LA ISLA DE TENERIFE: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 09/04/1960, domingo: Por recomendación del teniente Joaquín García Arroyo, me trasladaron a Tenerife para realizar un curso de telemetría (para medir el terreno para el ejercicio del tiro de morteros). Embarqué a las doce de la noche en el Vicente Pucho. Era un buen barco.

En cubierta, el aire acariciaba el rostro, bajo un cielo pleno de rutilantes estrellas. La mar, chispeante, hervía con espuma de plata a la luz de la luna. Recuerdos recientes de mi juventud, veintiún años, emergían en mi memoria, evocando cuanto amaba. Romántico, suspiraba el corazón, anhelando la casa donde habitaba con mi querida familia, y la despedida de la novia, que fue un poco fría. Me dormí, en cubierta, sobre los petates, con tales evocaciones.

Día 10/04/1960, lunes: A las seis de la mañana, un poco mareado y con nauseas por los meneos de la embarcación (nada importante que no pudiera controlar), atracamos en el puerto de Santa Cruz de Tenerife.

La isla de Tenerife tiene una extensión de 2.060 kilómetros cuadrados. Es la más completa en hermosura de las islas canarias. En ella, el Teide se eleva a 3.710 metros de altura. Es la altitud más relevante de España, y se alza en el centro de la isla. Las Cañadas, han sido producidas por una explosión volcánica. El Valle de la Orotava, de 69 kilómetros cuadrados, desciende suavemente hasta la misma mar, lleno de caseríos, huertas feraces, jardines y plantaciones de plátanos. Es una maravilla de la naturaleza, modelada por el hombre y para el hombre.
A primera vista, me gustó la isla. Tenía un cierto parecido con la península, especialmente en el cultivo de cereales y en la orografía del terreno, (según pude comprobar con más detenimiento días más tarde).

Desayunamos en el cuartel Hoya Fría.

Más tarde, nos subieron al campo de aviación Los Rodeos. (Cuartel de Artillería Antiaérea nº 29). Era un cuartel pequeño y muy bonito. Los dormitorios y comedores estaban equipados con toda clase de comodidades. Estaba rodeado de jardines, donde hacíamos la instrucción todos los aspirantes al curso de telemetría, que eran muchos (dos por cada cuerpo del ejército). Había una pista de aviación muy activa, a pesar de la niebla (casi siempre estábamos envueltos por ella). La niebla era tan densa que, a veces, no se veía ni a dos metros de distancia.



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