LA CÁRCEL MILITAR DE "EL CASTILLO": Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 18/07/1961, martes: Hoy es el vigesimoquinto aniversario del Alzamiento Nacional. Esa onomástica adquiere especial relevancia dentro de un estamento militar. Sin embargo, para nosotros, terminado el desfile conmemorativo de ayer, salvo algún ágape, lo demás carecerá de interés, quedando en una fecha para el recuerdo. Para mí, y para los compañeros, es como otro día cualquiera, excepto que tenemos fiesta. Diana. Me levanto, y me aseo.

Fajina. Hoy tenemos para desayunar la "malta con leche", por un día, más "leche que malta", valga la redundancia.

Tras el desayuno se forma el batallón, y nos dan una breve locución sobre el Alzamiento Nacional, poniendo énfasis en la importancia y benevolencia de esta fecha histórica, éste 18 de julio, que parece ser cambió el rumbo de España.

Visto desde hoy, no dudo que el acontecimiento cambiara el rumbo de España. No obstante, no quiero metermeme en un terreno peligroso, y definirme si fue para bien o para mal. Cualquier guerra es deplorable. Aún así, sobre este tema habría dos versiones, dependientes de quién las cuente.

A las nueve de la mañana tocan marcha de frente. En el servicio militar tienes que sacar provecho de todas las fiestas que se celebren. Así lo entiende la tropa. De lo contrario, se caería en una depresión si nos centráramos, exclusivamente, en la morriña de la tierra, y en la añoranza familiar. Como siempre, cada cual tiene las ideas bien claras sobre dónde quiere, o puede ir. Mi aspiración, por encima de cualquier otra, queda marcada por la esperanza del cercano licenciamiento. Tengo deseos locos que llegue el día 20 por ver si nosotros, los peninsulares, también entregamos la ropa militar, como los compañeros insulares de reclutamiento, ya regresados del Sahara. En fin, estoy como en una nube. Quiero dormir. De esta manera, el día transcurre más rápido, y no te das cuenta de nada, esperando que amanezca otro día que te acerque al final de la mili. Y eso es lo que hago: dormir, y darme un largo paseo en solitario por los alrededores del campamento.

Decae la tarde, y suena el toque de fajina para la cena. Esta noche tenemos cazuela de fideos con patatas, y carne a la jardinera.

Auque parezca que somos pocos veteranos, somos bulliciosos, movidos por la alegría de saber que pronto llegará el día de estar con nuestras familias. Los soldados-reclutas, en cambio, están mustios y desorientados: oyen las vicisitudes de Villa Cisneros, relatadas con la jocosidad propia de quienes saben que ya forman parte de su pasado... y se sienten a la deriva antes de ser enviados a pisar arenas africanas.

Me fumo un cigarro, y me voy a dormir.

Día 19/07/1961, miércoles: Amanece sin darme cuenta. Es un día luminoso, bello, pero sin más aliciente que cumplir, como todos, con los deberes y obligaciones de ayer y de mañana, deseando que transcurra pronto, llevándonos cada vez más cerca del día soñado.

Tras el desayuno, bajo al regimiento, acompañado de Antonio, a por el pan. El número de raciones necesitadas ha aumentado desde que llegaron algunos veteranos desde su destino africano. No podemos alimentarnos del aire, por muy sano que aviente en estas alturas de la isla.

Sube Antonio las raciones de pan en el camión de los oficiales, y yo me quedo en el regimiento a recoger la correspondencia. Quiero irme antes de comer. No es la hora habitual de la subida del páter. Hoy voy en el Land Rover del teniente de los giros. No espero recibir nada monetario, y ni siquiera le pregunto si estoy en la lista de afortunados receptores de cantidades pecuniarias.

He llegado con el tiempo justo de papear, con mis compañeros, en el extenso comedor, de techo, el cielo... por piso, el suelo riguroso... y por paredes... ninguna... o de haberlas, son el infinito. Hay para comer hay ropa vieja, sopa, y plátanos.

