Negros nubarrones en el horizonte.



Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Sumario: 201- La caja tonta. 202- Tercera edad. 203- El cambio climático. 204- ¡Tormenta a la vista!. 205- De toros y toreros.



201- LA CAJA TONTA

Alguna vez he dicho, y lo repito, que la televisión no es santo de mi devoción. No la quito el don de ser un invento maravilloso. Sólo que en muchas ocasiones, demasiadas por desgracia, está siendo un instrumento mal utilizado. Para poner un ejemplo, es como la energía atómica: su bondad o malicia depende del uso. Es un bien positivo cuando se utiliza en provecho de la sociedad. Y, sin embargo, esa misma energía puede ser de un efecto perverso empleada con fines bélicos.

Y puntualizaré: cuando me refiero al uso bueno o malo de la televisión no hablo del hecho de apretar el botón de encendido, me estoy refiriendo al contenido poco formativo de las programaciones en antena. Es buena cuando informa, forma y entretiene, y mala cuando influye negativamente en las personas. Y parece como si la maldad atrajera. Por ejemplo, en la retransmisión de un partido de fútbol, un jugador pega un puñetazo a un contrario y le parte la cara. Esa imagen se repetirá 2.000 veces, hasta la saciedad. En cambio, un gesto amistoso entre ambos, pasará desapercibido.

Decía al respecto un Sr. Obispo (es poco sospechoso el origen de las declaraciones) que era cuestión de cambiar de canal o ejercer el derecho a la libertad de apagar el aparato. Para mí, estas palabras no son ciertas por múltiples causas. Porque los seres humanos somos débiles. Porque la vida es complicada y la televisión puede ser por desgracia la única compañía. Porque el hecho de permanecer ante la pantalla puede convertirse en una droga. La llamada teleadicción no es ningún cuento chino. Porque la televisión es un aparato familiar, y no se puede entrar en conflicto cada vez que un miembro de la familia prefiere la visión de determinado canal. Y porque en gran parte de España la única opción es TVE1 y TVE2.

En mi casa, el televisor lo conectan a la red otros miembros de mi familia. En contadas ocasiones soy yo quien pulsa el encendido o el hecho de conectarlo se ejecuta a petición mía. A veces, me doy cuenta de que se han ido todos del salón, dejándome a solas con el televisor conectado sin escucharle siquiera. "¡Vaya lata! ¿¡Maldita la gracia que me hacen! ¡Como si la tele estuviera encendida por mí y para mí! ¡Vaya trasto!", pienso. Si se rompiese el aparato de televisión, yo no lo echaría de menos. Me supongo que de inmediato mi familia compraría otro televisor. Pero, si en Torre-España los roedores ratonasen un cable dificultando la emisión por un mes hasta que los técnicos hallasen la trampa, yo no iba a estar entre los preocupados por la avería. Aun así, reconociendo mi escaso interés, medio veo casi dos horas de televisión al día. Explicaré lo de medio: no me absorbe al completo. El tiempo frente al televisor son las noticias de las tres (coincide con el horario de comida), y el espacio entre la cena y acostarme. Fuera de esas horas, la Misa dominical, un período de algunos partidos de fútbol y alguna película muy selecta, son mis únicas preferencias televisivas.

Unas veces, las noticias son espeluznantes. Terroríficas, ese es el calificativo que podrían aplicar a las crónicas los encargados de propagarlas. Por desgracia, aunque parecen rebuscadas entre las peores y contadas con demasiado dramatismo, son auténticas. Aunque en ocasiones buscan por costumbre el morbo de las sentencias de los juzgados. Si una Sra., ofendida, corta el cuello (el pescuezo decimos en estos pueblos de Castilla) a su marido, no llega a alcanzar el rango de noticia en un telediario. Pero, ¡ay!, si le corta el pene y por encima se añade al caso una salsa de prácticas sexuales, el suceso da un giro de 180 grados: es un notición y todas las cadenas de televisión se pelearán por hacer una entrevista en exclusiva contando pelos y señales. ¿Es esa la realidad de la vida? Un solo caso no refleja la generalidad de nuestro mundo. Pero el objetivo no es informar, para informar basta un simple relato de la noticia. El fin es darnos una ración de morbo, y lo repetirán a todas las horas, en todos los programas y en todos los tonos.

Otras veces la polémica de una entrevista (en exclusiva, eso dicen) es buscada y anunciada y reanunciada con el solo fin de captar audiencia. Afirma, muy acertadamente, un conocido realizador de programas televisivos que "la lucha por la audiencia está llenando de victimas los cuartos de estar".

