Negros nubarrones en el horizonte.



Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Sumario: 101- Sobre 0,7, ¡ya!. 102- Lentitud, primer mal de la justicia. 103- La aparición de la virgen. 104- Ejemplo a la juventud. 105- Ladrones, y "ladrones".



101- SOBRE 0,7%, ¡YA!

(Publicado en Diario de Burgos el 22 de febrero de 1996).

Respondo al Sr. Julio Gómez Aguirre a su carta "Réplica a D. Miguel A. Cibrián" (1/2/96). Dicho escrito es réplica a la réplica "¡0,7% ya!" (23/1/96) a la carta "La caridad bien entendida" (13/1/96). ¿No le parecen demasiadas réplicas, Sr. Julio? Vamos a aburrir a los lectores de Diario de Burgos. Si quiere contestarme personalmente: Miguel A. Cibrián. 09128, Villanueva de Odra. (Burgos).

Sr. Julio, contesto a su carta por no dejar colgada ante los lectores de este periódico la idea del 0,7%. Su carta parece atender a la simple cortesía de dar contestación. En realidad, toda su respuesta se queda en el título y poco más. No menciona el 0,7% objeto de nuestras diferencias. No contesta al por qué, como si fuésemos antipatriotas, nos entrecomilla a los "españoles" que abogamos por el 0,7%. No aclara el dilema de si para usted el 0,7% es caridad o es justicia. No justifica, ni retira el despectivo "muertos de hambre" con el que se refirió a los habitantes del llamado Tercer Mundo. Y tampoco responde a la cuestión de si, para usted, todos los seres humanos, con independencia del lugar de nacimiento, somos iguales en dignidad, o no.

¿Qué diferencia existe entre su "racismo mal entendido" y el bien entendido? Y por favor, no quiera usted cargar las ayudas exclusivamente sobre otros, ya sabe usted el refrán: "unos por otros, la casa sin barrer".

Su alusión a quien "se dedica a arreglar la casa de sus vecinos mientras la suya se le hunde", me parece fuera de lugar. Esos son prejuicios suyos. Quienes claman por la concesión del 0,7 son los mismos que hacen guardias voluntarias en Cruz Roja, los mismos que se prestan a dar sangre, los mismos que se apuntan a cualquier ONG, los mismos que integran los grupos de voluntariado, los mismos que dialogan con el viejecito del parque, los mismos que se rascan el bolsillo ante el mendigo, los mismos sensibilizados con quien sufre aquí. ¿Sabe qué me ha escrito el grupo de voluntariado de Ayuda en Acción de Burgos cuando ha pedido mi colaboración para escribirles ciertas cartas?: "¡A trabajar!, porque siempre habrá gente más necesitada que tú y que yo". ¿No le parece precioso que digan esto unos chicos que dedican parte de su tiempo libre a darse a los demás?.

Usted, Sr. Julio, ha hecho caso omiso a otra carta de otro firmante, replica a la suya, titulada "Carta a un contribuyente miope", las ayudas no son limosnas. Se canalizan mediante ONGDs (Organizaciones No Gubernamentales del Desarrollo). Eso... DESARROLLO.

No se empeñe en querer poner fronteras a la solidaridad, Sr. Julio. No estoy contra el Estado (mi Estado). Para mi desgracia, a los 41 años soy pensionista, si usted quiere decirlo así, me como la sopa boba del Estado. No "vuelvo la espalda" ni estoy "cerrando los ojos" a (mis, nuestros) problemas que usted menciona en su lista. Donde comen 100, comen 100,7 (cien coma siete) sin necesidad de hacerse estrecheces. De todas formas, ¿no ha pensado usted nunca que buena parte de esos problemas que cita, aparte de dinero solamente, necesitarían más ganas, menos egoísmo, más solidaridad (de la de verdad, no de la de discurso) entre nosotros cimentada en mirar al de abajo y no al de arriba, mejor distribución de nuestra riqueza a base de compartir, menos marginación a base de no querer más y más en perjuicio del pobre, buscar la recuperación de valores sociales, más justicia en sentido de igualdad de derechos elementales, etc? ¿No estará el problema del déficit en el despilfarro de querer arreglar, exclusivamente a golpe de talonario, lo que precisa, además de dinero, de otros valores? Piénselo detenidamente.

La niña de la famosa fotografía del Premio Pulitcer 1994 tomada en el Sudán por el reportero Kevin Carter, "El buitre y la niña", usted y yo, los tres, somos iguales en dignidad. Eso es así para el Cristianismo, para cualquier otra religión y para la Filosofía Humanista de quienes no son creyentes. Sólo existen tres grupos de personas para quienes eso no es así: quienes no ven la realidad, quienes sólo ven el provecho propio, y quienes están anclados en el racismo. Prefiero pensar que usted está entre los primeros.