Tras la comida, Araujo, a pesar ser consciente de su inminente traslado al Sahara, parece no sentir lo que se le viene encima en los días próximos, y se va a la cala a disfrutar de un baño y recrear la vista con canarias de caras bonitas y esbeltos cuerpos. Yo hacía lo mismo a media mili, pero ahora mis circunstancias son otras, por la espera del pronto licenciamiento. Araujo me invita a ir con él a la playa, pero rehúso. Prefiero pasar la tarde, solitario y meditabundo, en la montaña donde está enclavada la cruz de Santa Catalina, y ver la inmensidad del Atlántico... preguntándome, como siempre, ¿por dónde se irá a mi pueblo?.

Se echa la noche, y es hora de papear. Cuando llego al campamento, ya están repartiendo la cena. ¡Si me descuido un poco, hubiera llegado tarde! Esta noche tenemos para cenar patatas con huevos, y empedrado de lentejas con arroz.

Después de cenar, doy una vuelta por las chabolas. Me encuentro con mi amigo Anselmo. Fumamos un cigarro, mientras hablamos de sus aventuras por el Sahara. El toque de silencio pone fin a nuestra conversación. Y a dormir...

Día 20/07/1961, jueves: Amanece... una vez más. Hoy es un día con cierta curiosidad y esperanza.

Los peninsulares sufrimos otra decepción, viendo a los canarios, compañeros de reclutamiento, entregando todo cuanto el ejército les dio al llegar a la mili, a cambio de la ansiada cartilla verde... ¡el sueño de un soldado!... ¡"la verde"! Se marchan todos, y nosotros nos quedamos de aquí para allá... a pagar el pato, como vulgarmente se dice. Es difícil entender esta discriminación. En fin, ¡qué le vamos a hacer!. Es una "puta deuda" que tenemos que pagar al ejército, a la patria, o no sé quien... y es mejor hacerlo de buen grado... que siempre será más beneficioso para todos. Bueno... pues eso... ¡a la fuerza ahorcan!... ya sea riendo... o llorando.

Con este desengaño, se me han quitado las ganas de transcribir más sobre este día. Lo dejo, refugiándome en la cantina, hoy repleta, a rebosar, de soldados. Los que se van, celebran tan esperado acontecimiento. Y quienes nos quedamos, ahogamos las penas con vasos de vino y copas de ron. Entre unos y otros sólo hay una absurda diferencia: ser canarios, o peninsulares. Eso sí, quienes se van, están tan contentos, que son ellos quienes invitan.

Día 21/07/1961, viernes: No sé por qué, hoy estoy despierto bastante antes del toque de diana. Tal vez sea la factura del disgusto de ayer. Aunque aún me pregunto por la razón del desengaño. ¡Si tenía archisabido que iba a suceder así!. Amanece entre brumas doradas vistas a través de la ventana de la oficina. No oigo nada. Todo es silencio, excepto el eco de olas del cercano Atlántico al chocar contra las rocas. Tocan diana, y dejo de filosofar.

Fajina... ¿Qué mejor que la malta con leche con un chusco y un espolvoreo de azúcar para quitar el mal sabor de boca de la decepción de ayer?.

Hoy, como las últimas fechas, apenas reseño en mi diario lo sucedido durante el día. No es que no tenga qué contar... es que no tengo ganas. En realidad, podría rellenar folios y más folios con las anécdotas oídas en los lavaderos sobre la estancia de los veteranos en Villa Cisneros, pero podría meterme en un buen lío si alguien se enterara de que estoy reflejando dichas historias en mi diario. Más vale dejar el tiempo caminar por sí solo, y ordenar la secuencia de los sucesos, estableciendo un pasado inmemorial, un presente esperanzador, y un futuro inextinguible.

Después de hacer todo cuanto está en mis obligaciones patrias, llega la hora del papeo... que, aunque sea por ausencia de mejores alicientes en la mili, a todos nos hace felices. Hoy tenemos paella a la valenciana, rehogado de garbanzos con patatas, y plátanos.

