OPERACIÓN DE AMÍGDALAS: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 16/03/1961, jueves: Me levanto, y me aseo para mi próxima intervención quirúrgica. Hoy no desayuno. Lo primero en enterarme es de que el batallón embarcó anoche casi a las once hacia Sidi-Ifni. ¡Dios mío! ¡Hasta dónde va a llegar esto! ¿Tendrá alguno de mis compañeros la desgracia de no volver a casa? Lo más inquietante es que los paisanos del cuartel de Aviación se licenciaban ya este sábado. Y parece que, tras este rollo, han de quedarse en la mili dos o tres meses más, según se presenten los acontecimientos.

Le escribo a la novia y a mi madre contándoles lo que pasa, y que estoy en el hospital, y no he ido a África. No tengo más remedio que decirles la verdad, ya que puede enterarse por cartas de otros paisanos. Para no inquietarles, les digo que me han operado hace varios días, y me encuentro estupendamente.

Llega la operación quirúrgica. Me sientan en un sillón lleno de correas, y me atan para no poder moverme. Mientras un enfermero me amarra, otro me pone una careta (por su estructura parece una máscara antigases). Me atraviesa la boca una especie de bocado, que lleva un anillo para meter la lengua.

Me pone el enfermero la máscara, y me dice: "¡Respira hondo!". Aquí comienza... y termina todo. Pero antes quedan grabadas en mi cerebro algunas sensaciones. He decir que el anestésico es cloroformo (o algo parecido). Al principio no me dejaba respirar de lo denso que era. Ahora viene lo trágico: entra en el estomago una sensación como de un caballo desbocado golpeando, y sus cascos resuenan en mi cabeza, como infinitos cañonazos. La cabeza parece que me va a estallar. El corazón late como una locomotora sin frenos en una pendiente sin limites. Y lo último en oír, es a la hermanita decir: "¡Pobrecillo! ¡Qué obediente! ¡Se le han quedado los ojos torcidos!".

¿Cuánto tiempo he estado sin conocimiento? ¿Un siglo? ¿O solamente unos minutos? Lo primero que pienso al despertar, es que voy en la guagua, y una chica quiere besarme... como veo tanta gente, no quiero... y doblo la cabeza de un lado para otro... siento una angustia terrible... ¡No puedo respirar! ¡Me ahogo! Tengo como una flema en la garganta, imposible de despegar. Cuándo me voy a sonar las nariz, compruebo, con desesperación, que no puedo. ¡Tengo las manos atadas! Gracias a Dios, esto dura poco, y me voy espabilando. Me desatan las manos, y siguen las nauseas, que me ahogan no dejándome respirar. Sólo esputo y hecho sangre por la boca, limpiándome con una sabana que me dan. Las primeras palabras que salen de mis labios, son para recordar a mi madre.

Me suben a la sala y me acuestan. ¡Parece que me han amputado la garganta! Cada vez siento menos los efectos del narcótico, ello hace que aumente el dolor, haciéndose insoportable. Ni el aire que respiro, puede pasar sin hacerme daño. Lo primero que entra en mi boca, es una pastilla diluida en un poco de agua... y veo las estrellas. ¡Parece que pasa por mi garganta lava viva! Es un calmante... siento un gran alivio, minutos después

Hoy he tenido carta de mi buen amigo Fernando (aunque escrita desde Las Palmas, hace dos días). Son sólo unas letras para decirme que no puede venir a verme al hospital, y me remite una carta de mi madre. Resbalan por mis mejillas lágrimas de emoción. Mis sentimientos de cariño hacia Fernando, y los demás paisanos compartiendo mili, se han hecho maravillosas enredaderas en mi corazón. Me parece imposible no poder verlos y estar juntos... jugar, como a diario Pero la vida militar es así... para hombres. Y quizás, solamente somos niños. Sólo le pido a Dios que podamos vernos de nuevo.

A las doce me trae el enfermero una taza con leche. ¡Estará loco! Pero veo que detrás se encuentra Sor Ángeles obligándome a bebérmela. A pesar de que la leche está fría, al tragar, siento en la garganta un aluvión de alfileres pinchándome sin conmiseración alguna.

Poco a poco, quedo más tranquilo, y el estómago no está vacío. A las cuatro viene a visitarme la familia de Antonio Cabrera del Rosario (un buen amigo canario). Me saludan, y están conmigo un buen rato. Yo tenía que hablar por señas. Aunque Cabrera no ha sido trasladado por estar en el hospital, no pude preguntarles acerca de los sentimientos por el envío de un familiar a África.

