PICANDO CEBOLLAS: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 11/11/1960, viernes: Diana. Esta mañana, a pesar de la llamada tan sinfónica, no me apetece levantarme por muy sonora y perentoria que suene. Pero, aunque a desgana, me espabilo. En esto de la mili, no es posible hacerse el remolón. Y comienzo la carrera hacia la planicie, donde llevan el control indispensable... que, a pesar de ser tan cotidiano, o por eso precisamente, a veces, resulta antipático. Después de pasar lista... evacuar, y asearse, suena la llamada para el desayuno. Hoy he tenido que tomarme la malta con leche bebida, por no tener, en reserva, ni una pizca de pan para echar a remojar.

Formamos para la instrucción. Hemos terminado a las once y media. A continuación, voy corriendo a la escuela para cabo. Hoy hemos tenido clase conversada. El teniente nos ha ilustrado sobre la vida militar.

Tocan fajina. Hoy tenemos paella, fideos con garbanzos, y plátanos. Hacía tiempo que no ponían plátanos... eso que estamos en la tierra que, casi donde pisas, siempre resbalas en una piel de ellos.

Espero al cartero. No tengo carta de nadie.

Formamos para la teórica. Es una hora, aunque depende de quien esté de instructor, que resulta amena. Cuando acaba la teórica, voy en busca de los paisanos, que están en el salón de ocio. El tiempo transcurre lentamente, en silencio, estamos instruyendo a Flores y Gil en unos ejercicios de aritmética elemental, como sumar y restar. Mientras ellos hacen los deberes, Fernando y yo nos enfrascamos leyendo cada uno una novela.

Así pasa la tarde... entre brumas, acechando la luminosidad de un atardecer que agoniza con nubes de mal agüero, dejando paso al crepúsculo de la noche hasta la hora de cenar. Entre tinieblas, tocan fajina. Esta noche tenemos de menú chocos y ensaladilla.

Después de cenar, a media luz, como en el tango de Carlos Gardel, hay que fregar los cubiertos (cada cual los suyos). Pasamos lista. Y a dormir. Está lloviendo. Siento como la lluvia se filtra por los pliegues de lona de la chabola, resbalando sobre la litera mojándome, la cara. Veremos cómo puedo pasar la noche. Pienso en los avatares de la vida... y me quedo dormido.

Día 12/11/1960, sábado: Diana. Me levanto como gato escaldado, sacudiéndome el agua que esta noche me ha caído encima (y eso duermo en la litera de abajo... al de arriba le ha tocado peor parte). Hoy he llegado de los primeros a la formación... son los puestos más seguros (aunque no es habitual en mí). Después de pasar lista, hago lo más perentorio fisiológicamente, y me aseo.

Tocan fajina. Hoy desayuno con apetito, tomándome la malta con leche acompañada del cuscurrón de pan guardado el día anterior. El tiempo sigue desapacible en cuanto a meteorología, pero agradable en cuanto a temperatura. El corneta toca llamada. Hoy tenemos limpieza de chabolas, y revista.

Después de dejar todo limpio, como los chorros del agua, voy en busca de Fernando, y le escribimos juntos a su "tito" Antonio, que, para mí, es un buen amigo. Mientras tanto, Gil se preocupa de coger el pan. Cuándo nos lo da, nos falta tiempo para liarnos en él a pellizcos. Como suele decirse en nuestra tierra: "¡Tenemos más hambre que las gallinas de Calancha, que se comieron la vía del tren a picotazos, creyendo que eran fideos!".

Tocan fajina. Hoy tenemos ropa vieja, arroz con garbanzos, e higos. Me cómo solamente la "ropilla", lo otro no lo pruebo, (en mi pueblo lo llamamos comida de borrachos. No digo lo aclaro, porque sería una explicación de mal gusto). Me voy al barracón a leer un poco. No pienso salir de paseo hasta más tarde. Fernando tiene patrulla volante, y no puede ir... y Gil y Flores van a salir pronto.

A las seis de la tarde salgo con un compañero de Úbeda y otros cuantos más, entre ellos José. Vamos a Las Palmas, al cine "Pabellón Santa Catalina". Proyectan, como siempre, dos películas. Se titulan: "La Marquesa tiene un secreto", y "Un Puerto de África". Están regular.