Tras hacer por la vida, me acuesto a echar la siesta. Me levanto a las cinco de la tarde. No sé si mi futuro es la añoranza, alegría, felicidad, o contento. El presente parece un símil de tantas cosas que desconfío se hagan realidad, dada la insatisfacción con la que despierto.

Doy una corta vuelta por el perímetro del campamento. Al volver, recalo a la cantina viendo a mi casi paisano, Pedro, muy atareado con la heterogénea clientela, en cuanto a gustos: bebida, bocadillos de chacina, carne de membrillo, mantequilla, etc. Me pide que le ayude, y allá que me cuelo en el recinto de la barra, echándole un capote en lo que puedo, hasta la hora de la cena. En vez de ir a degustar el rancho militar, Pedro me sirve un bocadillo de chorizo y un vaso de vino... con un posterior vaso de leche de postre.

Después de esa cena especial, llega el toque de silencio, y me voy a pernoctar a mi bendita oficina, más alegre que unas pascuas... comenzando la desigual batalla de la fiel infantería de cinco contra uno, acabando con la dulce entrega del enemigo solitario... me duermo soñando sueños que podrían ser genuinos dentro de unos días... cuando me licencien.

Día 22/07/1961, sábado: Otro día, sin novedad. Aunque parezca que todo sucede tan rápido como lo cuento, no es así. Todo transcurre despacio, pero sigue igual: las comidas, servicios, obligaciones, y demás zarandajas. Ocurre que todo queda en un segundo plano, y no cabe en mí, con carácter apremiante, nada más que la idea de obtener la cartilla verde.

Hoy he escrito sendas cartas, a mí madre, y a la novia, diciéndoles a ambas que no se preocupen por mí... que aún no puedo irme, como serían mis deseos...que esperemos al próximo sábado, quizás tengamos esa suerte de ser licenciados. Ya sé que es mentira, pero otra cosa no puedo decir. Imagino la decepción, máxime para mi madre. ¡Pero qué le voy a hacer... si no hay otra cosa!. Peor sería herirle con pesimismos.

Nos han dado la noticia que el día 25 marchan todos los soldados-reclutas para África a relevar a nuestros compañeros. Si digo lo que pienso, creo que ellos lo estarán pasando mucho peor que nosotros un 99,99 por ciento. Y es que eso de querer ir voluntariamente al Sahara a servir a la patria, es una excepción, muy excepcional.

Concluyo la escritura de ambas cartas, y me voy a Las Palmas a echarlas al buzón de correos, con tres pesetas más de capital. Entro al cine Pabellón Santa Catalina, distrayéndome unas horas viendo dos películas. Una de ellas, parece un cuento ilustrativo para los usureros de la vida real. El argumento del film es de un prestamista, dueño de una casa de inquilinos, que no perdonaba una fecha de pago atrasada. Además de sus avarientas cualidades, también tenía la de "ladrar" (como suena) cuando presentía que cualquier persona llamaba a su despacho para pedir una limosna. De esa forma ahuyentaba a los peticionarios. Hete aquí, que a su puerta llamó una anciana mendigando limosna. Al oírlo "ladrar" le maldijo: "Como perro que ladra, te veas, y no tengas salvación hasta que no te traten con cariño". Y, al instante, se convirtió en un precioso can. En fin, el usurero pasa lo suyo... y tiene que pagar con buenas acciones de perro lo que no hizo como ser humano. El final es que se vuelve una buena persona. Aquí termina este cuento... que en la vida el fondo inicial es una cruda realidad, salvo la pequeña variante de que en ella no existe la transformación. Como se puede comprender, aunque sea buena como fábula, la película, como espectáculo, no es nada del otro jueves, pero, en determinadas circunstancias, permite pasar un rato agradable.

Vuelvo al campamento, y ceno un chusco con viandas culinarias de las que me da mi casi paisano en la cantina. Y me acuesto. Estoy cansado y tengo ganas de dormir. Y me pierdo en el sueño, envuelto en celajes de recuerdos.

Día 23/07/1961, domingo: Diana.

Después de acicalarme, y desayunar, suena la trompeta a llamada para la Misa.