Gracias por la calificación de "persona humanitaria con buenos sentimientos pero muy ingenuo". Gracias, no me merezco lo de "muy ingenuo". Me he puesto colorado por el halago. Ingenuo es lo más bonito que ha podido llamarme. El mundo necesita de muchísimas personas de buena fe (sinónimo de ingenuidad). ¿Será la ingenuidad un valor perdido?.



102- LENTITUD, PRIMER MAL DE LA JUSTICIA.

Un buen amigo mío en una de sus cartas me decía lo siguiente: "El mal estado de la sociedad actual se debe al mal funcionamiento de la Justicia". Y añadía: "Si hubiera justicia, sería innecesaria la caridad". Al margen de mi contestación personal en la correspondencia habitual donde maticé mis ideas, voy a hacer aquí un comentario de estas dos frases. Sin embargo, si se me permite, realizaré una crítica a la inversa, invirtiendo el orden.

Para mí, con todos los respetos, y sin que el calificativo sea un desprecio de la idea vertida en la segunda afirmación de mi amigo, es una auténtica tontería. Me explico: Esa Justicia a la que él se refiere es producto de unas leyes humanas. Esas leyes, como humanas que son, no son perfectas. Por tanto, aún cuando se consiguiera aplicar con perfección esas leyes, la Justicia no sería justa. Por ejemplo, con la ley en la mano, quienes roban son ladrones, pero sólo si roban infringiendo la ley. Pero, ¿es lícito robar para poder comer...? Sí para una ley divina, pero no para la ley humana. ¿Más...? La ley humana consideraría ladrones a miles de pobres que, necesitados y hambrientos, intentasen robar las migajas de la mesa de un rico harto comiendo, y sin embargo, no le condenaría por una explotación económica de esos pobres, o de sus países, siempre que no rebase unas normas establecidas, generalmente por los ricos. La ley divina condenaría a ese rico harto por no compartir su mesa con esos miles de pobres hambrientos. La caridad, en el buen concepto, es el brazo humano de la Justicia divina. Y he dicho en el buen concepto, porque caridad no es acopiar y dar lo que sobra, sino lo arriba expresado, compartir. Muy poco o nada tiene que ver con la caridad dar una limosna para tranquilizar nuestra conciencia. Por tanto, la caridad es algo que va mucho más allá de las leyes humanas.

No poseo elementos de juicio para rebatir la primera de las frases de mi amigo. Sin embargo, a primera vista, parece una exageración mayúscula. Le contesté que me parecía muy exagerado afirmar tal cosa. En una visita me explicó esa expresión. No se trataba de ninguna declaración para entenderla al pie de la letra. En realidad el dicho era una queja con motivo de un mal momento. ¿Alguna sentencia desfavorable...?.

Sucede que mi amigo en su trabajo habitual persigue cierto tipo de fraude y los resultados son nulos a causa de la deficiencia de las leyes. La explicación era así: "Para denunciar un fraude tenemos que tener pruebas abrumadoras. Casi es necesario pillar al delincuente in fraganti. Luego, sale el juicio... cuando sale... se pasan años, y finalmente como sentencia imponen al culpable una multa económica muy inferior a sus ganancias con el delito. Como resultado a los tres días el maleante (contrabandista) vuelve a las andadas. Y vuelta a empezar. Otra vez hay que volver a investigar a esta clase de personas con el peligro de que te rompan la cabeza, porque no tienen nada de buena gente". Y, como final, preguntaba: "¿Qué podemos hacer nosotros...?". ¿Y qué podía decir yo...? Mi respuesta fue un silencio que en realidad venía a concederle la razón sin palabras.

Desde aquella conversación vengo analizando con más minuciosidad las evoluciones de la Justicia. Los únicos elementos a mi alcance para formar una opinión son las noticias gráficas o visuales. Me parecen bochornosos, y me resultaban inexplicables algunos de los tiempos transcurridos antes de celebrarse un juicio. Por ejemplo: Presa de Tous, 13 años, discoteca Alcalá-20, 10 años. He dicho resultaban, en pretérito porque hoy, 7 de julio de 1994 (S. Fermín, dicho sea de paso), a través de las noticias, comienzo a ver la causa de tanto retraso. Por fin y con asombro, encuentro una luz para iluminar el motivo de tanta demora. Se trata del juicio contra Juan Guerra por el uso de un despacho en la Junta de Andalucía. El sumario consta de 16 volúmenes y de 14.000 folios. ¿Qué dirán tanta cantidad de letras...? ¿Habrá alguien capaz de leerse semejante rollo...? ¡Ni una extensa enciclopedia ocupa tanto papel! ¡Y total, después, para decir en la sentencia que aquí no ha pasado nada! Yo por mi cuenta he hecho cálculos por el número de folios: A 6 la hora, a 48 el día, a 240 semanales, a 960 mensuales, a 10.560 anuales, un buen mecanógrafo ha de pasarse año y medio escribiendo sin parar en todo su horario de trabajo. ¡Pobre secretario...! ¡Seguro que ha tenido la condena más larga que el inculpado! Y eso por no hablar de las abrumadoras comparaciones de las cuantías económicas que el escribiente haya percibido por su honrado trabajo y el imputado por el uso ilegal del despacho . ¡Anda ya...! Así no me extraña la lentitud.

