¡POR AQUÍ NO PASAN LOS REYES MAGOS!: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich
Día 05/01/1961, jueves: Diana. En la mili, como todos los días, tienes que levantarte deprisa y corriendo. Pasamos
lista... hago la cama... me lavo... y tocan fajina. Hoy le he pedido otra vez gofio al compañero canario. Me lo ha dado sin
reserva alguna.
Nada más desayunar, me preparo para el ejercicio de tiro. Ya tengo reparado mi mosquetón. Me lo he encontrado en el
armero. Lo ha traído sin darme conocimiento de ello.
Subimos al campo de tiro. Hoy no puedo disparar con el fusil
ametrallador, como hubiera sido mi deseo. Tiro solamente un
cargador con el mosquetón. Terminamos de ejercicio de tiro, y,
después de pedir el consabido permiso, tengo que bajar pronto
para el curso de cabo.
Hoy, en la clase para cabo, no me pregunta nada el teniente.
Nos impone varias lecciones para estudiar en estos días
festivos de Reyes.
Tocan fajina. Tenemos: ropa vieja fideos, e higos.
Terminamos de comer, y espero al cartero. Tengo carta de
casa, escrita por mi madre. Es una inmensa alegría.
Tocan teórica. Pasamos una hora divertida. Cuando
terminamos, aunque sea a un horario distinto de lo habitual,
nombran el servicio para los tres días siguientes. Los canarios se van a casa hasta el lunes. No tengo nada, pero estoy
de reserva todos los servicios. O sea, la primera baja que haya, allá he de ir yo. Espero que nadie se ponga enfermo.
En fin, confío en tener suerte, aunque lo veo difícil.
Nos dan permiso hasta la una y media de la mañana. Bajamos a Las Palmas todos los paisanos juntos, sin más capital
que las manos en los bolsillos. ¡Menuda perspectiva! Paseamos por la playa "Las Canteras". José, que es muy
despistado, ha de subir de nuevo al campamento, porque ha olvidado una carta que tenía que echar al buzón. Nos
quedamos esperándole. Pensamos ir andando a una población cercana llamada Chamán. Fernando dice que se queda
en espera de su primo hermano José, para luego reunirnos allá todos. Pero los "cabezones" de Gil y Flores no quieren,
y también quieren quedarse. Yo me enfado, y me voy solo. Pero como Chamán está lejos para ir caminando, no quiero
darme este mal rato. Cambio de opinión, y voy al Parque Santa Catalina.
Me entretengo en pasear, en espera de algún compañero que lleve dinero, y pueda prestarme para adquirir una entrada
al cine. Sin embargo, el tiempo pasa, y esta quimera no se hace realidad. Cansado de dar vueltas en soledad, inicio la
subida al campamento. Poco más tarde, vuelvo a cambiar de plan: Pienso en ir a visitar a un compañero canario que
acaba de salir del hospital, y está en su casa.
Cuando llego, le encuentro acostado. Se levanta de buen grado. Le saludo, y me da un cigarro. Hemos pasado el
tiempo haciendo cábalas sobre el "juguete" que nos van a dejar los Reyes Magos. Tiene varias hermanas, algunas de
ellas ya casadas. Hemos pasado un tiempo excelente, charlando con toda su familia. Les enseño varias fotografías de
mi familia, y por último la de mi novia... a la cual, dicho sea de paso, cada día encuentro más guapa. Así pasa pronto el
tiempo. No me canso de estar con ellos. ¿Será por haberme admitido la familia en pleno? Ya he perdido las costumbres
de la vida civil. Nunca me había dado cuenta del valor tan grande que tienen algunas cosas por insignificantes que
puedan parecer. Me despido, y subo al campamento, encontrándome por el camino a todos los paisanos, que vuelven a
recogerse.
Han estado en la cabalgata de Reyes, y traen unas latas en conserva que les ha dado alguno de los Reyes Magos.
