Negros nubarrones en el horizonte.



Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Sumario: 151- De caza. 152- "Pedigüeños ilustres". 153- A pedrada limpia. 154- Sonrisas y lágrimas. 155- La cultura del pelotazo.



151- DE CAZA

(Publicado el la revista Regañón).

Hoy, sin ninguna pretensión moralista y sin más ánimo que entretenernos un rato, voy a contarles a ustedes un chiste. Por la temática aquí tratada, dedico mi escrito a nuestro querido Coordinador de la revista Regañón como aficionado que es al "pim-pam-pum" de la escopeta. (- Jesús no te emociones). Ya en serio, va dedicado a Jesús, a su esposa, Carmen, por la paternidad de ambos, y a su hijo, Pedro, con el deseo de felicidad para los tres.

Cuentan la historia de un cazador empedernido cuyo perro enfermó y murió en vísperas de la asistencia a una cacería programada ya hacía un mes. ¡Y cómo podía presentarse él en una cacería sin un ayudante canino! Todo un problema. Pero ya lo dice el refrán: "A rey muerto, rey puesto". Y el cazador de nuestra historia se pasó por una tienda de venta de animales con la idea de comprar otro perro.

- Lo siento, señor -replicó amablemente el dependiente-. Hasta el próximo sábado no nos llega un nuevo pedido de perros ya instruidos para la caza. El sábado tendremos a su disposición 9 perros de caza de tres razas distintas y todos ellos con carta genealógica. Si usted viene a primera hora de apertura de la tienda, tendrá la ventaja de poder elegir entre los 9 perros.

- ¿El sábado dice usted? ¡Imposible! Yo necesito el perro urgentemente para el viernes. Yo no puedo esperar.

- ¡Ah, señor! -contestó el dependiente en el tono cortés de todos los vendedores expertos en su oficio-, creo que tengo la solución para usted. Tenemos un robot todo-terreno de ruedas por cadenas y de origen japonés que se comporta como un verdadero perro. Es pura ingeniería japonesa. Además, está usted de suerte. El aparato actualmente está en promoción de ventas y lo cedemos a prueba sin ninguna clase de compromiso: si a usted le sirve, a otro día rellenamos el contrato de venta y se queda con el aparato y, si no le sirve, nos lo devuelve sin más compromiso.

- ¡Está usted de broma! ¡Cómo me voy a llevar yo un tanque ruidoso para que me espante las piezas de caza!.

- ¡Oh, no! Usted no ha visto el perro. Mírelo, mírelo. Es una maravilla. Es completamente silencioso y sólo pesa 12 Kilos. Funciona mediante una batería eléctrica de diez horas de duración y, además, es de energía barata: es recargable a la red eléctrica de su casa. Es un aparato tan perfecto como un ordenador que no se pierde ningún dato. Tiene voz incorporada para poder dialogar con el usuario. Lleva incorporado un microchip para que un técnico cambie la configuración según los deseos del propietario, pero el funcionamiento para el usuario es tan simple como apretar un botón para el encendido. Los entendidos dicen que es un perro perfecto. El único defecto del aparato es que tiene un precio muy elevado. Pero yo creo sinceramente que el precio merece la pena, porque tiene ciertas ventajas sobre el perro tradicional: Los días que no trabaja, no necesita manutención ni cuidados especiales Se acabó lo de sacar a diario a hacer pis al perro. ¡Lléveselo usted a prueba sin el más mínimo compromiso!.

El cazador, enrollado por la palabrería del vendedor, salió de la tienda convencido y con el robot pendiente de prueba.

Ya en la cacería, el cazador descendió el robot del maletero del coche, pulso el botón de puesta en marcha y como le había indicado el dependiente lo dejo caminar libremente.

Tras un cuarto de hora de caminata, se enciende una luz roja en el perro mecánico y el robot comienza a hablar con una voz metálica:

- Va a salir una perdiz por la derecha. Cuenta atrás. Tres. Dos. Uno. Cero.