Me imagino que la Justicia no quiere cometer errores. Por eso, toma datos y más datos para elaborar una sentencia justa. Craso error, porque el mayor error es la tardanza. Y no es que informarse a fondo este mal, pero... tanta lentitud... Toda obra lleva un ritmo normal. Cualquier operario tiene un tiempo moderado para realizar su trabajo. De nada serviría que un trabajador se quedase casi eternamente perfeccionando determinadas obras. Le pudieran salir muy bien algunos trabajos concretos (los que le dé tiempo a hacer)... pero... ¿y los demás, (los que no haga a tiempo) qué...? En la medida estaría la virtud. Hay datos relacionados con la lentitud de la Justicia que son alarmantes. Por ejemplo, que el 20 por ciento de los reclusos esté sin juzgar, o que a Fulanito (hay numerosos casos), tras 5 años rehabilitado, le ha salido el juicio y ha de volver a la cárcel por robar un casette y 7.000 pesetas. De vergüenza... Y mientras, cuatro gilipollas con dinero suficiente para tener a su disposición un equipo de buenos abogados, buscan las vueltas a las leyes y montan larguísimos sumarios hasta llegar a una sentencia absolutoria. Que menos que pedir justicia a la Justicia. Y... mientras sea tan lenta... en una visión global, la Justicia no será justa...



103- LA APARICIÓN DE LA VIRGEN

(Publicado en la revista "regañón, numero de abril de 1996).

Más de un lector, ante este titular, al tiempo que se desinteresa por este escrito y pasa página, se dirá: "Vaya, esto va de santos". Pues no, no va por ahí. Es un rótulo puramente anecdótico. Está tomado de una pequeña parte del relato. Tampoco es ninguna frivolidad. El firmante, católico de oír Misa, jamás se atrevería a injuriar el nombre de la Madre de Dios. Y, por supuesto, no voy a meterme en cuestiones teológicas de donde no sepa salir. Se trata de "la aparición", con inicial minúscula. Mi explicación para la utilización de tal título es muy simple: La vida es demasiado dura como para no aderezarla con unas gotas de humor cuando tengamos ocasión. Nadie vea ofensa donde no ha habido ánimo de ofender.

En realidad, en mi texto se trata de hacer una denuncia en favor de tantos aprendices de ladrón como pueblan las cárceles y en perjuicio de los llamados ladrones de guante blanco. Los primeros, aunque no justificación, tienen múltiples excusas: Tienen atenuantes, como la ausencia de cariño y de recursos, o el "mea culpa" de una sociedad que no ha sabido trasmitirles mejores valores y horizontes más halagüeños. Los segundos carecen de disculpas, porque no tenían privaciones. Sin embargo, a la hora de la verdad, esa comprensión a la que debieran ser acreedores los pequeños rateros, se vuelve del revés. Mientras a los primeros, en defensa de nuestras propiedades, les recibiríamos con una perdigonada de escopeta, tomaríamos como un honor sentarnos a la misma mesa de un restaurante con estos señoritos practicantes del robo a la grande y sofisticadamente.

Según la Constitución española, "todos somos iguales ante la ley". ¿Será una utopía? Los redactores de este texto constitucional no se dieron cuenta de la existencia de recursos y más recursos, apelaciones y más apelaciones, prisiones preventivas, libertades bajo fianza y chanchullos de abogados. Así, el sumario de cualquier ratero, cabe en un par de folios, y la sentencia de cárcel, en otros dos. Mientras, oigo que el sumario de determinado señorito (hermano de su hermano) consta de 13.000 folios. Yo creía que en tanto papel cabía la historia del mundo desde el inicio hasta nuestros días, y sobraba espacio. Y total, tanto cuento para llegar a una sentencia donde puede decirse que tal faena no está tipificada como delito en las actuales leyes. ¡Hombre, no me salgan con cuentos! Es como si nos dijeran que un hipotético canibalismo moderno no es pecado. Porque, claro, en los mandamientos pone "no matarás", pero nada se dice de rehogar a uno a fuego lento, guisarlo con aderezos de ajo, perejil y hoja de laurel, y, luego, merendárselo en la bodega. ¡Anda ya!.

