VIAJE POR ALTA MAR: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 27/03/1960, domingo: Fueron 92 horas lo que "duró" mi primera travesía por el Océano Atlántico y (en menor proporción, unas 10 horas) por el Mar Mediterráneo). Fue demasiado tiempo para el cuerpo, metido en un barco, tamaño cascarón, agitado por el oleaje. Se podría escribir un libro, y no de buen gusto, de todo cuanto aconteció en el viaje marinero: Nos dieron para dormir una colchoneta para cuatro personas, y nos metieron en una bodega oscura y sin ventilación. Hubo muchos reclutas que durante todo el viaje no pudieron salir a cubierta ni para comer, a causa del mareo que tenían. Fueron siempre vomitando todo el tiempo que duró el éxodo marinero, (entre ellos mi paisano Fernando). Cuando llegamos a La Palmas, ingresó un recluta en el hospital en muy mal estado.

Cuándo pasamos por El Estrecho de Gibraltar, (a eso de la media noche) era tan fuerte el oleaje, que el barco se movía más que las "voladoras" de una feria. Yo iba acostado y me puso de pie, ("¡casi n'a lo del ojo... y lo llevaba liado en dos hojas de lechuga!", me dije yo). Fue el cambio brusco del Mar Mediterráneo (tranquilo y manso) al Océano Atlántico, (bravío y tumultuoso).

Todos intuíamos más que de sobra que la mili iba ser ardua. Sin embargo, tal vez por aquello de a mal tiempo buena cara, hasta ahora todo lo habíamos tomado casi como una juerga. El paso por el Estrecho marcaba un hito. No, no es que de tratara de un límite geográfico, y hubiéramos de sentir una nostalgia de España, tal y como cantaba Juanito Valderrama en "El Emigrante". No, no era eso. No se trataba de una frontera geográfica, sino de un límite casual, de un momento. A partir de ahí, comenzábamos a sentir la soledad y la añoranza de los seres queridos, convirtiendose en melancolía. Tal vez no lloráramos, porque éramos todos adultos. Podría decir que casi fue un privilegiado en el viaje por apenas sufrir el mareo. No obstante, podemos pesar que la melancolía alcanzara límites insospechados en quienes, por ir vomitando continuamente, tenían que ir hacinados en la bodega, inmersos en un ambiente claustrofóbico y un aire irrespirable.

Día 28/03/1960, lunes: A la mañana siguiente, cuando salimos a cubierta (el que pudo), para mí fue asombroso todo lo que estaba viendo y viviendo: ¡Agua y sol por todas partes, respirando aire fresco con aroma yodado! ¡Maravilloso! ¡Era único cuanto veía! ¡Inmensamente esplendoroso y fascinante! ¡Una soledad infinita envuelta por el infinito, sólo alterada por el sonido de olas que acariciaban benévolamente el cascaron en el que navegábamos y los latidos presurosos de nuestro corazón. El sol, con sus ardientes rayos suavizados por el viento, aparecía a lo lejos allá en el cielo... fundiéndose, en la lejanía, con el mar en una línea continua e infinita en el horizonte. Parece ser que la naturaleza, con su grandeza, nos invita a reconocer nuestra pequeñez.

Me gustaba oír y sentir el sonido profundo y amenazador del oleaje, chocando contra la eslora del barco, unas veces suave, y otras fuerte. Aquel trasto se movía como una cáscara de nuez en un inmenso charco de agua... y yo con él, mirando a no sé dónde... con el pensamiento puesto en Jódar, mi pueblo. Un pueblo, no muy pequeño, de la provincia de Jaén. Donde quedaba mi madre y mis hermanos menores, aun teniendo para comer, como único patrimonio, el de ganarse el sustento con el sudor de su frente. Esto me obligaba a cambiar rápidamente de pensamientos. Soñar que el tiempo pasa pronto, y otra vez me vería al lado de ellos, hasta que la muerte nos separase.

