¡ALTO, QUIÉN VIVE!: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich
Día 21/05/1961, domingo: Tocan diana... Después fajina.
Desayuno... Y arreglo la oficina.
Un poco más tarde, a las ocho y media, forman todas las compañías, más el batallón de Castilla, para oír misa.
Finalizada la misa, tocan marcha de frente, y cada cual hace lo que le parece, siempre que no tenga servicio. Y ahora
no tengo nada que hacer, salvo observar a los soldados, por cientos, desaparecer, en menos que canta un gallo.
Yo espero, aburrido, a que llegue la hora del papeo, y todos los "desaparecidos" vuelvan a primera fila para recoger el
rancho. Hoy tenemos para comer cocido andaluz, pescado frito con ensaladilla, y plátanos.
Espero a que suban la correspondencia. No hay nada para mí. Creo que me deben carta más de veinte personas.
Solamente me escriben quienes me quieren de verdad.
Esta tarde me visto de paisano, y bajo a Las Palmas. Voy al cine "Victoria". Proyectan las películas "Hombre y fiera" y
"Cada cual con su canto". Han estado distraídas.
Casi a las diez, salgo del cine. Cuando estoy cerca del campamento, me da el alto la patrulla militar del batallón de
Castilla. A la voz de "¡Quien vive!", les respondo "¡Infantería!". Me preguntan "¡Santo y seña!". Y eso no lo sé. Entonces,
me dan la orden de "¡Cuerpo a tierra!". Y pienso: "¡Qué os creéis vosotros, que me voy a tirar en el suelo con la ropa
limpia de paisano! ¡Estáis locos!". Y, sin hacer caso, continúo andando hasta estar frente a ellos. Y me reprochan:
"Llevamos amas, y te podíamos haber disparado". Les contesto que yo también he hecho patrulla, y sé lo que es...
además, todavía no han tocado silencio y no tenéis autorización para disparar antes de dicha hora. El resultado es que
paso sin novedad.
Después de pasar lista, y cenar un bocadillo, me acuesto también sin novedad... pensando en mi locura. Si se hubieran
puesto nerviosos los de la patrulla, y les hubiese dado por disparar, no respetando las ordenanzas, no estaría
escribiendo esto.
Día 22/05/1961, lunes: Diana... Fajina.
Tras el desayuno de la malta con leche, el mismo quehacer de todos los días, con la pequeña variante de tener un casi
paisano, encargado de la cantina, pidiéndome que le ayude por las tardes en ella. Se pasa distraído y, además, es
provechoso para mí y mi bolsillo... ya que me invitan muchos amigos que vienen a pasar el rato, o de compras.
Bajo al regimiento a por el pan, acompañado por el nuevo furriel. Subimos. Y vuelvo a bajar, en el coche de los
oficiales, para recoger la correspondencia. Hay 14 paquetes. Firmo en el libro de registro, asentando todo lo certificado
en mi libreta. Y cómo en el regimiento: paella a la valenciana, estofado de garbanzos, e higos.
Hoy me ha tocado subir en el coche de san Fernando (o sea andando)... cargado como un burro. A veces las ganas de
servir a los demás, me pierden. El cansancio hoy es acentuado por el peso de los paquetes.
A mi llegada, entrego la valija al oficial de guardia, y reparto las cartas y paquetes certificados. El esfuerzo de hoy ha
sido gratificado por las propinas recibidas: 15 pesetas, y varios donativos comestibles.
Voy a la cantina a ayudarle a mi casi paisano. Y aquí paso el resto de tarde, hasta la hora del papeo. Pero no voy a ver
el menú. He comido y bebido en la cantina, y no me apetece más.
Esta noche cuando me acuesto me encuentro alegre, a consecuencia del licor ingerido en la cantina... tanto, que el
techo me parece una espiral sin principio ni fin.
Día 23/05/1961, martes: Me levanto al toque de fajina. Me aseo.
Esta mañana se ve un amaneces espléndido. El sol, suspendido en una aureola hechizante, es una maravilla de la
naturaleza con sus suaves tonos amarillos... que, pronto, se convertirán en un rojo intenso, imposible de mirar
directamente. Es una mañana diferente a las demás. Me seduce su encanto. No sé porqué. No aprecio que mi estado
de ánimo, un tanto decaído, pueda in fluir positivamente en mi visión del amanecer. Como tantas veces, las
obligaciones, y el sonido de la corneta, hacen que salga del embeleso en que me hallo. Voy a desayunar.
Bajo al regimiento a por el correo. De traer el pan se encarga el chaval, nuevo furriel, que ya tiene obligaciones. Hago
los trámites de todos los días en cuanto a la correspondencia. Cómo en el regimiento. Hoy tenemos cazuela a la
española, pescado a la vizcaína, e higos.
Apenas termino de comer, voy en busca del coche que sube todos los días a los oficiales al campamento. Me voy con
ellos. Hoy también llevo paquetes, y no quiero que me pase lo de ayer: tener que ir caminando, y cargado como un burro.
Llegamos al campamento. Entrego todo lo recibido al oficial de guardia. Me da permiso para repartirlo a la tropa...que
más que tropa, parece una estampida de caballos cada vez que me ven con la valija repleta. Es normal. Yo también he
esperado, con ansiedad, a diario, la llegada del cartero... en busca de unas líneas que mitiguen la soledad obligada, en
tierra extraña. Hoy yo no he tenido carta de nadie.
Termino con mis obligaciones, y me sumo en la rutina de siempre. Si no fuese por la belleza de esta bendita tierra
canaria, el trámite obligatorio de la mili, sería un suplicio, pensando solamente en la licencia.
La tarde la paso, buscando la soledad, cerca de la costa, donde las olas del Atlántico, a pesar de su fuerza, poco daño
pueden hacer a este enamorado del mar. Desde lo alto de un abrupto acantilado, contemplo los embates de las olas.
La resaca convierte el oleaje en crestas de espuma blanca, atravesando los sentidos con ruido de millones de
caracolas. Mientras, el alma, exenta del ruido, vuela buscando paz. Desalentado y aturdido, busco en la lejanía, con la
mirada pérdida en el horizonte, sueños y deseos imposibles... esperando que todo se haga realidad... aunque, de
momento, todo son solamente quimeras de una mente soñadora... llevándoselas el viento. Por de pronto, este
enamorado de la vida, habrá de esperar a la licencia del servicio militar.
Es tarde. Han tocado fajina. No sé lo que hay para cenar esta noche. No tengo ganas de acudir a recoger el rancho militar.
Tocan retreta. Pasamos lista. Le doy al oficial de guardia la relación quienes tienen permiso. Y me acuesto, después de
comer medio chusco y queso. Cansado síquicamente, me duermo enseguida.