambiado entre nosotros. Ni siquiera la primavera se presta a florecer los tempraneros lilares para estas fechas de primeros de abril, aunque sí lo harán antes de Pentecostés. Algunas diminutas chiviritas es todo cuanto hay florido al aire libre por estas fechas del calendario plenamente primaverales . Parece como si la locura de mi visión de los tiempos acompañara al enloquecimiento de los hombres. "Tres jueves hay en el año que relumbran como el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensión", afirmaba un dicho ya caduco. Digo caduco porque se han cargado las tres festividades. Sólo queda Jueves Santo, pero Semana Santa para muchas personas no pasa de ser unas vacaciones, en algún caso folclóricas. Se puede decir que los hombres nos hemos alejado de la idea de un Dios.

No soy catastrofista. Me parece una solemne tontería cuando alguien achaca los males del mundo al olvido de Dios por parte de los hombres. Tiene razón en sus palabras, porque precisamente el mal es la ausencia del amor. Pero no la lleva en la forma de expresarlas. Se afirma tal cosa como si los males actuales fueran un castigo divino. A Dios, según el evangelio, le mueve el amor, no la venganza. Lo que realmente ocurre es que el hombre labra su propio porvenir. Sin una religión, y cualquiera de ellas propagadora de un respeto al prójimo, recurrir a la ética para dividir a los actos humanos en buenos y malos son ganas de aparentar. Si pensáramos que carecen de valor nuestras acciones, podríamos estar de forma permanente al borde de la ilegalidad. Más aún, podríamos traspasar la línea marcada por la leyes civiles. Porque, ¿quién juzga, premia o castiga? ¿La justicia humana que impone unas leyes para que la convivencia no sea un caos? ¿Y si no pilla el delito? ¿Y si se puede hacerle trampas para burlarla? ¿Y si fuera posible manipularla?. Supongo que ningún delincuente piensa con pesimismo antes de llevar a cabo sus fechorías.

Ayer, Sábado Santo, estamos en 1994, mi hermana marchó a Burgos a trabajar. Tenía que efectuar una suplencia debida a que a una compañera de trabajo se le había muerto el padre. No volvió hasta el domingo a la hora de comer. Traía rota una luna lateral del coche y la cerradura de una puerta completamente destrozada. Le habían robado el radiocasete del vehículo. El aparato contaba con seis años de antigüedad. Mi hermana calculaba en unas 25.000 pesetas el importe de los desperfectos causados.

Ante este incidente me pregunto muchas cosas y me contesto a mí mismo, pues sería hacer el tonto lanzar preguntas a aire. ¿Quiénes fueron los autores del robo? No lo sé. Me imagino que unos rateros principiantes. ¿En cuánto pueden vender un radiocasete usado con seis años de antigüedad? ¿Se puede producir esta cantidad de desperfectos para robar un radiocasete sin ningún valor? Para algunos si robar les está permitido en su conciencia, ¿por qué no ha de estarlo causando desperfectos que superen el valor de lo robado? ¡Qué más da!.

He preguntado a mi hermana sobre su intención de denunciar el suceso.

- ¿Para qué voy a perder el tiempo en Comisaría denunciando el hecho si nadie hará nada ni me dará nada? -me ha contestado.

- Para que el Sr. Gobernador no salga, todo ufano, en el periódico diciendo que el número de delitos ha disminuido respecto al año pasado -respondí.

¿Disminuye el número de delitos o es el número de denuncias el que decrece? Porque está claro que numerosos aspirantes a denunciantes ven, como mi hermana, inútil denunciar.

Todas estas preguntas mías se las debieran hacer nuestros gobernantes. Este no es un hecho aislado, sino algo de todos los días. Cuando se trata de enfermedades físicas o a lo sumo en lo referente a otros casos a conveniencia se repite lo de: "es mejor prevenir que curar". Y es que estos aficionados que hoy roban radiocasetes, mañana serán drogodependientes graves o ladrones de bancos o cometerán delitos de mayor envergadura, incluidos atentados contra la vida.

Yo no lo siento por los coches ni tampoco por los bancos. Lo siento por los chicos. A ustedes, señores gobernantes, no les importa ni lo uno ni lo otro. Sólo les interesa seguir en su sillón de mando. Gobiernan de cara a las urnas. En esta sociedad nuestra hacemos los delincuentes entre todos. No obstante, me supongo que quien manda tendrá más responsabilidad en este proceso negativo. Carguen con sus obligaciones menos populares, no todo va a ser inaugurar obras para salir sonrientes en las fotos para la posteridad.

Está claro que hoy unos decimos: "¡Felices Pascuas!", y otros hacen la pascua.



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