NAVIDAD LEJOS DEL HOGAR: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 24/12/1960, sábado, NOCHEBUENA: Tocan diana. Una vez más, la confrontación del frío exterior con el calor interno de la Navidad, con buenos deseos para todos, hace que esta mañana sea especial... incluso para los no creyentes.

Pasamos lista. Después fajina. La malta con leche parece hoy una bendición del cielo por lo calentica que está. Gil tiene hoy servicio de cocina, a pesar de llevar el cuerpo desganado a causa de la resaca de la juerga de ayer. Ha perdido hasta el color del rostro, y el apetito también. Lo compruebo porque no quiere desayunar.

Al poco tiempo, se hace el relevo del servicio de cuartel. Entro a cumplir mis obligaciones, como me había correspondido. Esto de los servicios en Navidad es una lata. Se han ido los canarios, y nos toca todo a los peninsulares. Parece que hoy, a pesar de ser Nochebuena, para mí, va a transcurrir el día como otro cualquiera.

Pues, no. ¡Qué equivocado estaba! Navidad es Navidad, en todas partes. Aunque quedemos pocos aquí, y estemos lejos del hogar, también en la mili el espíritu navideño potencia el compañerismo.

El cabo cuartel y demás compañeros de servicio hemos comprado ocho litros de vino y unas latas de conserva. Hemos invitado al teniente de guardia, D. José Guillén Montenegro, una excelente persona, para que tome un trago con nosotros. El resultado es que el teniente no sólo ha aceptado a sumarse a nuestra fiesta, sino que, además, ha costeado de su propio bolsillo la mitad del vino.

Cuando tocan fajina, estamos todos como Dios nos da a entender. Tenemos de comida: paella de arroz a la valenciana, y garbanzos con arroz. El segundo plato no pruebo.

Después, viene el teniente de los giros. Me trae uno de 100 pesetas, que me ha mandado mi madre. Más o menos, podía esperar que me enviase algo por Navidad. Me ha venido como el agua a una botija en el caluroso mes de agosto.

Viene el cartero... y no tengo noticias de nadie.

A las tres de la tarde, le pido a José que se quede en mi puesto unas horas haciendo mi servicio de cuartel, mientras yo me marcho con Fernando para visitar a ese paisano y familiar lejano, indicado por Antonio, del que ya he hablado. José no está conforme. Sabe que no podré venir para la hora que le prometo. Pero es un excelente amigo y vecino, y, entre bromas y burlas, queda satisfecho.

Hemos quedado para ir a pasar la tarde de Nochebuena a casa del citado paisano. Llegamos al cuartel de Aviación, y encontramos a Antonio, pero no a Andrés el "Suave". Como aún es temprano, le esperamos, porque es Andrés el que tiene el regalo que vamos a llevar a esa familia... Pasa el tiempo, son las seis de la tarde, y no aparece. Se ha hecho tarde, y ya no podemos ir. Por ello, vamos a un cine cercano para ver una película. Se titula "Diez Valientes". Está interpretada por Burt Lancaster y Laurence Olivier. No terminamos de verla, porque tenemos que ir al comedor del regimiento a cenar. Creo que esta noche la cena va a ser extraordinaria.

Llegamos con el tiempo justo. Tocan fajina. Formamos, y entramos al comedor. ¡Qué visión tan maravillosa! Sopa de fideos con pan frito... pescadilla (está tan buena que me como tres), patatas fritas con carne.... naranjas. Todo ello remojado con seis botellas de vino, más otras dos por invitación del teniente de semana (tan buena persona como el anterior). El vino citado (ocho botellas) es para cada doce soldados, que son cuantos caben en cada mesa. Luego, nos dan una bolsita de dulces y garrapiñas para pasar esta Nochebuena. Hemos comido y bebido más que el día de la Patrona. ¡Hasta ha habido café y puro!.

Salimos del comedor, y nos lanzamos a la calle cantando villancicos: "Para Belén caminaba / una reata de ciegos / el que llevaba la bota / se metió en un cenaguenero / lástima de bota / lástima de vino / lástima de ciego / que la ha perdido". "Esta noche es Nochebuena / y no es noche de dormir / que ha parido la estanquera / un marrano jabalí". "Esta noche es Nochebuena / y mañana Navidad / saca la bota María, / que me voy a emborrachar".