Cuatro son de José, y una de Fernando. Vienen por el camino peleando en broma. Gil le ha quitado una lata a José, y
no se la quiere dar, para hacerle enfadar.
Llegamos. Nos borramos del parte. Y nos acostamos, cada cual en sus respectivas literas, que están en diferentes
chabolas... excepto Gil y yo, que dormimos bajo una misma carpa. Son exactamente, las once y ocho minutos de la
noche. Hago la litera y me acuesto, sin cenar, pensando en el servicio que me pueden echar los Reyes mañana, (este
año, lamentablemente, no aspiro a otra cosa). Por supuesto, se me "olvida" poner las botas en la inexistente ventana de
la chabola para que me echen garrapiñas. Así, me duermo con el pensamiento en las personas más queridas.
Día 06/01/1961, viernes: Diana. Como todos los días, arreglo la litera con la colchoneta, sabanas, mantas, y almohada.
Me lavo. y desmenuzo el pan en la marmita.
Tocan fajina. Desayuno.
Poco más tarde, formamos para oír misa.
Después tocan marcha de frente. No quiero bajar a Las Palmas. Está el cielo emborronado, y apenas hace calor: Me
acuesto liado en la manta, leyendo una novela de amores... que está interesante. De está manera se pasa la mañana.
Reparten el pan, y tocan fajina. Hoy tenemos potaje andaluz, sopa de fideos, e higos.
Como habíamos pensado hacer los cinco paisanos, tras la comida, abrimos las latas de conserva, traídas ayer de la
cabalgata, pedimos un plato al chico de la cantina y unas gotas de aceite (me cuesta 1,50 pesetas, que dejo en débito).
Con una cebolla hacemos una pipirrana (como lo llamamos en mi tierra). Yo la encuentro de "toma pan y moja" de lo
buena que está. No así a los demás. Dicen tiene un olor raro (me molesta esa afirmación, porque juzgan sin probarla).
Podría ser porque hemos mezclado conservas de pescado de diferentes especies. ¿Pero que más da que huela medio
a atún, y medio a sardinas, a la vez?. Con buen apetito, da lo mismo. Yo estoy comiendo pipirrana hasta que me
encuentro satisfecho, guardando el resto en la marmita para cuando tenga apetito.
Espero al cartero, con la ilusión de tener carta de la novia. Hace varios días que debiera haberme escrito, pero se ve
que no le da por ahí. ¡Lo habrá dejado para mañana! Me acuesto, y duermo la siesta.
Me levanto hacia las cinco de la tarde. Me voy a Las Palmas solo. Llevo unos días raro y del mal humor, sin saber lo
que me pasa ni lo que quiero. Estoy aburrido de todo, y enfadado por todo y con todos. Cuando paso por el cuartel de
Artillería, tengo que volver a por los guantes, que se me han olvidado. Los cojo y, de paso, le pido permiso para volver
tarde al teniente Arroyo, que está de guardia. Me lo concede hasta las diez de la noche. No pienso estar tanto tiempo...
pero lo he solicitado por si acaso llegara tarde. Cuando llego a Las Palmas, está tan animada como siempre... Y como
siempre también, yo no tengo ni una perra gorda (décima parte de una peseta) en el bolsillo.
Paso el tiempo paseando y viendo escaparates. Tengo la suerte de encontrarme con mi paisano Andrés, el "Suave",
también conocido como "Talavera" (por su padre). Son motes de pueblo... que todos tienen su pequeña historia. A mí
llaman "Pozilla", pero no son insultos... en absoluto. Juntos, lo pasamos bien. Lleva un paquete de tabaco y algunas
pesetas, que ambas cosas son maravillosos antídotos del desánimo en la mili. Nos vamos a la feria (aquí en Las
Palmas, todo el año están de fiesta. Compramos una peseta de azúcar en rama... eso que le llaman: "¡Al rico chichi!".
