LLEGADA A CASA, Y FINAL DEL DIARIO: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 09/08/1961, sábado, (continuación): En Baeza, subimos, sin desayunar, en el tren Madrid-Andalucía. Nada teníamos, exactamente nada... ni para comer, pero la alegría de volver a casa tras dieciséis meses seguidos de mili forzosa en Canarias, nos hacía ir cantando. En el vagón no iba nadie más que nosotros seis: Fernando Ribas, José Ribas, Andrés Raya, José María "Flores", Gil Rodríguez, y yo (Bartolo).

En dicho tren nos ocurrió otra pequeña aventura: Habíamos montado sin billete, por no tener ni una jodida perra gorda entre los seis. Viene el revisor, y, al no llevar billete, nos quiere echar abajo. "¿¿¿¿¡¡¡¡Abajo!!!!????". Ha faltado poco para que fuese él quien saliese por la ventana. Viendo la cosa fea, llama a la pareja de la guardia civil que va de servicio en el tren.

La verdad es que estábamos dispuestos antes de bajar del tren, a que fuesen tres, el revisor y los dos guardias civiles, quienes se apearan en malas condiciones. El servicio militar hace marmotas, pero también hombres. Digo esto porque, sin llegar a levantar la voz, le dijimos a la guardia civil que hoy llegábamos a Jódar por encima de ellos... sus mosquetones, sus pistolas, y toda la artillería junta. Así lo debieron ver y entender. Sólo se limitaron a pedirnos el carnet de identidad. Les enseñamos la cartilla verde. Con ella fue suficiente, no sin antes tomar nota de nuestros nombres y del pueblo que éramos nativos.

Tengo que hacer un paréntesis retrospectivo, y contar cuanto recuerdo de aquella mañana que fue bastante más seria de cómo, por prudencia derivada de aquellos tiempos (era 1961), está descrita en el original del diario... ya que meses más tarde... un día, estando trabajando en el almacén de "El Curilla", se presento "El Meloso" (alguacil) con un recibo del Ayuntamiento de treinta y siete pesetas por los costes de haber venido sin billete desde la estación de Baeza hasta Jódar.

La guardia civil no olvidó lo impotentes que se vieron y el ridículo que hicieron cuando les dije que éramos tan soldados y cabos como ellos. Si el Ejército nos sacó de nuestras casas, nos tenía que llevar hasta ellas. El cabo me contestó que ya estábamos licenciados, y ya no pertenecíamos al ejercito. Mi respuesta fue que teníamos permiso indefinido, pero no que estábamos ya exentos de nueva incorporación a filas. Y les pregunté: "¿Qué pasaría si recibiésemos la orden de incorporarnos ahora mismo al Ejército otra vez?". No supo, o no quiso contestar. Le dije que mandase el coste al Regimiento de Infantería Canarias Nº 50. Me contesto que el Ferrocarril y el Ejército eran una misma compañía, ambos del Estado. ¿Pues entonces...?.

Por estos tiempos de 1961, la guardia civil no estaba acostumbrada a que alguien se encarara a ellos y les le hablara de tú a tú. Y mandaron el importe y la multa al Ayuntamiento de Jódar, y que fuese él quien nos cobrara. En realidad sigo sin entender los tejemanejes del asunto. ¿Quién mandaba la factura, y el recargo? Sólo pudiera haberlo hecho la línea de ferrocarriles. La competencia de la guardia civil es imponer orden, no cobrar facturas. Pero... fue la guardia civil quien tomó nuestros nombres... porque el revisor andaba escondido detrás de los tricornios. ¿Y qué pintaba el Ayuntamiento en este asunto? ¿El Ayuntamiento desembolso el dinero para cobrarnoslo a nosotros... o solamente hacia de intermediario?. En fin, entonces era así. Hoy resulta incomprensible. Pero, en aquel tiempo, en España, a alguien, aunque fuera un burro, le ponían el "marchamo" de autoridad... y había que acatar "sus rebuznos".

