"LAS PAREDES DEL COMEDOR": Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 16/08/1960, martes: Tocan diana, como siempre, a las seis de la mañana. Tengo un sueño que no me aguanto. Aún así, me levanto rápidamente a la sinfonía inconfundible de la corneta, como potrillo trotando en busca del comedero.

Desayuno la "Marta con leche". Y terminan de espabilarme, cuando me dieron una pala para rellenar huecos de terreno, nivelándolo. O sea, allanar el terreno escabroso lleno de pequeños hoyos, que la lava volcánica había causado, sabe Dios cuándo. Es la forma más rentable, para los militares, de hacernos matar el tiempo: Trabajar, no mucho, pero trabajar.

Nota:
Desde luego, no existe "Marta con leche", sino malta con leche. Sin embargo, en mi diario inicial manuscrito figuraba siempre como "Marta con leche". No es que ignorara el vocabulario correcto. Se trataba de una ironía con nombre de mujer, concreta. No voy a aclarar la anécdota, porque hay cosas válidas para un chaval de 21 años, que han dejado de serlo para un viejo de 71... encima en silla de ruedas. ¡Qué barbaridad! La cosa guardaba relación con su fisonomía...o anatomía ¡Como si alguien pudiera elegir la forma de su cuerpo!.

De este día, no puedo contar nada de particular, salvo que he tenido carta de mi madre y hermano Manolo. Les contesto lo más presuroso posible, ya que las cartas, en lugar de por correo, parece que vienen y van a nado, por lo mucho que se demoran en su llegada.

Así transcurre el resto de mi día, entre comida y cena. Llegan el manto de la noche con su mágico estrellado, durmiéndome pronto. Estoy exento de servicio, y eso es una tranquilidad manifiesta para dormir a pierna suelta hasta la llegada del nuevo día.

Reflexión actual:
Quimera de corduras inocentes.
Mente en estado de gracia pura,
cual piedra milenaria
olvidada en caminos intransitables por el hombre.
Dulce noche en este mundo.
Paz y sosiego para el alma.
Nada la turbará,
aunque los días son amargos
bajo la luz engañosa de la vida.
Quisiera ser piedra inmaculada,
no arcilla que se desmorona con el paso de los años.
¡Delirios de una vida que se extingue,
cual bombilla por el transcurso del tiempo!.


Día17/08/1960, miércoles: Diana. Son las seis de la mañana. Me levanto como pajarero gozoso y alborozado, al ver tantos pájaros a ras de suelo, desarbolados, con la vestimenta a medio poner. Y en pleno vuelo, buscan la vasta y llana jaula, donde están esperando "los pájaros de pluma en ristre" dispuestos a pasar lista.

Hoy me ha tocado un pico. Si he de decir la verdad, no me asusta. Para mí, que he trabajado más que un burro viejo en el pueblo, la mili están siendo unas vacaciones, aunque no sean voluntarias. Resultan desconocidas e inusuales, pero todos los días tienes el sustento asegurado.

A las doce tocan alto del trabajo. Me lavo y me voy a la chabola a darle una paliza a la litera, y a soñar despierto. Comienzo a recordar, preguntándome: ¿Cómo estará mi familia en estos momentos? Vuelvo pronto a la realidad de mis fugaces reflexiones, cuando oigo el toque de… a formar, para darnos el pan.

Un poco más tarde, se repite el sonido de la corneta con la llamada esperada de fajina. Hoy hemos comido patatas con chocos, y ensaladilla de patatas. Aquí todos los días se come papas, debe de ser lo más barato. Postre: higos.

Termino de hacer por la vida, lavo "mis platos", y me acuesto al toque de silencio para dormir la siesta u otros quehaceres... siempre que se realicen en silencio.

A las cuatro tocan a teórica. Nos sentamos a la sombra del barracón. El oficial de servicio nos pregunta cosas de la mili (de tanto repetirlas, ya se hacen aburridas).

A las cinco y media, se acaba la "escuela", y me voy con los paisanos un poco a jugar a las cartas. Terminando la tarde haciendo de intendente para mí mismo: escribir y leer hasta la hora de la cena.

Tengo que decir, que siempre se come a la intemperie... De mesa, el suelo, y de techo, el cielo... donde posiblemente, exista la felicidad eterna. La luz del crepúsculo hace idílico este momento de cenar: ver, en corro, sentados, tanto comensal, alegre de poder degustar, como hoy, patatas con huevos cocidos, y empedrado de lentejas con arroz. ¿Qué bonito ha quedado, eh? Pues es, simple y llanamente, la pura verdad.

Se hace de noche. Unas bombillas, distribuidas por el campamento, parecen luceros lejanos, que apenas esparcen luz, sólo las particulares, en nuestras chabolas, con olor a petróleo, son símbolos de la decadencia de luminosidad de un resplandeciente y exuberante día de agosto. Nos acostamos hablando de todo... hasta que el toque de silencio nos hace enmudecer... para conciliar el sueño, y soñar cosas inverosímiles... sueños que se desvanecen sin dejar huella, pero sí un regusto maravilloso al llegar la mañana.

Día 18/08/1960, jueves: El toque de la corneta a diana me hace dar un salto y vestirme rápido, si no quiero que me arresten. Somos como alondras perdidas en comarcas extrañas que buscan desmoralizadas la salida, que encontramos gracias a nuestro sentido común y a la inercia de la costumbre. Pasamos lista, y nombran los servicios mecánicos. Hoy me han nombrado para servicio de cocina.

Nos bajan al regimiento donde se hace la comida para todos, distribuyéndola, luego, por todos los servicios de Infantería. Nada más llegar, un cocinero me encarga la tarea de fregar perolas, hornillos, y todo cuanto necesitara de estropajo. Bueno... como siempre digo, el trabajo no es mucho y se come mejor que en mi casa. Quizá sea por el apetito que tengo. Desayuno café con leche. Aprovechando que estoy en cocina, echo casi más azúcar que leche. Aún se me pegan los labios de lo dulce que estaba.

Cuando hube terminado, me pusieron a freír patatas. Hoy toca garbanzos con patatas fritas, y paella a la cazuela... higos de postre. Apenas me separé de los cocineros que eran los amos de la comida, me he dado una "hartá" de comer, que se me ha colocado la barriga "ladeá".

Voy a explicar, sintetizando, cómo es la cocina y sus utensilios. El café (¿malta?) es de cebada, y lo meten en unas perolas con su envoltorio (un saco de un tejido descolorido, irreconocible, pero que suelta muchas pelusas. Lo cuelgan de una carrucha que hay en el techo, y lo tienen metido hasta que se cuece, extrayendo de él todo el jugo. Las paelleras son tan grandes, que para limpiarlas hay que hacerlo con una manguera. Si te cayeras en ellas, y no supieses nadar, te ahogarías. Todo es al por mayor. Pelamos, y cortamos, cinco sacos de patatas.

Subimos al campamento, llevándome de la cocina una botella de petróleo escondida en la ropa. Era para nuestro consumo particular de luz en la chabola.



Volver al índice de "Mi pequeño diario".