A las once de la noche, subo al campamento con un compañero llamado Alcaraz. Los demás siguen de juerga en Las Palmas. Por el camino, me invita a un helado de peseta (digo de peseta, porque los hay de diferentes precios). Está riquísimo. Cuando llegamos, lo primero que hago, es mirar las listas para ver si tengo imaginaria. Con satisfacción, compruebo que estoy exento de todo. Tengo para cenar un chusco con varios higos (que había guardado de la comida). Ceno, y me acuesto, durmiéndome a renglón seguido.

Día 13/11/1960, domingo: Tras el toque de diana, hacemos los deberes de todos los días. Después, desayunamos la malta con leche. Hoy, al estar solos los peninsulares, nos han duplicado la ración, echándole un poco más de azúcar.

Poco más tarde, tocan a formar para la misa. El páter nos da un sermón clarificador para los creyentes.

Terminada la misa, voy a escribir una síntesis, en mi modesta opinión, de cómo es aquí la mili y los inquilinos del campamento: Empezaré por decir que somos una considerable familia numerosa heterogénea: de diferentes sitios, ideas y formas de pensar... pero con una sola obligación: la de cumplir como mejor se pueda mientras estemos en la mili. ¡Qué remedio! Hay de todo, "como en botica": "de genio vivo".... "espabilados que van de listillos"... "con mucha cara"... y "vagos de categoría"...

La división más clara está en insulares y peninsulares, no solo por la fisonomía y lugar de procedencia, sino también por cuestiones de cultura y costumbres. Para hablar con los compañeros insulares, y entenderlos, necesitas un interprete que sepa todos los idiomas de mundo, ya que tienen una mezcolanza entre español, sudamericano, con un deje dulzón canario, digno del mejor venezolano. En general, salvo excepciones, quizás por lo de estar en su tierra, ellos nos miran a los peninsulares por encima del hombro.

De los peninsulares, también debo de hablar. No son tan catetos como puede parecer a primera vista, pero sí hay unos cuantos analfabetos... que es otra cosa distinta (ausencia de instrucción educativa). Y es que, como se dice: "hasta el más torpe, hace relojes... aunque sean de palo". Ignoro la razón habida para que los peninsulares seamos casi todos andaluces, o para más inri, procedentes de poblaciones rurales (diríase catetos y pueblerinos). Además, los soldados peninsulares que estamos aquí, no tenemos ninguna clase de estudios. A los reclutas "estudiados" les dan destinos más cercanos a sus domicilios, o, incluso, mili fragmentada... o aplazada.

No obstante, te das cuenta del compañerismo que hay, a pesar de cualquier diferencia. Cuando te toca un servicio molesto, por la convivencia de unas horas, unos con otros, compartimos el tabaco, hablamos de nuestras respectivas familias y de nuestras novias, y hasta si hiciera falta, dormimos en el suelo compartiendo una misma manta.

Voy a contar una anécdota que pasó, sin ir más lejos, anteayer. Ocurrió, que un soldado peninsular, pegó a un cabo canario, (las razones no las explico, porque para el desenlace no tienen significación alguna). El resultado fue que los dos han ingresado en el calabozo. Hoy se llevan como compañeros de toda la vida, como si no hubiese pasado nada entre ellos. ¡Así es la mili! Unos ratos malos y otros buenos. Dos soldados con animosidad aparente, al día siguiente son amigos. En una imaginaria, entre susurros, se manifiesta la intimidad: las ganas de ver a la familia y a la novia... se ofrece el tabaco, aunque sólo queden dos cigarros, y no haya dinero para comprar un nuevo paquete... se invita a la propia casa a conocer a la esposa y al hijo que acaba de nacer... se invita a un helado, aunque no quede dinero para nada más..., etc...

Esta tarde dominical no tengo ganas de salir, porque me falta lo principal: el dinero. Me gustaría ir con Fernando al cine, pero ambos estamos sin blanca, y nos tenemos que conformar con leer novelas, y contarnos aventuras y trapisondas pasadas.

Tocan fajina. Esta noche tenemos patatas con carne. Hemos cogido tres marmitas, y nos proponemos acabar con ellas. ¡Qué panzada de papas!.