- Pum -hizo la escopeta cuando el cazador apretó el gatillo.

- Pieza abatida -dijo el robot inmediatamente-. Perdiz hembra. Dos años de edad. Ubicación: 7 metros en dirección noroeste.

"¡Vaya perfección!" -se dijo el cazador.

Casi a la media hora, se enciende la luz roja de alerta de nuevo, y otra vez comienza a hablar el robot con su clásica voz metálica:

- Va a salir una liebre por la izquierda. Cuenta atrás. Tres. Dos. Uno. Cero.

- Pum. Pum -esta vez el cazador lanzó dos tiros.

- Primer tiro fallado -dice el robot-. El segundo tiro dio en el blanco. Liebre macho. Dos años y medio de edad. Ubicación: 8 metros en dirección oeste.

"Si no lo veo, no lo creo. Esto supera hasta la perfección humana. Esto no es un perro, es casi un dios" -pensó el cazador..

Siguen adelante y llegan a un pequeño bosque cercano a una carretera.

"No sé cómo se moverá este cacharro entre los árboles" -se cuestionó el cazador.

De pronto, el cazador vio moverse unas ramas de unos arbustos, se puso nervioso y "pum, pum, pum" descargó los tres tiros de su moderna escopeta de repetición.

El robot siguió guardando silencio.

- Vaya, este aparato ya se ha estropeado -dijo en voz alta el cazador dando un puntapié al robot.

- ¡Sí, sí, estropeado! -respondió el robot-. Se llamaba José Pérez González. 58 años de edad. Había descendido de un automóvil RENAULT 16 de color rojo y matrícula TO-23456-H para hacer sus necesidades. Le has pegado los tres tiros. Lo has matado, rematado y vuelto a matar. Es ya difunto. Y este humilde perro te aconseja presentarte inmediatamente en la Comisaría de Policía.



152- "PEDIGÜEÑOS ILUSTRES"

Como inicio de este comentario y para referirme a la acción de pedir, voy a comenzar contando una historia real de mis tiempos de trabajo como agricultor. En estos campos del norte de la provincia de Burgos cuando hay/había un exceso de humedad es/era fácil quedarse "atestado". La palabra "atestado" está entrecomillada porque en el diccionario no figura ese vocablo con el significado atribuido por nosotros, los agricultores de la comarca. Llamábamos "atestarse" cuando el tractor se quedaba literalmente colgado sobre el terreno sin hallar con las ruedas un suelo firme donde agarrar la tracción.

Si el tiempo anterior había sido excesivamente húmedo, en determinadas épocas, invierno y primavera, era preciso llevar en el tractor un cable o una buena cadena para que otro vecino con su tractor te proporcionase un tirón del tuyo si hiciera falta. Normalmente, si había un firme cercano para poder tirar desde allí, bastaba un sólo tractor para sacar a otro del apuro. No obstante, el presunto salvador también podía quedarse "atestado" en su acción, entonces se precisaba mayor número de tractores. Una vez, recuerdo habernos juntado seis tractores para deshacer encadenados un entuerto difícil.

En cierta ocasión, estaba yo arando cuando vino un compañero a pedirme ayuda, pues se había quedado "atestado". Este chico era muy joven e inexperto en la materia. Estaba muy cerca del lugar de mi trabajo, al otro lado de una cuesta. Si le hubiese visto me habría acercado sin necesidad de ser llamado. Cuando llegamos a su finca, yo le eché una bronca: tenía su tractor casi en los infiernos. Se había pasado toda la tarde quitando tierra de debajo, y, al accionar las ruedas, en lugar de salir, el tractor se había hundido más, con lo cual repetía las mismas operaciones una y otra vez: a más tierra sacada... más se hundía.

