HISTORIAS DE LA OBTENCIÓN DE MI CARNET DE CONDUCIR (la autoescuela). Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.


Aunque mi autobiografía figura en internet, no fue escrita como tal. En realidad, salvo arreglos y algún texto escrito como complemento, fue una recopilacíón de artículos y series de ellos previamente redactados y editados para otros fines... No obstante, cuando uní los textos, me pareció que quedaba un vacío respecto a la obtención de mi carnet de conducir... y lo enlacé con idea de escribirlo a continuación. Sin embargo, siempre metido en ocupaciones, aunque no olvidado, el proyecto de escritura de esta serie de capítulos ha estado aparcado durante varios años.

En el año 1974, fui a sacar el carnet de conducir con un compañero del pueblo, llamado Alejandro (Jandrín). La cuestión es que dicha tarea no podía realizarse desde aquí, viajando constantemente a la ciudad. Había que ir a residir por un tiempo allí. Y ambos nos desplazamos a la ciudad de Burgos...y nos hospedamos en casa de una tía de mi compañero. Por supuesto, los fines de semana regresábamos al pueblo.

Jandrín y yo éramos totalmente diferentes... más bien opuestos. Él estaba muy desarrollado para su edad... mientras yo era bajito y con pinta de niño (siempre aparentaba 5 años menos de cuantos tenía). Por otra parte, Jandrín era un as del volante.. Ya, desde los 16 años, para ayudarle en el trabajo, su padre le había comprado un viejo Lanz (un tractor alemán... con un sonido muy peculiar: “pov-pov-pov-pov-pov...”) con el cual hacía virguerías trabajando en el campo.

Como anécdota, la de aquel viejo Lanz de Jandrín, recuerdo un día que se negaba a arrancar. Ni siquiera arrancaba “a tirón” (remolcado), procedimiento habitual para provocar una explosión en el motor cuando fallan las baterías. Nada. Jandrín se bajó de tractor, descubrió un bombo, y le lanzó un puño de tierra. Al siguiente tirón, el Lanz arrancó a la primera. A mí, esto me causó muchísima gracia.

Más tarde, me explicaría que su acción no había sido un enojo momentáneo, sino un truco para que no patinasen ciertas piezas del tractor :-) ¡Lo nunca visto!.

Tan bueno era Jandrín en la conducción, que, después de su servicio militar, se ha ganado la vida conduciendo autobuses y camiones pesados, de 25 toneladas de carga.

En cambio yo, en el aspecto de la conducción, era mucho menos que un cero a la izquierda. Sabía que algo me pasaba, aunque no supiera qué. Simplemente, como todos los atáxicos, en una etapa previa al diagnóstico pasaba por ser lento y torpe. Hoy sé explicar la causa: Se debía a una anomalía de retardado en la trasmisión de órdenes desde el cerebelo... Tal explicación me hubiera ahorrado muchas incomprensiones en aquellos tiempos, pero entonces ni siquiera sabía padecer ataxia. A pesar de ser sumamente evidente, a ninguno de los numerosos médicos a los que acudí, “se le había encendido la bombilla”.

El camino de mi diagnóstico no llegaría hasta al año siguiente... ¡y por una carambola de casualidades!. Tantas, que ni siquiera yo mismo estaba en el juego. Tantas que quien mencionó la ataxia ni siquiera un médico... era un simple enfermero:

En resumen, una hermana mía (7 años menor que yo), que estaba estudiando en la ciudad, había ido a un hospital a visitar a una amiga operada quirúrgicamente. Estando en el hospital, mi hermana se mareó por el excesivo olor a medicamentos y sufrió un desmayo. Un enfermero de guardia le hizo una exploración, y la envió al neurólogo de un seguro particular que tenía mi familia. O sea, el mismo que me atendía a mí. Aunque mi hermana ni siquiera sabía por qué. Ni tampoco en la familia habíamos sospechado nada. Pero al parecer, el médico de guardia, no sé si por casualidad, había sospechado de la realidad, y mencionado una Ataxia de Friedreich. ¡Hay tipos con buen ojo, que tal vez estén relegados simplemente a los servicios de guardias!.

Otra de mis dificultades para la conducción era la de ponerme nervioso, como un flan. Yo solo, aunque de forma lenta, podía hacer las cosas bastante bien, pero no soportaba observaciones mientras estaba al control del vehículo. ¡Como para llevar copiloto! Ignoro si esto guarda relación con la explicación anterior. Creo que sí: Si a la línea de trasmisión (reflejos hasta e cerebelo, más regreso de órdenes desde allí), ya de por sí lenta, se le mete más carga (las dichas observaciones), no sólo aumenta la lentitud, si no que hasta puede llegar a bloquearse.

Por contra, siguiendo con las comparaciones, a Jandrín no se le daban muy bien las letras, y tenía miedo al examen teórico. Mientras para mí, aquel examen era “coser y cantar”... y ni siquiera en una mala pesadilla hubiera contemplado ser suspendido en semejante pequeñez... No obstante, esta preocupación de Jandrín hizo que, a iniciativa suya y puesto que no teníamos otra cosa que hacer en la ciudad, duplicamos las clases. No sólo fuimos a las normales, sino también a las de horario nocturno.

La autoescuela era una de las actividades de la empresa. En realidad era una gestoría... con gran cantidad de clientes. La oficinas estaban en una calle céntrica de la ciudad... y desde allí, cada hora, partía, y volvía, un microbús hasta, y desde, la pista, en medio de terrenos rurales, fuera de la ciudad. La tal pista era una especie de circuito automovilístico, con algunos edificios: más oficinas, garajes, alguna vivienda, un simulador electrónico de conducción.