¡Vaya semanita que llevamos!: Cual si la televisión sirviera de fuego para dejar nuestro corazón más duro que la punta de un arado romano. Mi aludida semanita comenzó el viernes 4 de febrero de 1994:

Se anunciaba, a bombo y platillo, en la autopromoción de la cadena pública la entrevista a Mía Farrov en el programa "Tal cual" de TVE2. La clave del interés (de pena) estaba en que una cadena rival y privada había entrevistado las vísperas a su ex-marido, el también actor Budy Allen acusado de abusos deshonestos en la persona de sus hijos, y no querían quedarse atrás en esta sucia práctica para captar audiencia. A pesar de los reiterados anuncios, mi familia no se acordó de la existencia de tal entrevista anunciada y superanunciada. Se lo agradecí. No sé nada del contenido, pero puedo imaginarme el sentido morboso y poco edificante del comentario de una mujer enemistada con su marido a quien acusa de abusar sexualmente de sus hijos.

Sábado, 5: Comenzaba el telediario de la tarde con imágenes de la explosión de un artefacto bélico en un concurrido mercado de Sarajevo. Terroríficas. La sangre humana corría por todos los lados. El comentarista afirmaba que se habían seleccionado para la emisión las imágenes menos horribles de cuantas se habían podido captar. ¿Qué hago, sigo comiendo? Seguí comiendo.

El domingo descansé, no sé si también lo hicieron ellos. Quiero decir que ese día por algunas circunstancias que nada tienen que ver con la alusión bíblica al séptimo día, salvo la Santa Misa, apenas permanecí frente al televisor.

Lunes 7: En las noticias del telediario hay que anotar de muy negativo un joven de 20 años que mata a su padre de cuatro disparos de ballesta y se confiesa autor de manipulaciones en vías del ferrocarril con el saldo de tres descarrilamientos. ¿Psicópata? Increíble, pero cierto. Pero no, no era éste caso contado el único suceso sangriento de este territorio nuestro llamado España que se coló este lunes en la intimidad de nuestros comedores: Un coronel del ejército cayó asesinado en Barcelona por los disparos a bocajarro de unos terroristas. Y aún hay más: Para colmo, a la hora de cenar se presenta en pantalla el famoso programa "Código 1" que trata, exclusivamente y durante hora y media, de casos morbosos. El cuádruple crimen de Nigrán, provincia de Pontevedra, con toda su crudeza y suciedad fue el plato fuerte (indigesto) del espacio. Menos mal que mis patatas tenían otro sabor más agradable y eran más nutritivas y digestivas. De pena.

Martes 8: Se anuncia a bombo y platillo, los índices de audiencia son la auténtica causa, la intervención del conde Lecquio en el programa "Gente de primera". Este Sr. (que nadie sabe si en realidad es conde o su título nobiliario es un cuento para vivir a costa de las mujeres) tiene en su haber la única popularidad de ser el marido de una popular presentadora de televisión y el ex-marido de una bella modelo italiana llamada Antonia Dell Atte (no sé escribir el apellido). Las declaraciones de esta señora, en su día, levantaron ampollas por la polémica suscitada por su crudeza en "La máquina de la verdad" de Tele-5. ¡El morbo está servido! Esa noche el programa en cuestión dobló su número habitual de espectadores. ¿No era eso lo que buscaban?.

Miércoles 9: En el telediario de las tres de la tarde se lían con los crímenes de ETA. Como siempre, la guerra de los Balcanes es primera página de este periódico sin hojas. Y, por si fuera poco, vuelven a los comentarios con imágenes de los cuatro asesinatos de Nigrán. Además, según leo en periódico, el espacio "Cita con la vida" de Antena-3, presentado por Nieves Herrero, analizará a las 10 de la noche el macabro caso de Andrés Rabadán, el famoso parricida y autor de descarrilamientos de trenes (antes mencionados). Esta cadena televisiva privada no trae sus ondas hasta aquí. Hoy no la echo de menos.

¡Vamos! Esto contado, es como para llevar a la sociedad al psiquiatra, a no ser que ya se haya vuelto loco también. Falta un día para completar la semana, pero no sigo, ¿para qué?.

Es una pena que los medios de comunicación utilicen su gran poder, y lo tienen, para algo negativo. Se habla de proteger a los niños. Se firman no sé qué papeles. Es igual, ni nada valen ni nadie tiene la menor intención de respetarlos. La programación sigue su marcha sin reparos, ni siquiera tienen horarios que respeten a una audiencia infantil. La siguiente anécdota se la copio a un prestigioso psicólogo. Afirma haber recibido una carta de una señora donde le cuenta muy preocupada que su hijo de seis años le ha propuesto hacer el amor juntos como en la tele. "¿La ética? ¿Qué es eso? ¡Nos jugamos miles de millones!", imagino que se dirán los programadores. Sres., ¡lo primero es lo primero!.

