DÍA DE SANTA BÁRBARA: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 0/12/1960, jueves: Tocan diana. Al levantarme me voy a los servicios. Tengo el cuerpo "disgustado". Cuando vuelvo a la formación, ya han pasado lista. Ha faltado poco para que me arrestaran, pero me he librado.

Me apunto al reconocimiento. El teniente médico me ausculta y hace un examen respiratorio. En fin, me manda dos pastillas de "cafiaspirina", para tomarlas por la noche.

Hoy me han puesto servicio de cuartel, mientras los soldados de mi compañía se ha ido al trabajo. El cabo de cuartel nos manda a unos soldados que están achacosos, como yo, a arreglar las chabolas. No hacemos caso de sus órdenes, y nos vamos a cobrar la paga de las sobras. Esperemos que el sargento no me arreste por esa desobediencia.

Hoy ha empezado la compañía de honores a ensayar la instrucción especial para el día de la Patrona. Por este motivo, algunos soldados están rebajados de servicio, lo cual, ha acrecentado el trabajo de los demás.

He aquí que son las diez de la mañana, y están todos en sus quehaceres diarios, mientras yo estoy escribiendo en este pesado diario. Digo "pesado", por la monotonía de todos los días... siempre es lo mismo... aunque para mí tiene un deleite inigualable, como es poder hablar consigo mismo, a través del diario. Y que los sentimientos, en lugar de perderse en el olvido, queden impresos en palabras escritas. Espero que pronto sucedan acontecimientos extraordinarios para tener el quitapesares de no escribir cosas más interesantes.

Tocan fajina. Hoy tenemos de comida, patatas a la jardinera (que es lo mismo que todos los días, aunque le pongan este nombre tan florido), arroz, e higos.

Esta tarde tengo fiebre, y voy a reconocimiento médico para que me recetan una pastilla. Me la dan, y me aconsejan que me acueste. Y lo cumplo al pie de la letra hasta el anochecer,

Pasamos lista. Para mañana tengo servicio de cocina. Esta noche no he cenado. No tengo apetito. No me encuentro bien. Me acuesto de nuevo... durmiendo intranquilo y con dolor de vientre... preguntándome cómo estaré mañana...

Día 02/12/1960, viernes: Hoy es Santa Bibiana, el santo de mi novia. "¡Felicidades, bella entre las bellas!". Tocan diana. El sonido de la corneta suena en mis oídos como el barritar de un elefante, distorsionado por la bruma del sueño. Al levantarme me encuentro un poco "pesado" de la cabeza. Lo achaco a la noche que he pasado un poco desvelado, pero rápidamente me espabilo, y vuelo, cual amaestrado periquito de circo, a la formación para pasar lista.

A continuación, tocan fajina. Desayuno la malta con leche, que hoy agradece el estomago, no tanto por su sabor, como por el calor proporcionado.

Después, bajo al regimiento al servicio de cocina. Nada más llegar, mi furriel le pide permiso al cabo de cocina para que me vaya con él a ayudarle a entregar unas botas y unas camisas . Con todo este trabajo, medio inexistente que me han mandado hacer, estoy medio día entretenido en el almacén de intendencia, leyendo una novela. Sin embargo, continúo con el dolor de vientre, cada vez más fuerte, desparramándose el malestar por todo el cuerpo. Ya no me encuentro bien ni siquiera acostado.

Me dan ganas de hacer mis necesidades. Me doy cuenta de tener colitis... ¡y de las menos compasivas!. Voy al botiquín, y me receta el muchacho encargado unas pastillas, con un aviso: "Si quieres que te haga efecto este medicamento, no tienes que comer nada". Le contesto haber entendido, pero no le hago caso. Tengo buen apetito, y prefiero seguir los consejos de mí madre: "Si has de morir, más vale hacerlo harto de comer, que en ayunas".

Después de haber comido, las consecuencias no se hacen esperar. Y, poco más tarde, pago los infortunios de mi desobediencia, con las constantes visitas al water... del que casi no puedo salir por los incesantes retorcijones que me dan en el vientre, las necesidades de evacuar, y lo mucho que me duele si intento aguantar.