El principal defecto de la Justicia, es ser demasiado lenta. Y, eso está muy claro, la lentitud la producen los sumarios de 13.000 folios, no los de una página. No sé por qué a la Justicia se la pinta con los ojos vendados. Habría de abrir bien los ojos: Pero no abrirlos para juzgar por las apariencias externas del juzgado, sino para calibrar bien los atenuantes. ¡Y es que pasa cada cosa...! Vean, vean, y mi relato no es ningún cuento:

Había un programa televisivo llamado "La Ley del Jurado". Lo que emitían no eran montajes de casos inventados, sino resúmenes comentados de juicios verdaderos. Como pasatiempo era un asco: Los procesos casi siempre consistían en asesinatos sangrientos, o parricidios con historias de malos tratos. Según los programadores, se trataba de familiarizar a la gente normal con los términos empleados en la judicatura de cara a la pronta instauración del jurado popular. Yo por nada del mundo me atrevería a formar parte de un jurado. Uno, que en su juventud fue aprendiz de cura (seminarista), no valdría para eso. Me pasaría como al sacerdote en el confesionario, absolvería a todo quisque por grande que fuera su delito. Unas veces, sería para bien, porque el amor es una buena medicina. Y otras, me tomarían a cachondeo. Eso mismo le pasó al confesor aquel a quien sorprendió la actitud del penitente tras imponerle la penitencia:

"- Hijo mío, nada da tanta tranquilidad como quedar en paz con la conciencia. ¿Ves que contento te has puesto?

- No, Padre. Si no es eso. Es que por un Credo... mañana robo otra vaca".

El 25 de Octubre de 1994 me lo pase en grande con el programa televisivo citado. Para excepción, ese día, no había asesinato. Era el juicio seguido contra el alcalde de Carraceda. Es un pequeñísimo municipio de 7 habitantes de la provincia de Soria. El querellante era otro vecino. La petición de condena era de diez años de cárcel. Cuando escuché los cargos imputados al acusado y antes de oír el desarrollo de los hechos, enseguida calculé mi sentencia particular: "¡A este hombre que le echen un sermón y le dejen en paz! ¿En la Justicia no tendrán cosas más importantes que hacer?". Y creo que no me equivoqué lo más mínimo.

Los cargos contra el acusado eran: cobrar a los turistas por enseñarles la iglesia del pueblo, la desaparición de una imagen románica de una Virgen, cobrar como encargado del teléfono público los pasos por el doble de su valor, y retener durante cinco años el importe del contrato de un coto de trufas a razón de 8.000 pesetas anuales.

En el caso de cobrar por la enseñanza de la iglesia a los turistas, el acusado negó los hechos. Y nadie testificó en su contra. ¿Tan grave es que este señor, hecho no probado, cobrara unas pesetillas por perder su tiempo con turistas? ¿Cuántos turistas puede tener está iglesia de un pueblo de siete habitantes? Unos pocos en verano, ninguno en otras épocas del año.

La valiosa imagen románica de la Virgen no era de iglesia, sino de un nicho propiedad del Ayuntamiento. El demandante sospechaba de la posibilidad de haberla vendido el alcalde. La imagen fue valorada por un perito en 2.000.000 de pesetas. Por la despoblación y temiendo el robo, dicha talla románica estuvo bajo la custodia de los cuatro últimos alcaldes del pueblo. Y... hete aquí que... en medio del juicio... apareció la Virgen. Simplemente... estaba bien guardada.

En la cuestión del teléfono había una persona para testificar en contra del alcalde, pero no podía asegurar con precisión. ¿Es delito cobrar por atender el teléfono público? ¿Es que el tiempo de este señor no vale dinero? ¿Cuánto se puede cobrar a mayores en un pueblo de siete habitantes? De todas formas, el acusado negó haber cobrado una peseta de más.

El contrato de las trufas era más problemático. El acusador dudaba de que el precio justo fuera de 8.000 pesetas anuales. Por comparación con la valía de otros cotos cercanos, sospechaba un acuerdo secreto del alcalde con el arrendatario. Por ello, se necesitó un perito en trufas para estimar la auténtica valía del coto. La apreciación del entendido favoreció al alcalde. El acusado reconoció haber retenido el importe, pero haberlo abonado íntegro, los cinco años juntos.

El querellante retiró las acusaciones de cobrar a los turistas, la del teléfono y la de la Virgen, y mantuvo la de las trufas. ¡Ah!, ¿pero se puede retirar una acusación sin ningún perjuicio para el acusador? Yo si hubiera sido el Juez, sin leyes en la mano, por retractarse a última hora y hacer perder el tiempo a la Justicia habría condenado al querellante.

¡Visto para sentencia!. El Juez condenó al acusado a una amonestación pública por retener el importe del coto de las trufas.

Un prestigioso jurista que durante el programa comentaba los hechos, decía que la condena era proporcional a la falta del delito, no a la cantidad objeto de la infracción. Y lo único que podía hacer el Juez, en vista de la insignificante cantidad del delito, era añadir a la sentencia un juicio favorable al indulto por parte del Consejo de Ministros. Visto lo visto, es como para partirse de risa y luego echarse a llorar. ¡A punto estuvo este pobre alcalde de caerle encima una auténtica catrastrofe! De no haber aparecido la Virgen románica, valorada en dos millones de pesetas, le pudo haber caído idéntica condena que al mismísimo Roldán que estafó dos mil millones y se los llevó a Suiza. ¡De buena se libró! ¿Pero... esto es justicia? ¿Estos legisladores quieren tomarnos el pelo?.

