MI VIDA COMO UN CANTE.
Por Bartolome Poza Expósito,
paciente de Ataxia de Friedreich

("Con cariño, a mis paisanos, buenos aficionados y mejores cantaores").

Cantes de trilla he sentido en mi niñez.
La vida para mí ha sido como el cante:
Nanas, villancicos, pasodobles, sevillanas,
alegrías, bulerías, guajiras, y tanguillos...
al nacer.

Tangos, saetas, malagueñas, milongas,
polos, fandangos, jaleos, granainas,
zambras, cantiñas, cartageneras...
cuando niño.

Romeras, serranas, martinetes, garrotín,
rondeñas, jaberas, canasteras, verdiales,
media granaina, jaleos extremeños...
en mi juventud.

Tarantas, caracoles, tientos, soleares,
livianas, guajiras, farrucas, saetas,
la caña, javea, colombianas, mineras...
cuando fui mayor.

Ha pasado el tiempo.
La edad no perdona.
Todo ha cambiado en mi vida.
Y a pesar de todo lo vivido,
siempre he tenido la dulzura del hogar,
y la ternura del amor.
Y cuando el temible dolor del alma,
ha llegado a mi familia,
con el sufrimiento,
incomprensible para el ser humano,
todo se hace eterno.

La palabra "nunca",
debida a una enfermedad progresiva,
llena de tristeza nuestro vivir cotidiano,
añorando la más buscada amistad,
amada...
generosa...
la más grande:
Dios.

La vida, para mí, ha sido como un cante:
Seguiriyas, bamberas, javeotes, tarantos,
garrotin, bandalás,
"Los Campanilleros" (*):
"En pueblos de mi Andalucía,

los campanilleros de la madrugá,
me despiertan con sus campanitas,
y con sus guitarras me hacen llorar"
.

En la lejanía siento tristeza,
amargura,
lamento...

(Barcelona, junio del 2003).



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