CARTA DE MI NOVIA: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich
Día 05/11/1960, sábado: Diana. No hay palabras para describir cuanto acontece en unos minutos. Todo se hace
instintivamente. Pasar lista, asearnos, hacer nuestras necesidades, desayunar. En fin. Aunque sea rutina, todo se
ejecuta "a golpe de trompetazo".
Hoy ha sido una mañana de verdadero ajetreo. Hay zafarrancho de limpieza. Hemos tenido que blanquear el interior de
la chabola, limpiar las camas con una brocha empapada en gasoil, y vestirnos con el uniforme de desfilar. Nos hemos
puesto el correaje con las cartucheras para pasar revista. Pero, todo ha quedado en un par de "¡Firmes!", "¡A cubrirse!",
y "¡Rompan filas!".
Tocan a clase para alumnos de cabo. Me presento, y estamos poco tiempo. Doy el primer artículo de memoria, y nada
más.
Tocan marcha de frente. Van a dar el pan. Formamos, y me dan los dos chuscos preceptivos.
Hoy hemos comido pescado con ensaladilla de tomate, e higos.
Espero al cartero. Hoy he tenido una sorpresa muy agradable. He
tenido carta de la novia, y manda una fotografía de medio cuerpo.
¡Está preciosa!. Parece que la razón y verdad de nuestros
sentimientos se va abriendo camino en nuestros corazones. No me
canso de mirar la foto. A cada momento que miro su cara, aunque sea
en cartulina, se acrecienta el cariño que le profeso. El día que pueda
estar a su vera y a la de mi familia, será el más feliz de mi joven existencia.
¡Y llegó ese día! ¡Y otro!... ¡Y muchos más! ¡Así, hasta casi medio
siglos! Nos casamos, y fuimos felices.
Sí, hubo un tremendo bache, más que bache fue un tremendo
socavón, pero no por cuestiones de sentimientos mutuos, sino por
cuestiones que suceden en la vida, produciendo un tremendo dolor en
el alma: El día 11 de septiembre, domingo, del año 1988, falleció en
accidente de tráfico nuestro hijo mayor, Bartolomé, como su padre y
como su abuelo. Murió a la edad de 24 años, en una pueblo de la
provincia de Lérida, llamado Bellpuig. La cincha se rompió aquel día,
y la albarda se nos puso a ambos en la barriga, como suele decirse
cuando la vida te da tan brutal vuelco.
En todos estos años, hemos pasado de todo: ¿Sombras? ¡Muchas!
¿Luces? ¡Pocas! ¿Silencios? ¡Demasiados! Y ahora, cuando llega el
otoño de nuestras vidas, con el cariño y el respeto que da casi medio
siglo de años de estar juntos, mi enfermedad degenerativa se agrava
por momentos. Soy un saco lleno de lastimas. Hasta he llorado de
dolor. Nunca lo había hecho por este motivo, pero hay días y noches
que me desbordan los sufrimientos. Mi suerte es tener a Bibiana a mi
lado. Lo suyo es sacrificio y entrega, sin dobleces, por sentimientos nobles, humanos. Sin pedir nada a cambió. Su
plena dedicación se manifiesta noche y día. Ella está siempre ahí, atenta a cuanto necesite.
Contesto a la carta a vuelta de correo, y me voy al regimiento para ver a Fernando y enseñarle la foto. Hablamos de
nuestras cosas un buen rato. Dice que quizás el lunes les suban al campamento, y tendremos más tiempo para estar juntos.
Sobre las seis y cuarto, voy al cine. Tengo tres pesetas. Pienso ir al "Pabellón Santa Catalina" que proyectan dos
películas atractivas: "Travesía Peligrosa" y "Río Bravo". Protagonizada por John Wayne esta última. Antes de entrar al
cine, me encuentro con mi paisano Antonio ("piloto"). Estuvimos hablando hasta las siete de la tarde, hora en que nos despedimos.
He pasado un rato agradable viendo las dos películas citadas. Salgo, y me topo con Gil, Flores, José y otro compañero
llamado Venancio, que ha recibido un giro. Han estado de juerga, bebiéndose unos litros de vino. Están, poco menos
que como cubas. Me obligan a entrar otra vez al cine con ellos. Como los veo en déficit de forma física, les acompaño,
sin apetecerme.
Llevamos un cuarto de hora, y Flores sale tambaleándose, casi cayéndose al suelo. Voy tras de él, y lo encuentro
recostado en la puerta de la sala de cine arrojando por su boca lo que al cuerpo le sobra. Apresuradamente, me lo
llevo, y voy con él al regimiento. No me atrevo a dejarle sólo. Si nos pilla el servicio de vigilancia, lo van a empaquetar.
Y no quiero que le suceda nada. Hasta pudiera ser que le pasara algo peor que una simple borrachera. Antes de ir al
cuartel, estuvimos paseando por la playa, para que se refrescara con la brisa de la mar.
El paseo le sentó muy bien. Le encuentro más fresco, y anda más derecho. Le dejo, y me preocupo por los que están
en cine. Cuando entro de nuevo. Me encuentro a Gil durmiendo como una marmota. Le dejo dormir. Creo que es lo más
conveniente para él.
Termina la sesión sin otro contratiempo. Salimos a las dos de la mañana. Ya no me tengo que preocupar por ellos,
están frescos como una manzana, y se van recuperando poco a poco.
Después de subir "el camino del infierno", como llamamos a la cuesta del cuartel de Artillería, llegamos al campamento.
Y cada mochuelo se va a su nido... sin cenar.
Yo sí ceno: medio chusco con dos higos, que había guardado. Hago la cama, y me acuesto. Son las tres de la mañana.
Buena hora para soñar con la novia
Día 06/11/1969, domingo: Tocan diana. Parece mentira: con el enfado que causa el sonido de la corneta, estar
esperando a que suene... a pesar de haberse dormido de madrugada. El "cornetero" siempre está ahí, para recordarnos
a todos los deberes patrióticos. Pasamos lista. Nos aseamos. Desayunamos.
Y, a renglón seguido, suena de nuevo el instrumento de viento para oír misa. Cumplimos con el tercer mandamiento. Y
me acuesto hasta la hora de formar para el pan. "¡Hasta he soñado, del sueño que tenía!". Suena la corneta de nuevo,
con el delicioso toque al papeo. Hoy tenemos de comida potaje andaluz. Mi opinión sigue siendo la misma. De andaluz
no tiene nada más que el nombre.
Después de comer. Me dejo caer en la litera un poco, hasta que viene el cartero. Hoy tampoco he tenido noticias de
nadie... Quizás mañana. Me estudio el artículo que me asignaron en la clase de cabo. Este teniente no se anda con
tacto. Nada más por mover la cabeza, ya te arresta.
En este momento, no tengo ganas de salir. Estoy cansado, y mañana no sabemos lo que nos espera. Formamos para
el pan, y después lo de siempre, fajina. Esta noche tenemos ensaladilla de patatas con tomate y cebolla, y habichuelas
con arroz. Un verdadero forraje.
Tocan escuadra. Pasamos lista. Nombran el servicio. Para mañana tengo servicio de refuerzo. Termino de cenar y, al
irme a acostar, me llama mi compañero Anselmo para enseñarme una fotografía de su novia. Según dice, es canaria.
Le digo que está "chachi pirulí", y, en agradecimiento por el piropo, me da un buen cigarro. Me lo fumo antes de irme a
dormir, y así termina otra jornada dominical más.