Después, Andrés juega en una tómbola, que cuesta una peseta. Le toca un vasito de plástico y un embudo. ¡De nada
sirven, pero algo, es algo!.
Pasa el servicio de vigilancia. Un sargento y un cabo me llaman la atención, porque estoy fumando con un guante
quitado. Cuando me pongo el guante, me dice que llevo los guantes sucios. Me parece que este tío me quiere
empaquetar esta noche. Lo único que tengo que hacer para que no lo haga es desaparecer, callado, de su vista. ¡Será
cabrón!. ¡Y a mí qué coño me importan las ordenanzas! ¿Qué más da que fume en una feria con el guante puesto o
quitado? Estas cosas son corrientes en la mili. Hay superiores comprensivos, que pasan por alto todas estas pijadas. Y
otros que van directamente a joder la procesión. Lo grave del caso, es que se ve claramente que la compresión es
inversamente proporcional al rango en el escalafón militar. La mili nos la hacemos nosotros mismos más puta de lo que
es. Nada hay peor que un cabo o un sargento a quienes se les ha subido el poder de mando a la cabeza.
A las ocho y diez, Andrés tiene que irse a cenar. Me quedo solo otra vez. Estoy un poco más de tiempo. Subo al
campamento disgustado conmigo mismo, haciéndome estas reflexiones: "Un militar sin graduación tiene menos
importancia que una babosa en un urinario. Parece que vas repartiendo lepra. Si hay una señorita en la ventana o en la
puerta, cuando llegas cerca, da "el portazo"... y, cuando has pasado, vuelve a asomarse, orgullosa de su hazaña. A mí
me sobra la educación que la mamé de mi madre, y aprendí de mi padre, para respetar siempre a todos, sea cual fuere
su posición en la vida".
Cuando llego al campamento tocan escuadra. No paso lista, porque tengo permiso. Ceno pan con la pipirrana que
tengo en la marmita. Voy para que me borren del parte. Me acuesto pensando en la tercera imaginaria, desde las tres
hasta las cinco de la mañana.
Día 07/01/196, sábado: Son las cinco de la mañana cuando me relevan. Hoy no tengo ganas de contar nada de las dos
horas que he pasado de pie liado en la manta, salvo que otra noche más he viajado en el tiempo, con evocaciones,
para estar con los míos. Cada vez se me hace más difícil la separación de la familia. Y es a estas horas de la
madrugada, en medio del silencio, cuando más fuertes son las nostalgias. Queridos recuerdos, parecéis sombras
vivientes que voláis desesperadas por salir del claustro en que estáis metidos... sin poder hacer nada por liberaros. Yo
también estoy preso en esta isla bendita.
Me releva el compañero Pablo Pradas, y me acuesto un poco hasta la hora del toque de diana. Diana. Apenas he
dormido. Me levanto, y pasamos lista.
Fajina. Desayuno la malta con leche, acompañada con un poco de gofio, y nos preparamos para pasar la revista semanal.
Pasada la revista, voy a lavar un poco de ropa que tengo sucia. Mientras lavo y espero que se seque la colada, es la
hora de la comida.
Tocan fajina. Hoy tenemos arroz blanco, garbanzos con fideos, e higos.
Terminada la comida, espero al cartero. No tengo carta de nadie. Me parece que la novia se ha vuelto un poco
desmemoriada. Hace once días que le escribí, y no sé nada de ella aún. Me acuesto a dormir la siesta hasta las cuatro.
Cuando me levanto, voy con Flores a Las Palmas. Aunque no tengo ni una perra chica, no quiero quedarme aquí. Los
demás paisanos tienen servicio. He pasado una tarde distraída, dentro de lo permitido por un capital nulo. Sobre las
siete de la tarde, cuando iba a entrar al cine (con el dinero prestado por un compañero), veo a la chavala que conocí
patrullando hace unos días. Me acerque a ella para hablar. Al principio no quería, pero aceptó. Cuando el flirteo iba por
buenos derroteros, se presentó un amigo... y me dejó sentado. ¡Mi gozo, en un pozo! A pasear cabizbajo, de un lado a
otro, sin rumbo fijo... optando por volver al campamento.