Comenzamos una verdadera juerga andaluza. Entramos en una taberna... Y en otra más... Así sucesivamente... hasta dolernos la garganta de cantar. A las tres de la mañana, en plena vía pública, parece que no es Nochebuena. Aquí en Canarias nadie canta por la calle. Los canarios celebrarán la Nochebuena en la intimidad. Los andaluces somos más festeros.

A las cuatro de la mañana, se empeñan unos cuantos en montarse en la guagua para ir al otro lado de Las Palmas. Fernando y yo no queremos por estar un poco cansados. Nos despistamos, y entramos a una taberna, donde pensamos gastarnos parte del giro recibido. Empezamos con ron. Parecía aguarrás. Por el precio, no de nuestro agrado, y volvimos al vino. Comemos dos bocadillos a las cinco de la mañana. De las cien pesetas recibidas esta misma tarde, ya sólo me quedan seis.

Subimos ambos al campamento, recordando a nuestras familias, preguntándonos si se habrían levantado ya. En la península son las seis de la mañana. Imagino que aún estarán en la cama.

Cuando llegamos al campamento, parece un cementerio. ¡No se ve ni un imaginaría! Todos los que duerme, lo hacen vestidos... tirados sobre el colchón. Me enrollo en la manta, y quedo dormido como un tronco.

Día 25/12/60, domingo de Pascua: Cuando siento el toque de diana, no me levanto. Soy el cuartelero y no pueden ponerme falta al pasar lista (aunque es evidente que no estoy en mi puesto de servicio). Me relevan estando en la cama. ¡Es tan profundo el sueño que tengo, que sólo me levanto para oír misa. Y, cuando termina, me tumbo de nuevo, durmiendo hasta la una de la tarde, que me llaman para la comida.

Hoy tenemos potaje de garbanzos con carne (digo carne porque hoy sí me ha tocado varios trozos). Es lo único que he comido. Me acuesto otra vez, y estoy durmiendo hasta las siete de la tarde.

Me levanto, y lo primero que hago es comprar un bocadillo de queso para cenar. Me sabe a gloria. Después compro una peseta de cigarros... Heme aquí que no me queda ni para sellos, a pesar de haber recibido un giro de 100 pesetas ayer. Pero, como he dicho alguna vez, la vida es corta, y hay que disfrutarla.

Y así fue durante muchos años. A pesar de esta dichosa enfermedad de la Ataxia de Friedreich, yo creía que podía con todo, con la ayuda moral de mi familia al completo. ¡No pudo ser! Hoy apenas tengo fuerzas para acariciar las teclas del ordenador. Tal vez esté forzando al máximo la poca salud que tengo, y un día me dé el susto esperado, y no deseado. Ya me he encontrado varias veces en esa situación. Lo que más irritación me causa es tener que luchar durante tantos años contra la muerte por culpa de esta enfermedad... no dejándome ni un segundo. ¡Qué impotencia tan grande es eso de una degeneración progresiva: saber que te acuestas mal, y amaneces peor! Hay que seguir luchando. ¿Pero hasta cuándo? En el nacer y morir, no debe existir espanto, ya que todo es natural, como la vida misma.

Pasamos lista... y a dormir de nuevo.

Día 26/12/1960, lunes: Diana. Aunque parezca mentira, a pesar de lo dormido ayer, tengo un sueño considerable. Me levanto, paso lista, me lavo para quitarme un poco la modorra que tengo, y tocan fajina.

Desayuno, y le llevo a Fernando (que está acostado) un poco de leche. Piensa estar todo el día en la cama. Yo no tengo nada que hacer hasta la tarde. Me voy a escribir en el diario, que alivia mis pesares y es el bálsamo milagroso para el alma.

Cuando termino, me encuentro a todos los paisanos bebiendo vino en un (añorado) porrón, que se han traído (sisado) de la cocina el día de Nochebuena. Es muy andaluza la escena montada. Se pasa pronto la mañana.

Tocan fajina. Hoy tenemos paella a la mallorquina, garbanzos con fideos, e higos.

Como siempre, espero al cartero. No tengo noticias de nadie. Me arreglo para el servicio de vigilancia. Y me voy al regimiento con los compañeros de servicio.

