CARGADO DE PAQUETES: Por Bartolomé Poza Expósito, paciente de Ataxia de Friedreich

Día 11/06/1961, domingo: Amanece, con sonido estridente, a toque de corneta. Me levanto. Formamos las cuatro compañías. Pasamos lista. Hoy me han enchufado, provisionalmente, en este rollo. Se trata de una suplencia.

Desayuno la malta con leche. Arreglo la oficina. Y comienza lo mismo de todos lo días. "Sin novedad en el frente, mi general", como decíamos en el pueblo cuando, de niños, jugábamos a guerras simuladas. ¡Venga días, y vengan ollas!.

Oigo la llamada para oír misa. Y acudo con el uniforme de paseo puesto. Me coloco en primera fila, para que me vea el páter. No quiero tener otra rencilla con él. No me conviene. Sé muy bien a quién le puede tocaría el perder en caso de disputas. Le necesito para no tener que venir, a diario, andando y cargado de paquetes desde el regimiento.

Termina la celebración religiosa, y me voy a la oficina a mi mirador, la ventana con vida al exterior, desde dónde veo lo visible y lo invisible... la realidad y los sueños. Desde este mirador soleado y romántico, hasta veo (de verdad), aunque lejano, un trocito de mar. Siempre logro descubrir tonos y matices variados en el azul verdoso del agua, desde la transparencia verdemar de la orilla, al puro azulado de la lejanía.

La corneta, tocando a fajina, alegra el estomago de este veterano soldado, impaciente, soñador de lo imposible. Hoy tenemos cocido andaluz, pescado frito con ensaladilla, y plátanos. Antes, como andaluz, me cuestionaba la procedencia de dicho cocido... ya, ni eso.

Después de comer, me visto de paisano para ir a Las Palmas. Voy al cine "Hermanos Millares". La película se titula "Los pistolocos". Ha estado distraída... nada del otro jueves.

Doy una vuelta por el paseo de Las Canteras. A estas horas, la playa está muy animada. Sin embargo, la soledad sentida en el alma, y la tristeza en el corazón, hacen que los bellos y maravillosos cuerpos de las bañistas, sean sombras peregrinas en mi calenturienta imaginación. Con estas reflexiones de sentirme solo, donde la vida brota exuberante, llega la hora de irme al campamento.

Aunque no pertenece a esta fecha, voy a contar, en síntesis, y sin entrar en detalles farragosos, una anécdota que, por respeto, no quise anotar en mi diario manuscrito. Es lo que me ocurrió un día en un cine con el compañero de oficina aficionado a la guitarra. Viendo la película, noté, con estupor, que se acercaba demasiado a mi persona con ideas lascivas. Tuve que pararle en seco. Le hice ver lo equivocado que estaba. Una cosa es que me guste la música, y otra, distinta, que me guste el músico. En fin, todo se redujo a una lamentable equivocación de parte de los dos. Mía, por no darme cuenta de los deseos que en él despertados... y suya, por confundir la realidad, viéndola a medida de sus intereses. Después de deshecho el entuerto, todo continuó como si nada hubiese pasado... pero cada cual en su sitio.

Cuando llego al campamento, todo es silencio. Algún que otro soldado sale del barracón, dándonos las buenas noches. Entro a la oficina. Ceno cualquier cosa que pillo... siempre suele ser lo mismo: un chusco, acompañado con parte del reten almacenado en mi despensa particular.

Y me acuesto, dejando volar el pensamiento para abstraerme de la realidad.

Día 12/06 /1961, lunes: Diana. Media vuelta en la cama. Fajina. Este toque ya está mejor. Me aseo. Arreglo la oficina para cuando venga Araujo Molinero la encuentre en forma para su trabajo.

Desayuno la malta con leche, bien endulzada, y con medio chusco en sopas. Le pido a Araujo la lista, y me preparo para recibir la hornada de canarios, que vuelve tras el permiso de fin de semana.

Después, el mismo programa de todos los días. Otro día más sin novedad aparente. Hoy, lo mismo que ayer, y mañana, igual que hoy. Aunque siempre hay alguna cosilla que, como un instante mágico, hace la diferencia.

Tocan fajina. Hoy hay para comer paella a la valenciana, estofado de garbanzos, e higos.

Ya no pienso en nada distinto oír la tan esperada noticia de la licencia. Pero todo es en vano. Esa referencia no llega nunca. Hoy he tenido carta de los paisanos de Villa Cisneros. Se encuentran en la misma circunstancia que yo. Desde luego, todo cuanto nos está pasando, sólo lo sabemos quienes lo estamos viviendo. ¡Qué sensación de desánimo, e indiferencia a todo cuanto acontece a mi alrededor!.