Yo, me pregunto como el abogado defensor en ejercicio de la defensa de su cliente: "¿Puede mandarse a alguien a la cárcel por 40.000 cochinas pesetas?". Pues... se ve que sí.

Dos cosas saco en claro de esta historia: Primera, que la Ley es una mierda si pone la misma pena por sustraer 40.000 miserables pesetas, que 1.000 millones. Segunda, que la mitad de las veces la Justicia está perdiendo el tiempo. Hoy se veía bien claro: A la legua.



104- EJEMPLO A LA JUVENTUD

Hablando de la juventud, es normal oír a las personas mayores una frase despectiva: "¡Esta juventud de hoy está loca!" Esa afirmación es una tontería: ni toda la juventud es igual de descontrolada, ni su proceder es general. Locura es un comportamiento irrazonable. Y, aunque una parte de la juventud tenga unas normas de conducta poco deseables, si nos paramos a pensar, sí hay razones para sus pautas.

En primer lugar, es normal un grado de insensatez en la juventud. En mayor o menor medida, todos los mayores hemos sido jóvenes un día y hemos sentido la despreocupación propia de esa época de la vida. Quedaría coja mi alusión inicial del párrafo, si no admito la vuelta del hombre en su madurez a unos sentimientos más humanos. La niñez es la época de la inocencia. Con la juventud caminamos hacia la frialdad. Y, en la madurez adquirimos sensatez, que en cierta manera es un camino inverso al recorrido en la juventud. Son tres etapas que recorremos todos... la juventud de ayer, la de hoy, y la de mañana. No son puntos fijos, sino una continua evolución.

Por tanto, no se habla de momentos estacionarios, ni siquiera concretos, sino móviles. La inocencia de la niñez es la misma para todos. No es igual el camino de cada uno, pero sí lo es el punto de partida. Todos los hombres partimos de cero. Pero luego, ni las circunstancias externas son idénticas, ni los procesos de los cambios son iguales para cada individuo, ni tampoco los grados de cualidades alcanzadas son los mismos. Las evoluciones hacia la frialdad de la juventud también son diferentes para cada persona. El grado de desinterés, grande o pequeño, alcanzado en es época de la vida es la clave de todos los cambios posteriores. Habría de hacerse una mención especial a las circunstancias de la vida, pues son fundamentales para el proceso. Por ejemplo: no es lo mismo una niñez en la escasez que en una buena educación. No es igual vivir en el afecto de una familia que en una ausencia de cariño. Se da la circunstancia de que en cada caso el camino de paso de la juventud a la madurez es diferente y personal, y por tanto también lo son las cualidades logradas en esas etapas.

En niñez - juventud - madurez, he descrito un camino de ida y vuelta, igual para todos, pero las cantidades recorridas son distintas para cada persona. Ciertamente se producen cambios de dirección. Sí, pero solamente hablaba de claves, porque, salvo algunas excepciones, la vuelta no es proporcional a cantidades, sólo se vuelve lo normal marcado por las etapas de la edad. Si en la juventud se alcanza un alto grado de indiferencia, no se puede esperar, como por arte de magia, un giro de 180 grados con la madurez. Por eso mismo, no la juventud, sino el camino de ida representado por ella, es el más importante de los trayectos del hombre.

Lo expresado en estos dos párrafos anteriores, me lo contaba mi abuela con una pequeña historia en verso. Ignoro el origen de la fábula, pues a ella no la considero capaz de hacer versos. Aunque, poesía no sea unir palabras biensonantes aderezadas con rima y cadencia, sino, a la vez, decir algo útil. Decía en sus versos:

- Padre, si se va el abuelo, / no le de entera la manta, / saque la navaja y parta, / que con la mitad le basta.

Al llegar aquí, mi abuela pasaba a la prosa y advertía:

- De mayores, todos sentimos algo más de compasión.

Y luego seguía con los versos ahora poniéndolos en boca del padre:

- Ten compasión, hijo mío, / mira que esta vieja y mala.

Y finalizaba la estrofa con palabras del hijo:

- No importa, padre, no importa, / que otras peores se gastan.

Al final, mi abuela añadía una especie de moraleja: El padre, no quería partir la manta, porque, si lo hubiera hecho, el hijo habría guardado la otra mitad restante para cuando él se fuera de casa.

Como se ha explicado anteriormente, hay un grado reconocido de frialdad, indiferencia e insensatez en la juventud. Eso, es normal y propio de las distintas etapas de la vida. Lo discutible, hablando de generalidades, lo recalco, hablo del global, es si estos defectos en la juventud de hoy entran dentro de la regla o sobrepasan la normalidad. Yo creo que sí, que las conductas de la juventud actual en el aspecto negativo, y en general, vuelvo a recalcar, van un poco más allá de cuanto se fue en generaciones anteriores. Pero el hecho de esta transgresión de la normalidad no tiene nada de locura: tiene explicaciones.

