Negros nubarrones en el horizonte.



Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Sumario: 121- Exacto, como las matemáticas. 122- ¿Máxima?. 123- Nuevo milenio. 124- Servicio militar. 125- La siembra de minas.



121- EXACTO, COMO LAS MATEMÁTICAS

En una ocasión sentí un dolorcito en cierta parte del cuerpo y acudí con mi queja a la médica de cabecera. Nadie malinterprete mi alusión al sitio: he dicho cierta parte, pero no me lo callo por ser un lugar innombrable, sino por carecer de interés para este comentario. La doctora, muy amable, como siempre, me hizo un volante y me envió al especialista de la Seguridad Social. El citado volante, con letra de médico (nunca mejor dicho), en rasgos poco legibles decía, más o menos, lo siguiente: "Le envío un paciente de ... años de edad, con un dolor desde hace tres meses en la parte ..., le ruego me diga usted exactamente lo que tiene el enfermo".

Tras un una larga de espera después de la pedida de cita vía telefónica, por fin me llegó la fecha y me presenté a la consulta del especialista. Mi sorpresa llegó cuando aquel señor de bata blanca (lo de señor es un decir), que a buen seguro había tenido una mala noche y quería pagarla conmigo, a la vista de las líneas del volante, cogió un cabreo fenomenal.

- ¡Exactamente! ¡Exactamente! ¿Qué se habrá creído esta señora? ¿Que yo soy Dios o qué? ¡Exactamente! ¡Exactamente! -repetía a gritos mientras botaba en su sillón-.Exactas sólo son las matemáticas.

No llevaba ninguna razón el especialista en las palabras de su salida de tono. Primero por extraer a través de una interpretación literal una intención que nunca pudo estar en el ánimo del redactor del texto. Segundo, porque lo ideal habría sido callarse sabiamente el desliz de un compañero. Tercero, porque, en lugar de ganarse la confianza del paciente, resulta poco positivo asustarlo con gritos histéricos (casi se me olvida a qué había ido allí). Sí, encima quería escribir una nota a la Dra. que había escrito "exactamente" sin intención literal y sin ser premeditado al igual que pudo haber escrito aproximadamente. Para mayor bochorno mío, me estaba utilizando como correo de chismes. Como la enfermera ayudante le disuadió de que la nota era improcedente, antes de preguntarme siquiera por mi salud, me dijo que le dijera esto... lo otro... y lo de demás allá. "¡P'a tu abuela!", pensé. Aún no se lo he dicho.

Tampoco su salida de tono era correcta, porque las matemáticas sólo son exactas para la gente sencilla y honrada, pues quienes no son honestos maquillan las cifras hasta obtener el resultado deseado. ¿No me creen ustedes? Pues vean el siguiente chascarrillo:

Cuentan que el alcalde y los tres concejales cabecillas del Municipio andaban buscando un contable para ocupar un puesto de trabajo en el Ayuntamiento. A tal efecto, realizaron una convocatoria para poder elegir entre los pretendientes. Se presentaron una docena de aspirantes al cargo. En la entrevista les preguntaban, nombre, domicilio, curriculum vitae y algunas preguntillas más. Entre estos últimos interrogantes estaba ésta:

- ¿Cuántas son cuatro y cuatro?.

Ante esta pregunta, en apariencia tan infantil, al hallarla tan fácil de contestar, todos los aspirantes se quedaban pensativos: "¿Dónde estará el truco?", se decían. Por fin, contestaban sin demasiada decisión:

- Pues ocho.

Tal respuesta no dejaba satisfecho al alcalde.

Uno de los aspirantes, más listo que el hambre, vio al momento el truco y desentonó del conjunto de sus compañeros. Ante la pregunta del cuatro más cuatro, saltó de su sillón como un resorte y dirigiéndose a la ventana, bajó las persianas hasta dejar la oficina en penumbra. Luego se dirigió a la puerta y asomó la cabeza mirando a izquierda y derecha del pasillo para comprobar si estaban solos. Finalmente, llamó hacia sí a los examinadores por señas y bajando la voz hasta un tono de susurro, les dijo:

- Señores, conmigo en confianza, cuatro y cuatro serán las que ustedes quieran que sean.

La narración acaba diciendo que al momento concedieron el puesto de trabajo a aquel aspirante listillo.



122- ¿MÁXIMA?