- Pero, hijo mío -le dije-, no sabes decírmelo antes. Has estado aquí toda la tarde matándote con la razón para nada. Has sacado más tierra que para enterrar a una docena de muertos.

- Ya lo veo -me contestó-. Pero... ¡por no molestar...!.

- ¡Qué molestar ni que ocho cuartos! -respondí-. Eso no es ninguna molestia. Para eso estamos. Si hoy te hago este favor, mañana, cuando me ocurra a mí, o necesite cualquier otra cosa, te pediré ayuda con más confianza.

En verdad, es muy fácil pedir cuando se halla uno con capacidad y en disposición de dar. Sin embargo, me parece tremendamente difícil pedir cuando uno se da cuenta de tener las manos vacías y, además, sabe en el fondo que nunca tendrá nada para ofrecer. Esto ya no me parece ni pedir, sino implorar... suplicar... rebajarse... humillarse... mendigar... pedir por el amor de Dios... Dentro de esta última modalidad aludida, hay un pedir diferente a los demás. Interiormente, es más gratificante incluso que la primera modalidad de petición: es pedir desinteresadamente para terceros. Me explico: La gracia no está en el incómodo pedir ni tampoco en el modo de hacerlo, sino en el para qué se pide.

Estos días, me he enterado por los periódicos, en el paseo madrileño de la Castellana había un grupo de personas haciendo una acampada de protesta ante los Ministerios para que se incluya en los Presupuestos Generales del Estado el famoso 0,7 por ciento del PIB (Producto Interior Bruto) para el desarrollo del Tercer Mundo, recomendado por la ONU en 1972.

- Claro -dicen algunos-, ¡cómo no darán de lo suyo, no les cuesta pedir!.

¡Qué mentira! Los Presupuestos también son suyos. ¿O los peticionarios no son españoles como los demás? Yo, al tiempo que recuerdo las penalidades de estas personas desinteresadas, me adhiero a su causa. ¿Acaso no es generosidad y nobleza acampar en la calle y durante días y semanas aguantar los fríos del otoño madrileño con peticiones en favor de otros?.

- ¡Ánimo, muchachos, el mundo necesita personas generosas como vosotros...!.

Otra historia: Era el 4 de octubre de 1994. Aunque antes me he adherido a la causa de solicitar el 0,7 por ciento, estaba en mi casa cómodamente instalado mientras los acampantes seguían con su protesta pasando frío en el paseo Madrileño de la Castellana. Como acostumbro, estaba comiendo con la televisión puesta. Daban las noticias. Hablaban de la Conferencia del FMI (Fondo Monetario Internacional). En presencia de las máximas autoridades, como en los sueños de José (el hijo de Jacob de la Historia Sagrada), los encorbatados dirigentes anunciaban la llegada de las vacas gordas para pronosticar buenos tiempos económicos.

Saltándose todas las barreras de protección, estos valientes pedigüeños de 0,7 por ciento, protagonizaron una curiosa e inofensiva manifestación. Aunque... arriesgaron sus propias personas. Se arriesgaron a que algún guardaespaldas les tomase por terroristas y actuase como si lo fueran, pegándolos un tiro. Con motivo del discurso de los Reyes de España en esta Conferencia, dos presuntos activistas de Organizaciones Adversas a los métodos del Banco Mundial, se encaramaron a las estructuras del techo del local y lanzaron falsos dólares con la imagen del conde Drácula (en alusión al mítico chupador sangre).

Pocos días antes, para protestar por los métodos del FMI, otros jóvenes habían protagonizado una manifestación menos arriesgada que la anterior, pero no menos genial. El humor en la protesta no les había faltado ni a los unos ni a los otros. A estos últimos se les ocurrió algo de cachondeo: instalar mesas para pedir una peseta de donativo a los transeúntes para sufragar los gastos de la Conferencia de los "pobres" banqueros.

Es difícil no ver con simpatía estas acciones. Cuando los actores no piden nada para sí... uno no puede resistirse a solidarizarse con ellos...