Siguiendo la moraleja de mi abuela, si el padre hubiese partido la manta a su propio padre, el hijo habría copiado su proceder. Esa es la auténtica clave: la madurez es el modelo de la juventud. Es más, siempre estarán más avanzados en el recorrido de los defectos, pues en el camio de ida y vuelta antes descrito, unos van, mientras los otros vuelven. Habría que hacerse una pregunta muy interesante: ¿tiene buenos modelos la juventud?.

Es normal recibir una respuesta afirmativa a mi pregunta si la contestación no viene de la propia juventud. Los interesados no somos los indicados para juzgarnos a nosotros mismos. ¡Claro que hay buenos modelos! No puedo ponerlo en duda, como tampoco dudo de que existan excelentes jóvenes. De todas formas, no seríamos tan rotundos en la afirmación al interrogante que nos ocupa si miráramos a la sociedad en general.

Para poder efectuar un análisis real de las causas del proceder de los jóvenes, se han de tener en cuenta tres cosas: la vista de la sociedad, que la juventud está unos pasos más allá de la madurez y que necesita modelos.

¿Cómo vamos a hablar de ética a los jóvenes, si los mayores se la saltan -no digo nos, porque yo no soy nadie ni cuento en ningún sitio- a la torera? ¿Cómo vamos a hablar a un joven de escalas de valores, si ve que "todo vale" para los mayores? ¿Cómo vamos a convencer a un joven en la obligación de ser bueno, si no le mostramos con el ejemplo una sola razón? ¿Cómo le metemos en la cabeza que ha de formarse, si ve que en la vida triunfan cuatro mamarrachos sin formación? ¿Cómo le decimos que estudie, si no piensa hallar trabajo cuando salga de la Universidad? ¿Cómo le decimos que el valor del dinero no es importante, si ve que la sociedad se mueve por el consumo? ¿No se sentirá prisionero de una sociedad que ofrece placeres por doquier, cuando vea que no tiene medios para conseguirlos? ¿Cómo le dices que las personas valen por lo que son y no por lo que tienen, si ve que en la realidad de la sociedad actual esto no está en vigencia? ¿Cómo vamos a decir a un joven que la vida son más allá de cuatro días, si no ve su futuro en ningún sitio?, no espera ni hallar trabajo. ¿Cómo le dices que salga de la apatía, que no beba, que no se drogue?, te puede responder: ¿para qué?.

En una ocasión vino un camionero joven a nuestra casa. Traía el encargo de transportar 25.000 kg. de trigo. Efectuar la carga a granel mediante un sinfín nos llevó de dos a tres horas de trabajo. Mientras, él se paseaba, nos hacía algunas preguntas y fumaba sin parar. Con la colilla de un puro encendía otro. Hay personas que hacen de fumadores, en realidad, dejan quemar el tabaco. El, no. Aspiraba y expiraba el humo en intervalos de segundos. Echaba más humo que un tren de carbón, pues no pasaba un minuto sin efectuar una chupada a su cigarro puro. Parecía una persona de un trato muy agradable. Conversó conmigo durante bastante tiempo. Adquirí confianza con él y al final le hice una pregunta de las que puede parecer indiscreta, pero en realidad sólo son una observación:

- ¿Cómo fumas tanto, no ves que es malo para la salud?.

Me contestó con otra pregunta -así cuentan que lo hacen los gallegos-. Fue una contestación de esas que te cortan, te sacan los colores a la cara, y te dejan el sabor de que has metido la pata. Has de juzgar el semblante de quien te lo dice para saber que no es un desaire. Lo cierto, es que la pregunta no tiene respuesta:

- ¿Y para qué quiero yo vivir mucho tiempo?.

Eso mismo puede pasarle a la juventud de hoy: no hallar una respuesta. Y es que no sirven las contestaciones de palabra, sino las de hechos de ejemplo. Tampoco es que falten modelos particulares, sino un modelo general.

Es frecuente oír otra queja referente a la educación familiar: ¡qué difícil es ser padre en estos tiempos! No, no es cierta la exclamación. ¡Qué difícil es ser joven!

Un día me encontré en una revista con una opinión de esas que te hacen pensar. A primera vista parece una tontería mayúscula el criterio expuesto por el entrevistado. Reconocía la degradación moral de la juventud con respecto a la de otras generaciones anteriores. Pero, -ahí va la bomba-: culpaba de ello a las personas de entre cuarenta y sesenta años. Les culpaba, porque ellos se erigieron un día en salvadores del mundo: hablaron de democracia, libertad, paz y solidaridad. Y siguen hablando de lo mismo, pero han decepcionado, y esa decepción la recoge la juventud más que nadie. Esos libertadores se han instalado en la comodidad, y sus bonitas palabras ya no son creíbles. Yo, de momento -lo reconozco- no lo entendí del todo, pero voy viendo que tenía mucha razón.

