DIEZ LITROS DE "ZOTAL": Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 21/06/1961, miércoles: Diana. Este sonido, antes repelente, se está haciendo agradable a mis tímpanos, ya que, cuando suena, me doy media vuelta en la cama. No me levanto hasta el toque de fajina.

Desayuno. Y voy al regimiento a por la correspondencia. Cómo allí. Hay de comida ropa vieja, sopa de pasta, y plátanos. El aliciente primordial para comer en el regimiento es la existencia de comedor con mesas y bancos, donde no hace falta la marmita, por usarse platos. Además, siempre hay algún amigo, más enterado, con quien conversar, y soñar juntos sobre cuándo nos van a licenciar.

Subo el correo al campamento en el Land Rover del páter. El teniente de los giros ya está en la cantina, nominando a los adjudicatarios de la fortuna del dinero girado. Tarda poco en ejercer su tarea, y quien haya nombrado, y no llegue a tiempo, se queda para la próxima semana. A demás, hay que estar al tanto, porque viene a pagar, solamente cuando tiene dinero en efectivo. Por ello, se ha de estar muy atento, especialmente cuando la familia te ha anunciado un envío monetario.

Tras repartir el correo, estoy en la oficina pensando qué puedo hacer hasta el anochecer. Con serenidad en el atardecer, el niño que aún hay en mí, quiere volar hasta la infancia, como un pájaro, cruzando el océano, en busca del pueblo que le vio nacer. Un mar de sensaciones, acompasadas en el desierto de la memoria, se escapa por la abertura del ventanal que encuadra mi imagen.

Se oscurece el día, dando paso a las primeras sombras de la noche. Se oye un correr veloz: una jauría de soldados en estampida. Ha llegado la hora del papeo, marcada por el soniquete del trompetero. Enseguida, todos estamos con la marmita en la mano para recoger el rancho militar. Esta noche tenemos de cena, de patatas con huevos, y empedrado de lentejas con arroz. Hoy ceno en este comedor, de cielo estrellado por techo, junto a mis amigos Araujo, Felipe, y Rodríguez.

Después, forman las compañías. Pasamos lista.

Y me voy a la oficina... y a dormir.

Día 22/06/1961, jueves: Diana. Este toque trompetero, tan de mañana, me suena un tanto fastidioso. ¡Vaya ganas de salir de entre las sábanas! No hay más remedio. Es la mili. En cambio, el toque de fajina me encanta, desde que, por primera vez, lo oí allá en el cuartel de reclutamiento de Málaga. Siempre he estado escaso de recursos monetarios, y hube de apechugar de inmediato con el rancho de la milicia.

Desayuno la malta con leche, y hago mis deberes rutinarios y habituales. Galopadas para arriba... carreras para abajo... yendo a recalar en los mismos sitios: regimiento, y campamento... o viceversa.

Bajamos al regimiento. Antonio Rodríguez sube al campamento el pan el furgón de la comida. Yo me quedo a comer en el regimiento. Hoy tenemos de menú cocido andaluz, paella de arroz, y plátanos.

Me hago receptor de certificados, paquetes y correspondencia. Busco el alivio del páter para llevar la valija.

Al llegar al campamento, tocan a clase para los analfabetos. El cura se va a enseñar a sus discípulos. Y yo les doy a los soldados el gusto de recibir cartas de sus familiares. Todo sigue su curso, como las aguas de un río. De los doce paquetes traídos, casi todas las gratificaciones las percibo en especies.

Esta tarde tampoco tengo ganas de bajar a Las Palmas. Me quedo en la cantina a ayudarle a mi casi paisano Pedro. Lo hago con el consiguiente riesgo para mi estabilidad física, porque, estando allí, siempre se bebe más de la cuenta. Va pasando la tarde, con el consiguiente trasiego de clientes adinerados. Algunos de ellos, me invitan a un vaso de vino y un cigarro, que no puedo rehusar.

Llega la hora de fajina. Esta noche no voy a recoger el rancho militar. Pedro ha pedido al oficial de guardia el favor de dejarme con él un poco más. Mientras hace arqueo de lo recaudado, me invita a un baya-baya y un bocadillo de mantequilla y carne de membrillo. Me fumo un cigarro emboquillado... y me voy a dormir.

Día 23/06/1961, viernes: Diana. El sueño no quiere dejar libre al cuerpo, pero los sentidos se imponen, pensando en el deber y la disciplina militar.

Vuelve el toque de corneta anunciando que, por la puerta del campamento, entra el furgón del desayuno. En él, además, vienen algunos suboficiales desde el regimiento, para no dejar tranquila a la tropa... ésa es su obligación.