Recibo también la visita de mi paisano Antonio ("Piloto"), y otro compañero (que se iban a haber licenciado el sábado). ¡Hay que ver la cara que traen pensando que ahora aún les queda de mili dos meses... o más, según les han dicho!. Antonio me cuenta que estuvo el puerto despidiendo a los paisanos. Los familiares canarios despidieron a sus hijos entre grandes escenas de duelo. ¡Pobres amigos míos! ¡Qué tristes se sentirían viendo que a ellos no iba nadie a despedirles!.

Tocan la campanilla anunciando que se terminan las visitas. Se despiden, llevándose para echar al buzón dos cartas que he escrito. A una de ellas tienen que ponerle un sello. Les doy una peseta para comprarlo, pero me la devuelven. Además, Antonio me da dos pesetas más, para que tenga para sellos durante mi estancia en el hospital. Se ha portado my bien conmigo. Yo no he hecho nada por merecer su cariño y gratitud... salvo visitarlo cuando fue él quien estuvo ingresado en este mismo hospital.

Después de haber ejercido casi 30 años de cartero, pienso que este tema de los sellos, en la mili, era, o fue, de una gran insensibilidad por parte de las autoridades militares. Puesto que tanto Ejercito, como Correos, pertenecían ambos al Estado, hubiera sido una nimiedad, concedernos un franqueo gratuito, mediante sellado en estafeta, a quienes hacíamos la mili tan lejos de nuestras familias. Así, yo, durante la mili, hubiera ahorrado al menos 300 pesetas en sellos. Nada para el Estado. Sin embargo, la comunicación por carta lo era todo para nosotros, y además 300 pesetas eran un dineral para un soldado en la mili, en 1960-61.

Me paso el resto de la tarde... esputo viene... y salivazo va. A cada instante se me hace en la boca una mucosidad, y no puedo tragar ni saliva limpia... ni la garganta admite nada, por las heridas dejadas por la extirpación de las amígdalas. Más tarde, a las nueve, viene otra monja, y también me obliga a beber otra taza de leche fría. Después, me entretengo en leer un tebeo, hasta las tres de la mañana.

Día 17/03/1961, viernes: Todavía no me he dormido, ni puedo hacerlo. A cada instante, tengo que escupir la saliva, mezclada con sangre, ya que sigo sin poder tragar nada. Así pasan las horas, pensando en un sin fin de cosas. Mí cabeza es una olla a presión, pensando que, cuando me ponga bueno, tengo que irme a Villa Cisneros con mis paisanos, y compañeros. Oigo las campanas del pequeño campanario de la ermita del hospital. Su repique llama a misa, anunciando la llegada del amanecer de un nuevo día. La claridad del nuevo amanecer se perfila por el tragaluz de las altas y entreabiertas ventanas. Todo me hace suponer que son las seis de la mañana. Mi corazón late como si tuviese prisa por salir de estos dolores físicos y, a la vez, viviendo con intensidad y desosiego la cruda realidad de los últimos acontecimientos.

Desayuno obligatoriamente. Hoy siento que el tragar me cuesta menos y la garganta está más suave. Me ponen una inyección, y me paso toda la mañana leyendo novelas. Viene la hermana... es una preciosidad ¡Parece una virgen por su cara, y por la dulzura de su voz para explicarte las cosas! Me pregunto. ¿Será posible que sea una persona de carne y hueso como nosotros?. Se ha enterado que me quiero ir voluntario a África. Se interesa por los motivos, y me pregunta si tengo algún disgusto con mi familia. Quiere que le cuente un poco de mi vida. Apenas puedo susurrar, pero le cuento, en pocas palabras, algunos rasgos de mi joven y azarosa existencia. Me aconseja: "Ya que Dios ha querido que te quedes aquí, no debieras ir voluntario a África". Me habla de todo un poco. Me siento cohibido de mirarla a los ojos. ¡Su mirada es como el océano Atlántico en calma! ¡Es tan joven y guapa! ¡A su lado me siento tan poca cosa! ¿Cómo es posible que haya personas tan limpias de alma y buen corazón? Se marcha prometiéndole que antes de pedir el traslado voluntario a África, debo pensar en mi madre y el disgusto que le daría.

Al medio día me traen la comida: sopa de fideos, media tortilla de huevos a la francesa, un flan, y un buen tazón de leche fría. Hasta yo mismo me extraño: Hace 24 horas que me operaron, quitándome dos pedazos de carne de la garganta, y ya estoy comiendo. Bueno, después de todo, no me va a abandonar siempre la suerte.

