DÍA DE LA PATRONA DE INFANTERÍA: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich
Día 08/12/1960, jueves: La Inmaculada Concepción... Patrona del Arma de Infantería. Tocan diana. Hoy está todo el campamento en revolución, por ser el día de la fiesta de nuestro cuerpo de infantería. Pasamos lista. Poco más tarde llega el desayuno. Hoy... ¡chocolate! Soy casi de los primeros, (no me quiero quedar sin probarlo). Vienen muy pocos días de estos, y, por si acaso se acaba, quiero ser de los primeros. Más tarde, me doy cuenta de que mis sospechas de acabarse son infundadas: Hay más que para todos. Tengo la satisfacción de tomarme cuatro cazos, acompañados de dos churros. De estos últimos, por el contrario que de chocolate, no ha habido excesiva cantidad. Pero, curándome en salud, había guardado pan del día anterior. ¡Cómo me habré puesto de chocolate, qué no he podido beberme entera una copa de aguardiente, que también nos han dado más tarde!.
Hoy, Gil y Flores, tienen servicio de cocina, y José tiene guardia. El único que
tiene la suerte de no tener servicio alguno soy yo, ya que Fernando que tiene desfile.
Nos han bajado, uniformados con el traje de gala, guantes blancos, y todo
limpio como una patena al regimiento para oír misa de campaña en el cuartel.
Cuando terminala misa, se prepara la décima compañía para el desfile. ¡Hasta
les han echado colonia! Los jefes los miman y preparan, como una madre lo
hace con un hijo. Yo, qué me gusta estar en todas estas cosas, también he
pillado un poco de colonia. Después se montan en camiones para trasladarse
al lugar del desfile. Hago lo posible por subirme a un camión... de no hacerlo,
no podría asistir, ya que van a "Ciudad Jardín"... que está al otro extremo de
Las Palmas. No tengo dinero ni para la guagua, que cuesta 60 céntimos.
Cuando, después de muchas fatigas, logro subirme al camión, me echan al
suelo, como una "espuerta de barro", y se marcharon. Ya me hacía la idea de
no poder ir al desfile, cuando pusieron a disposición otro camión adicional. Soy
el primero en subirme, y me digo. "¡De aquí no me echan, ni aunque tenga que
ir al calabozo!".
Salimos del cuartel, atravesando Las Palmas. Nos bajamos en la Parroquia de
los Padres Salesianos. No puedo entrar por la multitud de gente que hay. Aquí
tengo la suerte de ver a dos generales: al gobernador de la isla, y a nuestro coronel. ¡Ambos con tantas medallas en el
pecho, que parecen el escaparate de una relojería! Viendo todo esto me doy cuenta de lo insignificante que es un
soldado al lado de estos "pájaros estrellados".
Como todo en la vida tiene su reflexión y filosofía, voy a exponer mi corto saber en ello. Un grano no hace granero, pero
miles. hacen molino. Un grano de arena no hace desiertos, pero trillones, sí. Una gota de agua no hace el mar, pero
una infinidad, sí. Un soldado no hace un ejército, pero miles de ellos, sí. Por tanto, los jefes dependen de nosotros.
Todos somos eslabones de una larguísima cadena, siendo yo (aunque pequeño es estatura) un eslabón más de ella.
Así que me siento tan importante como ellos, lo mismo sea un sargento o un capitán. Todos vamos uniformados,
perteneciendo al mismo ejército español.
Los soldados están desfilando muy bien (Fernando entre ellos), y cantando nuestro himno de infantería, que yo
acompaño susurrando, con voz suave emocionada que brota, del corazón: "Ardor guerrero vibra en nuestras voces / y
de amor patrio, henchido el corazón. / Entonemos el himno sacrosanto / del deber, de la patria y del honor. / etc, etc".
Más tarde motaron a los desfilantes en los camiones militares para regresar... y yo monté con ellos. ¡Cualquiera se
queda allí, perdiéndose la comilona del medio día!.