Desayuno, y yo también me veo lleno de obligaciones... que voy solucionando una tras otra con ayuda de los soldados. Además, recibo su afecto, que mitiga mi soledad afectiva... por no tener noticias de los paisanos: Fernando, Gil, José, Flores, y Raya... y de tantos otros amigos, como tenía: Zúñiga, Punzano, Vílchez, Anselmo... y otros oficiales, como los tenientes Maqueda, y Montenegro...

Bajo al regimiento a por el servicio diario. Me quedo a comer. Hoy tenemos paella a la valenciana, rehogado de garbanzos con patatas, y plátanos.

Me sube el páter con la correspondencia al campamento... sin reticencia. Me pregunta por qué llevo tanto paquete sin tener obligación de hacerlo. Le explico los motivos. Me mira, calla, y sonríe.

Personalmente, no tengo carta de nadie. Mi familia y novia, dicen que escriben. ¡Seguro que esta vez las cartas venían nadando, y se han ahogado! Tras repartir la correspondencia, voy a la oficina, y guardo en la nevera los donativos en especies que me han obsequiado algún soldado "rumboso".

Después de una breve siesta, doy una vuelta por el campamento, buscando las alturas... deseando estar cerca del cielo, con la intención, baldía, de ver algún ave, que no fuera gaviota, surcando el aire, cerca de la costa... dejando a mi mirada perderse en la lejanía, en este garzo atardecer.

Oigo la corneta al trompeta tocando llamada para el papeo en el cercano campamento. No obstante, como no me apetece ir a recoger el rancho militar, me estoy un poco más en las alturas, hasta ver las primeras estrellas.

Regreso al campamento. Esta noche ceno de mi despensa particular, un chusco y un chorizo, riquísimo, adobado en manteca y conservado en tarro, obsequio de un soldado gallego, como propina por traerle un paquete enviado por su familia..

Después de cenar tan exquisito manjar, me fumo un cigarro... y a dormir.

Día 24/06/1961, sábado: Diana.

Desayuno. Y comienzan los deberes. Hoy es día de limpieza. Viene un sargento, joven, de mi quinta, y, como encargado de estos productos, me pide "zotal" (líquido sanitario desinfectante, de olor fortísimo) para sus dos compañías. Vamos al cuarto de la limpieza (que está junto a las duchas), y le enseño las dos únicas garrafas, de cinco litros cada una, que hay para todos. Me dice necesitar las dos. Le contesto que tengo orden del capitán D. Enrique Pamis de repartirlo a todos las compañía, por igual...y no puede ser que él se lleve las dos garrafas para dos compañías, y las otras dos, se queden sin nada... que sólo le corresponden 5 litros. No atiende a razones. Me contesta que necesita los 10 litros, y me ordena, como superior, que le dé las dos garrafas.

En vista que no puedo disuadirle de su terquedad, ni tampoco, como autoridad superior, negarle cuanto pide... después de haber mantenido un fuerte cambio de palabras, le doy los 10 litros de "zotal". Pero, curándome en salud, le hago firmar un papel haciendo constar la entrega, y mi negativa primaria, reseñando las órdenes recibidas del capitán, y el abuso de autoridad del sargento por no dejar ni una gota para las otras dos compañías. Y "el espabilado" firmó... eso sí, con un cabreo monumental. Me arrestó a 30 días por insubordinación, y no cumplir sus órdenes. El arresto era para un tiempo probablemente superior a lo que me quedaba de mili. Ahora me tocaba a mi jugar las cartas. Ya tenía en mi mano el aval firmado, para su perjuicio, y mi tranquilidad. Y el sargento se llevó las dos garrafas.

Voy a hablar con el capitán Don Enrique Pamis. Le cuento los hechos, y le entrego el papel firmado por el sargento. Lo lee, y me dice que no me preocupe de nada. Añade que él no me puede quitar los 30 días de arresto... y no me los quita nadie, si el sargento no quiere. Pero, según él, se puede llegar a acuerdos: El capitán le arresta al sargento a una semana en la "sala de armas" por desobedecer una orden suya, dada a través del cabo Bartolomé Poza Expósito, con la existencia de documento firmado. Los arrestos en la "sala de armas" quedan reflejados en el boletín y en el historial de los oficiales y suboficiales, siendo un handicap para posibles ascensos, permisos, o beneficios. Por tanto, tal sargento tenía dos opciones: Yo cumplo mi arresto, y él el suyo por desobedecer la orden de un superior... o me quita el arresto, y el capitán le quita a él el suyo. O sea, creo que no tiene alternativa. No le hace falta pensar mucho para decidirse.



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