Una fecha festiva, ya no me motiva, como antes, pero a los soldados-reclutas les encanta por el día libre que tienen. Yo pienso, una vez más, que el pasar de los días va desgastando los eslabones de esta cadena que me tiene atado a la vida militar... ya por poco tiempo. Mientras tanto, este día dominical invita a dar gracias a Dios por la vida misma. El optimismo, aunque sea forzado, transpira por todos los poros del cuerpo. Hago una montaña de felicidad de un pedrusco de lava calcinada, que el tiempo ha hecho fértil y, entre sus rendijas, retoñan hierbas que florecen.

Tengo deseos de dar una vuelta por Las Palmas, y echo cuesta abajo hasta llegar a la playa de Las Canteras... donde me encuentro a varios soldados-reclutas en busca de una taberna donde poder tomar unos vasos de vino. Me invitan. No rehúso. Les enseño un bar, donde hace tiempo tomé con los paisanos unas tapas de morcilla con azúcar. Parece que algunos, entre ellos a un gallego, parece hacerles gracia, y se lo toman a broma. Lo prueban, pero no resulta de su agrado.

Yo no quiero morcilla dulce. Me apetecen las "papas arrugás", Están muy buenas. Su único ingrediente es cocerlas con agua de mar, y degustarlas con cascara. Tienen dos sabores distintos, la cascara y la carne. Aunque estoy harto de papeo, estos casos son diferentes... y con un vaso de vino, mejor que mejor. La gastronomía canaria es variada. Algunos de mis compañeros dan buena cuenta de ello, saciándose hasta de "mojo picón". Yo estoy satisfecho cuando salgo del bar, y lo que quiero es dar un paseo por la playa de Las Canteras... repleta, como siempre, de un sin fin heterogéneo de bañistas, tostándose en la arena.

Son las ocho de la tarde. Los compañeros tienen permiso toda la noche. Pasado mañana los trasladan a África, y han querido tener una atención con ellos. Estoy aburrido, y no me apetece estar más tiempo por esta ciudad bendita. Aunque la compañía es grata, echo de menos a mis paisanos. ¿Qué harán por Villa Cisneros?.

Paso tras paso, cuando quiero darme cuenta, ya estoy en la cuesta de Artillería. Un suspiro de alivio satura los pulmones por el momento fatigoso del empinado ascenso. Vuelvo la cara, y miro la belleza de cuanto he dejado atrás. La bruma de la noche me juega una mala pasada. Hasta el viento y los recuerdos se adueñan de los sentidos. El rocío de la noche se ha vuelto en mi contra. Me rescata el recuerdo de esos lugares remotos que más quiero.

Cuando doy vista al campamento, ya están repartiendo la cena. Apresuro el paso, llegando con tiempo. Esta noche hay para cenar compuesto de fideos, y salteado de patas con cordero. En bromas, le digo al compañero que reparte la cena si puede echarme otro cazo "de carne, que no lleve patatas" (sic). Se lo toma en serio... mira los soldados que hay en fila... y, sin decir nada, me pone la marmita a rebosa, hasta la tapadera.

Voy a la oficina a cenar a la luz de las bombillas, y me siento en un banquillo, cenando opíparamente. Fumo un cigarro, doy al oficial de guardia la lista de quienes tienen permiso para llegar tarde, y me acuesto en la litera, durmiéndome hasta el amanecer.

Día 24/07/1961, lunes: Diana. Es un lunes, tan lunes como cualquier lunes... aunque tiene un sabor especial, lunes ya me quedan pocos por estar por aquí.

Todo transcurre con lentitud indiferente para la mayoría, aunque para mí es un fastidio. Quisiera que el tiempo de espera de vuelta a casa corriera a mayor velocidad. Lanzo mis deseos al aire con la vaga esperanza que todo pase en un suspiro, para sentirme entre los míos. Estoy deseando regresar y poder abrazarlos. Todo me parece una leyenda de ensueño. De momento nada parecida a la realidad, pero esto de la mili pronto quedará en una aventura, y no tendré más que soñar deseos imposibles.