El siguiente comentario lo utilizaré para reafirmar la influencia en la vida diaria de cuanto se da por las pantallas. Es una noticia referida al cine, pero lo mismo podría partir de la televisión. Tiene fecha 20 de octubre de 1993. El lugar de los sucesos es los Estados Unidos. El agente causante del desenlace es el estreno de una película titulada "The Program". En dicho film cinematográfico, el protagonista, para demostrar ante sus compañeros sus nervios de acero, se tumbaba, de noche y al paso de los automóviles, en el suelo de una autopista. La juventud tomó copia. En una noche, tras visionar esa película, dos jóvenes morían y otro resultaba herido grave. El motivo era haber tratado de imitar a su "héroe" (entrecomillado) filmográfico: En una carretera de Pensilvania perdían la vida atropellados un adolescente de 17 años y su amigo de 18. La misma noche en Long Island (Nueva York) sufrió graves heridas al ser arrastrado por un coche otro muchacho de 18 años por la misma causa de los anteriores, por intentar emular al protagonista peliculero de "The program".

A partir de ahí, se oyeron múltiples voces pidiendo a la Productora que retirara la película citada o cortara aquellas escenas concretas. Mejor hubiera sido no haberlas hecho. ¿Habrá que arrepentirse de algunos programas de televisión? El daño de una parte de la programación televisiva no es tan claro como en el caso cinematográfico contado, pero es más extenso y profundo. ¡Hasta cuándo!.



202- TERCERA EDAD

En la actualidad se usan calificativos rimbombantes para designar a los diferentes colectivos de personas. Es como si con esta tendencia se quisiera dar dignidad a base de palabrería hueca. Esta forma de decir se podría entender por un eufemismo. El diccionario define eufemismo como una "figura literaria que consiste en modificar la expresión suavizando su forma". Esta definición viene como anillo al dedo de cuanto aquí quiere decirse. Por ejemplo: se dice empleado sin cualificar del Servicio Municipal de Limpiezas. O sea: antes, barrendero. ¿Pero es alguna deshonra ser barrendero? No, ¡claro que no! Todo trabajo, sea cual sea, dignifica al hombre. El desprecio a un trabajador no estaría en el trabajo desempeñado por él, sino en medir la categoría del hombre por el puesto ocupado en la sociedad. Por eso, es inútil inyectar dignidad a base de poner calificativos bonitos. Lo importante es valorar al hombre como ser humano e independientemente de su ocupación en la vida. Lo demás son eso, eufemismos.

Yo, con esta manía aludida de designar así los oficios, ando hecho un lío. Cada vez entiendo menos de la razón de la utilización de estas jergas. Con tanta palabrería van a modificar hasta la historia. A este paso, ya no sé si San José, el de Belén, el esposo de María, era carpintero de oficio o era oficial diplomado en la elaboración y reparación de útiles de madera. ¡Como si ser carpintero fuera alguna ignominia!.

Yo mismo ando confuso respecto a mi pasado. Antes, tenía a gala decir que fui labrador de profesión. Eso puse en mi carnet de identidad. Ahora eso ya no está bien visto. Se nos llama profesionales agrarios o trabajadores autónomos por cuenta propia dedicados al cultivo de la tierra. ¿Se han dado cuenta ustedes? Autónomos y por cuenta propia, vienen a significar lo mismo. No importa repetir, si lo importante debe de ser tirar palabras. ¡Y ojo!, porque aún no ha finalizado la retahíla de calificativos para los agricultores. Cuando se acaben las subvenciones de la PAC., añadirán: predispuestos al reciclaje rural ecológico en colaboración con el desarrollo sostenido. Y no me pregunten qué significa todo eso. No lo sé, pero se lo podría traducir por: condenados a malvivir.

Y lo curioso del caso es que después de inventarse tanta palabrería, como es demasiada, para abreviar, la substituyen por iniciales. Y eso es aún más difícil de entender. Te armas un lío de muy señor mío. Por ejemplo: ATS. Iniciales de Asistente Técnico Sanitario. Antes, enfermero/a. ¿Pero es alguna deshonra ser enfermero?.

