PRÓLOGO: Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich
Por segunda vez, se me pide prologar un libro de Bartolomé. Antes fue "Sentimientos de una vida". Ahora será "Mi
pequeño diario".
En primer lugar, he de decir que Bartolomé es un compañero de enfermedad: Ataxia de Friedreich. Sí, ya sé que tanto él,
como yo, somos personas por encima de ser pacientes. En cualquier caso, sería una cuestión de orden, no de
incompatibilidad. Subrayar el padecimiento de dicha enfermedad, es necesario. Bartolomé no tiene cualidades de escritor,
ni yo tampoco para hacer prólogos de libros. Son precisamente esas circunstancias de padecer tal enfermedad en nuestra
vida, las que dan valor a nuestras obras. No se trata, pues, de leer unas aventuras más o menos amenas, o más o menos
bien relatadas, separándolas del contexto de las circunstancias en las que se han vivido y en la que se han sido rescritas.
Con la puesta en escena del ejercito profesional, muchos lectores desconocerán
qué era la mili... y el significado de rancho, chusco, marmita, petate, o
imaginaria. Y tampoco sabrán que la Ataxia de Friedreich es una enfermedad
progresiva con inicio en la adolescencia.... y, aun cuando no había un
diagnóstico claro, a tal edad del servicio militar obligatorio, sí ligeros síntomas
de descoordinación y déficit del sentido equilibrio. Puede uno imaginarse lo que
eso suponía en un sitio lleno de autoritarismo y disciplina, donde habías de
pasar por torpe, por no poder alegar una enfermedad existente, que nadie había
sabido diagnosticar.
Yo mismo, con 15 años menos que Bartolomé, me libré del servicio militar
obligatorio. Pero ahí está la curiosidad: no me libré por fallos físicos
dependientes de mi enfermedad, sino por corto de talla. A decir verdad, mido
casi 10 centímetros más que Bartolomé, pero en mis tiempos de quinto, cuando
me hicieron presentar en el cuartel de reclutamiento, la estatura mínima para
mili obligatoria ya era de 1,60. Me libré por eso. Pero de no haberme librado, las
hubiera pasado muy putas. No se si hubiera pasado del barco de hipotética ida
a Las Palmas. El hecho de ser consciente de que algo me pasaba, y ningún
médico supiera qué... es más negaban que me ocurriera algo... me había
estallado en conflicto psicológico, convirtiéndome en introvertido y rebelde. De
haber ido a la mili, o hubiera tenido que apiadarse de mi algún jefazo militar, o
habría acabado momificado en algún calabozo.
Además es preciso reseñar que estamos hablado de una enfermedad progresiva... es decir, que va empeorando poco a
poco. Por tanto, es necesario tener en cuenta las dificultades halladas por Bartolomé durante toda su vida... pero, sobre
todo, que este diario, a partir de algunos apuntes realizados en su día, lo rescribe a sus 70 años, en condiciones altamente
dificultosas oprimido por la enfermedad.
Citó unos versos de Jorge Manrique, no por archiconocidos menos hermosos, elocuentes, y ciertos:
"Recuerde el alma dormida,
avive el seso, y despierte,
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte,
tan callando.
Cuán presto se va el placer
cómo, después, de acordado,
da dolor,
cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado,
fue mejor".
Lo de que "el arbusto de las rosas tiene espinas", y/o que "el arbusto de las espinas tiene rosas", solamente serían dos
formas distintas de dicción, que denotarían diferentes estados de ánimo en el expresante. En realidad, lo impepinable es
que rosas y espinas conviven en un mismo arbusto. Por un estilo, ¿que es recordar? ¿Placer? ¿Dolor? ¿O ambas cosas a
la vez, como la vida misma? Pero ni siquiera, en este caso concreto, estaríamos ante un dilema. No es ésa la cuestión.
Aquí, se trataría de valentía de evocar el pasado, porque el presente es duro y doloroso... vacío. ¿Y el futuro? El futuro es
tan tenebroso que, aunque sólo sea como actitud antidepresiva, es mejor no pensar en él.
En fin, si enjuiciáramos este texto de Bartolomé únicamente desde el punto de vista literario, no habremos aprendido ni la
mitad de la lección.
(Miguel-A. Cibrián).