¡PAZ EN LA TIERRA!: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 20/12/1960, martes: Diana. Me levanto como zorro taimado receloso del oficial de turno, ya que es muy dado a arrestar a los últimos en llegar a pasar lista. Nos aseamos, y apenas me da tiempo, cuando suena el toque trompetero de fajina. Desayunamos.

Después del desayuno, formamos para el batallón. Subimos al campo de instrucción. Hoy le ha tocado a mi compañía desplegar. Tras unos cuantos "zambullidos" en el suelo, reúnen a todas las compañías, realizando movimientos de armas. Cuando terminamos, sin romper filas, ordenadamente, bajamos al campamento desfilando.

Es la hora del curso de cabo, y no he estudiado nada de cuanto nos mandó ayer el teniente. Menos mal que no le ha dado por preguntar nada. Se ha limitado a echarnos más artículos de tarea. No sé de dónde vamos a sacar tiempo para tantos deberes. Terminamos la clase con el toque de fajina.

Hoy tenemos de comida potaje imperial, arroz con salsa, e higos.

Termino de comer, y espero al cartero. Hoy no tengo carta de nadie. Me entero de que tengo limpieza (una hora barriendo). Más tarde, voy a teórica. La clase la está impartiendo el teniente Arroyo, de la séptima compañía, y se refiere al adiestramiento de los instructores de este año. Escuchamos en cuclillas sus lecciones, riendo y contando cosas que no son del servicio. Terminamos, y voy a escribir a mí madre, y a la novia, mandándole la foto hecha hace unos días.

Nos juntamos Fernando, Gil y yo, con un "capital inestimable" de seis pesetas, entre los tres. Compramos en la cantina medio litro de vino por un duro... y por la peseta que sobra nos da un poco mortadela para el chusco que llevamos. ¡Parece mentira que pase por nuestro paladar tan exquisita bebida! Hemos pasado distraídos el tiempo, ya que la juerga no ha sido muy opípara ni mojada.

A renglón seguido, tocan fajina. Salimos a escape para el papeo. Como acabamos de merendar en la cantina, cenamos solamente el primer plato: Patatas con chocos. Hoy nos ha sobrado más de la mitad de la cena.

Después, llega el toque de escuadra. Cuando lo oigo, noto el cuerpo "disgustado" (no sé si será del vino). Esta noche pasa lista el cabo Evelio (el que está de semana, se ha ido de paseo). Comienzan juegos y bromas con él. Se ha calentado un poco, y nos ha tenido firmes cerca de una hora. Estas cosas pasan porque algunos se esconden entre tanto compañero. Son consecuencias que logran cuatro graciosos, que no tienen el valor suficiente para dar un paso al frente, y decir "yo he sido". Pero esta historia se repite en la mili infinidad de veces. Siempre pagan justos por pecadores. El código inédito prohíbe chivarse, y el infractor se ampara en tales costumbres, en vez de tener la valentía de responsabilizarse de sus actos.

Nombran el servicio. Para mañana no tengo nada. Me acuesto con un sueño que no me aclaro. Me pregunto, ¿por qué en la mili no se piensa nada más que en dormir? ¿Será para que el tiempo pase primero?.

Día 21/12/1960, miércoles: Diana. Y fajina.

Más tarde trabajo. Les ha dado a los jefes canarios por el trabajo, y no nos dejan respirar un momento con el pico y la pala. Hoy me ha tocado la segunda herramienta citada. Ha sido el día que más me he movido trabajando.

Hemos terminado el trabajo a las once de la mañana, y me marcho al curso de cabo. El tema de hoy ha sido sobre inspecciones. Terminamos con el toque de fajina. No es coincidencia que todos los días terminemos la clase con el toque de fajina... es que el teniente sabe que, cuando suena ese toque, tiene la obligación de darnos suelta.

Cuando estamos en formación esperando para recoger la comida, el capitán Galarreta pide silencio. Nos comunica haber recibido, desde Madrid, una carta de nuestro anterior comandante (que se halla enfermo e ingresado en el hospital militar), deseándonos pasemos felices pascuas. Se lo agradecemos en nuestra intimidad, ya que es una excelente persona. Hoy tenemos de comida ropa vieja, sopa de fideos, e higos.

