"Comía patatas". Por Vicente Sáez Valles, paciente de Ataxia de Friedreich

Desde mi posición podía observarlo perfectamente.

Llevaba comiendo patatas bastante tiempo; pero su rostro era inexpresivo, sólo preocupado en la perfecta recepción del alimento, en una ágil expresión para tomar la patata y engullirla lo más rápidamente posible.

Parecía insaciable.

Desde que llegué, no había variado el más mínimo movimiento. Tomaba las patatas de una gran cesta de mimbre que tenía al lado. La llevaba a la boca, la mordía y, en ese pequeño instante, cambiaba de mano el tubérculo, para poder sostenerlo -mientras acababa de masticarlo- con el brazo izquierdo, y usar el derecho para la captación de un nuevo tubérculo. Supongo que los procesos de masticación y deglución estarían perfectamente coordinados con los de captación. No llevaba reloj, pero juraría que los movimientos estaban acompasados y se repetían con los mismos intervalos de tiempo.

El comensal, estaba tumbado en una esquina de la habitación, junto a la puerta.

Seguía comiendo patatas.

Casi se me cerraban los ojos, cuando observé que el brazo derecho no volvía a la cesta. En medio de la monotonía, el comensal dejó de comer patatas. Cuando pareció engullir el último trozo de la última patata, se encendieron todas las luces y una gran sirena comenzó a sonar en toda la estancia. De repente, se abrió la puerta y apareció un hombre vestido con un mono azul. Este, quitándose la gorra y secando con ella el sudor de su frente, arrastró la cesta fuera de la habitación, ahora tan fuertemente iluminada, e introdujo una nueva cesta llena de patatas. Cerró la puerta y se fue arrastrando la cesta vacía. Cuando el comensal emprendió de nuevo las operaciones, la sirena dejó de sonar y las luces se apagaron.

Mi mente comenzó a preguntarse por qué. Salí de mi escondite y vi al comensal; Iba vestido con unos harapientos pantalones y estaba lleno de polvo, y... seguía seguía comiendo...

Le hice algunas señales, pero no me hizo ningún caso. De repente grité:

-¿Por qué?.

Nada. La monotonía que te hace dudar de la existencia de las cosas. Me fijé en la cesta y me llené de angustia. El ambiente parecía propicio para eso. Me vi envuelto en una indescriptible sensación de pena y corrupción. Quizá porque él no sabía que las patatas estaban podridas.

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