153- A PEDRADA LIMPIA

(Publicado en Diario de Burgos el 14 de mayo de 1995).

Hoy voy a tratar un tema de actualidad. Trataré de esos pájaros parlanchines (no he dicho de mal agüero) que con motivo de la campaña electoral salen a escena a contarnos mentiras. Y después de acabada la campaña electoral, "¡si te he visto, no me acuerdo!". Y el peor de los engaños es atentar contra el coeficiente intelectual del pueblo dedicándose, no tanto a explicar la bondad de sus propuestas como a criticar la maldad de las de los adversarios. ¿Serán cosas del marketing?.

Es difícil creerse la base de mi carta. Pero no, no les estoy contando ningún cuento. Hace algún tiempo, no puedo precisar cuánto, encontré una breve reseña en el periódico ABC. Era una crónica de esas que te hacen esbozar una sonrisa para, poco después, perderse en el olvido nada más pasar la página y meterse en otro artículo. No guardé el recorte ni anoté dato alguno. Y harto lo siento. Hoy, esos apuntes me habrían servido para apoyar con detalles concretos mi escrito. Así, huérfano de datos precisos, corro el riesgo de ser tomado por un soñador inventor de fantasías. Y no, no es eso. Es real. Como lo cuento.

Hablo de lo sucedido en determinada población y según lo citado en la noticia del periódico antes aludido. El pueblo tiene nombres y apellidos. Pero, mi memoria no da para recordar ese dato. Tampoco recuerdo su situación geográfica en el mapa de España. El hecho es que en ese lugar pusieron unos carteles en las entradas al municipio. En dichos letreros, prohibían la entrada a los políticos con promesas incumplidas. El Sr. Alcalde explicaba el texto de la prohibición con unas palabras parecidas a estas:

- Es simplemente una advertencia para la seguridad de los políticos de uno y otro signo, sin excepción. Porque aquí, ni "dios" nos ha echado una mano. Y yo no respondo... A lo mejor, ponemos un montón de piedras al lado para soltárselas cuando hablen.

Al parecer, esta historia ocurría en una localidad pequeña, donde la política no había entrado todavía en el Ayuntamiento. Felices ellos. Dichosos aquellos cuya política es únicamente el bien común sin plegarse a exigencias partidistas ni obedecer a las ansias de poder.

Hay mucho de cierto en las razones centrales del suceso: Los políticos se creen con derecho a prometer en campaña electoral hasta lo incumplible. Sin embargo, la idea de este Sr. Alcalde sólo me parece buena para determinados pueblecitos donde las siglas políticas no cuentan. Me explico: La neutralidad política no existe. La diferenciación entre lo prometible y lo iprometible no es una ciencia exacta. Habría interpretaciones partidistas para las promesas. Y con piedras al lado, podríamos acabar en una batalla campal entre nosotros.

Al hilo de las ocurrencias de este Sr. Alcalde, ingenuo, yo propondría algo más fácil de discernir. Llevar un bolso lleno de piedras para lanzárselas a los políticos cuando hablen del opositor a su partido. Es obvio decir "hablar mal", se sobrentiende, porque "bien" del adversario no hablan nunca.

Estaba escribiendo este texto en mi ordenador, cuando mi sobrina, llena de curiosidad, se acercó por detrás. Como mi trabajo no era un escrito íntimo, le facilité la lectura. Le pase la pantalla al inicio y fui corriendo el cursor hasta el final. Cuando acabó la lectura, esperando un gesto de aprobación, le pregunté:

- ¿Qué...?.

- Está mal -me contestó con sequedad.

- ¿Por qué? -pregunté-. ¿Porque nos quedaríamos sin políticos? ¿Porque es responder a la violencia con violencia?.

- No. Porque tendríamos que romper el aparato de televisión. En él, los políticos emplean en despellejar al contrario las tres cuartas partes de su tiempo en antena.