Como siempre, espero al cartero. Hoy tampoco he tenido noticias de nadie. Me voy a la litera, y reposo, perdiéndome en un laberinto de dulces sensaciones y recuerdos navideños... hasta que me saca de mis ensoñaciones el toque de teórica, dedicándonos a la limpieza del fusil ametrallador. Mañana nuestra compañía tiene ejercicio de tiro. Terminamos pronto. Aquí, el trabajo diario concluye ligero. El motivo es bien sencillo. Donde se necesita un hombre, van cinco, pero vienen más días, muchos días, y todo se va construyendo, poco a poco. Lo que no va en lágrimas, va en suspiros. Lo que no se hace hoy, ya se hará mañana.

Terminada la faena, el que quiere se marcha de paseo, y otros, como Gil y yo, vamos a ducharnos. Hace bastante tiempo que no lo hacemos, y no por falta de deseos, sino por la actual escasez que hay de agua. Nos ha sentado fenomenal esta limpieza corporal que tanto necesitábamos. La ducha nos ha despertado el apetito. Aunque dudo que alguna vez haya estado dormido. Nos merendamos un poco de ropa vieja que nos sobró del mediodía, quedando medianamente satisfechos.

Así transcurre la tarde, bajo los tenues rayos del sol acariciando las abruptas montañas que cercan el campamento. La puesta solar, me deja íntimamente triste. Ha llegado la hora de formar para el pan, y volver a la cruda realidad, esperando el toque de fajina. No quiero ir a cenar solo, ya que mi compañero Gil acaba de irse de patrulla volante. Voy la cantina, y le pido compañero que está a cargo que me dé fiada una sardina, hasta mañana que cobre las sobras. Me la da. La pongo en medio chusco. Y doy fin de ella en un santiamén. Sabe a gloria.

Pasamos lista. Esta noche al cabo primera le molesta hasta el vuelo de un mosquito. Le da un guantazo en el cogote a un compañero que se ha movido en la fila. Ya había advertido, con malas pulgas, que no se moviera nadie. Nombran el servicio de cuartel. Mañana la compañía no tiene nada. No lo veo claro... es muy raro. Me da en la nariz que voy a tener los servicios para Pascua.

Lo que más deseo es estar al lado de mí madre, hermanos, y de la novia. Tengo unos deseos locos de verme a su lado. Creo no va a llegar nunca. Cada día que pasa la quiero más. No sé lo que me sucede. Si estuviese cerca de ella, diría que me ha dado a beber algún brebaje. Espero se cumplan mis deseos, y cambie un poco su carácter. Hago la cama y me acuesto. Pensando en ella, me duermo enseguida.

Y sí que cambió. Fuimos felices muchos años. Hoy, sin ella, no estaría rescribiendo este diario, y muchas cosas más. Su cariño y dedicación no tiene precio. Su paciencia es infinita. ¡Gracias Bibiana!.

Día 22/12/1960, jueves: Antes del toque de diana, ya estoy despierto a consecuencia del frío que hace por la mañana. Tenemos solamente una manta raquítica para cobijarnos. No nos gusta el toque a salir de la cama, pero quien toca la corneta no tiene ninguna culpa. Todo lo que le decimos, mientras vamos corriendo a la formación, lo recibe con gesto burlón y la sonrisa en los labios, porque sabe que lo decimos sin malicia. Salgo de la cama en calzoncillos blancos, y termino de vestirme en la fila de la formación.

Nos preparamos para el ejerció de tiro, pero lo más fácil es que no lo haya. Está lloviendo. Cae una fina lluvia, y el cielo se halla oculto por las oscuras y lloronas nubes que lo envuelven, no dejando proyectar los rayos dorados al sol. Se oye el rumor del mar con la bravura de sus bravías olas.

