UN MENESTEROSO EMIGRANTE.
Por Bartolomé Poza Expósito,
paciente de Ataxia de Friedreich

Sentía ser un menesteroso emigrante.
Más que sentir,
añoraba.
Más que añorar,
evocaba.
A los cielos elevaba la mirada,
perdida,
inquiría por la cuna de este humilde galeote:
¿Dónde estará el pueblo que me vio nacer?.

Carente de movilidad aparente,
la ventisca de los recuerdos,
afianzada con tenacidad incontrolada,
pide el traslado, en la memoria,
a su pueblo natal.
El manso viento,
voluble, y retozón,
sin atender ruegos ni preguntas,
lo llevaba de una comarca a otra...
anhelos...
utopías.

Enmohecidos por el paso del tiempo,
los goznes chirrían.
El sonido de la vetusta puerta del recuerdo
zarandea el alma.
Abrir de nuevo este arcaico pórtico,
celosía de una tierra querida,
llamada Andalucía,
evoca melancolía.

Los sonidos de caballos desbocados,
despiertan los dormidos sentimientos
de un menesteroso emigrante:
Emigran los recuerdos en la tupida noche.
La mortecina luz de una bombilla,
del año "la nana",
apenas permite salir de la penumbra.
Lánguida, su luz parpadea,
envuelta en palomilla y musarañas.

¡Entrever el pueblo que me viera nacer.
¡Que adoro!
¡Qué pena!
Cuál trashumante limitado,
sueño en la soledad de la alcoba,
y siento que la brisa de su ensoñación,
me lleva a buen puerto.

El alma se alimenta de cariño,
y de recuerdos:
La de un indigente ahíta está de ellos.
Con sonido acorde de eco cansado,
el gozoso viento de la evocación
enhebra las grietas de Despeñaperros.

Lozana primavera,
dotada de hermosura,
brumas de bellos recuerdos,
la memoria vive en el presente,
y, la a la vez, el vacío del pasado.
Jamás podrá olvidar un emigrante.
¡Bendito pretérito,
que anida en la mente!
Hay ciclos en la existencia,
que en vano se silencian.
Vive, con arrobo, en dos sitios que ama:
Uno guarda vivencias de niño.
Otro: ¡en él, ha vivido tanto!, qué…
le ha quedado tatuada la faz de Montserrat,
y el vértice del Tibidabo.

Rasguean los sentimientos,
con antiguas púas,
la guitarra del alma,
Opaco dolor,
lacera la saturada cantera de un ánima doliente.
Se oye el gemido del un niño...
niño, que íntimo, va en un organismo vacilante,
por la ataxia desventurada.

Se atesoran deseos.
Se percibe un radiante amanecer.
Arrecia la tormenta invisible,
con rigor de ilusiones incurables,
gracia,
bondad.
Dones ricos e infinitos declinan favores,
por hacer dichoso a un venturoso soñador
de verdes prados,
y de fragantes flores,
en lo recóndito de los recuerdos
de la vida de...
un menesteroso emigrante.

Disminuye la ventolera.
Se adormecen los sinsabores.
Quiebra el alba la noche.
De un nuevo día deseado,
en suave brisa,
el aliento,
cálido y perezoso,
se ha vuelto mañanero.
No queriendo perder tales delicias,
prolongó, con mil ecos,
la célica cadencia de...
un emigrante menesteroso.

El pueblo y la ciudad su sueño guardan.
La quimera del alba se despereza
envuelta en surcos de labranza
y árboles frutales.
En la alborada,
avenidas con fulgores de plata,
y destellos opacos,
avivan sonidos de carrocerías viejas,
como aurigas.

De buena hora,
las primeras luces son faros de la vida,
para quien la quimera de la existencia,
es pródiga en delicadeza.
(Un menesteroso emigrante).

Barcelona, enero de 2008.
Bartolomé Poza Expósito.



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