EL REGRESO DE ÁFRICA DE MIS PAISANOS: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 29/07/1961, sábado: Amanece en esta prisión militar llamada "El Castillo".

Después de andar vigilante las 24 horas del pasado día y entrada de este nuevo, hacemos el cambio de guardia. Montamos en el camión militar, y vamos al regimiento. Cómo, y subo al campamento a descansar. ¡Tengo un sueño que no me aguanto ni de pie!.

El campamento, tras el traslado al Sahara de los soldados reclutas, está semidesértico. Todo parece estar vacío. Aprovecho el escaso ajetreo de la tropa para el descanso. Aparte de dormir todo el día, levantándome únicamente a la hora de los papeos, guardo un rato para dejar en orden la oficina, quizás por última vez, pues es previsible que haya de ir a pernoctar al regimiento.

Me despido cordialmente de mi casi paisano, Pedro. Me dice, bromeando, que, cuando llegue a mi tierra, le dé recuerdos al pueblo que le vio nacer: Segura de la Sierra. La verdad es que no conozco dicha población. Se lo confieso, y se ríe a carcajadas. Dice que no tiene importancia. Añade que, en realidad, él hace años no va por allí.

Bajo al regimiento, y me presento al oficial de guardia para que me diga dónde puedo dormir.

Día 30/07/1961, domingo: Hoy tengo servicio de patrulla de vigilancia. Al ser pocos, nos llueven los servicios... casi seguidos.

Después del desayunar y oír misa, salimos a dar una vuelta patrullando por la playa de Las Canteras. A la doce y media, regresamos al regimiento para comer. Hoy tenemos cocido andaluz, pescado frito con ensaladilla, y plátanos. Durante la comida, se comenta que esta noche vienen nuestros compañeros de África. ¡Quiera Dios que sea verdad! Sólo Él sabe los deseos que tengo de verlos, y cuánto los he echado de menos.

Me levanto de dormir la siesta, y a las cuatro y media salimos de nuevo a patrullar. Nos metemos a vigilar en el cine Hermanos Millares. Proyectan la película "La Bahía del Tigre". Está distraída.

Salimos del cine, y seguimos dando una vuelta, vigilando a todo el que vaya vestido de caqui, como es obligación de este servicio de patrulla. Por cierto, tras la marcha al Sahara de los soldados reclutas, son muy pocos los militares que quedan, salvo los de otros cuerpos del ejercito. Diría que este invento del servicio es un rollo patatero: Uno ha de mostrarse condescendiente con los compañeros, y no buscarse enfrentamientos con los militares de otros cuarteles. Aunque siempre hay idiotas presumidos que se creen superiores por estar de servicio.

Antes de regresar al regimiento, aun nos da tiempo a ir a dar una vuelta por una fiesta en honor a la Virgen del Carmen, en este mismo barrio, llamado La Isleta.

Cuando llegamos, nos dice el sargento Tarajano, hoy a cargo del servicio de vigilancia, que esta noche tenemos que ir al muelle Santa Catalina a recibir a los veteranos. ¡Estupendo! Nunca he afrontado la idea de hacer un servicio militar con mayor agrado. En este caso, no sé discernir entre cumplir una obligación, y dar saltos de alegría por haberme sido encomendada. Me embarga una inmensa alegría.

Cenamos deprisa el compuesto de fideos y salteado de patatas con cordero, y el capitán D. Enrique Pamies Porta (que está de cuartel) nos da permiso para marchar hacia el muelle del puerto a continuar el servicio de patrulla.

Montamos en la guagua, y, poco más, tarde nos encontramos en el muelle. Está lleno de familiares de los canarios que vienen. Me encuentro con los familiares de mi amigo Carmelo Sánchez Cabrera, aunque él se ha quedado en casa. Me dan un bocadillo de jamón para que me lo cóma, ya que, según ellos, la espera hasta la llegada del barco puede ser larga. Aducen que casi siempre suelen llegar con retraso sobre el horario previsto. No me cómo el bocadillo. Lo guardo para mis paisanos. Dan las doce, y seguimos esperando.

Día 31/07/1961, lunes: A la una y cuarto de la mañana, atraca el barco, que lleva por nombre Billaben. Todo es un alboroto de alegría llamando por su nombre a sus familiares. ¡Por fin, acierto a ver a los paisanos! Están todos juntos Con la visibilidad reducida por ser bajito, al primero que veo (por su alta estatura) es a Fernando. Lleva un pañuelo blanco sobre la cabeza. Tiene el rostro demacrado, de lo mal que lo ha pasado el viaje en barco. Se marea mucho. Me aúpo cuanto puedo, y les hizo el bocadillo. Parece que traen hambre, y se lo comen a pellizcos.

Ha sido una inmensa alegría reciproca la que hemos gozado todos. Saludos, abrazos, que lastiman por el cariño sentido unos por otros. Preguntas... y más preguntas... sin apenas dar tiempo a las contestaciones. La emoción embarga nuestros corazones. Todo trascurre entre alborozo indescriptible y emociones contenidas. Nos vamos caminando.

Cuando llegamos al regimiento son ya las cuatro de la mañana... pero sin ganas de acostarnos. Por fin, cada uno se acuesta el la cama asignada por los superiores, y a dormir se dice. Son órdenes... que si no, hubiéramos continuado de cháchara. ¡Pero... qué digo dormir! ¡Lo qué queda de noche no hay quien duerma... por la emoción !.

Amanece este bendito y dichoso día. Hoy tengo servicio de cuartel, pero esto no impide que esté casi todo el día con los paisanos, contándome un poco de lo mucho que les ha acontecido en el Sahara. No puedo reírme más de todo cuanto me narran... especialmente con José y Gil... con lo exagerados que son ambos. A Fernando parece que se le ha pasado el mareo del barco, y le ha buelto el color al rostro. Le veo más delgado que cuando marchó. José María "Flores", a pesar de ser el más callado, parece que ser, entre todos, quien ha regresado más lustroso: No en vano, ha estado de cocinero. Mi primo Raya está como todos, muy moreno... con la cara curtida por el clima del desierto del Sahara.

Esta tarde salimos todos juntos de compras. Hemos entrado en una tienda a comprar unas pañoletas, y se ha "despistado" una de ellas. El dependiente no hacía nada más que preguntar: "¿el pañuelo que había aquí, dónde está?". Nosotros, con cara de "reclutas inocentes" le contestamos: "¿qué pañuelo?". La pañoleta se ha venido con nosotros, como diciendo: "¿qué hago yo aquí encerrada en un cajón cuando puedo estar pronto vacilando en la península en la cabecita de alguna señorita?. Después de estos episodios, propios de quienes, sin madera de ladrones, no tienen ni un duro y les sobra juventud, entramos en una taberna, a tomamos unas botellas de vino y algunas cervezas. ¡Ha sido una tarde maravillosa!.

Y a dormir...



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