¡VIENEN LOS DEL SAHARA!: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 10/07/1961, lunes: "¡Hoy vienen los de Villacisneros!". La tan añorada noticia resuena a gritos casi antes, o a la vez, que el propio toque de diana para levantarse. Tal grito es recibido en mis oídos como un sonido de gloria colgado en el viento de esta mañana de julio, embrujo en el alma. El corazón se estremece de indescriptible alegría.

Este dichoso acontecimiento anunciado no interfiere en el servicio diario. El toque a fajina se deja oír para tomar la malta con leche. Hoy, durante el desayuno, el oficial de guardia ha ido conmigo de versado, o de amable, dándome unos golpecitos en la espalda, diciéndome: "¡Chaval, ya estás licenciado!". Con independencia de ello, me tomo el refrigerio diario, acompañado con su pan y azúcar... porque, una cosa es que hoy el alma esté saturada de alimento, y otra, distinta, que el cuerpo esté disponible a comer cuanto le echen.

Luego, bajo al regimiento a por el pan, buscando también las buenas nuevas, tan estimulantes para los veteranos. Cada loco con su tema. A quienes están a media mili, esta clase de noticias les impacta poco... quizás ni les agraden. Les será fácil, pensar que habrá reemplazo, y ellos son quienes han de partir para el Sahara. A nosotros, en cambio, nos hablan de pronto licenciamiento, y de cumplirse el anhelado sueño del regreso a casa.

Subo al campamento, y reparto el pan. Y, a continuación, me doy otro paseo al mismo sitio en busca del correo.

Todo parece que ha cambiado como por arte de magia. Hasta los cocineros son más amables y generosos en su cometido. Hoy tenemos para comer paella a la valenciana, estofado de garbanzos, y plátanos.

Recojo la correspondencia. Me felicita por mi trabajo el páter castrense... que es un veterano en su oficio militar. Tal vez por eso sepa que es el momento adecuado para darme una palmadita en la espalda. Luego, me sube al campamento en su Lanz Rover, alabando mí forma de ser, y recalcando haber encontrado un verdadero soldado, pequeño de estatura, pero tan cumplidor en el ejercicio de sus deberes.

Llegamos al campamento en pocos minutos. Y cada cual se va a sus quehaceres: El páter a dar clase a los analfabetos, y yo a repartir las noticias llegadas por correo a los agraciados con tal suerte.

Más tarde, no sé qué hacer para que el tiempo transcurra en un sin sentir, y amanezca un nuevo día en un soplo... dejando caer las horas como enredaderas tras las hierbas salvajes sobre esta tierra oscura de oquedades. Una cosa es desear, y otra que los deseos se cumplan sin sentir. Tengo que armarme de tranquilidad para que la obsesión por irme a casa no origine estragos en mi desgastado ánimo. Pasa la tarde entre recuerdos, como nubes en un cielo, tan inalcanzable como mis deseos.

Se oye la corneta con el sonido inconfundible para el papeo. Se forma la tropa, cada cual en su compañía, y el oficial de guardia da la orden de repartir el sustento. Esta noche hay para cenar ensaladilla imperial, y empedrado de lentejas.

Tras cenar, solamente la ensaladilla, me acuesto, al toque de retreta, esperando la llegada de un nuevo día.

Día 11/07/1961, martes: Tocan diana... más tarde fajina. Y desayuno.

Después de una interminable espera, casi de infarto por la tensión, aparece el primer camión de cuantos habían bajado al puerto a por los soldados regresados del Sahara. ¡Gran decepción! Solamente han venido 195 veteranos. Entre ellos, no hay ninguno de los paisanos, como pude comprobar, buscando ávidamente. Llegaron todos los camiones, pero ellos no estaban entre los afortunados con el regreso.

A primera vista: por el físico de los regresados, todos, hasta hace meses compañeros, me parecieron casi desconocidos. Venían desaseados... sucios, con barbas largas, y con rostro estropeado y curtido por el clima y por todas las penurias pasadas en aquellas inhóspitas tierras, mejor dicho, arenas, del desierto africano.

Todo son salutaciones, y abrazos entre compañeros... con fondo de gritos de júbilo: "¡Estamos licenciados!". Entre todos los regresados, tengo la especial alegría de ver a mi amigo y compañero, Anselmo Quesada. Según me cuenta, lo ha pasado muy mal. Dice que, durante un tiempo hasta perdió las ganas de hablar... pero ya viene tan dicharachero como siempre.