Llego a las once de la noche. Está en la cantina el teniente de guardia, D. Enrique Quintana Maqueda, (pertenece a
nuestra compañía). No exagero si digo que es lo mejor que hay en el regimiento (es de Canarias). Me tiene simpatía,
no sé porque, pero así es. Me invita a lo que me apetezca. Como buen andaluz que se precie de serlo, prefiero un vaso
de vino. Me acompaña bebiendo. Me dice temer que cualquier día haga una falta grave, o una burrada. Extrañado por
no entender, le pregunto el por qué. Me contesta con estas palabras: "¡A ti no te arrestan. Eres célebre en el
regimiento!". La verdad es que no entiendo nada, pero no quiere dar explicaciones. Intuyo que lo dicho guarda relación
con la escritura del diario, pero sigo con mis ideas.
Flores y yo, nos vamos a cenar un chusco con la pipirrana que aún tenemos guardada. Después, me acuesto,
cansado. Ha sido una tarde muy ajetreada. Me duermo pronto... no sin antes librar esta singular batalla de cinco contra
uno... con la entrega del soldado solitario que dulcemente, con espasmos de placer, deja la huella blanquecina en los
calzoncillos blancos.
Día 08/01/1961, domingo: Diana... Fajina.
Hoy me ha faltado el canto de un duro para ir a hacer guardia al regimiento. Un canario, despistado, se ha dormido.
Como suplente, ya me estaba preparando para reemplazarle en la guardia, cuando ha venido.
Oigo misa, como de costumbre. Después, han rifado dos entradas para el fútbol. Hoy juega Las Palmas contra el Cádiz.
Como es de esperar no me ha tocado. La suerte no está conmigo. Me acuesto para matar la mañana dominical.
Despierto próximo a la hora de fajina. Nos dan el pan, y después el papeo. Hoy hay estofado de patatas con carne,
sopa de fideos, e higos.
Esta tarde no ha ido el cartero a recoger la correspondencia al regimiento, y me duermo tranquilo. A las tres y media
tocan a formar todas las compañías. Es una anomalía, pues hoy es día festivo. El motivo ha sido que han regalado
veinte entradas más para el fútbol, y las van a rifar. Me ha tocado una, a José otra, y para no ser menos, Flores ha
tenido la misma suerte que nosotros.
A José no le gusta el fútbol, y le da la entrada a su primo Fernando. Ni cortos ni perezosos, nos vamos al fútbol. Aunque
deprisa, tenemos tiempo de ir andando. ¡Qué remedio nos queda! No tenemos ni para la guagua. Vamos por la playa
de Las Canteras, que a estas horas está bastante animada de gente extranjera: franceses, ingleses, y americanos.
Llegamos al Campo Insular con la hora justa de acomodarme bien, situándome donde están las banderas. Como no
soy el locutor Matías Prat, sólo diré que no estuvo mal el partido. Ganó Las Palmas al Cádiz por 1-0.
Salimos del estadio, y otra vez tuvimos que ir caminando hasta el Parque Santa Catalina. Allí, encontré a un compañero
canario del curso de telemetría. Actualmente reside Fuente Ventura. Nos saludamos, y quedamos en vernos un día sin
especificar fecha.
Pasamos por a las Canteras, y la playa estaba abarrotada. Subimos al campamento, ya que esta noche no tenemos
permiso para llegar tarde. Son las órdenes: mañana hay batallón, y tenemos que estar en forma, han dicho los jefes.
Llegamos con la hora justa de coger el papeo. Esta noche hay para cenar ensaladilla imperial, y habichuelas.