¡Vaya, me dije, para una vez que se me había ocurrido algo...!.



154- SONRISAS Y LÁGRIMAS

En mi casa se ha de comer y de cenar con el sonido y las imágenes de televisión de fondo. Es como si de un plato más a la mesa se tratara. La tele al horario de las comidas resulta algo tan imprescindible como el pan, y eso que somos de pueblo donde existe fama de sobreconsumo de este alimento. Esta última alusión no es ningún dicho de desprecio hacia las personas de ese origen, simplemente afirma que en los pueblos tenemos la sana costumbre de no concebir una comida sin pan en abundancia para acompañar a cualquier otro manjar.

La costumbre de la televisión en la comida, aunque aceptada por todos, es cosa de mi padre. A veces, este hábito me produce un enfado interior, pero no digo nada. Me callo, porque comprendo la situación. En un pueblo donde, salvo sábados y domingos, no se puede jugar una partida de cartas, la televisión se convierte en uno de los escasos pasatiempos. Tonto, pero pasatiempo.

Aquí, en esta población, solamente se ven las cadena públicas. Mi padre, en cuestión de programación televisiva tiene sus preferencias, como todos, pero en el fondo le da lo mismo. Noticias... concursos... películas... fútbol... todo le vale como pasatiempo. Sin embargo, no es ningún teleadicto, ni por lo más remoto. La prueba de no estar enganchado a la pantalla es que nunca acaba las películas. Tras la comida, se echa la siesta, y después de cenar, cuando le apetece, se levanta de la mesa, y se despide: "Hasta mañana" sin esperar a la finalización del programa televisivo del momento.

Paso muchas horas con la televisión encendida, ajeno a cuanto suceda en la pantalla. Me explico: Está mi padre con predilección por las noticias, mi madre que sólo ve los culebrones de sobremesa, mi hermana a quien le van las películas, y la sobrina que se pierde como embebida con las series de dibujos animados. La televisión actual, no es santo de mi devoción. Puede terminar comiéndose nuestras propias ideas y sustituyéndolas por otras, ¿interesadas?, iguales para todos. ¿Programadas desde el poder? Por ello, si nos dejamos enganchar por la tele corremos el riesgo de acabar todos siendo iguales, como un rebaño de ovejas. Hay varios ejemplos del gran poder de las ideas lanzadas desde este aparato. En Italia en un experimento sociológico anunciaron por televisión un producto inexistente en el mercado... y todo el mundo quería comprarlo y preguntaba insistentemente por él en los supermercados. En España, una de las protagonistas de una telenovela de más audiencia moría de un cáncer de pecho... y los especialistas médicos del tema tuvieron una avalancha de clientes femeninos en sus consultas.

La tele, en general, tiene poco de formativa y bastante de destructiva. Solamente puedo concederle un papel de entretenimiento. Antes, cuando he podido hacer y deshacer (trabajar), he empleado mi tiempo en otras cosas sin dejarme perder en la tele. Ahora, cuando el tiempo me sobra hasta no saber llenarlo, no está el horno para bollos televisivos. ¡Que no y que no, que televisión como sistema, no! No es ninguna manía mía. Es que el contenido de la tele me lleva a una pregunta poco tranquilizadora y de respuesta negativa: ¿Qué pinto yo en mi estado en el mundo que ofrece en demasiadas ocasiones televisión? La programación televisiva no me interesa. La prueba es que no me leo la lista de programas que viene en la última página del periódico. Sigo la Misa dominical y alguna película de vez en cuando. Sobre todas, me agradan aquellas con imágenes abundantes en paisajes y ambientadas en un medio natural.