Todo lo dicho anteriormente iba orientado a demostrar esta moda de querer dar dignidad a base de palabras. Cuando comencé a escribir no iba perdido: Me iba referir a referir a quienes peinan canas, cuando no se han quedado ya calvos (es una broma). Antes les llamábamos ancianos, personas mayores, o viejos. "¡Viejos son los trapos!", decía ofendida mi vecina. Pues no. No llevaba razón. "Viejo", en la primera acepción del diccionario, dice: "de mucha edad". Por lo tanto, viejo es totalmente adecuado como adjetivo para calificar a una persona. De todas formas, el despectivo no va en la palabra, sino en su contexto. Así, si decimos:

- Señor, usted es muy viejo, sabe mucho de la vida y da gusto oírle hablar.

Sin duda, esta forma de decir empleando el vocablo "viejo", es un elogio a nuestro interlocutor.

Pero, si decimos:

- Señor, usted es muy viejo y sólo sirve para que lo lleven al asilo como antesala del cementerio.

Desde luego, esta es una ofensa propia de un energúmeno maleducado. Y lo de menos sería haber dicho "anciano" donde se ha dicho "viejo", porque resultaría igual de ofensivo. De la comparación queda claro que la injuria no está en la palabra viejo, sino en la frase que la acompaña.

Estos términos, tan castellanos (anciano, viejo, persona mayor), parecen pasados a mejor vida desde que alguien con la virtud de convertir en oro sus tonterías, inventó lo de Tercera Edad. Es como una moda. Ahora te encuentras Tercera Edad hasta en la sopa. Y, además, lo escriben con mayúscula, como queriendo inyectar dignidad hasta con la forma de escribirlo. Sin embargo, a mí, ese dicho me parece una gilipollez de órdago reservado. Esa expresión moderna se puede entender como un auténtico despectivo. Es como decirle a la cara a uno:

- Mire, usted ya ha descendido dos veces de categoría y al siguiente resbalón, le llevan con los pies por delante a criar malvas al camposanto.

Puestos en el invento, debiera haber sido al revés. La Tercera Edad debiera haber sido la niñez. Y, con los méritos que da el paso del tiempo, ascender (como en el fútbol) a la división de honor.

De todas formas ese gesto moderno por dignificar una edad, no pasa de lo que yo lo he calificado: palabrería hueca o eufemismo. Quieren dignificar a los ancianos con calificativos y, en lo esencial, la vejez está más despreciada que nunca. Hoy, a la menor oportunidad mandan al anciano a comer Tercera Edad al asilo. Y, dentro de poco, le pasaran la eutanasia por delante de las narices. Y no. No debería ser así. A las personas mayores les sobran títulos honoríficos y les falta cariño. Antes, era otra cosa. Antes, la opinión del anciano era tenida en cuenta:

Alguno, en su interior, estará corrigiendo mis palabras y se dirá que en la vejez nunca se ha vivido mejor que ahora. Tiene razón, pero no del todo. Desde luego, la creación de la Seguridad Social es un invento genial para facilitar la vida al anciano. No voy a ser yo quien reste méritos al sistema. Pero eso no le quita nada a mis palabras. La pensión de jubilación no es ningún fruto de afecto personal. No nos engañemos. Es consecuencia de haber cumplido un simple contrato económico: "Cotizo para que me paguen y cobro porque he cotizado". Es absurdo ver cariño en el normal desarrollo de un convenio. De todas formas, la pensión es una simple ayuda económica. Le ayudará a quien la percibe a desarrollar un modo más fácil de vida, pero es absurdo pensar que concede valor personal. Si alguien cree querido por su pensión, ¡pobrecillo! Está engañado: quieren su dinero, pero no a su persona.

Y, por supuesto, nada tengo contra las residencias de ancianos. Se podría estar bien atendido en una residencia y seguir con una conexión perfecta con la familia. Pero, no nos engañemos, eso sólo es una excepción. Por tanto, sí estoy en contra la tendencia, cada vez más frecuente, de la sociedad de desentenderse de las personas mayores en beneficio de estas residencias. Yo las vería como un último recurso.

¿Saben? Ya lo sé que el cariño no es ninguna moneda. Como dice la canción de Manolo Escobar a propósito del verdadero: "Ni se compra ni se vende / el cariño verdadero, / no hay en el mundo dinero / para pagar los quereres / del cariño verdadero". Pero, déjenme hacer un juego de palabras cual si estuviera hablando de un activo financiero. El cariño a los ancianos es una buena inversión: Porque el tiempo no pasa en balde, allá llegaremos y necesitaremos ese mismo cariño que nuestros hijos nos han visto dar o negar a nuestros mayores.



203- EL CAMBIO CLIMÁTICO

25 de febrero de 2001.

