LA LAGUNA: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Yo, los domingos iba a un cine, que había en La Laguna, o a sentarme en una valla que cercaba la carretera. Allí me entretenía, ingenuamente, en contar los coches que transitaban, que eran muchos, y muy buenos, a juzgar por lo rápido que iban y por su excelente carrocería. Lo dicho pueden parecer ingenuidades. Y sí, lo son: Cuando llegas a un sitio y eres nuevo, y sin conocer a nadie, te sientes muy solo... pero no se tarda nada en hacer amistades. Porque, la mayoría son reclutas recién llegados, y están en el mismo caso de soledad. Pronto, las cosas son totalmente distintas. A un grupo de chavales, con la fuerza de la juventud, más tarde, no hay quien los pare. De todas formas, estábamos en cuartel muy pequeño, donde por sus dimensiones para acoger militares, la confrontación entre veteanos y reclutas (tipo novatadas) era casi inexistente.

La Laguna es una preciosa pequeña ciudad, con jardines, parques, paseos, bares, y una universidad, muy importante, del siglo XVII. Los edificios y casas son de un colorido fuerte, diferentes unos de otros, sin ajustarse a ninguna regla. Su gente es educada, dulce y generosa.

Otras veces, iba de baile a cualquier pueblo cercano donde poder mover el esqueleto. Lo cual era casi un imposible vestido de color caqui de militar... aunque a veces lo lograba con mucho empeño y mi cara de niño bueno.

Una tarde, fuimos a un pueblecito en la montaña: Portezuelo. Había baile en la sala de cine, que también hacían servir para otros eventos de diversión. Tuve que pedir permiso a la madre de una chica, y a la familia en general, sobre si podía marcarme un pasodoble con su hija. Tras mucho insistir, le dieron permiso para cancanearse conmigo. De cinco soldados que fuimos, el único que se marcó el caqui fue "mi menda lerenda".

Había otros pueblos que de vez en cuando visitaba, San Isidro, La Higuerita, etc.

Estando en el cuartel de Artillería Antiaérea nº 29, he sido "barbero por necesidad". Lo escribo entre comillas, porque tiene su anécdota: Resulta, que un sábado pedimos permiso para salir de paseo, y el oficial de guardia, pasándonos los dedos por el pelo de la cabeza, dijo que lo teníamos largo, y no podíamos salir. Era una putada. Pero hay oficiales que se regodean en hacer putadas a los reclutas. Creo que buscan demostrarse su importancia. No veo más explicación. Si siempre andábamos con el pelo rapado, ¿qué importaba un milímetro de más, o de menos? Y tuve que esquilar, más que cortar, el pelo, a cuatro reclutas, y ellos finalmente a mí. Después, nos volvimos a presentar ante el oficial. Con jocosa extrañeza, cuando supo cómo nos habíamos pelado nosotros mismos, ya que era festivo y no había barbero (he ahí la trampa), nos concedió el permiso. Tiempo más tarde, comprobé que ejecutar estos oficios de peluquero era bastante normal entre los soldados.

En aquel cuartel limpié letrinas, sin tocarme el turno. A cambio de este servicio voluntario, me dieron un permiso de una semana, rebajado de todo, el cual pasé leyendo novelas a la sombra de los árboles, en un frondoso valle, y visitando pueblos pequeños, comprobando en primera persona lo maravilloso que era aquel lugar.

He subido hasta la mitad de la montaña del Teide.

He comido plátanos, (una jarta), en una bodega de Tacoronte, por 12,50 pesetas. Toda una anécdota. Los cuatro reclutas que visitábamos este encantador pueblo, hicimos balance del "capital" que llevábamos, lo juntamos, y no abasteció para comprar más plátanos. Lo reseño, por la anécdota jocosa de tener, como consecuencia, el vientre "desatado" durante una semana.

He recorrido casi toda la isla andando. ¡Incluso Tenerife entero se me quedó pequeño! ¡Hacía un calor excesivo!.

He conocido a varias chicas. Especialmente, a una maestra de escuela muy guapa. Se llamaba M. E. A. Pongo sólo las iniciales por respeto a ella. No sé lo que hubiese pasado de haberme entregado al flirteo. ¡Me escapé de milagro, ya que era preciosa, y la vi dispuesta a enamorarse!. No consiguió enamorarme, a pesar que era un encanto su conversación y su voz cadenciosa. Pronunciaba con unos matices suaves y dulces, que sabían a gloria, cuando decía: "Mi niño". ¡Se me "caían los palos del sombrajo"! Todo inducía a quererla sin reserva alguna... Pero no podía ser. Mis sentimientos íntegros, pertenecían a la mujer de mis sueños, mi novia Bibiana, que había quedado en mi querido e inolvidable pueblo, Jodar.

Estando en aquel cuartel, tuve noticias de mi hermana (de padre) Catalina, notificándome que había sido madre de un niño, y le habían puesto de nombre Antonio. Creo que estarían muy contentos, ya que tienen tres niñas: Mari, Loli y Antoñi.

He aprendido lucha canaria.

He tenido muchas aventuras, que no me atrevo a contar por no recordar fechas ni datos. Todo cuanto escribo es a toro pasado. O sea, de memoria.

Como instructor de gimnasia, he tenido un sargento llamado Fierro. Tenía un genio de mil diablos, haciendo juego con el físico de su cara. Parece, por lo que decían, que las marcas dejadas por una enfermedad, había sido la causante de que no fuese muy agraciado físicamente. Todos le temían con más o menos motivos... menos yo. Me apreciaba como si fuese su hijo. No sé por qué. ¡Suerte que tiene "el nene"! De lo que sí puedo acordarme, es del él. Más adelante diré el por qué.



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