HORA DE RELEVOS: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 01/07-1961, sábado: Diana. Me levanto con redoblados ánimos, sabiendo que ha comenzado un nuevo mes... y pronto vendrán mis paisanos y amigos de Villa Cisneros. Hace tiempo que no sé nada de ellos.

¡Fajina!. Desayuno la malta con leche. A continuación, hago todos los deberes que tengo asignados: Tomo nota de los canarios que se van con pase pernocta, y de los peninsulares que piensan venir tarde esta noche.

Tocan marcha de frente. Unos marchan por un lado, y otros por otro. El campamento se queda solitario: Solamente, algunos soldados haraganean de aquí para allá. Yo, aprovechando que el lavadero está vacío, hago la colada de varias prendas desasistidas por la pulcritud. Cuando quiero darme cuenta, es casi hora del papeo. Recojo lo lavado, y lo tiendo en una cuerda al lado de la ventana de la oficina, para que la húmeda y suave brisa de este primero de julio la pueda orear en sólo unos minutos.

Tocan fajina. Hoy el oficial de guardia necesita poca ayuda para organizar el reparto de la comida. Hemos quedado muy pocos en el campamento. Forma a los soldados. Se alinean para el recuento, y da la orden de repartir el papeo. Tenemos para comer, estofado de garbanzos, carne a la cubana, y plátanos. Recojo la comida, y voy a la oficina, pues ya es incomodo comer en la explanada, aguantando el tórrido sol del mes de julio.

Me acuesto para dormir la siesta. Son las seis de la tarde cuando despierto. Agria melancolía, como arenisca de hierro, raspa el corazón con los recuerdos de un sueño, que, al despertar, se ha vuelto amargo. Otra vez, el pasar, por pasar, de la tarde, es el pan de mi sosegada vida, sin alteración alguna. Todo cuanto cuento, es lo más cercano a la realidad. ¡Pero habría que vivirlo para poder valorarlo con precisión!.

Fajina. Esta noche tenemos para cenar ensalada a la jardinera, y empedrado de lentejas. Somos pocos los comensales, y pronto concluye el reparto. Tras recoger la ensalada, me voy a la oficina a comerla, acompañada por un poco de chorizo, de la despensa particular.

Después de haber cenado, mientras fumo un cigarro, suena el toque de silencio. El rectángulo del mirador del ventanal me atrae. Me permite mirar la luna, y soñar despierto sueños que, de momento, no son factibles.

Dejo de mirar por la ventana, y me acuesto.... durmiéndome pronto... no sin antes dar gusto al cuerpo... con la desigual pelea de cinco contra uno, siendo ese uno quien recibe una lujuriosa derrota.

Día 02/07/1961, domingo: Siempre recordaré este día como uno de los más divertidos de la mili. Y, realmente, lo fue. Diana. Y, después, fajina.

Tas el desayuno, tocan a misa. Yo hoy no puedo asistir por estar de servicio a cargo de la limpieza del campamento. Evidentemente, lo mismo les ha pasado a los compañeros que realizaban conmigo dicha tarea. Estaba sentado en el suelo de la explanada, viendo la misa de lejos, cuando el páter llegó al punto clave de la consagración. Entonces, en medio del silencio, suena el chirriar de la rueda de la carretilla empujada por un soldado haciendo el servicio de limpieza. Al páter le temblaron las manos... ¡Y no de miedo, sino de indignación!.

Cuando termina la misa, el páter me llama para preguntarme respecto al motivo por el cual no habíamos asistido al rito religioso. Le expliqué que teníamos otros deberes prioritarios. Sin embargo, no admitió ninguna excusa. Después de una discusión por todo lo alto conmigo y con el equipo de limpieza entero, nos pidió ir, voluntariamente, por la tarde a la catedral a oír misa, a las siete. Aceptamos, con la condición, pretextando no tener dinero, de que nos pagara la guagua para poder ir.

Tocan fajina. Hoy tenemos de primero cocido andaluz, pescado frito con ensaladilla, y plátanos.

Tras la comida, nos vestimos con el uniforme militar de paseo y nos "lanzamos a conquistar la catedral". Bueno, todo lo sucedido ha sido muy divertido. Ir montados en la guagua, a costo del cura, 12 soldados, más un cabo al frente, en traje militar, no se ve todos los domingos. Todos nos miraban con cara de curiosidad, preguntándose: "¿Donde irán éstos?".

Llegamos a la catedral, ante la mirada sorprendida de todos los feligreses que nos vieron entrar. ¡Qué caras de sorpresa!. Resultaba anecdótico por lo insólito: ver en la catedral a doce soldados en formación, comandados por un cabo de 1.499 mm. de estatura (o sea, yo), asistiendo a misa de 7 de la tarde, sin saber los motivos. Y no es que yo hubiera exigido disciplina, y mandado formar en filas, e ir desfilando, a los soldados. No... todos sabíamos que íbamos a la catedral en plan privado e informal, además en horario de asueto militar. Lo de la formación fue idea de todo el grupo... con el fin de hacer un poco el indio.

El párroco, celebrante de la ceremonia, al vernos uniformados a hora tan intempestiva, creyó que habíamos ido a la catedral dando escolta a un alto jefe militar. ¡Cuál sería su sorpresa cuando, al preguntarnos, le dijimos los verdaderos motivos de nuestra asistencia a la misa de la catedral a las 7 de la tarde! Nos replicó, con gesto, entre serio y divertido, que los domingos y fiestas de guardar es necesario comunicarnos con Dios. Y nos puso, en primera fila, al lado del altar mayor.

