LOS NUEVOS RECLUTAS: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich
Día 28/03/1961, martes: Diana... para los reclutas. Para nosotros también, pero no tiene más diferencia que la de
levantarse como todos los días... en cambio, para ellos, habrá sido una sensación nueva... y hasta agradable, si cabe.
No obstante, con el transcurrir de los días será, también para ellos, la pesadilla de los amaneceres diarios, llegando a
odiar el sonido del "trasto" que les despierta.
Fajina. Entramos al comedor. Cuando reparten la malta con leche, los reclutas se quedan asombrados de ver el apetito
de los veteranos para bebérnosla. Opinan que es agua de color café. La explicación es sencilla: Ellos, de momento,
tienen reservas de todo cuanto han traído de casa, y no tienen ganas de probar el "agua de achicoria". ¡Ya les vendrá el
hambre!.
Salimos del comedor, y comienzan los primeros interrogatorios por
parte nuestra: "¿Tú de dónde eres?". Sean de donde sean, todos
tienen el mismo denominador común: Rostros que parecen suplicar
una limosna, preguntándonos cosas del todo inocentes. "¿Qué es
esto? ¿Para qué sirve? ¿Cuándo hay que...? ¿Cómo se hace...?".
Todo son preguntas y repuestas, con más o menos buena intención
de agradar.
Los llevan a almacén para darles la nueva indumentaria. Están
deseosos de ponérsela, y ver cómo les queda... y retratarse con traje
militar (cosa natural, que no debe de extrañar, pues antes nos pasó a
los hoy veteranos... y antes de nosotros, a otros, y unos anteriores,
etc). Con unas cosas y otras, se pasa el tiempo.
Le escribo a mí madre y a la novia, contándoles lo que pasa, y la
alegría que me embarga (alguna mentira piadosa hay que decir, para
no asustarlas). Habría sido mejor que estuviesen las cosas tranquilas,
y nos hubieran licenciado a todos pronto, como todos los años.
Fajina. Hoy tenemos para comer paella a la valenciana, cazuela a la
española, y plátanos.
Después de comer, voy en busca del cartero. Tengo la inmensa
alegría de tener dos cartas: una de la novia, y otra de mi sobrino Bartolomé. La primera me aconseja que no me vaya
voluntario para el Sahara, recordándome que hay personas que me quieren. No especifica quién, pero me da a
entender que es ella. La segunda carta es más familiar. Me cuenta mi sobrino, que tiene muchas ganas de verme: toda
la familia, su padre y madre (mi hermano de padre: Luis, y mi cuñada Dolores). Y que y "los Curillas" me tienen el sitio
guardado para trabajar, cuando me licencie. Dejo la contestación para otro día, y me voy a Las Palmas, al cine Victoria".
Proyectan dos películas. La primera, por llegar tarde, no veo el comienzo: se titula "Infierno en la ciudad". La segunda.
"Una rubia peligrosa" (por Marilyn Monroe, que está de "toma pan y moja"). Están entretenidas ambas. Son casi las
nueve cuando termina la función de cine. He de aligerar el paso, si quiero llegar a pasar lista, y no ser arrestado.
Llego al regimiento antes de tiempo, y voy a la cantina con el chusco para comprar una peseta de mantequilla. Al pasar
por el comedor, me arrepiento cuando veo que todavía hay gente en él. Entro, y pillo un plato de ensaladilla a la
española. Hoy doble cena. He quedado como un "Pepe".
Tocan escuadra, y pasan lista.
Me acuesto, y a dormir se dice... (aquí en el regimiento no hay pulgas, pero tenemos chinches por escuadrones. Toda
la noche se pasan atacándote).
Día 29/03/1961, miércoles: Diana. Me levanto, y me dicen que tengo servicio de vigilancia. Me fastidia mucho. No es
que me disguste este servicio. El motivo es que he de hacerlo con otras personas que no son de mi agrado. Además,
estoy rebajado, pero eso ya sabía que era un cuento.
Después del desayuno me presento al sargento Falcón, que es quien nombra los servicios, y le digo lo que me pasa.