Yo me negué a pagar las 37 pesetas, por creer que no era justo. Y no pagué a pesar de las recomendaciones que me hicieron desde múltiples ámbitos de Ayuntamiento, de pagar, para no molestar a la autoridad competente. Me insuinuaron que todos habían pagado menos yo. Me volvi a negar a pagar. No era cuestión de dinero, pues ya tenía un salario diario... eran cosas de principios. 50 años después todavía no he pagado... ni me han molestado más veces con el tema. No me gustan las injusticias, y aquella era una de tantas como he ido padeciendo a lo largo de esta vida. Defendiéndome siempre como gato panza arriba. En este caso mismo, el único que dio la cara aquella mañana ante los guardias civiles, fui yo, de los seis que íbamos en el vagón
.

Cuando quisimos darnos cuenta, ya estábamos en la estación de Jódar. No sin antes ir admirando y recordando, uno por uno, los paisajes por los que íbamos pasando: Calancha... Cerro Gordo (donde tantas veces me había amanecido cogiendo esparto, y había visto el mismo tren-correo de este horario, donde íbamos ahora montados... y otras muchas zonas transitadas (con las migas que me daban los del cortijo de Calancha). ¡Qué vista tan maravillosa! El sol despuntaba por la escarpada sierra: su suave fulgor era luz celestial para mis sentidos azuzados por la grandeza del momento: Árboles... higueras... vías muertas, con vagones en desuso... y tantas cosas más... la Venta "La Chata"... el puente del Guadalquivir... las Lomas de Úbeda (a 12 km. del pueblo, donde tantas veces había ido a la recolección de algodón pagándome 10 pesetas diarias). Cada soplo de aire, tiene su historia en el recuerdo.

En un abrir y cerrar los ojos paró el tren, y subimos al "coche-correo", saludando a amigos y conocidos: Juan José "el Meloso", y Antonio (cobrador y conductor). No sé describir la emoción que nos embarga. Nos comemos la carretera con la vista: la fábrica de harinas (donde tantas veces he cambiado un kilo de trigo, por un bollo de medio kilo de pan, para seguir el camino con mis hermanos, mitigando el hambre... con el estómago medio lleno)... En medio de olivares, el cortijo de Juan "el Chucho" (donde he trabajado espigando)... la recta de "los pozuelos" (2 km. de larga)... la casilla de los peones camineros... la curva de los tomates... el cortijo "del Chorruelo" (con su huerto frutal)...la carretera, adornada con frondosas moreras (donde tantas veces paliaba la gazuza con su fruto)... en lo alto de la montaña La Fuente Garcies (con sus incipientes abetos de cinco o seis años)... el ancho camino del "Cortijo La Loma" (donde tantos años, verano-invierno, hemos "regado" su polvoriento camino con el sudor de la frente. ¡En este momento, todo me parece dotado de una ilimitada hermosura! ¡Hermosísimo en esta mañana de agosto!: Las Quebradas... el "Álamo del Señor"... el principio del ancho camino de la fuente Garcies... Cerro Nando... y a la entrada del pueblo, ¡ANDARAJE! (mi barrio... el barrio dónde nací y vivo).

¡Un sollozo asciende por la garganta, que se diluye en ella antes de emerger por la boca...! ¡Un suspiro!... ¡Un...! ¡Gracias Dios mío!. ¡Todo el barrio está de "bote en bote"! ¿Dónde está mi madre? ¡Santo cielo! ¡Me bajo del coche casi en marcha! ¡Estoy tan ágil como un ciervo! ¡Los vecinos me estrujan con abrazos y besos de alegría! ¡No me dejan llegar hasta mi madre! ¡Por fin, la veo! ¡Pequeña! ¡Preciosa como una vírgen... llorando como la Magdalena... pero de alegría! ¡Me refugio en sus brazos, y mis labios, con placer, gustan el sabor agridulce de las lágrimas que yo tampoco he podido contener!.

Es la una de la tarde. Mis hermanos están alrededor mío, también mi madre, y varios vecinos: entre ellos, Ramona, Antonia, Julia, Isabelita, María (madre de Sebastián, el "practicante naranjitas"), y muchos más. Quiero un poco de tranquilidad. Me enseñan un aparato de radio que han comprado. Se oye cantar a Manolo Escobar. Según me dicen con gracia: "El Escobar" ha barrido a todos los cantores". Sí, parece que la radio es suya. La verdad es que lo hace bien. Su voz, varonil, melodiosa, con sonidos de flamenco y copla, suena en mis oídos a música celestial.