¡Qué iluso! ¡Creer que no iba a salir ya más del pueblo donde nací! A los 26 años, tuve que emigrar a Santa Coloma de Gramanet, donde vivimos cinco años Bibiana y yo, con nuestro hijo, Bartolomé. Después nos trasladamos a Barcelona, calle Bailen nº 149, portería (Bibiana, por recomendación de la dueña, Doña Madronita Andreu de Klein, q.e.p.d.), estuvo de portera 33 años... hasta su jubilación forzosa para cuidarme las 24 horas del día, ya que la enfermedad me limitaba en todo... ¡Avatares de la vida! Ahora, nos hallamos viviendo en calle Andrade, nº 9-13, escalera B, 6º 3ª. Después de más de 40 años, vaya por delante, que me vine sin pensarlo y sin obligarme nadie.

Día 29/03/1960, martes: El viaje por agua dicen que es monótono y aburrido. Pero a mí no me lo pareció, por ser la primera vez que veía la grandiosidad del mar. Sus gigantescas olas movían el barco como una marioneta, poniéndome el cuerpo angustioso, teniendo la suerte de no arrojar nada de cuanto había comido, principalmente huevos cocidos... que fueron muchos. Nos daban la ración de los que estaban en la bodega y, a causa del mareo, no salían a comer. Y me dijo un oficial que con el estomago lleno se vomita menos. Así lo hice, teniéndolo siempre lo más repleto posible. O sea, que me empipé comiendo huevos cocidos. Parece que la receta funciona.

Día 30/03/1960, miércoles: Otro día que amanecía en alta mar. Todo seguía viento en popa. Yo me pasaba todo el día en cubierta, andando de proa a popa. Daba pánico bajar a la bodega, por ver cuánto pasaba en su interior: todos mareados. Cuando la tarde refrescaba, me liaba en una manta y me ponía en popa, viendo las olas como subían y bajaban... parecía que el mar se iba a tragar el barco, observando su quilla salir y hundirse en las profundidades del Atlántico... dejando en mi mente el número de metros: 14... que veía cada vez que salía a resoplar, como una ballena herida.

Mientras viva, no me cansaré de creer y decir que el mar es lo más hermoso y bravío que he visto en mi vida. Es la fuerza de la naturaleza en estado puro, salvaje y temible. El más completo ecosistema de la Tierra. Me tuvieron que llamar la atención para irme a la bodega a dormir. Si me hubiesen dejado, aun a riesgo de resfriarme, habría pasado la noche mirando las estrellas, envuelto en la manta.

Día 31/03/1960, jueves: Otro amanecer más que veo "el liquido elemento". La verdad evidenciaba la demostración de algo cierto. ¡La creación del génesis de la naturaleza a través de los siglos, estaba aquí... y yo en sus entrañas, con sentimientos más profundos que el propio universo!.

El tiempo se hacía eterno y angustioso, (de vomitar). Nos dijeron que sólo faltaba un día para llegar a tierra. Yo ya tenía el barco corrido de cabo a rabo, y donde más a gusto me encontré fue en el puente de mandos, con los jefes, (que me dieron permiso para estar con ellos). Allí no se podía estar, pero motivé en ellos simpatía, dejándome permanecer. Fue un descanso para mi cuerpo. A la bodega sólo bajaba por la noche, a dormir. ¡El aire en ella era irrespirable! ¡Cómo animales, pero seres humanos! ¡Nunca pensé en todo lo que puede aguantar el ser humano!.

Por la tarde vi gaviotas, (aves de alas largas y cuerpo fino), volando suavemente con giros rápidos cerca del barco, y comiendo todo cuanto les echábamos. Sus graznidos, fueron como música celestial para mí. Nos dijeron que su presencia era la señal de que pronto veríamos tierra y llegaríamos a Las Palmas. Con esa ilusión nos fuimos a dormir... más que a dormir, a soñar despierto, y desear fervientemente que este viaje naviero acabara pronto.



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