MACHA Y LOS HIPOPOTAMOS, 200

Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich

Pasear cerca de Dios, es algo que sueñan los que dicen que lo conocen. O por lo menos aquellos y aquellas que quieren conocer a alguien que todo lo puede, ese alguien encima del bien. Cuando Macha quiso dejar de amar y temer esa figura, se encontró con la soberbia, con ese orgullo profundo que partía de sí misma. Se topó con aquello que siempre había sorteado, driblado. Ese raro circunloquio divino pareció ser para Macha una elección.

Macha le preguntó a Dios:

- ¿Por qué no existes?

Dios no le contestó porque no existía.

La culebra le aconsejó nerviosa:

- No lo intentes. No te esfuerces. No puede oírte.

- Gracias, pero no me esfuerzo -replicó firme y segura de sí misma.

- Si te das cuenta, todo lo que nos rodea cambia continuamente- la culebra comenzó a mover la cabeza en rítmicos círculos acompasados con lo que hablaba -eterna, infinita, inefable e implacablemente. Es más, ahora flotamos en esta nube rosa y dentro de poco, comenzaremos a caer en el vacío, dónde nada hay.

- Y... ¿Por qué?

- Porque dentro de nada, llegará, el hipopótamo Fernando, la nube no aguantará el peso y caeremos sin remedio.

- ¡Pues qué se vaya a otra nube! Aquí, en el cielo, hay muchas.

- Eso se lo dices tú. Yo me voy por donde he llegado.

- ¿Y qué harás desde ahora?

- Iré a simbolizar el esparadrapo, la mercromina, la farmacia de la esquina...

- Entonces... ¿Para qué has venido al cielo?

Tras un corto silencio, la culebra se marchó en su continuo seseo. Macha estaba confusa. Sola, en la nube y con ese molesto viento que hacía bailar su rubia melena. La temperatura era agradable y la tenue luz, hacían sentir a Macha muy dichosa. El silencio era caballo de sus sentimientos, que en caótico desfile se sucedían en su grande y, a veces, temerosa mente, de la que fluía el azul. Macha olfateó una y otra vez la flor que tenía en su mano. Miró hacia abajo y estornudó. Pero al alzar la vista pudo mirar las nubes una detrás de otra en estupendo camino... ¡Nunca terminaban!

Le entraban ganas de saltar una tras otra y al terminar, cuando sus músculos no rindieran, arrojarse a ese vacío inmensurable con la sonrisa más gorda. Pero temía por el infinito de ese vacío... 0

De pronto, una oreja le dio una luz a su cerebro. Comenzó a oír unos "Potopam" "Potopam"... muy seguidos y cada vez más cercanos. La despierta mente de Macha pronto los asoció con el enigmático hipopótamo Fernando. Muy ansiosa, disparó su vista hacia las nubes rosas en el fondo azul. Su esfuerzo se vio recompensado al localizar a un punto gris que a gran velocidad aumentaba de tamaño junto con el sonido. Macha se sorprendió y su rostro tornó en preocupado. Ya era visible el formidable hipopótamo que corría a gran velocidad hacia Macha.

La preocupación de caer en el vacío le incitó a saltar y mover las manos y a gritar:

- ¡Alto! ¡Alto! Al principio, el hipopótamo hacía caso omiso a los gritos de Macha, pero al verla, se compadeció y redujo su velocidad y frenó justo en la nubecilla que había junto a la de Macha. El hipopótamo estuvo quieto durante un instante en el que Macha se llenó de nerviosismo y estuvo a punto de estallar de no ser porque el enorme hipopótamo comenzó a hablar:

- ¿Qué haces aquí? -pronunció sin resuello.

- Lo mismo que tú, supongo -respondió aparentando seguridad.

- ¡Eso nunca! -el hipopótamo se enfadó -Tú no puedes hacer lo mismo que yo -se le movían las orejas en vaivenes sincronizadas con los gritos que daba.

- ¿Por qué? -Macha se puso a la altura del hipopótamo y gritó sin enaltecerse.

- No te enfades. Tranquilízate -el hipopótamo dio muestras de arrepentimiento por sus gritos y Macha respondió con una sonrisa -lo que pasa es que tú y yo somos muy distintos.

- ¿Y qué tiene que ver? -protestó.