Hago lo de todos los días, hasta el toque de fajina. ¡Fajina! No sé que expresión objetivar a propósito de esta hora mágica. Hoy tenemos paella a la valenciana, estofado de garbanzos, y plátanos.

Después de comer, voy al lavadero para dejar limpio un pantalón, dos pares de calzoncillos, unos pañuelos, y dos toallas. Vano empeño el mío. Está el lavadero que no cabe un alfiler. Parece que nos hemos puesto de acuerdo todo el batallón para hacer los deberes al mismo tiempo. Al fin y al cabo, esta concordancia tiene mucho sentido. Mañana los soldados-reclutas serán trasladados al Sahara. Los pobres, pensarán con razón, que allí van a tener racionada el agua para hacer coladas.

Es temprano, y no tengo nada que hacer. Espero, leyendo una novela. Una hora más tarde, queda una losa libre para ejercer mi labor de lavandero.

Termino la colada, y voy a la oficina. En rectángulo de la ventana, se orea toda la ropa, excepto los pantalones de caqui. Aunque no los uso mucho, hay que tenerlos preparados para cualquier contingencia. Apenas me da tiempo de fumar un cigarro. El toque de trompeta hiende el viendo con inconfundible sonido del papeo. Esta noche tenemos cazuela de fideos con patatas, y carne a la jardinera.

Y a dormir...

Día 25/07/1961, martes: Fiesta del apóstol Santiago, patrono de España y del Arma de Caballería. Sin embargo, hoy es día de intenso movimiento para todos, especialmente para los soldados-reclutas. Para ellos, será una fecha aciaga e inolvidable: Embarcan a las doce de la noche rumbo hacia Villa Cisneros.

A la cinco de la tarde, queda otra vez solo el campamento... salvo algunos perros sin dueño de los que merodean de aquí para allá, buscando algo para comer. También los hay de "dos patas... carroñeros", que entran y salen de las chabolas, buscando cualquier cosa que se les haya olvidado llevarse a sus compañeros (me estoy refiriendo a unos cuantos soldados, insensibles, del batallón de Castilla Nº 18, de Badajoz... diría que no se sabe muy bien lo que pintan aquí).

Después de una tarde aturdido por la soledad, me encuentro en el muelle grande, vestido de paisano, despidiendo a mis compañeros... entre ellos a Miguel Araujo Molinero, Felipe Cañadas Domínguez, Antonio, y tantos otros. La nobleza y sencillez ha sido nuestro cotidiano vivir durante el poco tiempo que hemos estado juntos. De mi corazón brotan sentimientos de compresión, amistad, y respeto mutuo, entre personas que, a pesar de ser desconocidas hasta cierto momento, se han portado tan generosamente conmigo... y yo con ellos. Emocionalmente, no me siento bien para la despedida. Siento un nudo en la garganta que no me deja hablar. He de reconocer que sentimentalmente soy un chiquillo. En vista de mi estado de ánimo, me despido como puedo, deseándoles a todos desde lo más profundo del alma que tengan mucha suerte en la nueva andadura y en su nuevo e inhóspito destino. Disimulando las lágrimas en mis ojos, el pañuelo revolotea en las manos como blanca paloma presa, que quiere volar, y no la dejan.

Después de la despedida, subo al campamento. Esta noche está medio solitario. Los instructores que había han bajado al regimiento. Quedan sólo los veteranos peninsulares. Yo tengo que dormir aquí. Son órdenes del capitán D. Enrique Pamis Porta... el cual se ha portado conmigo como el padre que, por fallecimiento, no tengo. Hoy me he prometido a mí mismo enviarle una copia de mi diario, mostrándole mi agradecimiento eterno. Le rogaré que, cuando lo lea, guarde mis sentimientos y peripecias de mi paso por la vida militar como cosa sagrada, y perdone mis faltas de ortografía... y otras que he sabido ocultar en lo profundo del alma. En fin, no pensaba, bajo ningún pretexto, que nadie supiese mis más íntimos secretos, pero siempre hay una excepción, y ésta parece ser una de ellas.