(Publicado en Diario de Burgos el 12 de febrero de 1995).

El jueves, 2 de febrero de 1995, nos daba este mismo periódico, Diario de Burgos, página 11, una noticia sobre la presentación de determinado libro. No es necesario mencionar el título. También me callo el nombre del autor del trabajo literario, pues ni voy contra él, ni está, ni puede estar, en mi ánimo enjuiciar su obra. Tampoco es mi intención entrar en polémicas de ninguna clase. Mi escrito nada tiene que ver con el libro. ¿Queda claro? Cada uno puede pensar como quiera. En dicha noticia se hacía alusión a una "¿máxima?". La reproduzco textualmente: "Cuanto más ignorantes, más creyentes; cuanto más creyentes, más supersticiosos y de aquí, a la nada porque la superstición conduce irremisiblemente al caos".

El mismo derecho que se ha tenido, por parte de quien haya sido, a mencionar esa "¿máxima?", tengo yo a opinar sobre ella. No sé quién es el autor del dicho, bueno, máxima, o lo que sea. ¡Allá él con sus tonterías! Yo soy libre de pensar como me dé la gana. Y supongo que tengo libertad para expresar mi pensamiento. A mi juicio, no se tiene de pie ni una sola de las letras del texto de esa "¿máxima?".

¿Cómo se puede decir que "cuanto más ignorantes, más creyentes?" ¿Acaso fueron ignorantes, S. Pablo, S. Agustín, Santa Teresa de Jesús, S. Juan de Cruz y Fray Luis de León, etc? Invirtiendo el orden de los términos, debieron de ser grandísimos ignorantes, porque fueron grandes creyentes. ¡Venga ya!.

Para los efectos, es igual cualquier religión. Todas buscan lo mismo, por distintos caminos. Si echamos un vistazo a un atlas mundial y vemos la distribución de las distintas religiones, podemos llegar a la percibir la impresión de que, en cierto modo, sí coinciden en el mapa ignorancia (pobreza, subdesarrollo) con creencia. Sin embargo, esa es una falsa percepción. Sólo por intereses no se puede ver la verdad. Lo que en realidad coincide en el mapa es la necesidad de Dios con la creencia en Él. Y no es lo mismo estar necesitado que ser ignorante.

Para creer es muy importante necesitar creer. Recuerdo los versos, sencillos y bellos, hallados en un refugio judío de Varsovia y escritos durante la persecución sufrida por este pueblo en la segunda guerra mundial: "Creo en el sol, aunque no brille. / Creo en el amor, aunque no lo sienta. / Creo en Dios, aunque no pueda verlo". Efectivamente, quien necesita el amor, cree en él, y quien necesita a Dios, cree en Dios, aunque no pueda verlo. ¿Aunque... lo uno no llevará a lo otro? ¿En qué salvación va a creer quien está convencido de no necesitarla?.

¿Cómo se puede decir que "cuanto más creyentes, más supersticiosos?" Aunque fe y superstición son creencias las dos, son cosas contrapuestas. Copio textualmente del diccionario: "Superstición: creencia extraña a la fe y contraria a la razón". Yo diría lo contrario: cuanto menos creyentes, más supersticiosos. Pues, si ambas cosas son creencias, ocupan un mismo espacio en el ser humano. Ese espacio puede mantenerse vacío, o a medio llenar. Pero, eso está muy claro, si en tal espacio se mete mucho de creyente, cabrá poco de supersticioso, y si se mete mucho de supersticioso, cabrá poco de creyente.

Y en cuanto a sacar por deducción que desde creyente se llega al caos, ¿es una broma? Al contrario, al caos lleva la increencia en un Dios. Un autor, cuyo nombre, me gustaría anotar aquí, pero no consigo hallar en mi cabeza en este momento, dice así: "Si Dios no existe, todo me es válido". Y cuando todo sea válido... entonces sí que habrá llegado el caos. ¡Sabía bien lo que se decía este señor!.

¿Pero en esta "¿máxima?" del comentario nos toman por tontos? Yo necesito creer, pero no soy, ni más ni menos, tonto que los demás. Decir que "cuanto más ignorantes, más creyentes", es una mentira encaminada a desprestigiar las religiones. ¿De quién es esa "¿máxima?"? Yo no lo sé. Debo de ser un ignorante. ¿Será por no saber el origen de la "¿máxima?, o será por ser creyente?.