Sr. Manuel Toharia:

El periódico Diario de Burgos de ayer, martes, catorce de marzo de 1995 (página 11), publicaba una entrevista a su persona. Y, aunque sólo sea por matar mi tiempo, voy a contestar a sus comentarios. Lo hago con la única intención de dejar mi opinión archivada en la memoria de mi ordenador. Por tanto, utilizo sus palabras como base para emitir mi criterio a partir de ellas y no hablar yo solo. Espero no molestarle tomándome la libertad de hacer una utilización de su persona para dirigirme una carta a su nombre: pues su destino es la oscuridad de mi propio yo.

Celebro y le felicito por su amistad, que se cuenta en el artículo, con nuestro querido paisano Félix Rodríguez de la Fuente. Él supo meternos la naturaleza en nuestro corazón a través de la pantalla del televisor. Ahora, cuando se cumplen quince años de su muerte, el mejor homenaje sería aprovecharse de sus enseñanzas y, con ello, mantenerle vivo en el recuerdo.

El periódico citado anteriormente le define a usted como escritor y periodista científico. Y lo sé, lo sé, no resto méritos a sus títulos. Sin embargo, yo le conozco y le recuerdo con cariño por algo más simple: "el hombre del tiempo de la tele". Día a día, con sus pronósticos, más o menos acertados, marcaba nuestros proyectos. Por aquel entonces, yo era labrador y escuchar sus previsiones era fundamental. Necesitábamos sus pronósticos sobre el devenir del tiempo para a partir de ellos elaborar nuestros planes de trabajo. Con independencia de su aciertos, o desaciertos, su opinión siempre era tenida en cuenta.

Tiene razón al decir que "debemos centrar nuestros esfuerzos en la conservación del medio ambiente". En verdad hemos degradado más el medio ambiente en los últimos veinte años que, antes de estos, en veinte siglos. También estoy de acuerdo cuando define a los residuos industriales y urbanos como el mayor problema medioambiental. Al enumerar los residuos, hace una omisión aparentemente de olvido. Pero, no, no es un olvido. Se habría dejado lo residuos del medio rural. Sin embargo, quienes fuimos labradores sabemos que, eso que siempre hemos llamado basura en el campo, es la mayor riqueza. Ningún abono químico es comparable, en ningún aspecto, a la basura orgánica.

En mi comentario del resto de su entrevista, distinguiría varias partes bien diferenciadas. En un primer fragmento de la conversación con el periodista habla usted de nociones técnicas. Carezco de conocimientos para oponerme a sus tesis. Mi desconocimiento es total en el momento en que habla de agujero de ozono. Parece indiscutible, incluso para usted, el perjuicio de los gases CFCs. "De todas formas, afirma, bienvenida sea su prohibición". Sin embargo, no me es posible reafirmar ni contradecir sus matizaciones. No puedo saber si el agujero de ozono se debe a los gases CFCs, o a las emisiones de cloro del volcán Erebus, cercano al polo sur. Por tanto, no entro a valorar sus impresiones sobre la prohibición. ¿Será una estrategia de mercado? ¿Será una guerra comercial para sustituir estos productos por otros más caros? No lo sé. Sea como fuere, debido a los gases CFC, o al cloro del volcán, o a ambos, el agujero de la capa de ozono está ahí. Hace poco, leí en una revista que los carneros de los rebaños de la Patagonia se quedaban ciegos, porque el ozono no les protegía de la acción directa sobre su vista de los rayos solares. Los pastores habían de usar gafas oscuras para proteger sus órganos de visión. ¡Es una lastima que los animales no puedan utilizar lentes protectoras!.

En una segunda división que me he permitido realizar, no me es posible emitir una opinión. Aunque lo leo y releo, no entiendo nada. "¿Para usted el tan demandado desarrollo sostenido es una utopía?", pregunta el entrevistador-. ¡Caray!, ¿qué es un desarrollo sostenido? Usted lo califica de "tontería" y de "expresión desafortunada". Pues, vale Sr. Toharia. Como usted diga. No podría discutírselo por no saber de qué va el tema. Sólo entiendo el final del párrafo: "Es absurdo pensar que podemos seguir creciendo indefinidamente en la economía, en los salarios o en el consumo porque, por suerte o por desgracia, vivimos en un mundo limitado". Me tomo la libertad de resumir su pensamiento en unas palabras propias: No es válido, ni viable, un desarrollo a costa de destruir el planeta.