Tengo por honestidad, hacer un "mea culpa" al no cumplir la promesa que me hice. Lo siento, mi capitán. Ya es tarde. Gracias, esté donde esté. Quizás el tiempo pasó demasiado rápido para mí. Trabajar, formar un hogar, una familia, y no tuve tiempo de reescribir "Mi Querido Diario", ni siquiera de releerlo. La vida rige nuestros destinos, y se impone a nuestros deseos.

El diario estaba en silencio, olvidado en el baúl de los recuerdos. Salió mientras yo sufría y ardía como una pavesa por una dolencia, Ataxia de Friedreich. Reescribir mi diario de la mili, aunque haya de teclear con un solo dedo y a cámara lenta, me sirve como terapia ocupacional en medio de esta enfermedad degenerativa. Durante mi vida activa, no he tenido otro deseo que no fuese el de vivir para y por mi familia. Mi diario de la mili ha estado oculto (físicamente), esperando el momento justo de volver mi vida... precisamente cuando más falta le hacía a mí cansado corazón. ¿Por qué ahora? ¿Por qué no creer en la Providencia, y en el destino que nos tiene guardado Dios? ¿Por qué ha surgido mi diario de la mili para volver a vivir en mis últimos años la dulzura de haberlo reescrito, evocando una vida llena de entusiasmo juvenil? ¡Gracias, mi pequeño y querido diario de la mili!.

Día 26/07/1961, miércoles: A pesar de ser tan reducido el número de inquilinos, en el campamento todo continúa como si estuviésemos al completo. Quizás parezca un sarcasmo lo que está pasando, pero esto parece un pequeño regimiento de varias compañías: cada cual va donde quiere, si no tiene servicio especial. Aquel trabajo diario que había cuando estaban aquí mis paisanos, ya no existe hace tiempo. Ni allanamos explanadas, ni construimos campos de fútbol, o de tiro, y ni siquiera gallineros (proyecto que yace en el olvido). No obstante, como siempre, siento el toque de fajina, y la llegada del camión trayendo el desayuno, trompeteando con su claxon desafinado.

Tras el desayuno, he de hacer los mismos deberes cotidianos, como si no hubiera pasado nada: traer el pan y la correspondencia. Bajo al regimiento. Aquí también parece que la mañana es diferente. Veo al capitán, don Enrique. Me dice que arregle la oficina, y mire las taquillas y las chabolas, por si alguna cosa de los trasladados al Sahara se ha quedado olvidada.

Después de comer en el regimiento, subo al campamento. Reviso taquillas y chabolas. Cierro la oficina, y voy un rato a la cantina con mi "paisa", Pedro. Él no cierra, se debe a los pocos clientes que quedan, y a los del batallón de Castilla, asiduos por dicho "aguadero". Al poco de estar allí, me comunica que ha pedido permiso para que me quede con él hasta la hora de cerrar. Pedro tiene influencias, pues algunos oficiales también pasan por la cantina.

Ceno un bocadillo de chorizo, regado con un buen vaso de vino, y me voy a dormir.

Día 27/07/1961, jueves: Amanece. Siempre amanece. ¡Qué remedio! Somos pocos pero bulliciosos. Casi todos durante los últimos días, van, y vuelven de Las Palmas, pertrechándose de todo cuanto necesitan para hacer regalos cuando, licenciados, lleguen a casa: tabaco rubio, ropa de terciopelo, etc. En fin... de muchas cosas que en la península están muy caras, o no las hay. Además, tienen dinero fresco, y no hay quien los aguante. Yo no tengo ni un real. Tal vez por eso, por comparación inevitable, en cierta forma, siento un poco de envidia, que deriva en melancolía.

¡Fajina! "¡Éramos pocos, y parió la abuela!". Este refrán viene a cuento por venir algunos soldados del regimiento a comer. Si bien, todos pertenecemos a la misma agrupación, han venido a ver qué tal se come por estos pagos. A las horas de comer no se pasa lista. No sólo puedes faltar cuando y cuantas veces quieras, sino también meterte a comer en el cuerpo del ejército que más a mano te pille... aunque la diferencia suelen ser cantidades, o comodidades en el comedor. El menú, salvo ingredientes (más carne entre las patatas, por ejemplo), no suele variar. Hoy tenemos estofado de patatas con carne, arroz blanco, (no lo pruebo, porque no me agrada), y plátanos.