Después de todas estas muestras de alegría, los regresados canarios entregan casi toda la ropa militar, y les dan permiso hasta el día 20, en que tienen que venir a entregar lo restante. Prácticamente, los veteranos canarios están ya licenciados. Mientras que nosotros, los peninsulares, tendremos que esperar, por lo menos, hasta finales de este mes. Así termina este dichoso y bendito día para todos. El correr de los días va acortando la llegada de la fecha tan esperada de poder volver a casa, pero mientras tanto, hay que vivir los últimos días en el servicio militar.

Día 12/07/1961, miércoles: Otra diana más tiene que sentir este alma de esperanza renovada tras el acontecimiento del primer regreso de soldados de Sahara... paso previo hacia la libertad definitiva. Aunque el día sea una pesada losa por la espera, el corazón late presuroso presagiando las mieles venideras... entre recuerdos nostálgicos, que hace poco parecían tragados por la tierra.

Fajina. La malta con leche tiene otro sabor más dulce al amparo de la esperanza. El cielo parece sonreír. El campamento acoge a los195 veteranos, hijos pródigos sin querer, que han vuelto al lugar de donde nunca debieron salir, dándole un aire especial, de alegría.

A pesar de los prometedores acontecimientos, todo sigue casi igual para mí, salvo la grata novedad de tener más amigos con quienes conversar, y preguntarles por los paisanos. Sin embargo, nadie da noticias ni sabe nada de quienes aún se han quedado allá. Responden que estaban en sitios alejados y diferentes. El Ejército es sinónimo de secreto, aunque a veces sea a voces, por precaución de lo que pueda pasar. "Radio macuto" es el único confidente que todo lo sabe, o dice saber. En realidad, sus noticias parecen simples rumores. Informa, y desinforma. No sé a quién le interesa divulgar, o distorsionar, las cosas, según venga en gana. En fin, si bien es poco el tiempo que nos queda de estar aquí, resulta exasperante la espera de poder marcharse. Al fin la alegría se aproxima en forma de una cartilla de color verde... como la esperanza.

Por pasar el tiempo, el campamento y su perímetro son andados una vez más, sin rumbo fijo, por un nostálgico soldado, en esta tarde clara y melancólica del mes de julio. Sólo los diligentes recuerdos vienen a la mente, recordando que si hoy son activos, hace poco eran, por la lejanía, casi amnesias añoradas.

Una vez más, el toque de fajina suena con música celestial entre los sueños de este holgazán, que le seduce el papeo como cosa esencial de la existencia. Esta noche tenemos patatas con huevos, y empedrado de lentejas con arroz. Tomo de ambos platos lo que me apetece, pero prefiero las patatas con huevos.

Después del toque de retreta, busco a mi amiguito Anselmo para que me cuente algunas trapisondas de las muchas que, sin duda, le han ocurrido por África. Sin embargo, cuando doy con él, ya está en la chabola durmiendo a pierna suelta.

Fumo un cigarro, y me acuesto.

Día 13/07/1961, jueves: Diana. Me levanto, y comienza la rutina diaria. Los servicios no dejan de hacerse, a pesar de que los últimos acontecimientos hayan alterado positivamente nuestro estado de ánimo... al menos el mío... aunque otros, lamentablemente, estén echando las barbas a remojar". Unos y otros, por diferentes motivos, nos tenemos que separar pronto. Es cara y cruz de la misma moneda. Esta vida puñetera, siempre con sus pros y sus contras, hace de sí misma un interminable poema.

Fajina. Cada "quisqui" va con su marmita a recoger la reconfortante malta con leche. Yo el primero.

Otra vez comienza la instrucción, como cuando éramos novatos, para el desfile del lunes día 17. Será el penúltimo que hagamos. Yo, por mis cargos, estoy exento de instrucción. Siempre con la colaboración de algún voluntario, he de atender a mis obligaciones diarias.

Bajo al regimiento. Recojo el pan. Lo subo, y lo reparto. El ayudante, Antonio, se queda al cuidado de la oficina. Los otros dos oficinistas, Araujo, y Felipe, a estas horas lo tienen todo hecho, y no quieren saber nada que no sea ir a la cala a bañarse, como yo cuando estaba a media mili y sabía que aún me quedaba muchísimo por pasar. O quizás, hasta quieran aprovechar, porque, si les destinaran al desierto, ya no podrán bañarse. Ahora yo, en cambio, entre pensamientos, me pierdo en la nada. Solamente deseo que pase la tarde... la cena... la noche... y amanezca un nuevo día... que suponga una fecha menos para el ansiado regreso a casa... más anhelado, si cabe, cuanto más se acerca.

Día 14/07/1961, viernes: Diana. Otro amanecer maravilloso rasga la opacidad de la noche. Los rayos, de un suave despertar del sol, allá en el horizonte, se expanden por la isla. El campamento se viste de gala con la luminosidad de quien le da vida. Lagartos y flores se hacen visibles entre grietas de un terreno calcáreo, solidificado y milenario.