Así paso el resto de la tarde. Hoy he tenido carta de mi madre, con la mala nueva de la muerte de su hermano: mi tío Juan. ¡Q.e.p.d.!.

Termino el servicio de la cocina bastante tarde, y subo despacio al campamento. No tengo excesivas ganas de andar.

Cuando llego, lo primero que me encuentro es a José con la grata noticia de haber tenido carta de su novia. No le había escrito desde hacía cinco meses. Pasamos unos momentos distraídos leyéndome todo cuanto en ella le dice. José está muy contento. No es para menos.

Yo no me encuentro bien, y la fiebre no deja. Voy de nuevo al botiquín, para que me tome la temperatura el muchacho que está de enfermero. Me pone el termómetro. Tengo 38º y una décima. Me da una pastilla... y "arreando, que es gerundio".

Esta noche tampoco ceno por falta de apetito. A la hora de pasar lista estoy acostado. Viene el cabo primera (será imbécil) para decirme que tengo que levantarme para ir a pasar lista. Le contesto que no me encuentro con ánimos para levantarme, y no voy a hacerlo. Podría haberme llegado una buena reprimenda por desacatar las órdenes, pero mis sospechas resultaron infundadas. No vino nadie a sacarme de la litera.

He pasado toda la noche inquieto. He sentido frió. Solamente tengo una manta, y no es suficiente para entrar en calor. Tampoco llevo alimento alguno en el cuerpo, y la fiebre hace de las suyas. Si estuviese en mi casa, no me hubiera faltado un vaso de café en estas circunstancias. Pero no me quejo. ¡Ya vendrán tiempos mejores! Me duermo a las dos y media.

Día 03/12/1960, sábado: Viene un compañero, que está de imaginaria a despertarme, porque me corresponde hacer el siguiente turno de imaginaria. No lo sabía. Me despierto sintiendo la lluvia cayendo como un diluvió. Salpica con fuerza sobre la lona de la chabola, haciendo un ruido impresionante. Hace una noche de perros. El viento racheado, por la cercanía del Sahara, es más fuerte de lo corriente. Hace que se meneen las chabolas, aunque son de lona fuerte y están muy bien atados sus vuelos. Por los "gemidos" que dan las chabolas en esta madrugada, parece que se las va a llevar el viento.

Llega el clarear del nuevo día. Sigo igual. La medicina que he tomado, no ha resultado del todo efectiva.

Diana. Esta mañana no tengo ganas de levantarme... y no lo hago. Al pasar lista, un compañero de chabola le dice al cabo primera que estoy enfermo. No me ponen falta.

Tocan fajina, pero no voy desayunar. Mi compañero Gil me trae un poco de malta con leche. Me la tomo bebida. Al momento, viene Fernando trayéndome un vaso de café con leche, hecho en la cantina. "¡Gracias, Gil, y Fernando!". El estomago agradece infinitamente el café con leche, acomodándose en él a las mil maravillas.

Pasan revista. No me presento. Voy al botiquín, ya que pronto vendrá el médico a pasar consulta. Me pregunta: "¿Qué es lo que te pasa?". Le contesto tener el cuerpo "desatado". Me da una pastilla, y aconseja dieta de ayuno absoluto, poniéndome en el parte rebajado de instrucción. ¡Esta noticia de "rebajado" es la mejor medicina!.

Así paso el resto de la mañana: Acostado en la litera hasta la hora de la comida. Siguiendo mis propias ideas de comer un poco para no perder la costumbre, las pongo en práctica. Cómo muy poco, pero cómo. Hoy tenemos patatas con carne, lentejas, e higos.

Esta tarde no salen de paseo ninguno de los paisanos. Como yo no me encuentro bien, vienen a verme, y pasamos, los cinco, en mi chabola, una tarde distraída, hablando y contando algunas anécdotas pasadas. Como todos los días, ajenas a nuestros chascarrillos, se volatizan las claras en el atardecer, y se echa la capa de la noche encima, lenta e inexorablemente. Ha oscurecido demasiado pronto. Como si se dejase masticar, las negras nubes son presagios de tormenta.