123- NUEVO MILENIO

(Publicado en la revista Regañón).

La magia de los tres ceros hace tiempo que tiene trastornado al mundo. No sólo nos machacan un con informático efecto 2000 que puede trastocar cualquier orden social, incluidos los semáforos. Verán ustedes como el ruido ha sido más grande que las nueces, y no pasará absolutamente nada. A todo esto se suma la fiebre consumista llevada a exponentes insospechados con motivo de tales fechas: En los hoteles ya están reservadas todas la habitaciones para poder recibir al nuevo milenio desde los lugares más exóticos. Y no haría falta hablar de discotecas y de restaurantes especializados en cenas "cotillón", pues ya se ha avisado que el gasto puede desbordarse en esa noche de fin de año, y si se está a expensas de los cajeros automáticos, se corre el peligro de quedarse en fuera de juego por falta de fondos.

Todo lo dicho en el párrafo anterior me parece una auténtica memez síntoma de la gripe consumista, porque el 2 enero será exactamente igual al 30 de diciembre, con la única diferencia de que habrá que poner un número diferente en el encabezado de los documentos. ¡Inapreciable!. ¿A qué tanto alboroto?. A nada, a nada, pero, tal y como están los tiempos, uno no puede ser menos que el vecino. Yo cuando me enteré de que mi vecino y su señora se irían a Tenerife a saludar al nuevo milenio, tomé un viaje reservado a Cuba. Y, es necesario decirlo, tuve infinita suerte, porque era la última reserva que quedaba ya en septiembre para el país Caribeño.

La polémica sobre si el tercer milenio comenzaba en el 2000 o en el 2001 ya estaba servida y no era nueva. Para la gente de a pie comenzaba con la llegada del 2000, mientras para cuatro "pelagatos", disidentes con aire de intelectuales, no llegaba hasta el 2001. Pero que a estas alturas del calendario, cuando "el menda" ya ha se ha gastado un ojo de la cara (con pago de adelantado) reservando plaza en un hotel para ver la primer salida del sol del tercer milenio desde las playas Cubanas, la UTC salga diciendo lo que dice, aparte de ser tonterías que no se tienen ni de pie, son ganas de incordiar a la gente:

"MADRID/EFE- El siglo XXI y el próximo milenio empezarán en España cuando el reloj marque las 00 00 horas del 1 de enero del año 2001, según el Real Instituto y Observatorio de la Armada, dependiente del Ministerio de Defensa y encargado de velar por la Hora Legal española (UTC)".

Dícese que el diccionario lo hace el pueblo... y si el pueblo utiliza con normalidad determinado "palabro", la Real Academia de la Lengua ha de terminar aceptándolo. Aquí pasa lo mismo, si la gente piensa mayoritariamente que el tercer milenio comienza el año 2000, ¿quién "coño" es la UTC para decir lo contrario?.

Aunque quieran escudarse en las matemáticas, no tienen razón. Nadie comienza su vida por el año 1, sino que antes de cumplir el primer año completo, va contando su vida por días, semanas, o meses. Por tanto el tercer milenio no cumplirá el primer año hasta el 1 de enero del 2001, pero lo que es comenzar, ya habrá comenzado el 1 de enero del año 2000. Y lo contrario ni siquiera es de sentido común. Y el único argumento que estos "disidentes" esgrimen comienzan definiéndolo con la palabra "error": un error debido a que cuando fijaron el calendario comenzaron a contar por el uno porque no existía el punto cero. ¿Pero no han tenido 2000 años para subsanar el error?.

Me temo que este año nos han vendido el fin de milenio y al año que viene nos venderán otra vez el fin de milenio. Espero ardientemente que a mi vecino el próximo año no se le ocurra ir a Nueva Zelanda a celebrar el fin de milenio-bis, porque en tal caso para ser más que él yendo más lejos, me vería obligado a irme al otro mundo.

Bien, para no equivocarme con el lío de los milenios, les deseo felicidad para los próximos 1000 años. ¡Y para qué tantos, si antes de los 100 años... todos calvos!. Bueno, sea usted feliz y olvídese de la polémica de los milenios.