Cuando terminó la misa, el párroco catedralicio nos despidió, dándonos la mano de uno en uno, invitándonos a ir más veces a la catedral. Y, de nuevo, montamos el la guagua para trasladarnos al campamento.

Llegamos, invariablemente a la hora del papeo. Hoy no me apetece el rancho militar. Ceno de mi propia despensa, un chusco con un chorizo en aceite de manteca. Y así se pasó este domingo... "dominguero".

Día 03/0 7/1961, lunes: Diana. Hoy no me demoro en levantarme. Me aseo. Y tocan fajina. Allá va Bartolomé con la marmita y la teja elevadora, deseando tomar la malta con leche, con medio chusco en remojo, y endulzada con un poco de azúcar.

Todo transcurre como los demás días, salvo la llegada vocinglera de los canarios que, tras el fin de semana en casa, vuelven al tajo militar. Como siempre, vuelven con apetito. Tengo que darles los chuscos que sobraron ayer.

Bajo al regimiento a por la correspondencia. Antes de recogerla, voy a papear. Me he vuelto un asiduo asistente al comedor de los oficiales. Ellos saben por qué estoy allí. Hoy tenemos paella a la valenciana, estofado de garbanzos, y plátanos.

Voy a la oficina a recoger el correo, y hacemos los trámites de todos los días. El páter me espera en su Land Rover. Me ha dicho haberme visto, ayer tarde, con los soldados en misa en la catedral. Me ha felicitado por respetar su petición. He de decir que ambos siempre estamos "a la greña". El motivo es distribuir las cartas a sus destinatarios, mientras él da clase a los "iletrados". Ya que es él quien me sube al campamento en su coche, me tiene requetedicho que reparta la correspondencia cuando él termine la clase. Le contesto, con sorna: "¡Si yo le ayudo en su labor de enseñar a leer a los analfabetos... así aprenden a leer antes!". Así estamos desde que me hicieron cartero... medio en bromas... medio en serio.

Subimos al campamento en un santiamén. Todo es una reproducción de lo de ayer, incluidos los mismos actores.

Termina mi servicio de reparto de la correspondencia, y me voy a la cala del "pueblo sin ley" a darme un chapuzón. Hace tiempo que no visito esta playa por los agobios del los servicios. Está donde siempre, pero un poco menos concurrida que en otras ocasiones. Las bañistas duplican en número al género masculino. Mi vista termina de desnudar a una morena de no más de 16 años. Es una delicia acariciar con la mirada su cuerpo escultórico de sirena. No me acostumbraré a ver una "piba" en bañador, con sus mórbidas curvas, sin sentir un escalofrío en alguna parte varonil... y tener que remojarme para aplacar la fogosidad provocada por visión tan sugerente.

Me doy un remojón en la cala. Vuelven los pescadores de faenar. Echan la pequeña ancla de sus barcazas, rebosantes de diversa pesca. Los familiares desocupan las redes, clasificando la pesca en diferentes canastos.

Tras una mirada al infinito del océano Atlántico, con su línea sonrosada por los rayos solares que separa la mar del cielo, intuyo por dónde quedaría mí querido e inolvidable pueblo. Me visto. Levo anclas. Y pongo proa al campamento.

Cuando llego, el oficial de semana ya ha formado las compañías, y reparten el rancho. No sé lo que hay de cena. Pido permiso, y me voy a la oficina a cenar un chusco con un buen trozo de queso, y un baya-baya, que me ha dado mi casi paisano, Pedro.

Acostado, me fumo un cigarro, mientras la mirada queda perdida en el techo de la oficina. Los pensamientos en ciertos recuerdos se han metido a hacer comparaciones lascivas... terminando, como siempre, con el singular combate de la fiel infantería de cinco contra uno, y la rendición del uno, en dulce y deliciosa pleitesía.

Día 04/07/1961, martes: Hoy resulta un día inolvidable para una parte, la mitad, dos compañías, del batallón, que, de improviso y sin explicaciones, les han enviado al Sahara. Sí, había habido algunos rumores de radio macuto sobre que iba a suceder esta semana... pero hay tantos rumores, que, los veteranos, escarmentados de que no se cumplan, ni siquiera les hacemos caso. Por la mañana, hoy mismo, se lo han comunicado oficialmente... y a las cinco de la tarde ya han embardado rumbo a Villa Cisneros para relevar a parte de mis anteriores compañeros. Seguro que ellos tampoco saben nada, y se van a llevar una de las mayores alegrías de sus vidas cuando vean que les ha llegado relevo.

Las órdenes se obedecen... en la mili no se discuten. Aunque... siempre es difícil separarse de buenos amigos como he tenido en este remplazo. Felipe, Araujo, y Antonio, entre otros, han quedado para el segundo embarque en próximos días. Se dice que para el día 12 enviarán a la otra mitad del batallón al Sahara... y comenzará el regreso de los veteranos. Pero eso de rumorear hablando de fechas fijas, en la mili, resulta un cuento increíble.

Nos dan permiso para ir a despedir a los compañeros. Bajo al puerto de Las Palmas, como siempre que se va algún amigo, a decir adiós con el corazón... y con el pañuelo al aire, como silenciosa paloma banca. Todas las despedidas son tristes, y más sabiendo dónde van, y a lo que van. Estoy con ellos antes del embarque... deseándoles lo mejor... pero lo mejor, en este caso, sería volver a sus casas licenciados. No puede ser. Vivimos horas de intensa emoción.

Después de esta fecha, los días se hacen interminables para mí. Una agria tristeza, mezclada con alegría, embarga mi alma. Tristeza por los que se van, y alegría por quienes esperan su llegada, significando el relevo y la pronta vuelta a sus casas, licenciados.



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