Una tercera parte tiene bastante de palpable. Por tanto, sin ser científico, se puede discutir, aunque no del todo. "Nada justifica, reza en letras grandes el titular, que estemos asistiendo a un cambio climático". "No existe ningún cambio climático, dice usted en las letras menores, ni siquiera un calentamiento del planeta; no hay ninguna evidencia científica que lo justifique, aunque sí se puede estar registrando una alternancia del tiempo como ya ha sucedido repetidamente a lo largo de la historia". Pues sí, Sr. Toharia, difiero de sus palabras: Sí hay una evidencia que lo justifica. Yo, el cien por cien de los labradores de mi pueblo y el cien por ciento de los agricultores de esta comarca, le afirmaríamos estar asistiendo a unos inviernos cada vez más secos y más cálidos, en las antípodas de los de antaño en características. Este dato, además, es constatable comparando índices de pluviometría y de temperaturas. Pueden existir ciclos en el tiempo, eso no se lo niego. Pero, lo evidente es cuanto se ve, no la existencia de esos ciclos. Lo primero sería realidad, lo segundo, fe en sus palabras.

Una cuarta parte es una continuación del párrafo anterior. Por tanto, sigue negando la existencia de un cambio climático y ahí pega usted un patinazo del tamaño de la Catedral de Burgos. Usted hace de entrevistador y se formula la pregunta y usted se la contesta: "Si me pregunta, por ejemplo, por qué ya no nieva en Burgos, le diré que es debido a que nos encontramos en una ciudad y, como tal, sometida al microclima urbano. Una ciudad es un gran foco de calor generado por las calefacciones, los vehículos y las industrias, y este calor provoca que las formaciones nubosas no descarguen ya nieve, sino, "a lo sumo", agua de lluvia". Muy bien. De acuerdo, no discuto su teoría. Sin embargo, en el introducir entre comas ese su "a lo sumo" ya reconoce indirectamente que sí existe modificación en el clima. Además, yo le haría algunas preguntas: ¿Por qué en mi pueblo no hay nevadas como las de antes? Aquí no hay industrias, ni ciudades en cincuenta kilómetros a la redonda y el calor calefactor es mucho menor, pues la densidad de población ha bajado hasta limites insospechados. ¿Por qué en Sierra Nevada han suspendido los Juegos de Invierno por falta de nieve? Pregúnteles a los naturales de aquella región si han visto esta falta con frecuencia. Yo no digo que el clima esté cambiando por sí solo, le estamos forzando con agresiones medioambientales. Pero, eso es evidente: a mi parecer el cambio climático, por desgracia, existe.



204- ¡TORMENTA A LA VISTA!

(Publicado en la revista Regañón en el número de abril de 1996).

Amigo lector de la revista Regañón, aunque no soy partidario de esa práctica, déjame tutearte. ¿Cuál es la causa para pedirte una relación de tú a tú? Sin duda, encajaría mal el tratamiento de usted con mi comentario realizado en tono informal y de cachondeo. ¿De acuerdo con lo del tuteo? Vamos allá:

Ya habrás oído el siguiente dicho castellano: "A mal tiempo, buena cara". De eso se trata en este escrito. Por tanto, no veas nada para tomarlo al pie de la letra ni te indignes por cuanto leas, tampoco te hará falta pedirle disculparse a este humilde escribiente, pues no es su ánimo ofenderte. Créete lo que quieras, ríete sanamente de lo que puedas y haz caso omiso de lo que no entre dentro de tus ideas.

Negros nubarrones se divisan en el horizonte y se acercan a pasos agigantados. El aspecto tenebroso de las nubes, en contacto con el clima cálido de la primavera hace presagiar una tormenta. "¡No, granizos, no, San Isidro!". Que no, que no soy apocalíptico. ¡Todos los males vayan por ahí! ¿Quieres una pista? El desenlace tendrá lugar antes del 20 de mayo.

Lo habrás adivinado, ¿no? Se trata de la declaración de la renta o IRPF (impuesto de la renta de las personas físicas). A mí me recuerda a aquel RIP (resquiscat in pace, del latín) que se ponía en las lápidas mortuorias hasta hace bien poco, y equivalente al QPD (que en paz descanse) de hoy. ¿El parecido será sintomático? Tampoco es rara la confusión, porque hay siglas de todos los tipos. ¡Para volverse loco! En eso, la Administración, con razón o sin razón, se las pinta: El DNI (documento nacional de identidad), el NIF (número de identificación fiscal), el IPC (índice de precios al consumo), el ITV (inspección técnica de vehículos), el IBI (impuesto de bienes inmuebles), el ITS (iros a tomar p'ol saco... de una puñetera vez).