Tocan retreta. Como todas las noches, volamos a la formación... pasamos lista... y nombran el servicio. Para mañana tengo cocina. Hace bastante tiempo que no he visto "los pucheros". Después a dormir. Como todas las noches, tengo un sueño que no veo. Aquí en la mili, siempre se tiene sueño. Será por las imaginarias u otros servicios nocturnos... o porque no tenemos nada mejor para hacer. Con estas reflexiones, "me quedo Roque".

Día 14/11/1960, lunes: Diana. Igual que todas las mañanas, salimos en estampida, arrollándonos unos a otros. La tropa está bien aleccionada y, a pesar de los atropellos, ninguno nos equivocamos respecto al lugar a ir. Pasamos lista... y hacemos nuestras necesidades, y nos aseamos.

Tocan fajina. Después de desayunar, quienes hemos de hacer el servicio de cocina, montamos en el coche que nos trae el desayuno, llevándonos al regimiento a cumplir con el trabajo encargado. Nada más llegar, me "enchufan" para pelar cebollas. Ya puedo decir haber llorado en la mili. Tanto me lloran los ojos, que un cocinero me receta ponerme un trozo de cebolla de la oreja. Dudo sobre si se trata de una novatada, pero me lo pongo. No es ninguna broma. Efectivamente, el remedio ha sido práctico, y dejé de lagrimar.

A las once de la mañana, me saca el cabo de cocina para ayudar a dos albañiles en el arreglo de una tubería. En principio, no me agrada. Pero, según compruebo más tarde, salgo beneficiado. He terminado dos horas antes que los demás compañeros.

Hoy tenemos para comer, como todos lunes, paella de arroz blanco, estofado de garbanzos, e higos. He comido poco por no tener apetito, ya que en la cocina siempre se pilla algo de vez en cuando, y estoy saciado.

Voy en busca del cartero. No tengo carta de nadie.

Terminamos el trabajo de cocina a las tres y media de la tarde. Lleno una botella de gasoil para nuestro uso particular... aunque está prohibido... pero los de mi chabola no tenemos dinero para velas. Hemos metido en un bote pequeño una torcida de trapo, parecido a un candil, pero de cristal (los candiles originales son de hojalata, hechos por herreros y hojalateros, y usan aceite como fuente energética). Nosotros, de combustible, usamos gasoil, que nos da excelente resultado... bueno... da mal olor... pero es barato... además es robado. Como he dicho, está prohibido usar estas cosas, pero todos los oficiales hacen la vista larga. En el fondo, comprenden que sería una ruina que hubiéramos de comprar velas con nuestro dinero particular. Eso de la luz en las chabolas es un inconveniente cuando se echa la noche en el campamento. Te encontrarías a oscuras, sin poder hacer la cama. Con esta luz artificial, se remedia la cosa.

Nada más llegar al campamento, me engancho a hacer un poco de obra de albañilería en la chabola. Es una pequeña valla de ladrillo, para que no entre agua rodada en el jardín. De tanto como está lloviendo estos días, se podría sembrar arroz en el jardín. Me ayuda un compañero canario. Es la excepción que confirma la regla de los demás... son un poco vagos, o pasan. Entiende un poco de albañilería. Yo no soy experto en nada, pero se dice que la necesidad agudiza agudiza el ingenio. De pasar por necesidades, en mi familia, sé un montón. Pronto construimos nuestra barandilla para detener y desviar el agua que corre por el suelo tras la lluvia torrencial.

Me entero de que esta noche hay cine. Aquí no sabes nada de ello de adelantado. No lo comunican. Nos enteramos viendo preparar el telón. Gil está de cuartel, y voy por su comida. Más tarde, se presenta Fernando con la suya. Esta noche tenemos: patatas con chocos, y ensaladilla. No podemos terminar con la cena que nos han servido. No tenemos apetito, principalmente yo. Estoy empachado de la comida de la cocina.