Tras el desayuno, todo comienza a semejanza se ayer. El campamento es un hervidero de instructores y soldados. Aunque parezca un contrasentido, me recuerda la banda de música del pueblo en feria, afinando, cada uno su instrumento musical. Viene a mi memoria aquel guirigay de sonidos inconexos. Parecían niños mayores, jugando, cada cual, con su juguete de Reyes Magos, hasta que venía el director de orquesta a poner orden. En este caso, se trata del capitán, don Enrique Pamis Porta, y ya, como en la banda de música, todos saben sus deberes. No hay cosa más sana que una virtuosa batuta.

Mientras hacía estas reflexiones, he llegado al regimiento a por la correspondencia. Es la hora del papeo. Hoy tenemos de estofado de garbanzos, carne en salsa a la cubana, y plátanos. Me pregunto, "¿qué habrá pasado con los higos?".

Después de la comida, recojo la correspondencia. Hoy, por la cuantía, parece que todos los peninsulares se han puesto de acuerdo para escribir a sus hijos, novios, o familiares. El páter sonríe al verme atareado separando tanto correo, por compañías, para repartir las cartas con mayor facilidad.

Termino pronto el reparto. Me visto de paisano, y pido permiso al oficial de mi compañía para ir a Las Palmas. Por la cantidad de gente, parece que todos los turistas, y oriundos del lugar, se han dado cita en la playa de Las Canteras y alrededores. No me apetece ir al cine, por no ser de mi agrado las películas publicitadas en las carteleras. Y paso el tiempo dando vueltas por el paseo de la playa, hasta las nueve de la tarde. A pesar de la inmensa cantidad de gentío, no encuentro ni una cara conocida.

Aunque, indiscutiblemente, haya la misma distancia en la bajada a la ciudad, que en la subida al campamento, a mí se me figura imposible que así sea. En esfuerzo, no es lo mismo subir que bajar. En la subida, hasta llegar a la cuesta del cuartel de Artillería, la humedad y el tiempo maravilloso hace que tenga que hacer una pausa. Me siento un rato. Mirando hacia atrás, la vista de Las Palmas siempre es diferente. ¡Más bonita cada vez! La brisa es un bálsamo de vida que ensancha los pulmones, y alegra la existencia.

Cuando llego al campamento, ya han pasado lista, y tocado retreta. El oficial de guardia está en la cantina. Cuando voy a retirarme, tras hacerle el saludo militar correspondiente, me invita a un bocadillo y un cigarro.

Después, habiendo cenado, me acuesto más contento que unas pascuas... durmiendo de un tirón hasta el amanecer.

Día 15/07/1961, sábado: Diana. Me levanto contento y sin pereza para abandonar la colchoneta. Me aseo.

Y tocan fajina. Me tomo la malta con leche acompañada con pan y azúcar.

Vuelve la rutina de todos los días, con la salvedad que hoy es sábado. Para mí ahora es casi una fiesta continua... de trabajo relajado... sin olvidar mis obligaciones. Hoy, sábado, todo el que esté exento de arresto, tiene permiso hasta la una de la mañana, siempre que pida autorización para ello. Sin embargo, a mí no me apetece ir a ninguna parte. Me recuesto en la litera, y paso el tiempo leyendo una novela, hasta el toque de corneta, a fajina.

Hoy hay para comer estofado de garbanzos, carne en salsa a la cubana, y plátanos.

Tras la comida, vuelvo otra vez a la litera. Al ser horario propicio para sestear, el sueño se apodera de los sentidos. Me quedo dormido, soñando recuerdos de niño jugando a las bolas en las aceras empedradas de mi pueblo... jugando al escondite con otros niños, entre los sembrados, o en los escondrijos de una enorme casa semiderruida... con un pozo oscuro, oculto por la maleza.

Sin embargo, después de este dulce letargo, volviendo a la realidad, despierto en otro aburrido escenario a miles de kilómetros.

Me asomo a la ventana de la oficina. Declina la tarde. En la distancia, no se aprecia la línea de separación entre el mar y el cielo. Parecen una misma cosa. ¡Qué maravilla! Quisiera ser gaviota, volando en el cielo de esta isla canaria, para poder observar desde lo alto la grandeza de la mar.

Cuando me doy cuenta, ya es de noche. Las Perseidas, lluvia de estrellas, conocida como lágrimas de San Lorenzo, se hacen visibles en el firmamento.

Otro día más que está casi trascurrido. El sueño de muchos meses está cada vez más cerca. Ceno de la despensa particular, un trozo queso y un chusco. Fumo un cigarro. Y, antes de acostarme, voy a hacer las anotaciones oportunas en mi diario.