124- SERVICIO MILITAR

Según mis apuntes, el miércoles 18 de agosto de 1993 conecté la radio a la hora del desayuno. Probablemente, aunque digan eso mis papeles, estuviera encendido. Yo no suelo prenderlo. ¿Hora? Eran las diez menos cuarto. Concretamente capté la emisora Radio-5 de Radio Nacional. Desde ella un militar cuyo nombre y grado no recuerdo ni aclaran mis notas, explicaba el nuevo Reglamento Militar que con carácter progresivo había entrado en vigor el día 15 de ese mismo mes. Con ayuda del entrevistador, el militar definía el Reglamento como mili a la carta.

Se trataba, poco más o menos, de que el futuro recluta podría hacer una solicitud de asignación de destino para su periodo militar. En la solicitud podría anotar hasta diez preferencias de destino. No se dijo si le concederían la segunda en su orden o la novena. También contemplaba este nuevo Reglamento artículos destinados a que ningún joven apto para la vida civil quedara libre del Servicio Militar. Para ello, todo joven en edad de reclutamiento habría de pasar por unas pruebas psico-físicas. El método estaba definido, pero aún faltaba concertar el modo de llevarlo a cabo en colaboración con el Ministerio de Sanidad.

Y están muy bien las medidas citadas, pero es como avanzar centímetros en una distancia de kilómetros: se quedan en nada.

Seguí en compañía de la misma emisora. Comenzaron las noticias horarias. En ellas había un suceso en relación con el tema tratado: "Un soldado de la base militar burgalesa de Castrillo del Val ha sido puesto en arresto preventivo", dijo la voz clara del comentarista. ¿La causa? Tras siete horas de marcha, el soldado afirmó ante el superior no poder seguir la caminata. Ante los gritos de ánimo de un alférez, el soldado respondió que si era necesario pegarse un tiro para demostrarlo. Al alférez no le gustaron las palabras, y respondió con violencia. El soldado contestó utilizando el mismo lenguaje y llegaron a las manos.

Hace algunos días, leí en el periódico provincial otra historia del mismo calibre: Que, por olvidarse de no sé qué objeto para la ejecución de una marcha, a un soldado el oficial le habían cargado la mochila con una piedra de veinticinco kilos. Como consecuencia desertó tras la rotura de tabique nasal en una caída.

No hace mucho había un juicio por rociar a un soldado con gasolina y prenderle fuego. ¡Malditas novatadas!.

Se pueden enumerar por miles los casos de malos tratos en el ejército. Se podrían contar por millones si todas las vejaciones salvasen el miedo y salieran a la luz. ¿Es que por ser soldado se pierden los derechos del ser humano? ¡Si esto no necesita una reforma a fondo...! Que se dejen de parches y tonterías y modifiquen de la A la Z. Están anclados en tiempos de la guerra. O sea, llevan cincuenta y cuatro años de retraso.

Yo soy partidario de un servicio obligatorio. No digo militar, nadie me malinterprete. Lo de militar podría ser voluntario dentro del servicio anterior. Hoy, cuando el paro, la droga y la degradación moral, acechan a la juventud, hay más razones que nunca para exigir una prestación. Pero este servicio ha de servir para atajar estos fenómenos indeseables antes mencionados, nunca para fomentarlos. Ni para crear dificultades a la juventud, ni tampoco para colocarla ante estos males. Personalmente no encuentro ninguna razón para que la disciplina esté reñida con el trato humano. Ajustarse a unas ordenes sí puede ahondar en la formación de una responsabilidad.

Este servicio que propongo debiera concebirse como un beneficio al propio interesado y una aportación a la sociedad. Es inevitable el uso de las armas. Una muestra, es la ayuda humanitaria en la exrepública de Yugoeslavia. Sin embargo, el número de soldados y de armamento no es tan necesario como el existente en la actualidad.

Mucho se habla de formar ejércitos profesionales. Me parece una vuelta atrás. En su tiempo la medida de obligatoriedad fue una conquista social. ¿Se imaginan ustedes quiénes compondrían ese ejercito? Es fácil de imaginar: Serían los hijos de los pobres quienes tendrían que dar la cara por un salario en la defensa de la Patria en una hipotética guerra. Mientras, los hijos de los ricos se quedaría quietecitos y a salvo en sus casas. En este punto del estilo del servicio, antes propuesto, se podría acabar de un plumazo con las objeciones de conciencia. Bastaría hacer optativo el servicio en armas. Y a quienes no elijan libremente el destino de las armas les podrían alternar cursillos con una dedicación a ayudar a la población marginada.

