INTENDENCIA: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich
Día 02/04/1960, sábado: Hoy fue mi primer desayuno en la mili: "café con leche"... es decir, agua de achicorias
acompañado de un trozo de pan, y de los dos chuscos que me dieron para todo el día.
Fue el principio de una mañana agitada. "¡A formar por estatura!", ordenaron. (No tenía prisa, ya que era de los más
bajitos). "¡De frente!". "¡Media vuelta!". "¡Derecha... izquierda... alto... saluden... descanso!". No daba tiempo a nada.
Siempre corriendo de un lado para otro, a toque de corneta. Y cuando finalizaba la faena de instrucción, a coser, pegar
botones... etc, etc.
Cómo un sastre corté cuanto me sobraba del pantalón que me habían dado... que era mucho... hubiera podido hacer
tres a mi medida de aquella prenda. Toda la ropa me estaba muy grande. Enorme.
Nos visito el capitán, Don José Díaz Piñate, para comprobar, in situ, los progresos que habíamos realizado. Quedó
satisfecho.. Eso dijo. Se ve que era cierto, porque nos dio permiso para salir por la tarde de paseo, y ver Las Palmas,
acompañados por el instructor.
Me vestí con el traje de paseo que había confeccionado a partir del que me
dieron. Me sobraba para hacer otro traje de mi hechura, pues había
cortado las perneras, pero no la holgura de cintura... ésta quedaba
arrebujada por el cinturón. Ni corto ni perezoso, sin recelo, me presenté
ante el capitán vestido con tal traje. (Si me inflan, floto en el aire como un
globo). ¡Tales eran las dimensiones del traje en proporción a mi tamaño,
que el capitán se apiadó de mí!. Quizá fuese por solidaridad con su corta
estatura, ya que tampoco él era buen mozo. Me bajó al regimiento en su
propio coche, y me llevó al servicio de intendencia, donde me habían dado
el primer uniforme. Le dijo al brigada, que era sastre, que lo hiciese todo a
mí medida. Hasta tuvo que darme una botas del número 38 (que era
precisamente el tamaño de calzado que usaba el capitán). Las primeras
que habían dado, eran de un 40 (quedaba como el gato con botas). El
brigada obedeció a regañadientes... más que a regañadientes, echando
maldiciones por el trabajo extra que le acababan de asignar. No obstante,
siguiendo las órdenes del capitán, me dejó más guapo que el "Niño la Bola".
Cuando salí del servicio de intendencia, después de dos horas de intenso trabajo del brigada, me encontré con mi
paisano Fernando, que estaba por allí. Era ya un poco tarde, y no nos dio tiempo a ir a Las Palmas, como hubiera sido
nuestro deseo. Fernando me enseñó todos los recovecos del cuartel.
Fuimos a la cantina, para convidarnos a unos vasos de vino. No había tiempo para más. Regresé al campamento a
paso ligero... casi corriendo... por temor a mi primer arresto, si hubiera llegado tarde. Llegué con el tiempo justo para cenar.
Así pasaron mis primeros días en la mili: sin apenas darme cuenta de nada que no fuese el toque de corneta para todo,
y carreras de un lado para otro... además de alguna anécdota más o menos simpática.