Comencé a realizar este escrito ayer miércoles, 11 de mayo de 1994. Me puse a escribir después de ver por televisión la comparecencia del Presidente del Gobierno ante el Congreso de Los Diputados por lo referente al caso Roldán. "¿Pero a que juventud va a servir de ejemplo este atajo de granujas?", me pregunté.

Personalmente, no me preocupa la actitud negativa del Sr. Roldán. Sinvergüenzas, les ha habido siempre, ayer, hoy y mañana. Lo preocupante es el espectáculo que ha organizado la corrupción. Un Gobierno que siempre se entera por la prensa. Pero... la verdad es que ha cometido tantas barbaridades que no sabe cómo taparlas y ya resultan innegables. Hace falta mucha cara -y muy dura- para negarlas. Roldán no hubiera cometido tantas anomalías caprichosas sin tener de palabra una seguridad de no ser investigado. ¿Seguridad a cambio de qué? Esa es la caca que se pretende tapar. Y, si por cualquier circunstancia, se ha faltado a esa seguridad dada al prófugo, él tirará de la manta. Será un corrupto, un canalla, un sinvergüenza, un... y un huido de la Justicia, pero sus piezas encajan en el puzle. Es evidente que el informe de espionaje a Mario Conde existe, le han visto muchos. Es una solemne tontería achacar a Roldán la iniciativa de encargar tal informe. Al huido le importaba un pimiento las actividades del banquero, el harto tenía con ir de copas y preocuparse del incremento de sus cuentas corrientes. Las piezas encajan en el puzle. Esta sólo es una pequeña piececita. El encargo partía de más arriba y aseguraba impunidad monetaria al prófugo. Pero los acontecimientos no han sucedido como esperaban los interesados. Y, que un Roldán -quien sea- cometa irregularidades, pase, pero que se cometan por sistema y desde el Poder y en nombre del Poder, apaga y vámonos. No es válido decir -como dicen- que un huido de la Justicia no es creíble. La credibilidad está en las palabras, no en quien las diga. ¿No es así? ¡Si no fuera así, pobres de quienes carecemos de categoría para realizar afirmaciones!.

La Oposición se suma al triste espectáculo parlamentario y grita: ¡vete!, pero no ofrece más soluciones. Se puede sobrentender: "¡vete!, que queremos ponernos nosotros". Y en sus críticas -aunque no en la forma- tienen toda la razón, pues a sus censuras se suman partidos políticos de muy diferente ideología. Los nacionalistas han vendido su silencio, ¿por un plato de lentejas?, el caso ya resulta evidente. Todo se compra y se vende. Hasta H.B. -demócrata por un día, "por un día de ilusión"- vino al hemiciclo a montar su numerito de autopromoción. Y Sus Señorías ("y me quedo corto"), "llenos de cortesía", cuando unos aplauden, otros patean, y cuando los otros aplauden, los unos (es una pena que la palabrita "unos" se escriba sin <h> como hubiera correspondido a las huestes del bárbaro Atila) patean.

Pero... ¿a qué juventud van a servir de ejemplo estos padres de la Patria...? Añadiría más: ¡pobre de la juventud que, por su edad, tenga que copiar de ellos!.



105- LADRONES Y "LADRONES"

"Los ladrones somos gente honrada", ése es el título de una obra dramática que vi un día por televisión hace años. No recuerdo con exactitud el nombre del autor. Creo que pertenece a Enrique Jardiel Poncela. Tampoco viene a mi memoria absolutamente nada de su argumento. Ni siquiera recuerdo a los actores del reparto. Solamente, el título se ha quedado clavado en mi recuerdo como esas cosas que se quedan en la memoria y nadie sabe porqué, pues no tiene ninguna trascendencia en mi vida personal. ¿Habrá algo de cierto en el contenido expresado literalmente en el título? La verdad, esta forma de decir viene como anillo al dedo del tema que voy a tratar hoy.

Yo, que en mi vida he sido bastante ingenuo, pensaría en un primer momento que la frase inicial de este texto es una contradicción. Para mí en principio, los ladrones no pueden ser honrados, pues se saltan una norma determinante en la pérdida de honestidad. Pero, pensándolo mejor, hay ladrones... y ladrones. Hay delincuentes de corbata que si salta se dedican a dar charlas de ética y lecciones de honradez. Con el tiempo y en parte, voy viendo mi error propio de reflexiones rápidas y cargadas de convencionalismos. Antes, me fiaba, a ojos cerrados, en la justicia de las leyes. Y también me equivoqué. Creía que la ley era exacta como lo son las matemáticas. Y eso es falso, sólo por mis prejuicios permanecía sin verlo. Bien se podría afirmar la frase de mi viñeta humorística sin temor a equivocarse: "En las cárceles no son todos los que están y, sobre todo, no están todos los que son". Más de lo segundo que de lo primero.