Contesta que él no quiere saber nada. Estoy pensando en ir a reclamar al capitán, cuando veo que los instructores van
a subir al campamento (y yo uno formo parte de ese grupo). Si me voy (como les rebajan de todos los servicios, salvo
los de allí), el sargento Falcón se va a quedar con las ganas…
Sacan los instructores para el capitán Galarreta. He de esperar a que salgan los de mi capitán, Don Enrique Pamis, que
aún no ha venido. Viene a las once de la mañana, sacándome a mí solo, como cabo (no hay otro, todos se han ido a
África). Pide, además, otros cinco soldados veteranos... para todo lo que necesite. ¡Qué va a ser mucho! Aquí comienza
para mí otra nueva aventura en mi vida militar.
Otra vez me encuentro en el campamento de mis amores, donde tantas anécdotas tengo vividas, buenas y no tan
buenas, pero todas inolvidables, junto a mis paisanos, y compañeros. En el campamento, todo ofrece un aspecto de
abandono, que armoniza con el estado de ánimo que tengo. Lo encuentro extraño. Me siento como forastero en mí
propia casa. Siento aflicción por la ausencia de todos los que le dieron vida, y ahora están en África.
Después de la comida: carne en salsa con arroz a la cubana, estofado de garbanzos, e higos... me dice el sargento que
a las tres de la tarde he de bajar al regimiento, mandando un pelotón de 35 reclutas, para que les cambien la ropa (la
que les dieron, en inicio, no es de su talla).
Los formo, y bajo con ellos al regimiento. A las seis de la tarde, después de darles otra ropa más a su medida, subimos
al campamento. Así me encuentro entre los reclutas. Me miran, poco menos, como si fuese un superhombre. ¡Pobre de
mí! ¡Lo qué me espera!. Cuando termino con la labor, me cómo en la cantina medio chusco con una sardina arenque...
y a vivir del cuento: de todo cuanto los reclutas me ofrecen: un cigarro por aquí... otro por allá.
Tocan fajina. Esta noche no sé lo que han traído, pues no he ido a cenar.
Formo a los reclutas, y doy las novedades reglamentarias al sargento. Después, doy una vuelta al campamento a
respirar (como no hace mucho tiempo) el aire fresco y yodado, inconfundible del Atlántico, que envuelve la isla con un
halo de velado misterio.
Tengo que formar de nuevo a los reclutas, pasar lista, y nombrar los servicios de imaginarias que tienen que hacer ellos
mismos, por no haber personal veterano para hacerlos.
Hoy, me acuesto vestido, porque no tengo manta ni sábanas. Solamente dos colchonetas: una para acostarme, y otra
que atravieso en los pies. Me duermo, como siempre, sin darme cuenta. La noche no ha sido buena: probablemente he
extrañado la falta de cobertura de la cama. ¡Hasta he tenido pesadillas!.
Día 30/03/1961, jueves: Hoy no se ha tocado diana. No hay ni quien sepa tocarla. Pero no por eso, dejo de levantarme
a la misma hora de siempre, como si la hubiesen tocado. A las siete de la mañana, ya tengo formada la compañía, y el
sargento está pasando lista. Me releva un veterano del servicio de cuartel.
Después del desayuno, viene la guagua con los oficiales... y mandan a formar de nuevo para ensayar unos pasos de
instrucción. Me asignan unos cuantos reclutas para que marquen el paso, y ensayen movimientos de media vuelta.
Parecen soldados de juguete, que les das cuerda, y cada uno va a su capricho. Al dar media vuelta, uno de ellos se ha
hecho un lío con los pies, y se ha caído. Les mando que marquen el paso, y no puedo contener la risa al verlos. Llamo
al alférez para comunicarle lo que me pasa, que no puedo continuar, y que él les mande. Y le pasa otro tanto,
terminando por reírse también, y desternillarnos ambos. Aclaro que los veteranos, de reclutas, haciendo instrucción,
fuimos iguales, o peores. La diferencia está en el punto de vista de la actual observación. A las doce rompemos filas.
Fajina. Hoy tenemos paella de arroz a la valenciana, compuesto de f ideos, y plátanos. ¿Dónde estarán ahora los
higos? Seguro que no andan muy lejos.