Esta tarde me clavan otra banderilla (inyección). Rezamos el rosario, y el resto del día transcurre leyendo y escribiendo en mi diario. A las diez de la noche viene la monja, y me da a beber un poco de leche, apagando la luz diciéndome que rece y me duerma. Obediente, sin darme cuenta, me quedo como un tronco.

Día 18/03/1961, sábado: Esta mañana desayuno un plato de sopas de leche. Después me ponen la banderilla. Y más tarde, me dedico a leer novelas (es lo único que me entretiene, y hace que pase el tiempo sin darme cuenta).

A las doce voy a comer, al comedor. Hoy tengo (en singular, ya que a cada enfermo le dan el menú que tiene asignado), sopa, una tortilla, un flan, y un tazón de leche. Después, a dormir la siesta.

A las cinco rezamos el rosario. Viene la monja, preguntándome cómo me encuentro, y qué he pensado del consejo que me dio ayer. Le contesto que se va a salir con la suya. En realidad, creo que no me ha entendido: Yo no quiero irme voluntario a la legión... ni me importa un rábano lo del patriotismo. Sucede, simplemente, que tenía unos amigos, y ahora me he quedado solo... muy lejos de mi familia. Me pregunta cuándo me confesé la última vez. Respondo que hace casi un año. Me pide que me confiese mañana, y pida a la Virgen por mi madre y toda la familia. Quedo sorprendido cuando añade que también pida por ella. Sin pensar, se me escapa una exclamación, que le causa risa: "¡Coño!, ¿también es una persona como las demás?. Descuide que lo haré". Y se va, dejando tras de sí un halo de paz y silencio, que reconforta.

Hoy tengo para cenar sopa, tortilla a la francesa, patatas, un flan, y un tazón de leche.

Y a dormir... hacia las diez de la noche.

Día 19/03/1961, domingo, y festividad de San José: Me aseo un poco, y lo primero que hago es ir a la parroquia, y confesarme.

Después desayuno un poco de leche.

A las nueve de la mañana, voy a misa, y comulgo.

Después, escribo una carta a mi madre para que sepa de mí, y cómo me hallo, diciéndole que pronto estaremos juntos. Bueno, esto se lo digo para animarla, ya que mi optimismo, en este momento, no es para tanto.

A las doce voy al comedor. Me ponen de comer como a un conde: Tortilla de huevos a la francesa, sopa, un bistec de ternera, dos flanes, y un tazón de leche. Apenas puedo mover las mandíbulas... pero si no mastico, chupo... y al final todo va para adentro.

Salgo del comedor el último, y me ve el enfermero (nuevo en la sala). Me dice si no sé que está prohibido salir. Le contesto que no he salido... vengo del comedor. ¿Es que no ve mi dirección? El imbécil replica que, por mentirle, me a llevar al oficial de guardia para que me meta en el calabozo. ¡Se creerá, este idiota, que soy un recluta que sólo con mentarle el calabozo, se pone a temblar! Le aseguro que no me da miedo... y añado que tiene cara de bruto, y es un "tolete"... y parece que no come nada más que gofio. Me lleva ante un sargento, que solamente le dice: "¡Anda, llévale a la cama, y que no salga para nada!".

Es la hora de las visitas. Hoy no viene nadie a interesarse por mí. ¡Qué le voy a hacer si estoy solo, y mis compañeros no sé dónde están, ni cómo estarán!.

Le doy la carta escrita a mi madre a un compañero, y una peseta para que le ponga un sello, y la eche al buzón. Me visita Sor Pilar, la monja. ¡Tiemblo de emoción cuando me habla, o me mira! ¡Los latidos del corazón se aceleran de tal manera que parecen querer escaparse de su caja torácica! ¿Será porque ha sido la única persona que me ha tratado con cariño desde hace casi un año que llegué a la mili? Estoy tan falto de cariño, que me parece una cosa irreal, que alguien como ella se preocupe por mí!.

Otra vez me enfrasco en una novela. Así van pasando las horas de la tarde, hasta la llegado de las seis. Es la hora de cena. Como siempre, aunque molesto al tragar, ceno todo cuanto me ponen.

A las nueve viene el enfermero a la sala, y nos manda dormir. Apaga la luz. Y sueño, despierto, que estoy soñando... hasta que me duermo.

Día 20/03/1961, lunes: Me levanto.

Desayuno con buen apetito.

Toda la mañana la paso acostado, leyendo. Aunque me encuentro mucho mejor, me aburro, y me canso de no hacer nada. Echo de menos la vida de cuartel, con el trabajo (y los "despistes"), la instrucción, las guardias, etc. A veces no sé lo que quiero. Me siento como un gallo en corral ajeno, sabiendo que pronto me iré de aquí... y todo quedará sólo en el recuerdo.