Con frecuencia, se dice que "quien hizo la ley, hizo la trampa". Eso es una verdad como un templo. A un tonto honrado, puede ponérselo al margen de la ley por una pequeñez. Mientras, un listillo deshonesto, puede pasarse la vida trampeando a la ley sin recibir el más mínimo castigo. Yo, que con el paso del tiempo he dejado de ser tan ingenuo, me sonrío irónico cuando referente a cualquier falta de honestidad oigo una tontería muy al uso actual: "Eso no está tipificado como delito".

"¡Anda ya!", me digo. "Si todos sabemos lo que está bien o mal".

Ésa es una excusa absurda. Son ganas de hacer el tonto. Porque, si nos fijamos bien, esta forma de evadirse de un castigo siempre beneficia a los mismos, a los listillos deshonestos, nunca a los tontos honrados, o menos honrados, o a quienes por circunstancias adversas de la vida se vieron predispuestos a la delincuencia y metidos en ella.

El hecho que trataré en mi comentario, venía en Diario de Burgos en fecha 25 de septiembre de 1993. Trataré de resumirlo sin hacer una copia textual: Un empresario de 40 años de edad, empujado por la crisis de la empresa familiar, atraca las sucursales de dos entidades bancarias. El botín total asciende a 942.000 pesetas. Pero llegan los atenuantes: Se entrega voluntariamente a la Policía de Alicante. La Policía confirma que el revolver empleado en los asaltos era de juguete. Y para dejar más clara su casi honradez, se añadía en el periódico: No ha sido posible recuperar el dinero de los atracos, porque el atracador lo ha gastado en pagar las deudas a los proveedores de su empresa familiar.

Ante esta historia, me pregunto: ¿Qué se ha de hacer con este ladrón?.

Así son las noticias: Incompletas. Me han contado una primera parte del suceso, pero me quedaré con las ganas de saber el final de esta historia. Me gustaría conocer el final de esta aventura. Nadie perderá el tiempo en satisfacer mi curiosidad. Estoy seguro de ello. Lo que a partir de ahora pase en ese caso ya no vende periódicos. Y como no espero que la prensa se ocupe del relato del desenlace final, sigo por mi cuenta. Lo primero que me digo es lo siguiente: ¡Vaya papeleta para un juez!.

Ahora está de moda eso de querer implantar el juzgado popular en España. ¡Conmigo que no cuenten para ese menester! No me atrevo a juzgar a nadie. Tampoco podría condenar a nadie. Los delincuentes no nacen ya marcados por el destino de la delincuencia. Hay unas circunstancias que modelan la personalidad de cada individuo. Podemos sentarnos a juzgar y, a la vez, influir negativamente y todos los días, en las circunstancias que llevan a los delitos. "Quien esté sin pecado que tire la primera piedra", dice el evangelio y me digo yo. Ni los delincuentes son malos, ni yo soy santo. ¿Qué habría salido de ese delincuente a juzgar con una vida como la mía? ¿Qué habría hecho yo de haber tenido su vida?.

Alguien ha de juzgar, eso no lo discuto. Pero yo no me atrevo a colgar carteles a las personas, de culpables o inocentes. Hay oficios para los que, ha de admitirse, uno no sirve. Para terminar con el asunto, propondría algo que no se oye nunca: ¿Por qué en vez de condenar tanto el delito, no nos dedicamos más a mejorar las circunstancias que llevan al individuo a él?

En el caso concreto tratado aquí, juzgar a este delincuente, perdón, la moda es decir presunto, es más difícil que hacerlo con un atracador en el banquillo culpable a todas luces. No sé si los magistrados para emitir sentencias han de ceñirse únicamente a los artículos del Reglamento Jurídico. En ese caso lo tiene crudo este ladrón honrado. ¿Otra vez... ? ¿Se dice presunto? No creo, es confeso. Si los jueces tienen total libertad para interpretar los hechos a su manera, el acusado lo tendrá más fácil.

Me quedaré con una curiosidad de por satisfacer: ¿Qué hará con este ladrón el Sr. juez encargado del asunto? Yo, si fuera el magistrado encargado de juzgar a este ladrón ocasional y arrepentido, le trataría exactamente como lo haría un cura dentro del confesionario: "¡Anda, hijo, devuelve lo robado y no robes más!" Y, como representante de la justicia, añadiría a las exhortaciones anteriores: "¡Y que no te vea por aquí más veces!".

Para finalizar, añadiré una especie de chiste para amenizar mi texto. Se trata de un pequeño ratero a quien un juez también le despidió de esta manera:

- ¡Anda, vete y que no te vuelva a ver otra vez por aquí!

A los pocos días, la policía vuelve a coger al pequeño delincuente en una de sus insignificantes fechorías y le lleva ante el juez.

- ¿Cómo...? -pregunta el magistrado-. ¿No le había dicho a usted que no quería verle más por aquí?

- ¿Qué quiere? Ya se lo decía yo a estos -respondió el delincuente señalando a los policías-: "No me llevéis, es inútil, el juez no quiere verme".



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