Terminamos de cenar, y formamos para pasar lista. Esta noche voy a hacerle la segunda imaginaria a Gil. Él ha estado
de guardia en el regimiento, y está que se cae de sueño.
Me acuesto, durmiéndome pronto, pero si pronto me duermo, antes me despiertan. Son las doce y cuarto cuando me
llama un compañero para hacer la imaginaria. Durante el servicio nos fumamos dos cigarrillos emboquillados.
Susurrando, hablamos de muchas cosas. Así, se pasa el tiempo. Cuando nos damos cuenta son las tres y diez minutos
de la madrugada. Llamo a quien me tiene que sustituir. Y me acuesto vestido, durmiéndome a renglón seguido.
Día 09/01/1961, lunes: Diana... Fajina... Desayunamos.
Tras el desayuno, formamos para el batallón. Mientras se incorporan los despistados, pasamos lista, y viene el coronel.
Manda silencio. Si no me equivoco, nos hemos juntado cerca de ochocientos soldados. No se oye ni el vuelo de una
mosca cuando el comandante da las novedades al coronel. La banda del regimiento se estrena con una marcha. A lo
lejos, los paracaidistas, que han ido al ejercicio de tiro, hacen resonar el tableteo de las ametralladoras. Da la impresión
de que estamos en guerra. Cuando acaba de hablar el coronel, nos tomamos la discreción por nuestra cuenta. El
encanto de estos momentos se ahoga con el murmullo que hacemos con nuestros comentarios.
Hoy no podemos hacer instrucción, porque se nos ha hecho tarde. El poco tiempo que falta para el toque de fajina lo
aprovechamos en rellenar un hoyo para allanar el terreno. Tampoco hemos asistido a clase de cabo. El teniente está de
vigilancia. Creo que el curso terminará pronto.
Fajina. Tenemos de comida paella de arroz, garbanzos con fideos, e higos.
Termino de comer, y me acuesto a echar la siesta. Llevo unas noches que no duermo todo cuanto quisiera. Hoy me
despiertan para darme cuatro cartas que he tenido. Una de mi madre, contándome lo buena que ha sido la cosecha de
aceituna. Si la cosecha es buena, hay trabajo para los jornaleros (no somos propietarios olivareros). Además, me dice
que me van a comprar un traje para cuando me licencie. ¡Con las ganas que tengo yo de vestir chuleta! Otra, es de mi
hermano Indalecio contándome muchas cosas. La tercera de mi hermana Catalina, diciéndome que me ha mandado 50
pesetas. ¡Buena falta me hacen! Por último, de mi primo Bartolomé, dándome la buena nueva de haber salido
definitivamente del hospital, y pronto estará en su casa. No pienso contestar a ninguna de las cartas... hasta mañana, si
puedo. Esperaba carta de la novia, pero parece que me ha desterrado al olvido. Esto me tiene de mal humor.
Tocan teórica. Formamos, pero nada de teórica... nos dan una pala para trabajar. Aquí en Canarias parece que lo único
en interesarles es poner el terreno llano, como la palma de la mano. ¿Y quién mejor para hacerlo que los soldados
peninsulares? Como sigan así, lo consiguen.
Terminamos el trabajo a las cinco de la tarde, y dedico el tiempo a escribir en mi diario. Entre un cigarro de uno y otro
de otro, el tiempo pasa como un suspiro entre volutas de humo, haciendo capiteles en el firmamento en una tarde
quejumbrosa y desapacible de este mes de enero.
De pronto, alegra el alma el sonido de la corneta tocando fajina. Es la hora de papeo. Esta noche tenemos de cena
patatas con chocos, y habichuelas con arroz (están muy buenas).
Tocan escuadra. Formamos... pasamos lista... y nombran el servicio. Para mañana no tengo nada.
Y me acuesto tranquilo, con muchas ganas de dormir... deseando que amanezca otro día para echarle en el saco de los
recuerdos, significando un día menos en la cuenta atrás de la licencia.