Hoy, después de los deberes hechos, bajo a Las Palmas. Paso unas horas agradables, viendo la ciudad de cabo a rabo, montado en la guagua. Por 2,50 pesetas tienes ida y vuelta, y vuelta e ida... puedes repetir, si no desciendes. Ha sido bonito y nostálgico, recordando a mis paisanos, especialmente a José, que disfrutaba con est, como un niño. Le gustaba ver Las Palmas charlando con el conductor para que le hiciera de guía. Cuando estoy satisfecho, y cansado de dos vueltas en guagua, subo al campamento.

Entro en la oficina. Ceno de mi despensa particular. Y me duermo en un santiamén.

Día 13/06/1961, martes: Amanece radiante un nuevo día. No oigo el sonido de la corneta tocar diana, pero sí fajina.

Desayuno con apetito. La vida sigue, aunque sea en la más absoluta indiferencia. Debo aprender a controlar los sentimientos, si no quiero terminar maniático del tiempo. He de fijarme más en todo cuanto me rodea. Aunque mis ojos anden ciegos, debo seguir los latidos del corazón. Latidos de esperanza y confianza, que pronto serán realidades.

El capitán, Don Enrique Pamis, me ha pedido que me haga cargo de la limpieza de las duchas, porque al encargado de este menester, le han dado permiso. Ya tengo otro servicio donde poder ser útil. Por la mañana, estoy al cuidado de la limpieza.

Al medio día voy a por la correspondencia al regimiento. Cómo allí. Hoy tenemos cazuela a la española, pescado a la vizcaína, y plátanos.

Después de la comida y repartir la correspondencia: varios certificados y nueve paquetes, he sacado de propinas 12: 50 pesetas y algún trozo de derivados de matanza. A algunos gallegos, les mandan chorizo, morcilla, y jamón, en latas cocinadas con manteca y especies. De estos afortunados hay unos cuantos. Yo les doy que les falta: pan. Y ellos me recompensan con mejores alimentos.

Doy una vuelta por el campamento, y recalo a la cresta de la montaña. Aquí se está a gusto, entre cielo agua y montañas de lava calcificada.

El sol declina en la siempre imperecedera línea de lo intangible. Dejo este ensoñador lugar, y me voy al campamento en busca del calor humano y el papeo. Esta noche hay par cenar cazuela de fideos con patatas, y carne a la Jardinera.

La oficina, aunque esté llena de cachivaches, es discreta y aseada para pasar la noche.

Día 14/06/1961, miércoles: Diana. Hoy el corneta me ha hecho la puñeta: Cuando estaba evocando sueños obscenos, suena su herramienta de trabajo, arruinándome lo mejor.

Fajina. Desayuno la malta con leche, siempre acompañada de azúcar y medio chusco de pan.

Arreglo la oficina, y comienzo la brega de todos los días... más el extra de la limpieza de las duchas. A los soldados canarios, no sé por qué, cada vez se les ve menos el pelo. Tienen más enchufes que el alumbrado de Las Palmas.

Termino con mis quehaceres asignados, y tocan fajina. Hoy tenemos ropa vieja, sopa de pasta, y plátanos. ¡Chá, coño, buena comida! .

No sé por dónde echar las redes esta tarde. Quiero pasar un rato agradable, aunque sea viendo o corriendo tras los lagartos, panzudos, grandes, y oscuros de piel, de esta tierra. Pronto desisto de mi idea, y me recuesto en un pequeño socavón... y a soñar con todo lejano que no tengo a mi alcance... Y me pregunto: "¿Cómo estará mi madre? ¿Y la novia? ¡Mañana, aunque no tenga carta suya, le escribiré!".

El día desfallece, proyectando sus reflejos dorados sobre la mar. Las olas, entre rumores, impactan en los rompientes, que confinan su templada agonía. Salgo de mis reflexiones, oyendo el sonido inconfundible de la corneta tocando a fajina. Estoy a tiro de onda del campamento. Esta noche hay para cenar patas con huevos, empedrado de lentejas con arroz. Continúo con excelente apetito. Y, tras recoger la cena del rancho militar, pronto doy fin de todo en mi comedor particular... librándome del desapacible viento, que acaba de salir, trayendo una suave cortina de arena del desierto, que convierte el aire en irrespirable. Los soldados también se han resguardado en sus chabolas.

A las once. el silencio reina en el campamento. Salvo los reyes de la noche, con sus habituales imaginarias, casi todos duermen. Me acuesto... y doy rienda suelta a mis fantasías eróticas... finalizando en la masturbación. Un cierto desenfreno responde al erotismo privado. Deleito mi fantasía con besos a una fotografía de mi novia. Y con su imagen en la retina, me quedo dormido.



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