Son las doce, y es hora de papear exquisitamente. Almuerzo como un verdadero caballero... a base de bistec, tortilla a la francesa, sopa, y flan. Cuando termino de comer, hacer reposo. Me pica el sueño. Voy a sestear, hasta las cinco

De cena, lo mismo: bistec, sopa de fideos, tortilla a la francesa, flan, y un vaso de leche. Cuando subo a la sala me encuentro con la hermanita, Sor Pilar. Me pregunta si tengo apetito y si me gusta cuanto me ponen. Le contesto: "¡Para lo que hago, me tratan demasiado bien!". Se ríe, y me dice que me va a dar una medalla de la Dolorosa para que le rece y pida por mi madre y por todo cuanto quiera. Se marcha ligera como una paloma mensajera del amor, del que tan necesitado está este mundo!.

Con estos pensamientos me quedo acostado, leyendo. A las nueve, como todas las noches, viene el enfermero y nos apaga la luz para que nos durmamos. Antes de dormirme, tengo un recuerdo para mis compañeros y amigos que están en África.

Día 21/03/1961, martes: Me levanto.

Desayuno.

Hoy recibo una gran alegría al tener carta de mi madre y hermanos, diciéndome que me han mandado 100 pesetas. Bromeando, me dicen que no piense mucho y cóma cuanto pueda para, luego, no conocerme cuando vuelva. ¡Casi, creo que no va a llegar nunca ese día!. No mencionan nada sobre África, ni de la operación quirúrgica. Se ve que andan retrasados de noticias. Les contesto, diciéndoles que estoy bien, sin más de especial.

Recibo la visita de un sargento del batallón. Me pregunta qué es lo que necesito. Le contesto estar bien, y tener todo cuanto necesito. Sí pensé, aunque me lo callé, el añadido de: "tener todo cuanto necesito, pero deseo muchas cosas que no están en su mano concederme". Antes de marcharse, me recordó haberme librado de ir a África. Poco a poco, lo voy asumiendo, pero sé que ahora voy a enfrentarme a una tremenda soledad.

A las doce la comida: sopa, potaje, (lo cual me cuesta trabajo tragar, pero también lo engullo), bistec, tortilla, y flan.

Y a dormir la siesta... y esperar que lleguen las seis de la tarde para otra vez lo mismo: hacer por la vida... incluso se repite el menú. Esto es todo cuanto se hace en el hospital. ¡Gracias a Dios que estoy bien, y no pienso demasiado en mi próximo destino!.

Tengo un compañero que me surte de novelas para leer. Es sargento de la Legión, y lleva en ella veintidós años. Como allí no tienen demasiadas distracciones, es un ávido lector.

Tengo ganas de escribir de cualquier tema, pero compruebo que no tengo capacidad para ello. Me doy cuenta de llevar un tiempo aburrido, sin tener ilusión por nada. Me parece saber qué va a pasar mañana. Lo mismo que hoy. Siempre lo mismo, sin ninguna variante. Soy esclavo de un deber impuesto... además, sin saber por cuánto tiempo. Ya no siento, como antes, alegría por el eminente ingreso del nuevo reemplazo de los reclutas. ¡¿Qué me importa su llegada?! Antes, su venida significaba nuestra próxima vuelta a casa. Ahora ni siquiera sé, aproximadamente, cuándo me van a licenciar... si siguen estos revuelos en África.

Hoy han liberado, en perfecto estado de salud, a los once ingenieros secuestrados como rehenes en el Sahara (motivo de la partida del batallón). Pero esto no quiere decir que se termine todo. Al contrario. Puede que haya represalias, y tengamos que intervenir el Ejército. La prueba está en la marcha del batallón para allá. He oído por radio: "¡Con Franco no se juega!". Nosotros solamente somos soldados y estamos obligados a obedecer todo cuanto nos ordenan.

(Esta última frase no es entendible desde la actualidad: de objetores de conciencia, y de ejércitos profesionales. ¿Quién de los 500 soldados del batallón fue a África de buena gana? Ninguno. ¿Y quién de los 500 se atrevió a protestar? Ninguno, también. Cualquier mínima protesta hubiera llevado al soldado protestante a la cárcel de El Castillo).

Si los soldados sabemos algo de este tema es por "radio macuto", pero cualquier comentario sólo se puede susurrar... cuidando de que ningún superior te oiga.

Son las nueve de la noche. Estoy leyendo una novela titulada: "Tigre loco". Me apagan la luz. A dormir.



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