Tocan fajina. Después del desayuno que ha sido ligero por la lluvia (el comedor es al aire libre), esperamos que se aclare un poco el tiempo para ir al campo de tiro. Llaman a los instructores canarios para darles permiso, y a nosotros para decirnos los que han quedado de todos los que se apuntaron. Me han comunicado mi exclusión como voluntario para instruir a los nuevos reclutas. El motivo no me lo han dicho. Aquí, en la mili, no nos dan explicaciones. Me ha causado disgusto, ya que me hubiese gustado haber salido elegido. En fin, todas las cosas no van a salir a gusto nuestro. Desde que pisé el Ejército, todo acontece al contrario de mis deseos, salvo mi instancia en el curso de telemetría. A consecuencia del viaje a Tenerife, hoy lo estoy pagando, perdiendo mi sitio en la compañía, tratándome como si fuese un advenedizo. El motivo de mi discriminación es sencillo y fácil de comprender. Al venir de allí, me miraban como a un intruso

Hoy me ha convidado un amigo de Úbeda, llamado Félix, a un vaso de vino y una sardina.

En estos momentos viene el teniente de los giros. Después de estar una hora esperando, compruebo que no tengo nada.

Es la hora del toque de fajina, pero antes de formar nos llaman a todos los de la compañía para decirnos que los canarios se van de permiso a pasar la Pascua con sus familias, y que los peninsulares se quedan para hacer los servicios (cosa que ya sabíamos... que tontos no somos). A nosotros, los peninsulares, nos toca siempre la peor parte.

Hoy hemos tenido de comida paella de arroz a la valenciana, garbanzos con fideos, e higos.

Nada más terminar de comer, formamos para el trabajo (parece que el día que no lo hacemos, no se duerme en el cuartel). Terminamos sobre las cuatro de la tarde. Recogemos el correo. He tenido carta de mi casa. He contestado a vuelta de correo. Ahora estoy escribiendo en el diario, contando mis pesares, que son muchos... y satisfacciones que son pocas.

Estoy muy disgustado con todos en general, principalmente con mis amistades. No se acuerdan del que una vez fue su amigo. Cuando vine, les faltó poco para venirse conmigo, de lo mucho que lo sentían por mí. Poco a poco, se ha ido apagando ese fuego de la amistad, terminando por no escribirme. Creo que comencé a escribir a más de 25 personas, y hoy, no llega a media docena los que contestan. Aquí es donde más te acuerdas de la vida que has dejado atrás, y necesitas el consuelo de una carta del amigo que tenías para todo. En estos días navideños venideros, donde cada cual pasa lo mejor posible al lado de los suyos, parece que nadie se acuerda del pequeño, pero gran amigo, Bartolo, que en otros tiempos estaba a su lado y se desvivía por hacer cuantos favores le pedían. Ahora que me encuentro solo, en una tierra extraña, y sin apenas recursos económicos, me siento abandonado. La culpa es mía, por dar afecto a quienes no se lo merecían.

En estos momentos, acabo de comerme medio chusco con una sardina. He cobrado las "sobras", y he pagado todo cuanto debía. Ha venido Flores del hospital con el brazo escayolado, y ahora tiene curas de ambulatorio. Si esta Pascua la pasamos bien, será por estar todos los paisanos juntos. Esta noche no voy a cenar. Con lo que he merendado esta tarde, tengo suficiente.

Viene a buscarme Gil (no puede pasar sin mí). No me equivoco si digo que me ha tomado cariño... lo mismo que yo a él. Le gusta el tabaco más que a los perros los picatostes. Pero, cuando pilla un cigarro, se sacrifica voluntariamente, y nos lo fumamos entre los dos. Hasta se enfada si le digo que no tengo ganas de fumar. Dormimos ambos en la misma chabola (orden alfabético... nuestros apellidos comienzan por la misma letra), y nos echamos a faltar la noche que alguno de los dos tenemos servicio. Antes de dormir, nos hacemos rabiar un rato, y nos burlamos el uno del otro. Ahora, como no quiero ir a cenar, Gil tampoco quiere ir... y va con el chusco a por una sardina a la cantina. Esta tarde ha ganado a la siete y media (juego de baraja), dos pesetas... y no veas como está.