Empieza la película... más que película, parecen documentales. El primero trata sobre microscopios electrónicos. Sería interesante si tuviera una pequeña idea de esta materia, pero sin ella, me sabe a paja. Es de los microbios que viven en el agua, leche, u otros elementos líquidos, dándonos a entender los logros de los científicos, dedicados toda su vida a la ciencia. Después nos proyectan otra cinta corta sobre la radio Philips y el teléfono. Lo mismo. En fin, acaba la función, comprobando que no ha gustado a los soldados. Sólo hemos quedado el operador, el oficial de guardia, y yo... que no sé qué pintaba allí.

Cuando me voy a la chabola, me entero de que a Gil le han arrestado 15 días al calabozo por dormirse anoche en la primera imaginaria. Con el servicio hay que tener pocas bromas. Aquí, todo cuanto te confían, o te ordenan, parece que no tiene importancia, pero es de vital trascendencia para el Ejército, si desde el principio no se pone los cimientos. Así lo explican los jefes: "El día que, por desgracia, esté la cosa fea (entiéndase guerra), si no se hiciesen las cosas como nos ordena el reglamento, las consecuencias serían catastróficas para todos". O sea, más o menos, que la situación de un vigilante dormido, pudiera ser aprovechada por el enemigo para provocar una masacre. Sí, claro, pero es pura teoría. Ni estamos en guerra, ni queremos estarlo. Pero el que manda, manda. ¡Qué remedio!.

Hago la cama, como todas las noches, y a dormir se ha dicho, hasta otro nebuloso amanecer.

Día 15/11/1960, martes: Diana. Cual personajes de leyenda en busca de aventuras, salimos de las chabolas con rumbo a la meseta, donde nos esperan los tipos que tienen en sus manos nuestro destino. Pasamos lista... nos acicalamos, más otras evacuaciones. Minutos después, tocan fajina. Desayunamos. Y un poco más tarde batallón, o sea, instrucción.

Hoy me ha preguntado el teniente (que está enterado de mi escritura del diario, que cómo va. Ya tenemos cierta confianza, y le he respondido finamente: "¡Con muchas ganas de escribir la penúltima página en mí casa!". Sonreímos ambos.

Me presento a la escuela de cabo. Hoy no ha venido nuestro teniente, y el sustituto ha puesto varias cuentas aritméticas.

Tocan fajina. Hoy tenemos un rebujo de comida (o sea, un poco de todo), pescado, e higos.

Después de comer, espero al cartero. Tengo la dicha de recibir carta de mi casa. Me dicen, entre otras cosas, que me han mandado 100 ptas (¡Qué falta me hacen!, ya que siempre estoy a dos velas). Les escribo... y después, tenemos teórica.

Como casi siempre, esta clase de teórica se resume en estar sentado, y contestar a cuatro preguntas... y nada más de particular. Después aburrimiento absoluto hasta que a las seis de la tarde, en que nos llaman a todos lo peninsulares de nuestra compañía para darnos un vaso de vino que nuestro capitán ha tenido la deferencia de invitarnos. Si digo que es el mejor oficial de todo el batallón, no es por este detalle. Es porque se lo merece. Es militar cien por cien, caballero, excelente persona, y agradable en su trato a los soldados. ¡Bueno, un hombre a carta cabal! Se llama Don Enrique Pamis Esporta. Tiene unas dotes de mando difícil de superar: es un padre para nosotros. Es alto, y bien plantado... rubio... usa gafas para la de vista de color caramelo... tiene grandes entradas y frente despejada... inspira confianza y serenidad nada más verlo.

Después de 50 años, recuerdo a D. Enrique como una de las personas más noble justa y caballerosa (en toda la extensión de la palabra) que he conocido en mi vida. Le debo mis mejores recuerdos de la mili. Ha sido un ejemplo a seguir para mí. Fue decisivo en situaciones difíciles para mi integridad moral, dándome su plena confianza, y librándome de agravios e injusticias y abusos de poder por parte de otros superiores.

Esta noche no tengo ganas de comer. Me voy a la cantina con medio chusco para que me echen una peseta de mantequilla fiada hasta que cobre el giro. No me la quieren dar, porque ha dicho el teniente (que este mes está a cargo de ella) que no se fía a nadie. ¡Sera él el que no es de fiar!. Me refiero al teniente Marrero. Bueno, la opinión que tengo de él es buena. Le veo un buen militar. Lo que se propone, lo consigue. No arresta, sino que zumba. No me gusta los métodos, pero prefiero un coscorrón a un arresto. Si he de decir la verdad, hasta hoy no he tenido ninguna de las dos cosas... salvo el primer día de mili. En el comedor, por hablar, un sargento comenzó a repartir cogotazos. Y me tocó.