Tocan fajina. Esta noche tenemos ensaladilla de patatas y lentejas. He comido poco, ya que las lentejas no las "trago".

Después, a dormir. Me siento un poco mejor. El sueño es más tranquilo.

Día 04/12/1960, domingo: Antes del toque de diana, ya estoy de pie, para ir corriendo al water. Hago las necesidades más perentorias, y me acuesto de nuevo. Al poco rato suena la dichosa trompeta con su odiosa cantinela: "Quinto levanta, tira de la manta".

Seguidamente, oigo la trompeta otra vez, con otro sonido diferente. Este toque causa una agradable alegría hasta en el estomago: Fajina. Desayuno... poco... y líquido solamente.

Tocan para asistir a misa. No me encuentro bien, pero no quiero faltar. Siento paz espiritual en tal rito religioso, y no quiero dejar de escuchar las palabras del páter. Las fuerzas no acompañan, pero al final consigo oír misa. Terminamos, y me voy a mi chabola, donde nos volvemos a reunir los cinco paisanos para pasar el tiempo juntos.

Tocan fajina. Tenemos pescado frito, arroz, e higos.

Espero al cartero. Tengo la alegría de recibir carta de la novia. Al leerla, compruebo que está un poco aburrida y disgustada. Aunque no lo dice, creo saber la causa de su enfado. Me atrevería a asegurar que es por no haberle felicitado el viernes pasado, día 2, Santa Bibiana, su santo. No fue olvido. Lo hice adrede. Ella tampoco me felicitó para el mío, y me sentí olvidado. Se la he tenido guardada. Pero no con ideas de represalia. Mi modo de ser no es ése. Ha sido para que, si me quiere de veras, sienta lo mismo que yo, y no se enfade. En fin, espero que el enfado no pase de ahí. Sé perfectamente que, en su descargo, está lo más básico: ella depende de otra persona para poder escribirme. De mi parte, tiene toda la bula posible, pero eso, no es óbice para que me sienta molesto. Le contesto no dándome por enterado del asunto, y le pido perdón por cualquier falta cometida por mí.

A las seis de la tarde, voy al cuartel de Artillería con mi paisano Flores. Fernando y Gil, tienen patrulla volante... y José se ha ido de paseo a Las Palmas. En Artillería están celebrando el día de la patrona: Santa Bárbara, patrona del arma de Artillería, mineros y vigilantes de fuego. A esas horas, hay un espectáculo, para los soldados, de "bailaoras" acompañadas por un "cantaor flamenco". Me llevo la agradable sorpresa de haberle visto cantar en mí pueblo. Empieza un número extra de "nalgas". Al ver los movimientos de las "bailaoras", el cuerpo siente un deleite estremecedor, a cuyo conjuro, se me quita el malestar... No paran las actuaciones extras. Hay una "bailaora" morena qué es un monumento de los pies a la cabeza. ¡Tiene una cintura de avispa, y un cuerpazo, que pegan tiros!. Si la miras por encima del ombligo. ¡Ahí se derramó el tintero!. De las demás no digo "n'a"... ¡Dan mareos de verlas bailar!. Salen bailando una pieza de música y a moverse a su ritmo, pasándose la mano por salva sea la parte. Esto hace que los soldados berreemos todos de entusiasmo. En fin, no quiero seguir extendiéndome... porque hasta el papel donde escribo mi diario, se podría calentar.

Termina la función, y subimos al campamento. Llegamos con el tiempo justo para el papeo. Tenemos patatas y sopa. Después de tanto ayuno, me doy una panzada, que he tenido que aflojarme el cinto. Hay un dicho según el cual: "De grades comidas y mejores cenas, están las sepulturas llenas". Pero a mí eso no me preocupa. ¡Seguro quien lo dijo, no había estado en la mili!.

Me acuesto. Hoy, tras haber visto el calentito espectáculo de cuartel de Artillería, no quiero pensar en cierta persona amada, para no ponerme "nervioso". Estoy de baja. Lo consigo, quedándome dormido sin darme cuenta.



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