Por la tarde, es un remolino de recuerdos lo que siento. Absorto estoy en ellos. Esta noche me invita mi casi paisano, Pedro, a un bocadillo en la cantina, y no sé lo que hay de cena en el rancho militar. Colaboro con él un poco... hasta la hora de ir a dormir con el sonido de la trompeta tocando a silencio... sumiéndome en el sueño más dulce de los sueños.

Día 28/07/1961, viernes: Hoy tengo guardia en la cárcel militar de El Castillo. Ha salido mi nombre en la orden del día del regimiento. Como somos pocos, han echado mano a quienes antes estábamos exentos de servicios.

Me visto con el traje de guardia, y desayuno en el regimiento. Luego montamos en un furgón para traslados, y atravesamos Las Palmas de principio a final... hasta llegar a nuestro destino.

Es la primera vez que vengo por estos parajes, y voy a dar sucintamente una versión imparcial bajo mi modesta opinión de cómo es El Castillo, y sus "inquilinos". Empezaré por decir que está ubicado en una montaña desde donde se ve Las Palmas a más de 400 metros por debajo. Por la parte de atrás, hay un barranco. En la ladera, todo cuanto se ve es una inmensa alfombra de plataneras y unas casas agrupadas, que la distancia les hace de parecer pequeñas poblaciones.

La entrada a El Castillo es una explanada... el final de ella es un precipicio... siendo poco menos que imposible escapar de la cárcel por allí. La parte interior es como un cuartel de pequeños apartamentos con el nombre de celdas. La número uno está ocupada por un moro (prisionero militar de África). No se sabe el tiempo que tiene de prisión. Dicen que sólo espera ser canjeado por otro prisionero que tengan nuestro... Esto puede suceder mañana, pasado, dentro de un mes, un año, o dentro de veinte años. ¡Menuda perspectiva!.

La segunda parte, está ocupada por más de cuarenta reclutas que han dado con sus huesos aquí por diferentes motivos, generalmente rebelión, o insumisión. Habitan todos juntos en una inmensa nave amueblada con todos los utensilios necesarios para hacer la vida más soportable: mesas de comedor, camas, etc. Nosotros, el servicio de guardia, tenemos órdenes de entrar desarmados a llevarles la comida. De día, pueden salir a un patio con forma de triángulo, con una muralla de más de cinco metros altura, para no poder escapar.

Además, hay una sección de celdas... cinco de ellas ocupadas cinco individuos con "vocación femenina"... que los han metido a pasar el servicio militar obligatorio aquí encerrados. La celda número diez la ocupa el recluso más peligroso. Dicen que le faltan veintiocho días para salir. Ha cometido la anormalidad de medio matar a otro militar con el trozo de una botella destrozada.

Los demás, están presos por mala conducta. De uno dicen que ha tenido la cobardía de darse un tiro en un dedo de la mano, destrozándoselo para que lo licenciaran antes. Otro, le ha pegado a un superior. En fin, todos con diferentes problemas y un mismo común denominador: su peligrosidad y falta de escrúpulos. La mayoría son legionarios, paracaidistas, marineros, y de otros cuerpos del ejército... muy revoltosos... no están aquí por ser unos angelitos. Como siempre, la excepción confirma la regla. También los hay buenas personas, que, por desgracia, ha cometido una tontería, y se ven en este sitio donde pasan la etapa más aciaga de sus vidas. ¡Me da desasosiego pensar que han de estar todo el día vigilados desde el pasillo existente sobre la muralla!.

Con esta pequeña explicación, que no es la más exacta, comparada con la realidad, termina la guardia en esta cárcel militar de El Castillo, donde se ahogan tantas ilusiones en la vida de un hombre. ¡La vida es bella! ¡La vida, a pesar de todos sus inconvenientes es bella... pero lejos de éste triste lugar!.



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