Llegamos al cuartel cuando tocaban fajina. Entramos al comedor. ¡Qué vista y olor! Comida extraordinaria. Empezamos
con la paella a la valenciana. Estaba muy buena. Después, huevos a la flamenca. De tercer plato, chuletas de cerdo
con patatas fritas. Toda esta comida estuvo acompañada con unas botellas de vino. De postre, frutas: manzanas, y
plátanos. Luego, un pedazo de tarta. Después una copa de coñac. Y como final, un puro. ¡Sobra cualquier comentario.
Me he puesto como un "barrilillo". ¡No me cabe ni el aire que respiro!.
Más tarde, en compañía de Fernando, me fumo el puro, que habíamos guardado de la comida, quedando como un
marqués. ¡Sí vinieran muchos días como éste...!.
A las cuatro de la tarde me he propuesto ir al hospital militar a visitar a un compañero canario que está ingresado por
enfermedad, pero no tengo dinero para la guagua. Otro compañero me presta dinero para poder hacerlo.
Cuando llego al hospital, me encuentro a la familia de el enfermo. Me dieron un cigarro, y estuvimos hablando hasta
que tocaron salida para los familiares (yo permanecí más tiempo... cómo era un hospital militar, a los soldados no nos
exigen que nos marchemos). Llegó la madre (monja), y tuve que rezar el rosario. La verdad, no cae nada mal eso,
después de una buena comida. Son casi las seis de la tarde cuando me despido, y vengo al cuartel para ver una
función de teatro que hay.
Cuando llego, está ya mediada la función... La verdad es que no me he perdido nada del otro mundo. Yo creía que
sería como la de Artillería, un poco picarona, pero me he equivocado. Ésta es apta para menores de un año y mayores
de 90.
Me encuentro a todos los paisanos ebrios, principalmente a Fernando (cosa extraña en él, ya que no es muy dado a
esto). ¡Pero un día es un día! Apenas se puede aguantar de pie. Comemos unas patatas con carne (el comedor no se
cierra en este día). Queda a disposición de la tropa, con unos cocineros tan "mareados" como los demás soldados (hoy
soy yo el más sobrio de todos).
Poco más tarde, cuando parecía que mis paisanos estaban en mejor forma, nos fuimos a la calle a Las Palmas.
Entramos en la casa de "beneficencia" ( digo... putas)... sólo a ver. Lo de Málaga no llegaba ni a chiringuito al lado de
ésta. De aquí nos tuvo que echar un brigada: "por favor esto no es apto para soldados". ¿Y qué demonios hacía allí un
brigada...?. Se olvidó decir que no era apto para soldados sin dinero. Me di cuenta (yo iba sobrio, aunque no mis
acompañantes). ¡Cuánto vicio hay en esta vida! ¡Qué podredumbre! Y no es que me asusten estas cosas.
Se despistaron los compañeros... o mejor dicho, yo de ellos. Y heme aquí sólo en Las Palmas, y sin una perra chica (la
perra chica era el equivalente a cinco céntimos de peseta), como un ave sin rumbo sin saber dónde poner el huevo.
(Cavilaciones de un soldado saciado de comer y sin un céntimo en el bolsillo. ¿Cómo se conoce que un soldado no
tiene ni cinco céntimos en el bolsillo? Soy juez y parte para poder responder, y no porque sea más listo, sino por
experiencia propia. Cuando se ve un soldado con las manos en la espalda, o en el bolsillo (aunque esto último esté
prohibido en el reglamento militar), andando cansinamente y sin rumbo fijo, parándose ante los escaparates, es que va
sin blanca. Por el contrario, cuando se tiene, aunque sea poco, lo mínimo preciso para ir al cine, se va con la cabeza
alta, mirando a todo el mundo, sonriendo a los amigos, y preguntándoles dónde van).
En fin, aquella noche correspondiente al día superfestivo de la patrona de Infantería, tuve que subir al campamento
sólo, meditabundo, y cansino: andando menos que un viejo de 80 años con reuma, y más sentimental que Ava Gardner
en una de sus calenturientas escenas.
Me acuesto, y, para alivio de mis penas, se pone el cuerpo "malo". A las tres de la mañana he tenido que vomitar un
poco de lo mucho que he comido.