- Pues mujer, yo soy mucho más grande que tú, soy gris, y feo, tengo la piel rugosa; tú eres rubia, joven, guapa, simpática...

- Pareces un viejo con complejos. Mira, yo puedo hablar contigo como si fueras mi mejor amigo...

- ¿Cómo te llamas?

- Fernando... ¿Y tú?

- Macha.

Hubo un silencio simpático. La sonrisa predominaba absoluta.

- Bueno Macha, ahora explícame porque gritabas así cuando yo me acercaba. Te aseguro que pensaba pararme.

- Mira. Antes he estado con una serpiente que me ha dicho que pesabas mucho y que la nube se rompería y caeríamos al vacío.

Fernando se puso muy triste, cabizbajo. Sólo musitó, "¿llevas un cigarro?'. Macha perpleja:

- ¡Ah! ¿Pero fumas? ¡Eh! No intentes cambiar de tema. -El hipopótamo ya no podía hablar. Era como si Macha hubiera descubierto su secreto y ya no podía más:

- Creo que no nos volveremos a ver -dijo Fernando sin mirar a Macha y dando media vuelta dijo- ¡Adiós!

- ¡Espera! gritó Macha sin comprender - ¿Qué te pasa?

Fernando no contestó. Casi cayó una lágrima de los redondos ojos de Hipopótamo y esto causó la desesperación de Macha que sin embargo, insistió:

- ¡Venga! Por lo menos cuéntamelo antes de irte. Ya que no nos volveremos a ver...

- ¡Esta bien! -articuló Fernando sacando entusiasmo de donde ya no había.

- ¡Habla! -no le supuso a Fernando ningún esfuerzo puesto que muy pronto se sucedieron las palabras:

- Es verdad lo que te dijo aquella serpiente. Yo tengo el peso límite de las nubes. Un poco más de peso en cualquier nubecilla, y caería sin remedio al vacío. El cigarro que te he pedido, hubiera bastado para hacerme precipitar al vacío, irremediable vacío... Si diese un salto hacia ti, caeríamos los dos.

- Todos me tienen miedo y huyen de mí. ¡Hace mucho tiempo que no juego con nadie!

- Pero... ¿Qué es lo que hay en el vacío para que todo el mundo tenga miedo a caer en él?

- No lo sé. Lo único que sé es que me fastidia una barbaridad..

- Ya me lo imagino...

Y allí, los dos. Cada cual en el extremo de su nube rosa. Casi se juntaban, pero si lo hicieran sería un ambiguo fin, muy extraño.

Macha lo sabía, con esa voz que llenaba el espacio donde se encontrara y que ahora llenaba el azul. Extraña desde el punto de hallarse en un lugar extraño y que inconsciente y sensiblemente, sabía que era maravilloso. Esa niña y mujer, que en medio de ese extranjero viento azul intentaba ponderar lo imponderable.

Fernando, el altruista y gordo hipopótamo, susceptible, gris, resaltaba en el azul. Triste, sin relación, escéptico y por fin entregado al fin sin fin. Como un condenado, no le importaba dejar mucho de malo o bueno en lo que le quedaba.

Fernando sentía miedo a su esencia solitaria. Macha con fin de aprender, de recibir, de ser y de darlo con todo su ella, aunque dar significara recibir y a veces lo significaba.

En medio de los dos, de las dos nubes, que eran muy poco en el larguísimo camino, en el abismo azul, la flor de Macha.

Los dos esperaban profundamente en el azul. Los dos en un minuto vital concentrado parecían conocerse al dedillo.

- Tú no eres un juguetito de cristal, intocable. No, yo jugaré contigo. Tú jugaras conmigo, será estupendo y nos contaremos chistes.

Hipopótamo levantó sus orejas de esperanza. Su sonrisa de oreja a oreja no corría peligro. Y tuvo que preguntarse cómo le preocupaba.

De pronto, Macha en su infinita comprensión, le dio la flor. La frontera se rompió. Y en medio del azul, la nube cedió por el peso e hipopótamo cayó al vacío. La flor sobrepasó el límite. Y Fernando cayó en su agujero, con la flor...

Macha se consternó. Aterrorizada se arrodilló y contempló al minúsculo gris que cada vez se reducía en el azul. La indecisión se destruyó así.

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