Tengo que reconocer, que, con 0,50 pesetas que dan diariamente, no es para estar contento. Dicen las ordenanzas que las sobras son para hilo y agujas... ¡ja!... en realidad creo que las sobras son como un chiste leve y discreto que el Ejército desliza en su quehacer diario.

Son las nueve y diez de la noche. Faltan diez minutos para pasar lista, y nombrar el servicio... El corazón me dice que mañana me van a nombrar para la séptima guardia. Veremos si me equivoco. Gratamente, mi corazonada no ha acertado, pero a cambio, tengo patrulla zona militar. Como he dicho otras veces, la mecánica de este servicio es dar la vuelta al campamento recorriendo un buen paseo de vigilancia por el perímetro del mismo.

Me acuesto y, como sucede tantas noches, no me doy cuenta de nada... y el sueño es dueño y señor de mis sentidos.

Día 16/11/1969, miércoles: Diana. Me levanto al toque de corneta. ¡Qué diferencia hay entre mi casa, y donde me hallo! Allí, me despertaba, y pasaba largo rato de tregua para espabilarme!. Aquí, nada más sentir la corneta, se te va el sueño rápido. ¡Por la cuenta que te tiene!.

Después fajina. Desayuno, y me preparo para el servicio que me ha sido designado. Me toca de cabo un compañero peninsular. Cuando llevamos unos minutos andando y perdemos de vista el campamento, subimos a una montaña, desde la cual, se divisa la grandiosidad del Atlántico. En su cúspide hay una cruz de madera... de Santa Catalina, la llaman . Nos sentamos, fumando unos cigarrillos mientras observamos la mar. En este día, sus olas lamen con furia los arrecifes. Sus embates contra las rocas, levantan nubes de espuma. ¡Es una vista sobrecogedora!.

Cerca de las doce de la mañana volvemos al campamento. Voy a clase de cabo. Hoy, nos ha hablado el teniente del provecho que podemos sacar de la mili para el mañana.

Tocan fajina. Hoy tenemos de comida ropa vieja, sopa de fideos, e higos.

Espero al cartero con esperanza de tener noticias de alguien. Quedo triste por no tener carta de nadie. Las cartas en sí no tienen importancia: son sólo papel. La importancia se halla en su contenido, y cuanto significa. Tienes unos minutos felices y una eternidad en el corazón, leyendo unas letras de la madre, de la novia, o de otra persona estimada. Parece como si estuviésemos conversando con ellas. Las cartas son símbolo de cariño, y de amistad entre dos personas que se estiman.

Después de descansar más de una hora, a las seis de la tarde he salido en busca de chumberas... que no sé como subsisten en medio de este abrupto terreno de pequeños montículos de calcinada lava. Me he saciado de tunos, (parecidos a los higos chumbos, pero por dentro colorados y con espinas).

Cuando regreso al campamento, encuentro a Fernando. Le pregunto si tiene apetito para comernos un poco de ropa vieja que me quedó de la comida. Acepta de buen grado. Después, (como he cobrado las sobras de cabo, y tengo dinero fresco), nos tomamos en la cantina del cuartel unos vasos de vino, de los grandes. Hacía bastante tiempo que no tomábamos nada juntos.

Nos lavamos, y esperamos la cena. Tenemos fideos con patatas y carne en salsa.

Apenas han pasado unos minutos, tocan escuadra. Se pasa lista, y nombran el servicio. No tengo nada. Mañana, tendremos un nuevo teniente en la compañía. Después de gimnasia, habrá orden de combate: consiste en correr, y cuando ordenan: "¡cuerpo a tierra!", dejarnos caer en el suelo, dandonos estupendos barrigazos.

Han tocado silencio. En el barracón quedamos sólo los imaginarías y otros escribientes nocturnos, como un servidor. Acabo un poco cansado, y me voy a dormir.



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