El domingo, 27 de marzo de 1994, tuve la gran satisfacción de encontrarme en la pequeña pantalla una grata sorpresa, una película. Ya la había visto. Algo habré cambiado de forma de pensar a través de los años, pero la encontré como el vino añejo: cuanto más viejo, mejor. Se trata de una película musical. Y de ese arte de la música no entiendo nada. Cuando estudiaba solfeo era incapaz de repetir un sonido. Desafinaba hasta entonando la escala musical.

- ¡Este chico tiene los oídos de los burros! -decía de mí el profesor de música que gastaba malas pulgas.

Para colmo, el film tiene tres oscars, incluido el de a la mejor película del año. Estar premiada parece bueno a primera vista, pero yo huyo de las películas con premios. Pienso que los jurados y yo no hablamos el mismo lenguaje. Claro, para mi la música, la interpretación, los decorados, la fotografía, el vestuario, los efectos especiales... todas estas cosas valoradas por ellos para mí son cuentos chinos. Yo solamente veo: argumento, trama y desenlace, es decir: la historia que en ella se cuenta. Pero al menos por una vez, la Academia y yo hemos coincidido.

El film es del año 1965, y se titula "Sonrisas y lágrimas". Está ambientado en la Austria inmediatamente anterior a la segunda guerra mundial. Tiene unas vistas exteriores e interiores excelentes. La música me parece buena, dejando claro que no soy entendido, y por tanto, mi calificación en este aspecto sirve de muy poco. Es la historia del capitan Von Trapp, viudo y con siete hijos, a quienes se pretende imponer una disciplina casi militar, y de la instritutriz Froilay María capaz de ganarse con su simpatía el afecto de los ocho y el amor del capitán. Está aderezada por la filosofía de unas monjas. Y... el cariño llama a más cariño. Puede considerarse como un magistral canto al amor.

¿Que soy un niño para gustarme estas cosas? De acuerdo. No soy el único. En 1965, cuando se acordó premiar al film, debía haber muchos niños creciditos. La película me resulta agradable de ver precisamente por lo contrario de lo que no me gusta la tele, porque en el mundo que se cuenta en ella sí cabría un enfermo como yo con silla de ruedas incluida.

Como el nombre del film indica me hubiera gustado al presenciarlo derramar una lágrima ya que sí me sonreí con los avatares de esta singular familia. Recurrí al recuerdo simultaneo de secuencias de mi vida tristes y alegres a la vez, pero no pudo ser. Sólo conseguí humedecer mis ojos. ¿Se habrán secado? "Los hombres no lloran", me dijo mi subconsciente. "¡A la mierda con prejuicios!", le repliqué.

Existe la costumbre de calificar a las películas por las edades a las que van destinadas. Así te indican si es apta para todos los públicos o sólo para mayores. "Sonrisas y lágrimas" es recomendada para todo aquel/aquella que se sienta persona humana. Diría más, debiera degustarla para sentirse más humana todavía.

¿Es un caso curioso el paso del tiempo por el cine o soy un tipo raro? Casi siempre prefiero las películas antiguas en blanco y negro a las flamantes de color. Es como si a los nuevos directores les hubiera dado por reflejar un mundo más cruel. Mucho tendrían que aprender de "Sonrisas y lágrimas" los modernos cineastas. Es demasiado frecuente hallar en las pantallas films plagados de violencia donde se matan hombres unos a otros como si lo que tratan de reflejar fuera una sangrienta cacería la humana. Es usual encontrar cintas donde el crimen y el sexo -sin ton ni son- son los auténticos protagonistas. Es corriente toparse con películas donde los protagonistas de seres humanos no tienen más que la apariencia externa: Hablan por los codos, pero jamás ríen ni lloran, jamás muestran pena ni gozo, y lo más grave... nunca aman... en relación con el amor, si la tiene, parecen robots programados para desnudarse y reproducir escenas eróticas...



155- LA CULTURA DEL PELOTAZO

(Publicado en Diario de Burgos el 15 de marzo de 1996).