A quién más, a quién menos, a todos nos trae por la calle de la amargura hacer la declaración. Necesitamos el auxilio de un asesor fiscal. ¿Y se han fijado? Asesor es sinónimo de consejero, pero de consejos nada. ¡Son diez mil cucas por hacer cuatro números! Aún así, nadie se escapa de un apuro. Pongamos por ejemplo un agricultor de 60 años: Si se le manda ir a arar de sol a sol, volverá tan contento como si hubiera ido a fiestas. Sin embargo, le resultará un tormento buscar las facturas del año anterior. Se pondrá y quitará cuatro veces las gafas, se limpiara el sudor con el pañuelo, revolverá la casa, para, tras dos horas de búsqueda, acordarse de que las tiene guardadas en la carpeta azul del fondo. Si es que ya lo decía uno en tono humorístico: "Yo no aprendí las letras hasta que compré el tractor". Se refería a las letras bancarias y de paso también a las otras.

Nadie se sienta ofendido. ¡Cómo yo, ex-agricultor, hijo, sobrino y cuñado de agricultores, voy a desprestigiar al labrador! No es lo mismo la instrucción que la educación. De lo primero no se es culpable: Tal vez sus padres, por necesidad, le enviaron a pastar vacas en lugar de a la escuela. La educación es totalmente ajena a la instrucción. Veamos un ejemplo en la consulta de un médico: Puede entrar un tipo de cuatro carreras y liarse a voces, y si entra un agricultor de esos de 60 años todo será: "Sí, señor", o "como usted diga". Hay un pequeño detalle para los buenos observadores: El agricultor entra en la consulta médica con la boina en la mano en señal de humildad. Aquí no hay ánimo de ofender. Al revés. Mando al diablo a todos los burócratas y chupatintas de los despachos por ponérselo tan difícil a estos perfectos caballeros del mundo rural.

Una vez hecha la declaración, si te sale positiva, por las cifras, te puede dar un patatús, te acuerdas de los sudores, de los madrugones y de las vacaciones que nunca has tenido: "¡Que trabaje Hacienda!". Y si te sale a devolver, nadie se frota las manos, sacamos a relucir nuestra vena pesimista: "Serán "cabrones", que han estado jugando todo el año con mi dinero mientras yo cenaba unas sopas de ajo!". No tiene solución.

Hablando en plata: Por desgracia, soy un parásito del Estado. ¿Se entiende, no? En fin, mal que me pese, soy de quienes cobra una pensión. ¿Se llama clases pasivas?.

Bueno, ¡a pagar! Y lo digo por ti amigo lector. Resígnate. Ya sabes que "a la fuerza ahorcan". No pienses que te lo digo porque cobro. No es eso. Ahí, lo de clases pasivas yo lo entiendo por que paso (del verbo pasar). Estoy de acuerdo con los versos de José María Pemán: "Que el que se esfuerza y agita / nada encuentra que le llene, / y el que menos necesita / tiene más que el que más tiene". Ya sé que no me agradecerás este consejo, pero ya lo sabes, ¡a pagar! Tal vez te gustaría oírme lo contrario, pero no puedo decírtelo. Entiéndelo: Uno es tonto, pero honrado, y no está dispuesto a que, por el escrito, le acusen de apología de la insumisión de impuestos.



205- DE TOROS Y TOREROS

Lo vi por primera vez hace aproximadamente 23 años con motivo de un viaje por la autopista a Madrid. Para mí, que nunca había realizado viajes por carreteras de esa categoría, era imponente divisarlo de vez en cuando en el próximo alto tras superar un badén con el coche. Me estoy refiriendo al toro negro de publicidad de Osborne. Estos primeros días de octubre, metidos en pequeñas tonterías como siempre, anda el Gobierno debatiendo el futuro de este toro de cartón. La legislación europea prohíbe los anuncios en la carretera. Y ya se sabe: Europa nos manda. En contraste, no deja de ser ridículo que aquí en España haya 17 autonomías con leyes distintas, y luego quieran hacernos tragar las leyes europeas. ¿O es que en España no podemos ser diferentes y tener toros de cartón si nos da la gana?.

Por otro lado, el toro en cuestión tiene en contra una ley de prohibición de anuncios de bebidas alcohólicas. Y Osborne, creo, que es una especie de coñac. Digo creo, porque nunca lo he probado. A pesar de ello, la presencia del torito me gusta. Con mi postura de no haber probado nunca ese producto alcohólico queda a las claras que no existe relación entre el toro (quítenle la publicidad) y el artículo en sí. La ley prohibiendo los anuncios de bebidas alcohólicas me parece excelente. ¿Pero quitar el toro? Se podría hacer una excepción con él, pero otras marcas anunciantes de parecidos productos podrían sentir un agravio comparativo. Una solución al problema sería dejar al toro como está y retirar de su lado la publicidad de Osborne. No creo que Osborne se opusiera a esta medida, pues si renunciaría a la publicidad futura por ese medio, conservaría la publicidad acumulada durante varias décadas. Me parecería una resolución justa y salomónica.