Nombran el servicio. No tengo nada. Y me acuesto, durmiéndome pronto.

Voy a hacer un pequeño comentario de lo que pasa en una chabola de doce soldados con 21 años, una noche sí y otra también. Los ronquidos y ventosidades parecen una música que dañan los cinco sentidos. El jadeo reprimido de la masturbación también es normal (entre ellos, este escribiente).

Día 23/12/1960, viernes: Diana. Somos como luciérnagas en el clarear de esta mañana, donde la hebilla del cinto y el brillo de nuestros cuerpos despiden una luz fosforescente, votando en el camino, hollado tantas veces, para pasar lista.

Pasamos el control matutino, y un poco después llega el toque de fajina, que pone una nota agradable para nuestros oídos y un halago a nuestros compungidos estómagos.

Después de desayunar, formamos para la revista, que ha sido más rápida que otras mañanas. Se van los canarios a pasar estas fiestas a sus casas, y los peninsulares nos quedamos con el deseo contenido por la nostalgia de ver a nuestra familia. ¡Estamos tan lejos de nuestra tierra! Pasa acompasada la mañana, sintiendo pequeñas ráfagas de brisas acariciar el rostro, y oliendo el perfume de la mar.

Tocan fajina. Hoy tenemos macarrones, sopa de fideos a la española, e higos. Comemos mientras bromeamos.

Lavo la marmita, y espero al cartero. Hoy tampoco tengo noticias de nadie. Al poco rato, recibimos con alegría la visita de nuestro paisano "Piloto" (se habla con mi primo Raya). Le llamo para invitarle a un trago de vino. Estuvo poco tiempo con nosotros. Seguimos hablando con Antonio (el otro no pinta nada para nosotros), pero Antonio nos ha convencido para que le aceptemos en la reunión... que debiéramos perdonar y olvidar el pasado... especialmente en estas fechas navideñas, que tan faltos estamos de cariño. Con nobleza, todos los paisanos le aceptamos, los cinco, sin excepción. Nos hemos estrechado la mano. Lo celebramos con una juerga. Cantamos villancicos, y toda clase de coplas que vinieron a nuestra memoria. Mientras, nos bebimos cinco litros de vino, y fumamos varios paquetes de tabaco, entre ellos un Chesterfield (tabaco rubio, de lujo). El resultado ha sido que a Gil tenemos que acostarle de la tajada tan mayúscula que tiene (no puede ni hablar).

Los demás estamos casi lo mismo. Sobre las siete de la tarde, se va Antonio. Pero, ante de irse, nos dice que mañana nos espera en el cuartel de Aviación a Fernando y a mí, para ir a casa de unos paisanos, que resultan ser familia mía, pero de parentesco lejano -?-. Ni lo sabía.

Tocan fajina. No sé la cena que hay, porque no voy.

Tocan escuadra. Formamos... pasamos lista... y nombran los servicios para tres días hasta el 26. Como me temía... servicios a mogollón. Esta noche tengo imaginaría... para mañana cuartel... y para el día 26, vigilancia.

Cuando todo el mundo se acuesta, aún quedan algunos trasnochadores de la décima compañía que ha celebrado Nochebuena con antelación, como nosotros. Me tengo que quedar a hacer la imaginaría con el sueño tan morrocotudo que tengo (estoy un poco bebido). El silencio de la noche se rompe por el canto de villancicos de estos amigos de la décima, acentuándome la nota de nostalgia por estar en tierra extraña una noche de Navidad. ¡Qué recuerdos, Dios mío! No lo puedo remediar Soy, o me he vuelto, un sentimental que expresa en silencio sus inquietudes. A las once y media, me ve el cabo primera de mi compañía, y me dice: "Expósito, vete a acostarte, que hace mala noche". Efectivamente, el viento, con fuerza arrolladora, agita las chabolas. Parece que de un momento a otro se va a llevar el campamento. Me voy a dormir.



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