Bien entendido que el primer objetivo habría de ser ayudar al joven. Por ello, la ubicación del tiempo debiera adecuarse a cada caso. Este servicio consistiría en alejar, momentáneamente, al joven de su barrio para mostrarle que el mundo es más grande y existen muchísimas otras personas que no debe ignorar a lo largo de su vida.

Me es muy fácil comprender a un objetor. A pesar de que hay objetores de conciencia y de conveniencia me resulta facilísima la comprensión. Pero no comprendo al insumiso: Nadie puede desentenderse de prestar un servicio a la sociedad. ¿Es protesta la actitud? Tampoco la entiendo.

Con el Servicio Militar actual, está claro, a golpes, nadie aprende. Eso es teoría vieja.



125- LA SIEMBRA DE MINAS

(Publicado en Diario de Burgos el 26 de junio de 1996).

Para quienes creemos de verdad que el valor de todos y cada uno de los seres humanos debe de estar en primer lugar, es triste ver en la actualidad a la economía marcando y liderando el peso de los valores. Nos es más triste todavía ver a la sociedad, sin levantar la voz y como si esto fuera lo más normal del mundo, plegada a las dotes mandonas de la economía a costa de quien sea y sin ningún límite de precios a pagar. Sin embargo, nos resulta ya altamente escandaloso que Organismos Internacionales como la ONU, o el Parlamento Europeo, en lugar de tímidas recomendaciones, no sepan decir con la fuerza de una prohibición: ¡Basta ya!.

Me refiero en mis palabras del pasado párrafo al triste asunto de la venta de las minas que alargan las guerras haciéndolas continuar activas muchos años después de haberse firmado la paz. Es un negocio con el que se lucran algunos países ricos, entre ellos nuestra España. Son ganancias obtenidas a cuenta del sufrimiento de otros ciudadanos del mundo menos favorecidos por la diosa economía. Esta clase de bombas enterradas matan en el mundo al año a 16.000 personas y dejan inválidas a otras 10.000. Las víctimas de esta clase de trampas bélicas son en su mayoría mujeres y niños cuya única conexión con la guerra es haber nacido en un determinado país. El número de sacrificados y lesionados es un dato escalofriante. ¿Todo vale...?

Si el comercio de todo armamento sería censurable, el negocio a base de exportar esta clase de armas es el colmo. Si seguimos pensando que fabricar y vender estas minas es válido porque mejora nuestra economía, ya no somos hombres, sino robots humanos. A pesar de la evidente falta de ética en esta clase de producción y venta, en los países ricos no nos quedamos mancos fabricando y vendiendo estos terribles cacharritos. Y vendidos a una media de 10.000 pesetas por unidad suponen un asqueroso pastel, desgraciadamente, apetecible. ¡Ah!, pero, ¿somos capaces de colaborar a la muerte o a la invalidez de por vida de una persona por 10.000 cochinas pesetas? Esto no tiene nombre.

Hay en el mercado una amplia gama de modelitos de estas mortíferas minas: 200 aproximadamente. También, cómo no, como si fueran lavadoras o frigoríficos, la competencia juega un papel importante en la fabricación de estos artefactos. Los distintos modelos rivalizan en potencia, eficacia y duración activos (de 20 a 50 años), en una palabra, compiten en algo terrorífico: en capacidad de destrucción.

Y, aparte de lo principal: el coste en vidas humanas, nuestro afán de lucro con la venta de esta clase de armas, revierte en una inmensa pobreza para los habitantes de los países destinatarios. Cada vez son más los campos sembrados de minas y, por tanto, inutilizados para fines agrícolas o ganaderos. Por otra parte, buscar y desactivar una mina cuesta un mínimo de unas 36.000 pesetas, casi cuatro veces más de su valor de compra en origen. Y sí, asústense ustedes, cada año se desactivan unas 100.000 minas, pero, por contra, se colocan más de 2.000.000. En el mundo, distribuidas en 64 países, hay un total de 110 millones de minas enterradas.

Esto ya parece el diálogo, de un hipotético y macabro chiste gráfico, mantenido por dos señores encorbatados, con maletín de negocios y aplicados en demasía a la mesa de un lujoso restaurante en satisfacer su oronda barriga: "Para ser humanitario con los pobres, primero vamos a crear pobres, luego ya veremos". Si la venta de estas bombas sigue siendo lícitamente válida: ¡que pare este tren, que yo me apeo!.



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