Sin embargo, no creo que nadie esté por esa labor. No van a por la bebida alcohólica de Osborne, van directos a por el toro. En Europa hay una marcada tendencia antitaurina, y aquí desde la Administración no hay voluntad de defender eso llamado anteriormente fiesta nacional y explotado como reclamo turístico. No se trata de que guste o no guste. Se trata de posicionarse en el polo opuesto a cuanto se hizo en el régimen anterior. Si aquellos hubieran prohibido los toros, estos gobernantes actuales les habrían subvencionado. Así de claro. Ni tanto, ni de ello.

A mí, ¿qué quieren?, los toros no me gustan, pero los respeto: quien quiera ir, que vaya y quien no quiera, que no vaya. Yo no iré. Eso es democracia, ¿o no? Mientras haya espectadores las corridas están bien donde están, y los europeos que se metan en su casa. En verdad puede parecer, y de hecho lo parece, un espectáculo sangriento para herir a los defensores de los animales. ¿Y los hombres? ¿Son menos que los animales? En el mundo se muere de hambre mientras queremos proteger a un toro. ¿Es sangriento o no? Pues sí, lo es, pero ese es el sentido del toro de lidia. Si no hubiese corridas, no habría más que cuatro toros en los zoológicos. Ese es el final de todo animal. Si no hubiera caza no interesarían las liebres. Si no se comiera jamón no se engordarían cerdos. Si no se llevaran los abrigos de pieles no se criarían bisones. Así es la vida. Querer a un animal no es tanto proporcionarle una digna muerte, como darle una razón de ser a su vida. Pues si no le diéramos este motivo de existir, no habría muerte para defender.

He criado terneros gran parte de mi vida y puedo preguntar: ¿Es mejor para este animal tenerlo 14 meses atado a una pesebrera o encerrado un diminuto patio manteníendolo toda la vida supergordito y cebado (a veces añadiendo anabolizantes al pienso) y matarlo luego con un puntillazo o una descarga eléctrica, o vivir cuatro veces más en la libertad del campo?.

No me seducen las corridas de toros, pero comprendo que otro tenga afición. Y mientras exista afición, el espectáculo ha de respetarse. Dos apuntes añadiría a esta ceremonia o diversión. No entiendo muy bien esa lucha entre toro y hombre. Admiro a ambos, a cada uno según lo que es y cuanto representa. Nadie ha de demostrarme nada. Y la segunda la haré como entendido en ganado vacuno. Mi recomendación para un mejor espectáculo taurino sería eliminar del reglamento lo relativo a la edad del toro a lidiar: No creo que un toro de cinco años y con un peso de 500 a 600 kilos sea el más idóneo para ofrecer juego en la plaza. Es un toro imponente de tamaño y respetable de pitones, espectacular para el público, pero por su edad y peso no puede tener agilidad. Eso es evidente para quienes hemos tratado con ganado vacuno. Incluso una vaquilla daría más juego en la plaza. Sería preciso un toro algo más joven y con unos cuantos kilos menos.

No lo tienen fácil quienes pretenden acabar con los toros, aunque se quiten de encima al toro negro de cartón de Osborne. Ayer, 7 de octubre de 1994 era tarde de toros. No era una tarde cualquiera, era una tarde histórica. Dos cadenas de televisión retransmitían en directo desde diferentes puntos. Eran dos modos diferentes de entender el toreo. Los motivos eran completamente distintos. Ambos toreros actuaban en solitario. Los dos matadores ofrecieron el sobrero. Por tanto, fueron siete toros los que tuvieron que lidiar cada uno.

En la plaza de Aranjuez Jesulín de Ubrique, excéntrico dentro y fuera de los ruedos, ofrecía una corrida especial a la mujer. Es decir: en el público sólo había mujeres. Buena la lió Jesulín entre sus fans, 8.500 mujeres, un éxito a su manera de toreo propia de espectáculo de circo. Hasta bragas y sujetadores le lanzaron al maestro.

En la plaza de Murcia Ortega Cano ofrecía sus siete toros a la necesidad del Tercer Mundo, concretamente a Ruanda. El ánimo desinteresado siempre merece un premio y el éxito ya está en el esfuerzo aunque los gritos sean menores. El suyo, por contra al estilo del torero anteriormente mencionado, es un toreo clásico siguiendo lo que los entendidos llaman arte.

Esta mañana, sábado, 8 de octubre de 1994, la prensa dedicaba casi una página a la corrida de Jesulín, y media docena de líneas a la de Ortega Cano. Así de injusta es la vida. ¿Quién tendrá más mérito? O metes ruido, o no eres nada.



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