El día se hace extenso o breve cuando por las noches me pongo a reseñar un reducido escrito de lo acontecido. Dejo el alma que vuele en la cúspide de la pluma. Lo breve se hace extenso, y lo extenso conciso. Los sentimientos quedan coartados por la censura impuesta, haciendo un vacío donde debía ir un relleno. Cuando termino, y leo, a pesar de lo poco transcrito, la satisfacción embarga los sentidos. Todo ha pasado como una corriente de aire fresco en la noche canaria. El silencio de las paredes tupidas de taquillas es tan elocuente como la impureza de su encalado. ¿Cuántas injusticias habrán percibido, y cuántas verdades se callarán?.

Pongo a buen recaudo las cuartillas, y me voy a dormir.

Día 16/07/1961, domingo: Diana. Me aseo.

Tocan fajina. La malta con leche hace el milagro de dejar satisfecho al estómago.

Con maestría musical, vuelve a lucirse la corneta dando el aviso que el páter ha venido para la celebración de la Santa Misa. Una vez más, la oigo con devoción... lo que me enseñaron de niño... aunque a otros, en cambio, les causa fastidio. Hoy el servicio de limpieza se hace cuando termina la misa. Parece que esa guerra que nos llevó a "invadir", ficticia y humorísticamente, la catedral de Las Palmas, la ha ganado el cura.

Tocan marcha de frente para salida de paseo. Hoy son muchos los que se quedan, dando brillo al uniforme de gala para el desfile de mañana. Yo me visto de paisano, y bajo a Las Palmas.

Bajando por la cuesta del cuartel de Artillería, me quedo mirando muchas de las cosas que pronto serán recuerdos para mí: la mar... los veleros... las lanchas... La navegación en el desnudo del aire límpido y vacío llena mis pensamientos. Sé que ponto serán simples recuerdos, e intento plasmar las imágenes con fuerza en mi hipotético álbum mental.

Innumerables bañistas abarrotan la playa Las Canteras. No hay casi sitio por donde poder transitar. Busco inútilmente, con deseo, ese rostro inexistente que venga hacia mí, como fantasía, desconocida rozando el alma sedienta de compañía en esta soleada mañana.

Es casi la hora del papeo. Me apresuro a llegar al regimiento. Cuando entro por la puerta principal, ya están tocando a fajina. El centinela me apremia para poder entrar en el comedor a tiempo.

Hoy tenemos para comer cocido andaluz, pescado frito con ensaladilla, y plátanos. Quedo satisfecho con el menú. Fumo un cigarro, y pido permiso a un cabo cuartel para ver si puedo dormir la siesta en alguna litera que vacante de inquilino. Me presenta varias, y sesteo durante dos horas.

A las cinco y media, subo al campamento. Cuando llego, decae la tarde. Termino de leer una larga novela, empezada hace días, y voy a la cantina. Pido al casi paisano, Pedro, una peseta de mantequilla y otra de carne de membrillo. No me cobra, puesto que le ayudo en algunos ratos libres. Hago un bocadillo con un chusco, que me sabe a gloria. Me fumo un cigarro. Y doy una vuelta por chabolas, viendo a los compañeros preparase para el desfile de mañana. Y voy a acostarme.

Día 17/07/1961, lunes: Diana.

Todos los apuntados para el desfile, se ponen los uniformes de gala después de un desayuno especial. Hoy hemos desayunado ni más ni menos que chocolate con churros.

Después, los desfilantes suben a los camiones, y los trasladan a la calle Triana, la más importante de Las Palmas. El campamento queda prácticamente vacío. Yo no he querido ir a ningún sitio. No es por nada en concreto. No tengo ganas de ir a ninguna parte. Me recreo en recordar lo poco que me queda de mili, y lo poco que me falta para irme a mi pueblo y encontrarme con las personas queridas. Se oye decir que para el día 22 salen hacia la Península unos pocos peninsulares. ¿Será verdad? ¡Ojalá esté yo en este primer grupo! De todas formas, parece un rumor infundado. Lo más probable es que tengamos que esperar que vengan los compañeros de reclutamiento que aún están en África. Si así fuera, por lo menos hasta el día 29 de aquí no sale nadie.

Hoy he tenido cartas de mi madre, de la novia, y de mi primo Bartolomé. A todos les he contestado diciéndoles lo mismo: que no me escriban más y tampoco esperen noticias mías, hasta que sea yo, en persona, quien pueda dárselas.

Así pasa otro día más en la vida de un militar, que está deseando dejar de serlo, por estar muy lejos de su pueblo... desde hace mucho tiempo, además.



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