Cuando salgo a la calle, con otro compañero y el cabo, la primera parada que hacemos (aunque no está bien, porque está prohibido por las ordenanzas) es en una taberna, bebiéndonos cuatro vasos de vino por barba, con unos buenos aperitivos. ¿Pero quién vigila a los vigilantes en estos días navideños? Salimos de allí con un cuerpo más entonado que la sota de oros. Damos unos paseos más, en hipótesis patrullando, y nos metemos en un billar jugando una partida (que también está prohibido) con un compañero, que me gana. He de reconocer que juega mejor que yo, a pesar que se me da bien, pero siempre hay otro mejor.

Cuando me encuentro otra vez en la calle, me hallo irresistible: Con ganas de darme un garbeo con cualquier persona femenina. He aquí que pasa una pareja de féminas. Les digo unos piropos que les hacen gracia. Me da permiso el cabo para pasearme con ellas (hoy patrullando vale todo). Paso un rato agradable. Hasta me dicen que soy simpático. Lástima no ir con ropas de paisano y con dinero en el bolsillo. Paciencia, ya vendrá tiempos mejores.

Vamos al regimiento a cenar. Esta noche hay ensaladilla imperial, y empedrado de lentejas con arroz (esto último no lo pruebo).

Terminamos de comer y nos lanzamos otra vez a la calle en busca de un cine para descansar. Nos acompaña el cabo primera de vigilancia y me anima que les diga algo a unas chavalas que van caminando delante de nosotros. Me decido: "¡Nena, con mil pesetas en el bolsillo, un trajecillo de paisano, y tú de compañera, esta noche se te iban a caer las bragas de gusto!". Para qué contar lo que pasó después... iba la cosa tan bien, que el cabo primera, a la fuerza (el que manda, manda), me retiró, para lucirse él en mi lugar. Pero le salió mal. ¡Esto es un cachondeo! Si nos pillan patrullando de esta guisa, nos meten cadena perpetua.

Fuimos al cine "Victoria". Proyectaban "La Rubia y el Sheriff". La película estuvo regular. Lo más interesante fue la protagonista: una rubia, que estaba como un camión. Ella fue el motivo (entre otras cosas) de que cuando me acosté, hubiera "cinco contra uno" (masturbación). Así, me quedo como un bebe harto de teta.

Día 27/12/1960, martes: Diana. Quien no ha visto una estampida de soldados saliendo a medio vestir de su chamizo, camino de la explanada, no ha visto nada. Somos como una manada de búfalos asustados por los soniquetes de una estruendosa corneta, que pone alas en nuestras desabrochadas botas.

Pasamos lista. Tocan fajina. Más tarde formamos para el ejercicio de tiro. Parece que hoy tampoco vamos a poder ir todos. Solamente van los de la sección de fusil ametrallador. Los demás (entre ellos yo), marchamos al trabajo: Hoy tengo pala, pero no hago nada.

Sobre las once de la mañana, me voy a la escuela de cabo. El teniente habitual no ha venido, y hay un suplente en su puesto. Va de trámite. Nos pone unas cuentas aritméticas, y nada más. Terminamos justo a la hora del papeo.

Hoy tenemos ropa vieja, y sopa. Cada día encuentro la comida más apetitosa (será por que hace tiempo no he comido otra distinta del rancho militar).

Espero al cartero. Por fin he tenido carta de la novia... y muy agradable su lectura, amenizada por una excelente caligrafía y gramática correcta (aunque sea su cuñado quien la escriba). Me dice haber recibido la fotografía, y varias cosas más que le mandé. Todo un halago para un enamorado.

Tocan a teórica, y no puedo contestar a la carta. Terminamos a las cuatro y media, y ahora sí, me dedico a escribir. Llevo una mili que no tengo tiempo ni de zurcir un descosido que tengo en los pantalones, por donde se me van a salir los testículos.

Tocan fajina, y tengo que darme prisa si quiero cenar. Esta noche tenemos ensaladilla imperial, y empedrado de lentejas con arroz.

Después de cenar, nos juntamos todos los paisanos, pasando un rato agradable (que tenemos que dejar para otro día, por el toque de escuadra). Pasan lista, y nombran el servicio de cuartel. Para mañana no tengo nada. Me acuesto con la consiguiente satisfacción.

Día 28/12/1960, miércoles: Diana. Pasamos lista. Me aseo, y hago la cama.

Tocan para desayunar. Desmenuzo el pan para el desayuno. Hoy me he tomado tres cazos de malta con leche. Como siempre, me hago la mima pregunta: ¿Dónde cabe todo cuanto le meto de comida al cuerpo?.