Esta tarde salgo a dar una vuelta a Las Palmas, para echar unas cartas. Como no hay cine, voy al hospital a ver mis
compañeros de infortunio (que en este caso, sin querer, para mí, parece haberse convertido en suerte). Cuando ya
salía, veo venir veo a la hermana Sor Pilar. Le doy la tarjeta que mi madre me envió para ella... teniendo que insistir
para que se la quedara. Al final la convenzo, y accede a quedarse con ella. Y me pide que le dé las gracias a mi madre
de su parte.
Son las diez de la noche cuando subo al campamento. Todo está tranquilo y en silencio, pero percibo que otra vez
vuelve a respirar. Suspiro emocionado, y me acuesto, sin cenar. Antes de dormirme, tengo un recuerdo de cariño y
nostalgia para mis paisanos. "¿Cómo estará Fernando? ¿A quién le contara sus cuitas? ¿Y Gil? ¿A quién le pedirá
tabaco? ¿Y José? ¿Estará paseando? ¿Y Flores? ¿...? ¿Quién les escribirá ahora?" .
Día 31/0371961, viernes: Me levanto a las siete de la mañana.
Después a desayunar, me dice el muchacho que está de furriel (me parece que se apellida Ruano) que si quiero
quedarme hoy de cuartel, en su lugar, para él poder irse con la familia que tiene en Las Palmas, y disfrutar un día de
Semana Santa. No me he enterado de estar en tal festividad. Se me ha olvidado ya en qué día vivo. Como no he visto
procesión para recordarme las fechas tan entrañables, pues no he sentido nostalgia de la Semana Santa del pueblo.
Me da veinte pesetas. No me apetece cobrar ningún servicio, pero sé que, si no, me van a pillar para otra cosa. Y,
después de todo, veinte pesetas no son despreciables para mi casi nula economía.
Me quedo solo en la chabola. Todo cuanto veo es para "temblar de tentación", y, a la vez, mondarse de risa: Hay un
montón de talegas repletas de embutidos, y demás golosinas, propiedad de los reclutas, que están al alcance de mis
manos diciendo: "¡Cómeme!". Es Vienes Santo, y no se puede comer marrano. Pero eso es lo de menos. Creo que el
Señor me perdonaría después de tanto tiempo de guardar abstinencia forzosa. La verdadera cuestión es que no me
encuentro capacitado para hacer estas cosas. ¡Aunque parezca ridículo, es la verdad! Y no es solo en esto. Por
ejemplo, me falta una toalla... la habré perdido. Quitársela a otro (es corriente en la mili), pero no lo voy a hacer. Quizás
cambie de parecer algún día. Hoy, tengo la suficiente fuerza de voluntad para decir no a esta visión de embutidos, tan
apetitosa. Además, son reclutas, y les debo un respeto por la confianza que depositan en nosotros, con su inocencia. Si
los propietarios hubieran sido veteranos, quizás me habría liado con algún trozo de chorizo robado, a pesar de ser
Viernes Santo.
Tocan fajina, y formo las compañías. Esta noche hay para cenar ensaladilla nacional. Me meto entre pecho y espalda
una marmita repleta.
Después, paso lista. Voy a contar una anécdota que me ha pasado con un recluta, medio caliente por la bebida
ingerida. Resulta que está perdido... no sabe a qué compañía pertenece. ¡¿Y yo qué puedo hacer?! Lo he mandado al
sargento... y, como me temía, lo ha terminado de calentar del todo. Le ha mandado a dormir al calabozo... a ver si
mañana se acuerda de cuál es su chabola.
Otra anécdota más: Al pasar lista, me falta un recluta. Me lo encuentro durmiendo, y le pregunto por el nombre. Me
contesta: "José, me acuesto, y José me levanto". Me hace gracia. Lo iba a llevar a presencia del sargento, pero me da
reparo, porque sé que lo va a tumbar de una... Le digo que tenga cuidado con las bromas... aconsejándole que primero
es la obligación de la vida militar, si no quiere pasarlo mal. Y le mando a su chabola a dormir.
Sin más incidencias dignas de mencionar, se ha pasado Viernes Santo. Espero que el próximo año pueda pasarlo en
mejor compañía. Me acuesto, y me duermo soñando con el nuevo amanecer.