Mi hermano, Joseíllo, ya le ha hecho saber a la novia mi llegada, diciéndole que me espere ésta tarde para ir a verla . El próximo sábado estamos ambos invitados a la boda de mi primo, Pedro. Se casa con la vecina, Carmen, "mi prima", como le llamaba, y sigo llamándole.

Vivo a la entrada del pueblo. Bibiana, en la calle Joaquín Galván, nº 25... "la calle ancha", en el barrio del "Lejío". O sea, a más de un km. de donde vivo. Para ir a su casa, tengo que atravesar casi todo el pueblo. Todos me conocen, y me saludan cariñosamente.

Cuando llego a casa de mi novia, estoy tan nervioso que a penas sé lo que hago. Saludo, y le doy un cigarro a su padre, "maestro Chércoles", de nombre Paco. Luego, llega su madre, Alejandra... a quien también saludo. Bibiana no se hace esperar. Baja por las escaleras con un traje oscuro, y un echarpé por los hombros ¡Está guapísima, o a mí, al menos, me lo parece! Nos saludamos con un tibio "hola...". Lo demás... vendrá por sus pasos... en la intimidad.

A mi "querido pequeño diario": Aquí me despido, mi querido diario. Te guardaré como una reliquia hasta el fin de mis días. O, quién sabe si me prolongaré alguna vez en otra faceta de mi vida digna de contarte, y nos confortemos ambos mutuamente. No creo que haya nadie más fiel que tú, y sepa guardar tan bien los secretos. ¡Hasta siempre! Créeme... y tú lo sabes: ¡te voy a echar tanto de menos! Has sido mi confidente durante mucho tiempo... y precisamente, cuando más me ha acuciado la soledad.

Apunte posterior: 19 de marzo del 2010:
Hoy he acabado de reescribir "Mi pequeño y querido diario" con sollozos contenidos por los sentimientos y el sufrimiento. Ni sollozar puedo de la dolencia física que "atesora" mi cuerpo. Mi querido diario, tengo que pedirte perdón por lo extenso que ha sido el volver a reescribirte de nuevo. Tú, mejor que nadie, sabes cuanta laboriosidad me ha costado, en medio de las limitaciones provocadas por mi enfermedad, y con qué entusiasmo he caminado por la vereda del recuerdo... mejorando algunas cosas originales y enriqueciéndolas en narrativa e inspiración. Siendo tu original musa de mis "desatinos poéticos"... de sentimientos tan emotivos... "matriz", donde ha nacido un ser vivo lleno de vida, deseos y ganas de expresar y escribir todo cuanto siente.

Querido diario, te doy las gracias por el tiempo que hemos estado juntos otra vez, recordando y reviviendo el pasado, entrelazado con el presente... con el mismo espíritu de siempre: Un volver a empezar, revestido de ese encanto ilusionado por la emoción y la añoranza de cuanto viví... y el ahora, presente de un incierto amanecer, lleno de incomprensible sufrimiento, suavemente mitigado por el amor de todos cuantos me ayudan y quieren: Especialmente mí querida enfermera y abnegada esposa, Bibiana, y mi, no menos querido hijo, Francisco. El hogar sin ellos, sería la más triste definición de la palabra: "nunca". ¡Gracias, Dios mío por ser tan generoso! Llévame con mi difunto hijo Bartolomé cuando Tú lo creas necesario. Mientras tanto, ayúdame a sentirme querido y a superar con la fuerza de la fe en Ti, todo cuanto me quede de vida lo más dignamente posible, teniendo a mí lado a mí querida esposa Bibiana, a mi hijo Francisco, y demás familia
.

A Canarias: Hoy, al finalizar de reescribir mi diario, puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que las islas afortunadas son más afortunadas, bellas y prosperas, que los años en los que pasé allí la mili (1960-61). ¡Quién pudiera ver de nuevo aquellas bellísimas islas, dónde tantos sueños tuvo un soldado enamorado de ellas! ¡Jamás he podido olvidarlas! Al menos, ahora he vuelto a ser joven con la reescritura de mi querido diario, vivido durante mi servicio militar en Canarias.



Volver al índice de "Mi pequeño diario".