Formamos para práctica de tiro (hoy sí me toca a mí). Me ha tocado disparar con el fusil ametrallador. Cuando oigo la palabra "¡fuego!", aprieto el gatillo suavemente, saliendo una ráfaga de muerte para quien le pille, pero con muy mala puntería. He de decir que el fusil tiene tres modalidades de tiro: 1º, tiro a tiro, 2º, pequeñas ráfagas y 3º, ráfagas enteras. Yo he optado por la última, de ahí el poco tiempo que he tardado en consumir todas las balas.

Después, tengo que disparar con el mosquetón, haciendo diana en un tablero. El mosquetón me es más familiar, aunque disparando sea más pujante. Parece que me he familiarizado con las armas de fuego, y ya no me originan nerviosidad alguna.

Me saca el teniente para que le dé una explicación sobre el mosquetón. Está vez sí me encasquillo de verdad (cosa rara en mí), pero los nervios y la memoria me han jugado una mala pasada.

Pido permiso, y me voy a la escuela de cabo. El teniente ha sacado a unos cuantos soldados (entre ellos el que suscribe) a dar de memoria todos los artículos. He tenido suerte, porque cuando me llegó el turno de responder, tocaron fajina. Fin de clase. Me ha "salvado la campana" (nunca mejor dicho).

Hoy hay calamares a la española, potaje andaluz: (no lo pruebo), e higos. He comido como un caballero / de mesa, / el suelo, / y de techo, / el cielo... / ...más hermoso que se pueda ver (a pesar de ser finales de diciembre)... y por plato, la marmita.

Como todas las tardes, espero al cartero. Es el momento esperado para todo soldado. He tenido carta de mi primo Bartolomé. Alaba mi discreción (por no contar lo de su operación quirúrgica) y mi forma de ser. Aunque sea un halago a mi persona, no me gusta que le den importancia a algo que no la tiene. Escribo a mi madre. Hace varios días que no lo hago. No me da tiempo a terminar, porque han tocado a teórica.

Formamos a la carrera. Nos manda el teniente Canto (de nuestra compañía) que está de guardia. Llevan el mosquetón para pasar revista. Digo "llevan", porque yo no lo puedo llevar por tenerlo en el taller de reparación. Después de la revista de mosquetones, ordena salir a todos los aspirantes a cabo para dar clase de teórica. La lección de hoy es cómo hace una broma. Consiste en liar un cigarro con unas cabezas de cerillas en el centro, y dárselo a fumar a un compañero. No nos podemos reír mientas la oferta, porque se escamaría, y no fiándose, lo arrojaría al suelo, y lo pisaría. ¡Qué cosas tan raras quieren enseñarte en la mili!. En fin, es el día de los Santos Inocentes, y se agradece la inocente inocentada... que no es un invento del escribiente de este diario, sino un acontecimiento real, aunque los más avispados de dieron cuenta enseguida de por dónde iban los tiros.

Después, todos estamos libres para hacer lo que nos apetezca: paseo, fútbol, leer... etc. Tengo que aprovechar el tiempo para escribir y para estudiarme los artículos de cabo. La verdad es que llevo una prolongada etapa en la que no termino una cosa, cuando ya tengo que hacer otra.

Tocan fajina. Esta noche tenemos estofado de patatas con carne, y empedrado de judías con arroz.

Después de cenar. Tocan escuadra. Pasamos lista, y nombran el servicio. Para mañana no tengo nada.

Y a dormir se ha dicho.

Día 29/12/1960, jueves: Tocan diana. Más tarde, fajina.

Le tengo que llevar el desayuno a Gil, porque tiene servicio de cuartel. Nada más terminar de desayunar, formamos para el trabajo: Hoy también me ha tocado pala. Nos echa el teniente "tarea". Hoy nos ha engañado Para alargar el trabajo. No hace nada más que pedir mejoras de la obra para que trabajemos más tiempo. El resultado ha sido que he tenido que pedirle permiso para ir a la escuela de cabo. Creo que a los demás les va a tener por lo menos hasta las doce.

Hoy, en la clase de cabo, me ha tocado de los primeros en ser preguntado por los artículos. No me explico como me ha salido tan bien la respuesta. He recitado de memoria, como un papagayo, cuantos artículos nos había asignado. Nos pone más de tarea, y se acaba la clase.