De vez en cuando algunas expresiones se ponen de novedad con una fuerza inusitada. Como si fuera una moda más, estas formas de decir nacen de repente y mueren después en el olvido. Todos dan por sabido el significado de esta clase de locuciones, y nadie se molesta en explicarlas. El significado ha de cogerse a vuelo. Por sí solos, esos dichos carecen de sentido. Ni siquiera el diccionario nos puede aclarar nada, pues se componen de palabras sin aparente relación. Es el ejemplo de la tan traída y llevada cultura del pelotazo. "Cultura" y "pelotazo". ¿Qué tendrá que ver el culo con las cuatro témporas?.

Por fin, de tanto repetírsenos lo mismo, asociamos esa expresión a un enriquecimiento rápido. Pero esa primera deducción nuestra no es exacta. Si fuera así, todos seríamos inocentes miembros de esa cultura del pelotazo. ¿Quién no se ha echado muchas veces las cuentas de la lechera? O, más claro todavía, ¿quién no ha soñado alguna vez con el gordo de la lotería de Navidad? No, la cultura del pelotazo no es eso, es un enriquecimiento rápido y por medios poco éticos. Y por ahí no pasan todos. Algunos, aunque les tengan por tontos, tienen una conciencia cuyas normas respetan.

¿El enriquecimiento es ético? En teoría podría serlo si se pone la riqueza al servicio del bien común. Por contra, el enriquecimiento rápido de la cultura del pelotazo nunca es ético, es codicia. Es un apetito desordenado de riqueza sin ningún ánimo de compartirla con los demás. "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre el reino de los cielos". La frase evangélica no es para meternos el miedo en el cuerpo a los cristianos. Entendámonos: tener unos milloncejos de reserva en la cuenta corriente no es ser rico. La riqueza está en el uso más que en la cantidad. Ser rico es un manera de vivir.

Me hace mucha gracia cuando se afirma que la cultura del pelotazo ha muerto. ¡Ja! Eso no es posible. Yo no me he inventado ese nombrecito, pero, aunque tardé en entenderlo, lo he entendido bien. Su muerte no es posible, porque no se trata de nada material. La cultura del pelotazo es una forma de entender la vida. Unos dan auténticos pelotazos de miles de millones, otros son pobres hasta dando pelotazos (raterillos de tres al cuarto), unos terceros ven, pero no se manchan en tocar la pelota y, por último, algunos ni siquiera pueden, porque no tienen acceso a la dichosa pelotita.

No se puede señalar con el dedo a los responsables y aprovechados de la cultura del pelotazo. A unos les coge la Justicia y a otros no. Tan culpable es quien, faltando, escapa a la ley (muchísimos), como quien es apresado (cuatro contados). Además, tan mal obra quien hace la falta como quien, a sabiendas, la permite. Eso está clarísimo: nadie puede cometer reiteradas faltas si no le es permitido. Esta afirmación nos llevaría a la pregunta: ¿y por qué se ha permitido? La respuesta a ese interrogante no necesita de mucha meditación: porque una falta tapa a otra falta.

Para apoyar cuanto he dicho, contaré una anécdota sacada de una de las mejores novelas de la picaresca española, "El Lazarillo de Tormes". Corresponde al suceso ante el escobajo de un racimo de uvas que Lázaro (el protagonista) compartió con el amo ciego. Para efectuarse un reparto equitativo, puesto que el amo era invidente, ambos acordaron comer las uvas de una en una. Y... los dos hicieron trampas. Ninguno de los dos respetó el acuerdo. Textualmente es así:

"- Lázaro: engañado me has. Juraré a Dios que tú has comido las uvas de tres en tres.

- No comí -dije yo- mas, ¿por qué sospecháis eso?.

- ¿Sabes en qué veo que las comiste de tres en tres? En que comía yo dos a dos, y callabas".

La conclusión final del ciego está llena de sabiduría. ¿Irán por ahí los tiros...? ¡Caliente, caliente!.



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