Han tocado fajina primero que otros días. Nos han vuelto a engañar. ¡Si los Santos Inocentes fueron ayer! Ha sido para pillarnos a todos con las marmitas, y llenarlas de agua para regar los jardines (si no se les regara, se van a secar). Después el papeo: ensaladilla a la española, pescado frito, e higos. He comido bien, y me ha sobrado el pescado. Lo dejo guardado para merendar esta tarde.

Espero al cartero. Tengo la inmensa alegría de tener noticias de mi madre, y hermanos diciéndome que han pasado unas excelentes navidades, y están trabajando en la recogida de la aceituna (somos de la provincia de Jaén, donde hay extensos olivares). Les contesto a vuelta de correo, dándoles mi enhorabuena por todo lo que me cuentan.

Tocan a teórica. Como el día anterior, lo pasamos bien entre bromas y cachondeo, hablando de todo menos de lo que interesa. Cuando se terminó, me voy a mi aseo personal. Me doy un buen "fregoteo" de cara, cabeza, afeitado y lavado de boca, (una limpieza escrupulosa). Después, me zampo un pescado, sobrante de la comida, como merienda. Aunque está frío, me sabe a gloria.

Después, escribir y leer hasta la hora de fajina. Esta noche tenemos estofado de carne con patatas, y empedrado de lentejas. Como todas las noches, Fernando y yo, cenamos juntos. Haciendo bromas se nos hace la cena más agradable. Hoy me ha tocado fregar ambas marmitas, mañana le tocará a él.

Tocan escuadra. Pasamos lista, y nombran el servicio. Para mañana tengo trabajo en el campo de fútbol. Esta noche le hago la tercera imaginaría a un compañero llamado Yuste, que se ha puesto enfermo.

Cuando me acuesto no tengo sueño. Es la primera noche que me pasa desde que estoy en la mili. Le echo la culpa al trajín que llevo de tanto escribir... y, por si fuese poco, tengo que estudiar lo de cabo.

Día 30/12/1960, viernes: El caso es que, para mi turno de imaginaria, me levanto a las dos de la mañana sin haber pegado un ojo. Me pica el sueño durante la imaginaría... y aprovecho para dormir, aunque me cueste la pelleja, si me pillaran.

Tocan diana. Después de pasar lista, me aseo, hago la cama, y tocan fajina.

Tras el desayuno, me llevan al campo de fútbol. Hoy me ha tocado pico, para picar de firme. Han sido dos horas de intenso trabajo. Hemos trabajado al máximo, haciendo una zanja para cimiento de 7 metros de largo, 60 centímetros de ancho, y 1,20 de profundidad. Luego, pido permiso para subir al campamento e ir a la escuela de cabo.

Cuando llego a clase, ya están todos los alumnos en su sitio. Al momento, llega el teniente y comienza la lección... que terminamos sin ningún particular digno de mención.

Tocan fajina. Hoy tenemos paella de arroz a la valenciana, garbanzos con fideos, e higos.

Espero al cartero. He tenido la alegría de recibir noticias de mi hermano Indalecio. Está en Torreperojil (Jaén), cerca de Jódar, recogiendo aceitunas. Me cuenta muchas más cosas. Mañana le contestaré. Hoy no puedo.

Esta tarde también hemos trabajado, rigurosos, en el campo de fútbol. Hemos echado las mismas horas que un peón de albañil. Ha sido un día de los que más he doblado el espinazo en toda la mili.

Cuando subo al campamento, veo a todos los paisanos jugando al fútbol. Voy derecho a mi chabola, donde tengo guardado un poco de pan... y siento ganas de hincarle el diente. Me he enterado que un día de estos, me van a pagar el curso de telemetría. Voy a la cantina, y le pido al cantinero, fiado, 1,50 pesetas de queso. Lo cual me da.

Y aquí me hallo. Próximo a las ocho de otra tarde tan anodina como todas las tardes. Están repartiendo el pan en mi compañía, y si no estoy presente, cuando lo pida después, puede que no me lo den. Por hoy dejo de escribir, ya que me duele la cabeza. Espero que mañana no tenga servicio. Mi compañía está exenta de servicios, pero si lo repartieran entre todas, me veo haciendo algún ejercicio no de mi agrado, que me amargue el día de la fiesta del soldado.

Esta noche hay para cenar patatas con chocos, y garbanzos con fideos.

Nada más terminar, nombran el servicio. Tengo guardia aquí en el campamento.

Me acuesto, y me duermo sin darme cuenta.



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